Como les platicaba, desde hace tiempo tenía la inquietud de mudarme a vivir al centro de la ciudad. Distintas razones -compartir un espacio/casa/taller con La Fabi, usar menos el coche, andar más en bicicleta, estar cerca de los mercados, del movimiento cultural, de las estaciones del metro, del "río" Santa Lucía, de la Cineteca, etc.- hicieron que por más de un año buscara vivienda por estos rumbos, hasta que hace un mes, se dieron las cosas, por decirlo de algún modo. Aunque para que se dieran, fue toda una epopeya.
Después de haber peinado varias veces el centro de Monterrey, calle por calle, no encontraba nada: algunas casas estaban en ruinas; otras, muy caras; otras no cumplían con las necesidades y proyectos. Hasta que salió una oportunidad que parecía de lujo: el departamento de un familiar se había desocupado después de algunos años de estar rentado. ¿Por qué digo era una oportunidad de lujo? Pues porque era un espacio muy bien cuidado, en primera planta, a muy buen precio, justo a espaldas del Santa Lucía. Cuando me enteré de esto, de inmediato le propuse a mi familiar que me rentara el depa, a lo cual accedió. Ya me veía yo viviendo como turista: todos los días pedaleando a orillas del Santa Lucía, mi nuevo patio, o caminando a todas horas hacia la Cineteca, los restaurantes, cafés, librerías, galerías y lugares con ondita. Total que di los meses de renta y depósito correspondientes y comencé a llevarme cosas que me cupieran en el coche. En ese tiempo renté mi casa: una vivienda que agradezco a mis padres haber heredado en vida casi a las afueras de Monterrey, cerca del municipio de García, en donde trabajé tres años y me quedaba muy cómoda la ubicación para ese propósito.
Pero la vida a veces es gacha, y lo demostró justo un día antes de que el camión de la mudanza fuera a mi casa por el resto de mis pertenencias. Llegué al departamento bien emocionado a dejar más cajas y a acomodar chácharas, ¡y que escucho un goteo! Volteé a ver el techo, luego la llave de la cocina, después las paredes y el piso; y naaada. Agucé el oído y seguí el ruido, que me llevó hasta el baño. Al encender la luz, el foco tronó; di un paso en la oscuridad y un chapoteo me anunció que el baño estaba inundado. Abrí las cortinas para que entrara luz, para ver por dónde estaba saliendo el agua, y me di cuenta que el techo del baño chorreaba por todas partes, snif.
Resulta que había una fuga en el tercer piso del edificio y los estragos ya había llegado hasta la planta baja. Había que arreglar el departamento de una señora que tiene fama de estar medio loca -fama que comprobé al entrar a su departamento y ver que tenía ¡seis conejos! y ropa tirada por todas partes-; el problema era que Lady Bunnies no quería arreglar la bronca porque no tenía el dinero. Para componer el desperfecto había que levantar todo el piso de su baño y cambiar las tuberías. Ante la negativa de La Loca del Edificio, y con tal de no dejar caer su departamento por el deterioro que ocasiona el agua, mi familiar le propuso pagar el arreglo, y pues aceptó encantada; pero tendría que ser cuando ella pudiera, pues serían dos días -mínimo- sin poder usar el baño, por lo que la ñora loca tenía que ver a dónde se mudaría con sus conejos (no es broma: tenía seis conejos) los días de trabajos de plomería. La bronca -sí, otra- era que -como les mencioné antes- yo ya tenía rentada mi casa, y pues tenía que conseguir dónde vivir lo antes posible.
Y pues resulta que por azares del destino La Fabi recibió una llamada de una persona a la que tenía tiempo de no ver: una chica que había conocido en una clase de tambores africanos (que es algo así como tener seis conejos en tu departamento). Entre la plática salió lo de la mudanza y lo del centro de la ciudad, y la gotera del baño del depa y bla bla bla; y esta persona le dijo que ella rentaba una casa en el centro, cerca del Santa Lucía, a tres hermanas ya grandes que tenían varias propiedades en los alrededores. Según la chava, estas señoras eran muy especiales para rentar sus propiedades, por eso nunca las anunciaban. Decía que creían en algo así como que la persona correcta llegaría de algún modo sin necesidad de poner anuncios de Se Renta. Total que le pasó el teléfono de una de ellas a La Fabi y ese mismo día llamé. He de confesar que mi primer encuentro telefónico con una de Las Hermanas del Centro, fue algo curioso:
-Si, buenas tardes, me comunica con la señora Cuquita.
-Sí, ella habla.
-Buenas tardes, señora. Hablo de parte de X, ella me pásó su teléfono para ver si me puede mostrar la casa que tiene en renta.
-¿Cuál de todas?
-La que está en la calle Y.
-Tengo muchas en esa calle. ¿Cuál?
-Pues... no sé... muéstremelas todas.
-Pues mira: no puedo ni hoy ni mañana ni pasado mañana. Si después de todo, todavía le interesa verla, hábleme el lunes y a ver qué.
Y me colgó. Así de huevos. U ovarios...
Llegó el lunes y le volví a marcar a Cuquita.
-Buenas tardes, señora, habla la persona que le llamó el viernes. Me dijo que le hablara hoy para ver si me pudiera mostrar...
-Aquí estoy en una de las casas. Véngase.
-Ah, ok, excelente. Deme media hora porque estoy acá por...
-No, en media hora yo ya me voy. Hábleme otro día si todavía le interesa.
Y me colgó, snif. Total que le llamé casi al finalizar la semana, por tercera vez. Ya si se ponía muy difícil, lo dejaría por la paz.
-¿Señora Cuquita?, habla Gustavo, el que quiere ver sus casas.
-Ah, sí. Pues aquí estoy. ¿Todavía le interesa?
-Sí.
-¿En cuánto tiempo llega?
-En 20 minutos.
-Ta bueno, aquí lo espero en la casa de color azul con número tal.
Y que me lanzo de volada.
Al llegar me recibió una señora de unos 70 ó 75 años, un poco encorvada y con el cabello blanco; muy amable, nada qué ver con la Cuquita del teléfono. La mujer nos mostró la casa pero nos pareció algo pequeña. Le pregunté por las demás casas y me dijo que casi todas las tenía rentadas, pero que una de sus hermanas tenía una a la vuelta que estaba desocupada.
-Mire, vaya y toque en esa casa y pregunte por Luly, dígale que yo lo mandé, a ver si le quiere enseñar la casa.
Total que fuimos a tocar a donde nos dijo. Abrió la puerta y se asomó por el umbral una señora un poco más joven que Cuquita y le preguntamos por la casa que tenía desocupada.
-¿Cómo se enteraron?
-Nos dijo X. Ella le renta una casa a su hermana.
-Ah, sí... Dejen voy por las llaves.
Salió la mujer de su casa. Se presentó amablemente con un delicado saludo de mano. Nos dijo que la siguiéramos. Caminamos a paso lento por la banqueta, entre unos fresnos enormes. Cruzamos la calle y de pronto metió una llave larga en el cerrojo de una fachada apenas perceptible de lo pequeña que aparentaba. Al abrir la puerta, quedamos maravillados.
Continuará...