lunes, agosto 22, 2016

La niña que vende tostadas y ha leído más libros que el presidente (segunda parte)

Aunque el mundo a veces nos parezca una porquería, sigue habiendo gente que mantiene viva esa cosa que llaman "Fe en la Humanidad". Personas sensibles y generosas que se conmueven de sus semejantes, sobre todo de aquellos que aparentemente han nacido o vivido en desventaja -por diferentes circunstancias-, pero que, a pesar de esto, buscan ser ciudadanos educados y de bien: algo de lo que pareciera carecer el mundo en estos días.

Hace poco más de una semana les compartí la historia de Ana, una niña de 11 años que vende tostadas en un triciclo frente a la Plaza de la Luz, en el centro de Monterrey. Lo "curioso" de Ana es que tiene una afición especial por la lectura. Sí, a Ana le encanta leer y su sueño es tener libros y más libros para seguir leyendo por el puro gusto de hacerlo. Y digo que su caso "es curioso" porque vivimos en un país en donde casi nadie lee; un país representado por un tipo frívolo que no ha leído un solo libro en su vida y llegó a ser presidente con todo y que plagió su tesis universitaria (y para quienes digan que de nada sirve leer, lean este artículo). Por lo tanto, querer ser ciudadanos cultos y de bien es casi casi un acto revolucionario hoy en día.

Compartí la historia de Ana en mis redes sociales como comparto casi todo lo que me sucede, y la verdad no esperé que tuviera el impacto que tuvo. La anécdota de la niña de 11 años conmovió a varios de mis lectores, generando una marejada de mensajes por Twitter y correos electrónicos pidiéndome una cuenta donde se pudiera donar dinero o una dirección a la que pudieran enviar libros, peluches, ropa o cualquier otro tipo de ayuda. Por eso les digo que sigue habiendo gente que mantiene viva esa cosa que llaman "Fe en la Humanidad". Y pues es muy bonito, snif. Total que una anécdota en la que yo iba a regalar unos libros y $200 pesos y que pensé que no pasaría de ahí, se convirtió en una pequeña causa social a la que se sumaron varias personas y en la que tenemos la oportunidad de cambiarle un poco la vida o aligerarle la carga a alguien.

Bueno, primero que nada, les mostraré los donativos económicos que he recibido, pues manejar dinero ajeno me parece una cuestión muy delicada, por lo que pondré los nombre de quienes donaron y las cantidades, más que nada para transparentar esta acción y evitar malos entendidos.

Esto es lo que hasta el día de hoy he recibido en mi cuenta de PayPal:
Y esto es lo que han depositado directamente en mi cuenta (si me falta alguien, díganme, porque no siempre me avisan por correo de los depósitos):
Total que van poco más de $5,000 pesos (cinco mil pesos 00/100 M.N.) para la causa de Ana, más lo que yo voy a aportar.

Y pues bueno, como les platicaba, el martes pasado volví a visitar a la niña lectora que vende tostadas frente a la Plaza de la Luz y le platiqué que había compartido en mis redes sociales su gusto por la lectura, y que su caso había sido todo un éxito, pues muchas personas se habían ofrecido a ayudarla económicamente y con libros.

Saqué mi teléfono y le mostré la entrada de mi blog en donde hablo de ella. Después le enseñé las capturas de pantalla de las personas que han hecho donativos. Le dije que ya tenía un montón de libros, y se llevó las manos a la boca, mientras soltaba un grito de emoción. Por último le mostré la cantidad de dinero que va acumulado. "Todo esto es tuyo", le dije. La niña no lo podía creer. Se reía sin parar, luego se tapaba los ojos y volteaba para otro lado, como si se le fueran a salir las lágrimas, pero se aguantaba y negaba con la cabeza y se seguía riendo. "¿Qué te hace falta, Ana?", le pregunté. "Este dinero es tuyo. Dime qué necesitas y, si se puede, te lo compramos". He de confesar que batallé para convencerla que me dijera qué le hacía falta.

