Ir de compras me pesa como no
tienen una idea. Sólo lo hago cuando mis camisas tienen una tonalidad
amarillenta en la parte de los sobacos o cuando mis zapatos están más jodidos que
los del Chavo del 8; siendo esta última la razón por la que tuve que ir a un
centro comercial a comprarme "papos" nuevos.
Pero como no me gusta andar
paseando entre aglomeraciones de personas, ni viendo aparadores, ni probándome zapatos
como una mujer; primero los busco en Internet. Pongo en Google: "Papos chiditos", y ahí me aparecen un chorro de opciones. Elijo el modelo más elegante, veo en qué tienda lo tienen, compruebo que tengan de mi talla, me cercioro en qué centro comercial está la tienda en donde los tienen y voy directo por
ellos, sin hacer escalas en ninguna parte, para así estar el menor tiempo posible
rodeado de compradores compulsivos y empleados incompetentes y… gente en general.
Y eso hice precisamente la semana
pasada. Me lancé por mis zapatos Flexi directamente a la tienda del centro
comercial en la que los tenían, y, una vez que los pagué, salí corriendo de ahí
para alcanzar los quince minutos de tolerancia del estacionamiento. Pero, ¡oh,
sorpresa!: una mujer extraña me interceptó bajando las escaleras eléctricas, dándome un volante y ofreciéndome pasar a “un nuevo concepto en tiendas”. Cabe aclarar que cuando iba bajando
por las escaleras vi que dos personas habían ignorado bien feo a la señora, y pues se me hizo gacho hacer lo mismo porque, podré odiar los centros comerciales y al mundo entero, pero tengo corazón de pollo, snif.
Total que la señora me dijo que sólo quitaría cinco minutos de mi tiempo,
pero obviamente también me quitaría los 15 pesotes del estacionamiento. Y pues
ya, resignado y no teniendo de otra, entré en el local. Era una sexshop.
La señora, muy amable, me dijo: “Deme
su mano”, y yo bien obediente se la di. La mujer tomó un botecito de una
vitrina con peluche rosa y me embarró una crema en la muñeca; la frotó y me
dijo que la oliera. Obedecí. “Es para estimular la vagina de su pareja”, me
dijo· “Es comestible. Sabe a fresa. La puede lamer”. Y como yo andaba de obediente,
pues me chupé la muñeca y, en efecto: sabía a fresa. Cuando quité el mejunje de mi mano y me disponía a despedirme con un: “Muchas
gracias, pero no me interesa; yo uso pura salivita”, la mujer me
dijo: “Espere: todavía no termino”, y me jaló a otra parte de la tienda y tomó otro botecito de otra sección de la vitrina, en
donde se apreciaban consoladores de todas formas, texturas, tamaños y colores. Y me puse nervioso, snif. “Deme su mano”. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, pues, por los nervios, pensé que había dicho: “Deme
su ano”; pero no. Aunque no niego que todavía levanté la mano con cierta desconfianza, pues pensé que la ñora me iba a pedir que sostuviera uno de los viborones
que tenía en exhibición. Pero no. La señora me puso el aceitito del bote y me lo frotó en la muñeca. “Éste sabe a coco”. Al querer lamerlo, como hice con la crema, la ñora me dijo: “Éste es para la estimulación anal”. ¡Ay,
güey! Hasta me dieron ñañaras y salté pa´tras con la lengua de fuera. “Es
comestible, no tema: chúpelo con confianza"; pero como que
ya no se me antojó probarlo y sonreí y mejor me lo embarré en el pantalón.
Todo esto podría parecer algo
bien chido, como el inicio de una película porno hardcore; pero nel. En serio que yo ya me quería ir a
la chingada de ahí porque me iban a cobrar 15 pesotes en el estacionamiento y porque las agarraderas de la bolsa en donde traía la caja de los zapatos nuevos empezaba a calarme. Pero
la vieja nomás no me dejaba porque no paraba de hablar y de jalarme con la mano
a otra sección de la larga vitrina que atravesaba el local de pared a pared. Y me siguió mostrando cosas: esposas forradas con terciopelo y con peluche, bolitas chinas para el chikistrikis, pequeños plumeros para estimular entre los dedos de los pies, mazos de póquer para jugar a encuerarse, libros del Kama sutra,
libros de sexo tántrico, libros con posiciones bien locas, catálogos de lencería,
catálogo de disfraces, calzones con pitos de goma… Neta que me sentí un menonita panista ultraconservador
con respecto a mis prácticas sexuales al verme rodeado de tanta cosa maniaca, snif. Y la señora hablaba y
hablaba: que si el ano, que si “de a perrito”, que si “los testículos
depilados chopeados en chocolate derretido”... Neta que estuve a punto de decirle: “¡Ya bájele de tono, pinche
vieja, que se me está parando!”. No, no es cierto. No se me estaba parando…
Bueno, nomás un poquito.
Y pues ahí estuve escuchándola más de media hora, nomás asintiendo, pensando en los 15 pesos que había perdido y aguantándome el dolor de la palma de la mano por el peso de la caja de los zapatos. Hasta
que en una de esas pausas en que la mujer quiso tomar aire, le dije que muchas
gracias, pero que no iba preparado económicamente para adquirir sendos objetos
de placer. Al escuchar esto, la señora puso carita triste, se sacó una tarjeta de las chichis, me dio las gracias por mi tiempo y me dijo que volviera pronto. Y salí de ahí. Con el pito parado. ¡No, no es
cierto!... Bueno, nomás tantito.