Nunca fui un niño popular. A pesar de ser extremadamente guapo y encabronadamente sexy –me lo dijo una vez el cura de la iglesia del barrio–, no era de personalidad extrovertida, no era el deportista estrella, no me gustaba ir a las piñatas de mis amiguitos ni tenía en casa la consola de videojuegos más moderna del mercado, snif.
Por desgracia, saber dibujar y tener un padre veterinario que trabajaba en un zoológico tampoco eran razones suficientes para acceder al menos a una pizca de la popularidad de la que gozaba el insípido Cesarín, del programa Papá Soltero.
Ah, pero tenía esto:
Bueno, yo no, mi padre fue quien las coleccionó –y acumuló– a finales de sus veinte y hasta sus treintaytantos, obviamente por los artículos tan interesantes que en ellas se publicaban y no por las fotos de esos bellos pedazos de carne llenos de bolas (hay que darle algo a las feminazis para que se enojen, jejeje).
Las famosas revistas de viejas en cueros siempre estuvieron a la vista, apiladas en el estante de abajo del librero de madera que cruzaba de pared a pared la biblioteca, una de las habitaciones más concurridas de casa de mis padres.
En la biblioteca había también un televisor –ay, las ironías de la vida–, un Intellivision y muchos cartuchos de juegos. Nunca comenté con nadie la existencia de las revistas. Cada que mis amigos iban a la casa a jugar tenía que disimular los nervios que me causaba pensar que llegaran a descubrirlas. A pesar de que mi padre nunca las escondió –ni siquiera por mis hermanas– ni me prohibió verlas, me daba algo de "miedo" hojearlas; ya saben, esa sensación estúpida que nos inculcan las sociedades hipócritas de pensar que se está haciendo "algo malo" para tenernos viviendo llenos de culpas y complejos.
En fin, les decía que nunca les comenté ni a mis amigos de la escuela ni a los de la cuadra la existencia de las Playboy, hasta que la curiosidad de uno de ellos dio con las revistas. En cinco segundos el Intellivision quedó en el olvido y ya había tirados en el piso un montón de mocosos repasando las curvas de las playmates con los ojos desorbitados.
Y de ahí mi popularidad se extendió.
Todos querían venir a jugar a mi casa: los hermanos mayores de mis amigos, los niños de otras escuelas, los de otros barrios... Yo me ponía bien nervioso cuando se invitaban solos. "Eh, nos dijeron que tu papá tiene revistas porno. Vamos a verlas". No sabía cómo decirles que no, y les daba chance de que las vieran un ratito con la puerta de la biblioteca cerrada con seguro, pero todo el tiempo estaba con el terror de que las fueran a maltratar o no las dejaran en el mismo lugar o se las fueran a robar o les fueran a arrancar alguna página para llevársela de recuerdo o, lo peor: que mis padres nos descubrieran con las manos en la masa... o en los huevitos lampiños.
Me acuerdo que una vez, sudando de los nervios, les dije a un amigo de la secundaria:
-¡Eh, ya vámonos. Ya deja ahí las revistas, pinche enfermo!
Y me respondió: “
-Ah, chinga: si el que las compró fue tu papá.
Buena madreada. Épica, diría yo. ¡Snif!
La cosa es que mi padre se quiere deshacer de su colección de revistas pornochas y las anda vendiendo y me pidió de favor que las ofreciera por este medio. Son 75 revistas Playboy gringas. Hay desde el año 75 hasta el 86. Están en buenas condiciones. El desgaste natural del papel después de 30 años.
Hay portadas de Kathleen Turner, Goldie Hawn, Bo Derek, Brooke Shields, Madonna y hasta una con Steve Martin.
Hay escritos de Stephen King, Gore Vidal, Arthur C. Clarke, Ray Bradbury y demás chingonazos. Cartones del mítico Art Spiegelman, Harvey Kurtzman y dibujantes del New Yorker. Les digo esto porque, pues, todos sabemos que el Playboy se compra por sus artículos y no por otra cosa.
Hay escritos de Stephen King, Gore Vidal, Arthur C. Clarke, Ray Bradbury y demás chingonazos. Cartones del mítico Art Spiegelman, Harvey Kurtzman y dibujantes del New Yorker. Les digo esto porque, pues, todos sabemos que el Playboy se compra por sus artículos y no por otra cosa.
La revista más antigua es de septiembre de 1975:
La más “nueva” es la de noviembre de 1986, con Brooke Shields en la portada.
La más “nueva” es la de noviembre de 1986, con Brooke Shields en la portada.
Según mis refinados gustos, la mujer más guapa que vi en todas las portadas, fue ésta:
El ejemplar que trae a Madonna en la portada viene con fotos de la cantante con pelos en los sobacos, repito: ¡pelos en los sobacos! Ah, y un changuito entre las piernas, muy raro...
El ejemplar que trae a Madonna en la portada viene con fotos de la cantante con pelos en los sobacos, repito: ¡pelos en los sobacos! Ah, y un changuito entre las piernas, muy raro...