Fuimos a MARCO a ver la exposición del colectivo de artistas cubanos llamado Los Carpinteros, y, aunque me caga la mayoría de lo que nos venden como "arte moderno" –sobre todo las instalaciones–, esta exposición me pareció interesante. Al menos yo percibí una propuesta más original, sustanciosa y reflexiva que en otras exposiciones que he visitado, en donde se exhiben simples payasadas de oligofrénicos egocentristas que se autodenominan "artistas", que lo único que logran es evidenciar su falta de talento con sus cajas de zapatos vacías y sus montones de ladrillos con llantas a los que llaman "arte". Al menos yo noté que Los Carpinteros le echan más ganitas y más cerebro a sus creaciones, para que se aprecie una estética y cierto trasfondo crítico; incluso hasta divertidas se sienten muchas de sus obras. Vayan, se las recomiendo; sobre todo si les encanta tomarse fotos "chistosas" y subirlas a sus redes sociales: ahí se van a dar vuelo. Aparte hay una exhibición de fotografías de la revista Vogue de varias décadas.
viernes, noviembre 27, 2015
viernes, noviembre 20, 2015
Zona de confort (primera parte)
Hay un cuento motivacional muy cruel que habla de una familia pobre que tiene una vaca. El animal los provee de leche, queso, nata y mantequilla, productos que intercambian en el pueblo por otros artículos. Una noche, de la nada, llega a la casa "un hombre sabio" con su discípulo. El primero le pide al segundo que tire a la vaca por un barranco. No muy convencido, el discípulo obedece, dejando a la familia sin sustento. A los pocos años, el quesque hombre sabio y su discípulo regresan al lugar y encuentran una casa enorme, con coches, alberca y hasta Sky. El discípulo se pregunta qué fue de aquella familia pobre que ahí habitaba, y, para su sorpresa: ¡ésa era la familia pobre, pero había prosperado gracias a que este güey tiró su vaca por el barranco y así los hizo salir de su zona de confort! Kérmozo, ¿no?
Así es que ya saben la moraleja: hay que ir a quitarle a los pobres lo poco que tienen para que dejen de ser unos huevones que no quieren progresar.
Ya hablando en serio: ¿en qué momento la zona de confort se volvió algo negativo? ¿Por qué algunas personas se la pasan exigiéndole a otras que salgan de su zona de confort? ¿Será que ellos ya la alcanzaron y quieren que todos la conozcan? ¿O será que nunca la han encontrado y por eso están chingue y chingue al resto que está tan cómodo? ¿Acaso no busca el ser humano la paz, la felicidad y la libertad; sentimientos profundos que nos provocan bienestar? ¿O será que la paz, la felicidad y la libertad son sentimientos tan intermitentes y abstractos que no todos pueden asimilarlos? ¿Qué es necesario tener -o sentir- para estar cómodos? ¿Por qué es tan malo permanecer en la comodidad? ¿Acaso el hombre no trabaja exterior e interiormente para eso? Tantas preguntas...
Tal vez la zona de confort sea un problema de conceptos; de valores. Lo que para cada quien significa cada cosa. El peso que le otorgamos. Yo veo a la zona de confort como un estado mental y espiritual; un sentimiento de paz y libertad que se adquiere cuando se tienen menos necesidades; o, si no son menos, de perdido están bien definidas. Y, sobre todo: creo en la zona de confort porque he encontrado más respuestas en la calma que en la acción.
Así es que ya saben la moraleja: hay que ir a quitarle a los pobres lo poco que tienen para que dejen de ser unos huevones que no quieren progresar.