-Nunca nadie me ha regalado nada -dijo-. El dinero de mi uniforme ya lo tengo separado. Y los libros de mi escuela son gratis.

-Sí, Ana, pero este dinero es para ti; la gente que leyó tu caso se sorprendió de que haya niñas como tú y quieren apoyarte para que sigas leyendo y estudiando y compres algo que te haga falta: puede ser otra cosa que no sean libros: cosas de tu escuela, no sé... Pero dime, si no voy a tener que devolverlo, y es tu dinero -le dije, y se seguía riendo y negando con la cabeza. 

Me contó que el triciclo de las tostadas era de su cuñado. Que recibe un sueldo semanal por trabajarlo. Que va a pasar a segundo grado en la Secundaria número 4, la Lic. Miguel Alemán Valdez, muy cerca de ahí; en el Barrio Antiguo. Su hermana es quien le paga la escuela.
La verdad me sorprendió la actitud de Ana: reacia; no desconfiada, pero sin jugar a la víctima o a la limosnera. Como que muy diga. Decía que no y que no necesitaba el dinero.

-La semana pasada me compré unos zapatos y una bolsa: fueron como 1000 pesos en todo -me dijo con orgullo.

-Bueno, la cosa es que si podemos ayudarte con eso, ahorres tu dinero -le dije, y se reía.

-No sé qué decirle...

-¿Qué te falta?

-Nada... No sé...

-Bueno, vengo el jueves otra vez. Dale una pensada y me dices qué onda, porque si no voy a tener que regresar el dinero.

El jueves regresé. Le entregué un montoncito de libros que me han donado. Se emocionó mucho. Le dije que venían en camino más, y se emocionó más. Hasta me pidió permiso para darme un abrazo. Me reí y me abrazó. Me confesó que "los de miedo" también le gustaban mucho al ver la portada del libro de Poe.
-¿Ya sabes en qué quieres usar tu dinero?

-Nunca he tenido una computadora. Me serviría para leer y hacer mis tareas y usar Internet en la escuela. Y mi celular ya no funciona.

-Excelente.

Pues Ana quiere una computadora y un celular. Creo que ya completamos algo de eso.

Continuará...

jueves, agosto 11, 2016

La niña que vende tostadas y ha leído más libros que el presidente

En la Plaza de la Luz, frente al Banorte, se pone un triciclo con una lona anaranjada para cubrir el sol. Ahí, una niña vende tacos, tostadas y chicharrones de harina preparados con frijoles, repollo, diferentes tipos de salsas y cueritos con vinagre y pico de gallo. A veces que tengo antojo o salgo del banco después de depositar millones de wones norcoreanos, voy a comerme un par de tostadas o un par de tacos de papa: mis favoritos. Me ha tocado ver tantos clientes que para las 6 de la tarde -la hora del antojo feroz- ya no tiene nada para vender, cosa que me da mucho gusto, aunque me quede con hambre, snif. Digo, el sabor no es cosa de otro mundo, pero están bien para matar el hambre. También vende aguas naturales de tamarindo y de piña. La primera sí está muy buena.

La niña siempre había sido muy seria: de ésas que te esquiva la mirada porque siempre está viendo para abajo; hasta el lunes pasado, que decidí ir por tres tacos de papa.

-¿Y usted cómo se llama? -me preguntó después de entregarme los tacos.

-Gustavo. ¿Tú?

-Ana. Mucho gusto, señor Gustavo.

-Mucho gusto. ¿Cuántos años tienes, Ana?

-Once.

-Te ves más grande -dije, y sonrió.

Siempre pensé que era mayor, pues es alta y su rostro es de aspecto duro, con los párpados caídos, como inexpresiva; características que, creo yo, le roban su aspecto infantil. Ana me platicó que es huérfana desde los 2 años, que nació en Ciudad Valles pero vive en Monterrey -con su hermana- desde casi recién nacida, y que quien atiende el triciclo cuando ella no está, es precisamente su hermana. Le quise platicar que pasé muchas de mis mejores vacaciones en Ciudad Valles y sus alrededores, pero la verdad me ofuscó saber que desde tan niña había quedado huérfana y se había venido a Monterrey. Supuse que Ciudad Valles ni siquiera era un recuerdo para ella, y que mis vacaciones en su tierra le importaban un carajo; por lo que decidí mejor quedarme callado, comiéndome mi segundo taco.

