En la esquina de Modesto Arreola y Vicente Guerrero -justo en donde el Municipio de Monterrey está haciendo ampliaciones para un proyecto peatonal-, en una vieja construcción que aún conserva una parte del techo de vigas de madera original, está la Cervecería La Bolita.
La Bolita es una cantina sencilla y económica, donde no ofrecen botana gratuita ni hay platillos a la carta, pero sí hay rockola y caguamas. Confieso que no es el tipo de cantina que me gusta frecuentar -más que nada porque no hay comida-, pero me la habían recomendado mucho por cuatro razones: 1) Está a la vuelta del Lontananza, 2) Hay una curiosa pintura en las paredes, 3) Su ambiente es "bohemio" y 4) Las personalidades tan variopintas que ahí convergen: actores de teatro retirados, rockeros cincuentones greñudos, abogados que cantan ópera, cholos (no lo digo peyoratívamente: es una tribu urbana) que bailan el paso del gavilán y borrachos de profesión (de ésos que se duermen sentados de tanto beber). Sí, La Bolita es una cantina en donde todos los ámbitos laborales, estratos sociales y niveles intelectuales conviven en armonía frente a cervezas de media de menos de $20 pesos y caguamones de a $35.
Pero lo que a mí me llamó más la atención de este lugar, es la razón número dos de las cuatro que enumeré: el mural que está pintado casi a la altura del techo; un fresco angosto, de no más de un metro de ancho y como de entre 15 y 20 metros de largo, que recorre tres de las paredes del recinto y nadie sabe bien a bien en qué fecha se pintó ni quién es el autor ni cuál es su significado ni dónde está ubicado el paisaje ahí plasmado.
Las veces que visité La Bolita para escribir esta crónica, no tuve la suerte de coincidir con el dueño, pues, por lo que me dijo Juan, el señor que atiende la barra, tenía un problema de salud. Pero días después -buscando de nuevo al dueño para que me platicara sobre la famosa pintura- coincidí con un grupo de abogados aficionados a comprar libros usados -en la calle Guerrero hay muchas librerías de este tipo-, y uno de ellos -el que canta ópera y frecuenta este lugar desde hace más de 20 años- fue quien me platicó la historia y los enigmas que envuelven al mural de La Bolita.
Según dicen, el mural ya estaba ahí cuando el actual dueño agarró la cantina, pero no saben si ése es el tamaño original o debajo de la capa blanca que cubre casi todas las paredes, hay más de esa pintura.
El mural consta de tres partes. En la primera pared se aprecia un paisaje campestre con una cordillera -o cerro- y nubes de fondo. Del lado izquierdo se puede ver una edificación que parece ser una catedral o un obispado. En primer plano hay una muralla de árboles que parecen ser cipreses, y parte de un techo de paja o palma se aprecia en el extremo del lado derecho.
Según el abogado, podría uno pensar que la edificación del fondo es la Catedral de Monterrey o el Obispado, pero el cerro de atrás no concuerda con el paisaje original, ni los cipreses ni los techos de paja/palma son/eran comunes en el estado de Nuevo León ("Quizás en el sur, allá por Campeche o Yucatán, sigue habiendo construcciones con ese tipo de techo", dijo), por lo que el paisaje ahí dibujado: o es un paisaje inventado, o, si fue tomado de un paisaje real, pertenece a otra geografía; por lo que concluye el abogado que quien hizo el mural no era de Monterrey ni sus alrededores. Respecto a los cipreses -que ni de México son-, supone el abogado que -de ser un paisaje inventado- haberlos puesto ahí fue más un motivo simbólico, pues el ciprés es un árbol con mucha mitología greco-romana y bíblica.
En la segunda pared, la que está frente a la barra, se ve otro par de elevaciones o cerros, algunos saguaros en primer plano, una barda ("Como las que hay en Real de Catorce", dijo alguien en la barra) y varias construcciones: una de ellas, la del lado derecho, abajo, con una bóveda azul. También hay algo que pareciera ser un dique al lado del saguaro del centro. Del lado derecho hay un maguey (esto se aprecia en la foto de abajo, porque en esta foto no cupo esa parte del mural), con un hombre de espaldas que bebe ¿pulque? de una ¿jícara?, y una nopalera frente a él.
Según el abogado que me daba amablemente la explicación de la pintura, ni los saguaros ni las bebidas de maguey son/eran comunes en esta región. Posiblemente en algunos municipios, pero no son tan comunes como las bebidas y los productos extraídos de la caña de azúcar. Pero, sobre todo, el dique es lo que más hace ruido. Si el paisaje fuera real, de esta región, aún existiría una obra de ese calibre en el estado (o, al menos, los vestigios de ella), o se tendría algún registro en los libros de historia regional o algo; pero no hay datos sobre algo parecido a eso, por lo que el lugar que aparece en la pintura sigue siendo un misterio (o un paisaje ficticio).
En la tercera pared, el fresco se divide en tres partes y la temática cambia radicalmente: en el primer dibujo aparece un torero esquivando con la capa a un toro (no sé cómo se llame esa "suerte" porque me caga la "fiesta" brava); en el segundo hay a un par de mujeres que ven desde la tribuna (una es morena, con sombrero charro; la otra, rubia, con ropas doradas y un sombrero que parece la mitra de un obispo); el tercer dibujo es un charro con su sombrero en la mano, montando un caballo que no se alcanza a apreciar.
Aquí, el abogado me dijo: "Esta parte del mural es la más simbólica, la que tiene más mensajes ocultos. Por un lado, la fiesta brava; por el otro, la charrería: dos tradiciones opuestas, pero similares; de países distintos: dos culturas que se confrontan. Las mujeres juntas en la tribuna: una morena y otra de rasgos europeos, es la fusión de estas dos cultura; es la conquista española, la pérdida de la identidad original... Es lo que somos".
Al decir esto, el abogado bebió un trago de su cerveza y volteó a ver el mural. Yo hice lo mismo, le agradecí su tiempo, pedí una segunda cerveza y le invité otra a él. Me puse de pie y contemplé a detalle cada parte del mural. No es una pintura espectacular, para ser honesto. Se ve que quien lo hizo no tenía mucha noción de las formas, las proporciones, la perspectiva, etc.; pero los misterios que lo envuelven es lo que lo hacen especial. No sé si su autor lo dejó inconcluso o el tiempo y la humedad han ido haciendo estragos en él, decolorándolo en algunas partes. No sé qué lo motivó a pintarlo. No sé si se imaginó que en algún momento los clientes de una cantina hablarían de su obra. Lo veo y lo veo y me imagino al hombre -o mujer- haciéndolo con devoción, pensando en dejar un pequeño legado en esta ciudad.
Lo que le hace una pintura a un lugar tan modesto... Lo que provoca en uno aún y si todo su misterio fuera inventado...