Ya hablando en serio: ¿en qué momento la zona de confort se volvió algo negativo? ¿Por qué algunas personas se la pasan exigiéndole a otras que salgan de su zona de confort? ¿Será que ellos ya la alcanzaron y quieren que todos la conozcan? ¿O será que nunca la han encontrado y por eso están chingue y chingue al resto que está tan cómodo? ¿Acaso no busca el ser humano la paz, la felicidad y la libertad; sentimientos profundos que nos provocan bienestar? ¿O será que la paz, la felicidad y la libertad son sentimientos tan intermitentes y abstractos que no todos pueden asimilarlos? ¿Qué es necesario tener -o sentir- para estar cómodos? ¿Por qué es tan malo permanecer en la comodidad? ¿Acaso el hombre no trabaja exterior e interiormente para eso? Tantas preguntas...
Tal vez la zona de confort sea un problema de conceptos; de valores. Lo que para cada quien significa cada cosa. El peso que le otorgamos. Yo veo a la zona de confort como un estado mental y espiritual; un sentimiento de paz y libertad que se adquiere cuando se tienen menos necesidades; o, si no son menos, de perdido están bien definidas. Y, sobre todo: creo en la zona de confort porque he encontrado más respuestas en la calma que en la acción.
miércoles, noviembre 11, 2015
El juego del matrimonio igualitario
Éste es un juego de memoria que hice para una A.C. que "promueve" el matrimonio entre personas del mismo sexo. La asociación lo va a distribuir en algunas sex shops de la ciudad de Monterrey y, aparte, yo lo venderé por mi cuenta para quien esté interesado en adquirirlo y no viva en la ciudad (o viva aquí pero su religión le prohiba entrar a sex shops, snif).
El juego consta de 56 cartas laminadas (57, con la de las instrucciones), con el borde redondeado e ilustradas bien bonito por quien esto escribe :P
Y se juega de la siguiente manera: las cartas se colocan al centro, con las imágenes hacia abajo. Un jugador escoge dos barajas y, basándose en la palabra que acompaña al dibujo -ya sea homógrafa...
...homófona...
...o similar en su fonética o gráfica, pero distinta en su género-...
...forma parejas. Si las dos cartas que escogió emparejan, se las queda y tiene derecho a escoger otras dos; si no hacen pareja, las coloca de nuevo hacia abajo en el mismo lugar y cede el turno a otro jugador. El siguiente jugardor hará lo mismo que su compañero, con la ventaja de que si puso atención a las cartas que destapó éste, podrá formar pares con más facilidad. Gana quien consiga hacer más parejas, tanto "tradicionales" como homosexuales.
El juego tiene un costo de $180 pesos ya incluyendo los gastos del envío (no sé cuánto costará en las sex shops). Se deposita el dinero en la cuenta número 0106819211 de Banorte -o la CLABE 072 580 00106819211 9-, a nombre de Gustavo Fernando Caballero Talavera. Una vez hecho el depósito me mandan un correo a guffo76@hotmail.com con el comprobante y sus datos: nombre, calle, número, colonia, ciudad, estado y código postal, para hacer el envío. También pueden hacer la compra vía Paypal con ese correo.
Si son de Monterrey y quieren adquirir el memorama directamente conmigo (porque su religión les impide entrar a sex shops), me mandan un mail, nos ponemos de acuerdo y nos vemos para entregarles el juego. De esta forma, el costo es de $150.
Muchas gracias a todos por su atención. Espero les guste este nuevo proyecto. Que tengan buen miércoles.
miércoles, noviembre 04, 2015
Barrotes en la cabeza
Por fin logré que Jairo leyera un libro: Memoria de mis putas tristes. Me dice que le gustó. Me preguntó, sorprendido, si era una historia de la vida real. No soy muy fan de García Márquez; lo único que se me ocurrió decirle fue que no lo dudaba: que a veces los autores disfrazan anécdotas o pasajes de su vida cotidiana como historias de ficción, y que el autor había escrito ese libro en sus últimos años de vida y que por esa razón uno podría sospechar eso y bla bla bla. Me pidió que le prestara otro libro. Le presté El búfalo de la noche, de Guillermo Arriaga. "Está más gordo que el otro", dijo Jairo. "Si te aburre me dices y te lo cambio", respondí. "No, así está chido, pa´que me dure más", y remató con: "¿También es una historia real disfrazada de mentira?". Reí.
