Si algo no tiene Monterrey es coulrofobia; al contrario: la ciudad siempre ha tenido una extraña fijación hacia los payasos. ¿No me creen? Hagamos un listado: Los Chicharrines, Los Payasónicos, Los Vips, Tomy, Betín, Panchín, Duglín, Ratón, Campita, Globito, Zancudín, Chirriscuas, Cepillín, Tolocho, Lochito, Las Muñequitas, Bely, etc.; todo esto sin contar la cantidad de patiños, botargas y payasos sin maquillaje que hubo, hay y siguen reproduciéndose como Gremlins: Mayito Bezares, Chavana, Juan Pestañas, Lázaro Salazar, el perro Romel, Beto el de Bely, El Tiburón Molacho, La Pulga Traviesa, El Bronco y demás.
Sí, lo sé, queridos lectores: Monterrey tiene unas filias un tanto retorcidas; de hecho, me sorprende que no haya todavía un payaso que se llame Carnita Asada o Parrillita o Asadorsín o Arracherita o algo por el estilo. Y sí, lo sé, queridos lectores: lo más retorcido es que yo -hombre letrado y Premio Nobel en Mafufadas- me sepa todos esos nombres de la lista, snif. Pero bueno...
A lo que iba es que Pipo ha sido el más famoso de todos los payasos de esta ciudad gracias a que tuvo uno de los programas más longevos de la pinchurrienta televisión regiomontana. Incluso después de su muerte le hicieron un mega homenaje al que vinieron payasos de todos los planetas, le pusieron su nombre a una calle y a un parque, y hasta le hicieron ¡un museo! Sí, un museo dedicado a un payaso: así de cabrón creen que está el tal Pipo. No dudo que al rato lo quieran hacer Patrimonio de la Humanidad o una mamada así.
Pero dejando a un lado toda esta idolatría por el maquillaje y las pelucas de colores de los regios, yo me quedo con la leyenda urbana que envuelve a este personaje de pelos de escobeta anaranjados; ese mito que siempre sale a relucir cuando uno recuerda su infancia regia: la del Pipo pederasta; la del Pipo que le hacía tocamientos a los hijos de los empleados de intendencia del Canal 2; parafilia que -dicen- proyectaba inconscientemente en su programa con el tan famoso pip pip. "¿Quieres pip pip?", les decía Pipo a los niños que merendaban en vivo en el estudio, para de inmediato apachurrarles un par de veces la nariz con el pulgar y el índice. Ésa era su gracia; con eso soñaban los niños de Monterrey: con que Pipo les hiciera pip pip.
Y la pregunta sigue siendo: ¿qué pedo con los regiomontanos y su fijación con los payasos? Lo único que puedo responder es que la gente de Monterrey es muuuy extraña... muuuy extraña.