-¿Y a usted le gusta leer? -me dijo. Esperaba cualquier otra pregunta, menos ésa.

-Sí, ¿cómo sabes? -respondí sorprendido.

-Es que a mí también me gusta leer.

-¿A poco? ¿Y qué has leído?

-Pues más que nada novelas románticas -se ruborizó al decir esto, para después agregar con mucha seguridad en su voz: "Y un poco de todo".

No me lo podía creer. ¡Una niña de once años que vende tostadas en la calle, con el hábito de la lectura! Estaba frente a un milagro moderno.

Ana me platicó que había leído todos los de John Green, la saga de Crepúsculo, Mujercitas, algunos de poesía y no recuerdo qué tantos más. Dijo que en la primaria le pedían hacer resúmenes de libros infantiles "muy cortitos": su tarea favorita. Y yo, seguía sorprendido.

Cuando le pagué y me despedí y le dije muy metido en mi papel de papá Guffo que qué bueno que leyera, que no dejara ese hábito, que le iba a regalar unos libros y que bla bla bla, me pasó un cuaderno y una pluma:

-¿Me puede apuntar aquí sus libros favoritos?, para buscarlos en el ciber... -y le apunté a Twain, Salgari, London, Dr. Seuss, Fante y muchos más.

Ya de regreso en casa decidí escribir la anécdota en Twitter, como siempre que me pasa algo digno de platicarse, y la verdad no me esperaba la reacción tan chingona de la gente que me lee:
Libros que me han donado.
La próxima semana les platico la continuación de esta historia.
Muchas gracias a todos.

miércoles, agosto 03, 2016

Estar con alguien

Cada que alguien se pregunta qué hace una persona con otra, supongo es porque ellos saben muy bien la razón por la que están con alguien cuando están con alguien.

¿Cuántas veces no hemos escuchado o dicho las típicas -y a veces prejuiciosas- frases: "¿Qué hace esa chava tan guapa con ese hombre tan feo?", o: "¿Qué hace ese güey tan buen pedo con esa vieja tan sangrona?", o: "¿Qué hace ese patán con esa chica tan trabajadora?"? Y a veces nosotros mismos nos respondemos: "Pues sus motivos tendrán...".

Posiblemente exista un interés por parte de alguno, una atracción física intensa, una zona de confort, miedo a estar solos, alguna dependencia física, económica, psicológica, emocional o fines meramente reproductivos. Qué sé yo. Lo que sí creo es que estar con alguien a veces "va más allá", y ese "va más allá" está lejos del entendimiento de muchos.

Nos han "enseñado" que para estar con alguien debe haber ciertas reglas sociales, culturales o naturales: el guapo con la guapa, el feo con la fea, el mayor con la menor (pero no taaan menor), el rico con la pobre bonita, la rica con el rico guapo o el millonario feo y viejo o el pobre guapo y con labia. La cosa es que siempre tenemos que buscarle un razón a esa unión. Queremos creer que para estar con alguien debe haber un tipo de acuerdo, reglamento, tratado, convenio, negociación, camino, meta en común u objetivo en particular; y que eso del amor puede sonar muy bonito, pero como que no aplica, y hay que dejar de lado el romanticismo y la cursilería, pues aquí no caben, y algo tan sencillo como querer disfrutar la compañía de alguien en especial no es razón suficiente para estar siempre a su lado. Y sí, ok, "la vida real" nos ha mostrado que casi siempre es así, snif.