La mamá de Jairo le trae desde julio la revista Muy Interesante. Su hijo le comentó que yo le había facilitado un montón de éstas y le habían gustado. Me acuerdo que el primer mes le llevó una repetida, la cual rolé entre los policías del turno. Sólo vi a uno de ellos hojeándola en un descanso. En mi siguiente turno, el mismo guardia seguía leyendo la publicación. Me sentí bien; como si hubiera hecho un pequeño aporte personal que rindió frutos despertando la curiosidad de al menos dos personas.
Antier Jairo me preguntó si podía usar el gimnasio de los policías: un pequeño salón con aparatos muy básicos. Aunque está en una celda amplia, siente que el sedentarismo le está haciendo acumular grasa alrededor del ombligo y aguadando los brazos. Obviamente me dijeron que eso no era posible, ni aunque hubiera un guardia custodiándolo. Jairo camina, hace abdominales y lagartijas adentro de su celda, pero me confesó que se aburre de lo mismo: "Voy a tener cuadritos pero los brazos todos flacos". Por lo pronto le conseguí un par de garrafones de agua que tienen una agarradera en el tapón, se los llené en el grifo y le dije que los usara como pesas. Ahora fue él quien rió; pero no ha dejado de usarlos.
Detrás del escritorio pienso que mi situación es similar a la de Jairo: estoy encerrado casi todo el día, todos los días, en el mismo lugar que él; la diferencia es que mi puerta no es de barrotes, y puedo salir a la tienda y a mi casa al terminar el turno, pero vuelvo, como si nunca me hubiera ido. Irónicamente, Jairo sabe que, por el momento, su único escape es encerrarse dentro de sí mismo, para sentir que está libre. Yo también lo sé. Me pasa lo mismo. Y no creo que sea tan malo. Malo el día en que ni siquiera podamos imaginar nuestra propia libertad: ahí sí estaremos presos. Y de por vida.
La mamá de Jairo le trae desde julio la revista Muy Interesante. Su hijo le comentó que yo le había facilitado un montón de éstas y le habían gustado. Me acuerdo que el primer mes le llevó una repetida, la cual rolé entre los policías del turno. Sólo vi a uno de ellos hojeándola en un descanso. En mi siguiente turno, el mismo guardia seguía leyendo la publicación. Me sentí bien; como si hubiera hecho un pequeño aporte personal que rindió frutos despertando la curiosidad de al menos dos personas.
Antier Jairo me preguntó si podía usar el gimnasio de los policías: un pequeño salón con aparatos muy básicos. Aunque está en una celda amplia, siente que el sedentarismo le está haciendo acumular grasa alrededor del ombligo y aguadando los brazos. Obviamente me dijeron que eso no era posible, ni aunque hubiera un guardia custodiándolo. Jairo camina, hace abdominales y lagartijas adentro de su celda, pero me confesó que se aburre de lo mismo: "Voy a tener cuadritos pero los brazos todos flacos". Por lo pronto le conseguí un par de garrafones de agua que tienen una agarradera en el tapón, se los llené en el grifo y le dije que los usara como pesas. Ahora fue él quien rió; pero no ha dejado de usarlos.
Detrás del escritorio pienso que mi situación es similar a la de Jairo: estoy encerrado casi todo el día, todos los días, en el mismo lugar que él; la diferencia es que mi puerta no es de barrotes, y puedo salir a la tienda y a mi casa al terminar el turno, pero vuelvo, como si nunca me hubiera ido. Irónicamente, Jairo sabe que, por el momento, su único escape es encerrarse dentro de sí mismo, para sentir que está libre. Yo también lo sé. Me pasa lo mismo. Y no creo que sea tan malo. Malo el día en que ni siquiera podamos imaginar nuestra propia libertad: ahí sí estaremos presos. Y de por vida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)