El trayecto en coche de Loreto a Mulegé, en Baja California Sur, es un espectáculo que eriza la piel. Los acantilados al pie del camino, las diversas tonalidades del mar, los sahuaros en lugar de los cocoteros y el horizonte granítico son postales que toda persona debería contemplar antes de morir.
Entre el kilómetro 89 y el 90 de esta carretera -antes del Requesón y El Burro- hay una playa solitaria de difícil acceso. Ya habíamos escuchado algunas historias sobre playas escondidas que sólo unos cuantos tenían la fortuna de visitar: y ¿quién iba a pensar que entre esos afortunados, estuviéramos nosotros?
La descubrimos por accidente, gracias a un pedazo de madera apenas visible con la palabra Entrada pintada a mano en letras azules. Al ver el letrero entre la maleza, detuve el coche a la orilla de la autopista, en plena curva, para bajarnos a ver de qué se trataba.
La descubrimos por accidente, gracias a un pedazo de madera apenas visible con la palabra Entrada pintada a mano en letras azules. Al ver el letrero entre la maleza, detuve el coche a la orilla de la autopista, en plena curva, para bajarnos a ver de qué se trataba.
A lo lejos se apreciaba un techo de palma como único indicio de la mano del hombre. Entre los matorrales, una brecha de rocas y arena se abría paso y descendía accidentadamente hasta una hermosa playa rodeada de peñascos, arena casi blanca y agua que iba del turquesa al azul marino.
Batallamos un poco para llegar con el carro, pues había muchos pozos y tierra suelta; pero una vez en la playa, pasamos ahí casi toda la tarde. El agua estaba helada, pero aún así me metí a nadar un buen rato. Arrastraba los pies en la arena para evitar pisar alguna mantarraya, consejo que me había dado un lugareño al expresarle que andábamos en busca de playas solitarias.
Al salir del mar me percaté que a lo lejos había una cabaña que no habíamos visto durante el descenso por la brecha. Era una pequeña choza destartalada que parecía que iba a ser volada por el viento.
Me tallé los ojos para eliminar el exceso de agua en cejas y pestañas, y, al recobrar la vista, me pareció ver que alguien se asomaba por la única ventana de la vivienda. Saludé ondeando la mano, pero mi saludo no fue correspondido, por lo que pensé que la silueta era sólo una ilusión óptica provocada por el calor y el agua salada que me había entrado en los ojos. Descansamos un rato a la orilla del mar y un par de horas después decidimos continuar con el recorrido.
Subimos al coche, lo puse en marcha y manejé el escarpado camino que ascendía hacia la carretera. Al doblar, alcancé a ver la cabaña y la señalé. Esta vez los dos vimos una silueta que se posó en la ventana y ahí se quedó: inmóvil, contemplándonos. Saludamos, pero no obtuvimos respuesta.
Aquel lugareño que nos platicó de las playas escondidas, nos dijo que éstas "lo escogen a uno", y que además, tienen "sus guardianes".
Ya desde arriba, a la orilla de la autopista, nos bajamos del coche para echar un último vistazo a la playa, a manera de despedida. La silueta en la ventana de la choza ya no estaba. Tampoco el pedazo de madera que decía Entrada en letras azules.
Seguimos nuestro viaje de Loreto a Mulegé.
Si alguna vez dan con esta playa, no dejen de saludar a su guardián.