Y al tocar este tema me acuerdo de una pareja en particular. La conocí durante el período en que trabajé en seguridad pública. Eran casi indigentes. Vivían en una casa de techo de lámina y parches con tablones de madera. El hombre estaba desempleado (a veces hacía trabajos de albañilería) y lo detenían a cada rato por faltas administrativas: orinar en vía pública o andar intoxicado. A veces caía también por robar cocacolas y frituras de las tienditas del rededor. Una vez robó en una Bodega Aurrera no recuerdo qué, pero el gerente no quiso proceder. Se le dieron 24 horas de arresto, como todas las veces anteriores, y salió al cumplirlas.

Su mujer siempre iba por él. No pagaba la multa porque no tenía dinero, pero ahí lo esperaba afuera de las instalaciones de la policía, sentada en la banqueta. A veces le llevaba tacos. Cuando se los entregaba, me preguntaba por ella. Me decía que si estaba ahí afuera. Le decía que sí. Me pedía que le dijera de su parte que la amaba.
A veces la mujer se hacía encerrar con él. Manoteaba con los policías a propósito para que a ella también la detuvieran. Los encerraban separados y se gritaban de celda a celda toda la noche. Una vez el hombre se agarró a golpes con otro detenido que le estaba gritando insultos a la chica. Les dieron 12 horas más de arresto a ambos por mala conducta. La mujer salió primero. Al firmar su boleta de pertenencias (traía sólo una liga para el cabello y dos agujetas), nos pidió algunas monedas a mí y a unos polis para ir por unos tacos para su pareja. Me los entregó, se los entregué al detenido y lo esperó afuera, sentada en la banqueta, como de costumbre. Me llamaba la atención que siempre estaban como que desconectados; como que "muy metidos en su pedo", por decirlo de alguna manera. Y no porque a veces anduvieran intoxicados con tolueno. Era algo raro. Una conexión/desconexión difícil de explicar.
Cuando abría el portón para que el hombre saliera, alcanzaba a ver a lo lejos cómo ella se ponía de pie de un brinco y se le dibujaba de lado a lado una sonrisa. Se abrazaban, sacaba un refresco de 500 ml. de una mochila verde con el logo del PVEM, se lo daba, se tomaban de la mano y se iban. La chica parecía contarle mil cosas entusiasmada mientras él bebía de la botella de plástico y caminaban calle abajo. Yo veía sus siluetas alejándose con el sol de frente.

La última vez que los vi, el tipo cayó por robo con violencia. La mujer fue a buscarlo, como siempre. Habló con la juez. Ésta le dijo que lo iban a trasladar al penal; que posiblemente no saldría pronto. La mujer se quebró y empezó a gritar que no se lo llevaran. "¡¿Qué voy a hacer sin él?!", decía. Un policía se quiso hacer el gracioso y le dijo: "¿Qué vas a hacer? Pues conseguirte otro güey que sí sirva pa´algo, mija". La chica lo ignoró y siguió gritando que no se lo llevaran.
Con el tiempo aprendí a diferenciar entre quienes hacían teatro por llamar la atención o salvarse del arresto y a quienes eran sinceros. Los que hacían teatro se aventaban al suelo, se golpeaban la cabeza y fingían desmayos o ataques para que llamaran al doctor. La chica simplemente lloraba desconsolada, con un sentimiento tan profundo que le arrebataba el aire.

Me pareció desgarrador ver cómo dos personas que uno supone no tienen nada que ofrecerse, tuvieran esa conexión que pocas parejas tienen. Ellos eran todo lo que tenían para ofrecerse a ellos mismos. Antes de ser trasladado, el hombre me preguntó detrás de la celda si su mujer estaba ahí. "Sí, como siempre", le dije. Se hizo un ovillo en el rincón y se puso a llorar.

Esas imágenes me quitaron el sueño varias veces. Muchas noches me quedé pensando en ello y en toda esa gente que cree tener muchas cosas para ofrecer y ni así llega a tener ese grado de conexión que vi en esta pareja. El amor en la miseria existe y es desgarrador porque parece ser más honesto, pues -aunque suene cursi y trillado- se está con alguien por lo que es, no por lo que posee. Y para muchas personas, eso va más allá de su entendimiento y de su sentir.