Sabía que tarde o temprano iba a convertirme en “parte de las estadísticas”. No es que lo estuviera esperando o decretando (para que no me salgan con sus jaladas de “la ley de atracción del pensamiento” los fans del libro El Secreto); simplemente observando la cantidad de negocios que han cerrado en los alrededores del nuestro a causa de las extorsiones de los criminales, por lógica no tardaba en tocarme a mí.
El martes, antes del medio día -y cinco minutos después de que salí del negocio a realizar unos trámites- tres hombres armados entraron al local de cajas, le quitaron su camioneta a una clienta, le quitaron sus pertenencias a quien atiende en el mostrador, preguntaron por el encargado o dueño del negocio, entraron a la bodega, entraron hasta mi oficina (cuidada ferozmente por el Cucho), removieron cajones, papeles, se llevaron un usb con tiras cómicas, escritos y fotos, algo de dinero… hasta el teléfono inalámbrico se llevaron.
La disyuntiva es: seguir yendo a trabajar bajo nuestro propio riesgo, dejar de ir a trabajar y morir de hambre, o defender lo nuestro como Don Alejo. Y vaya que es una disyuntiva muy cabrona. De hecho, yo la llamaría "trisyuntiva", pues ninguna de las tres opciones me late, snif.
Entre pagos a Hacienda, multas pendejas a Protección Civil por no tener un letrero de Alto Voltaje en la caja de los fusibles (pero los casinos operando sin salidas de emergencia y sin rociadores de agua), multas estúpidas a Ecología por tener un anuncio adhesivo en la puerta principal (pero otros mochando árboles para que se puedan ver los anuncios panorámicos), pagos a proveedores, descuentos a clientes y estos cabrones que llegan y te quitan a la mala, uno se queda en la calle en pelotas. Es como empezar de cero todos los días. Es caerse y levantarse, caerse y levantarse, hasta el infinito. O más bien es que te tiren y que se esperen a que te levantes para volverte a tirar, una y otra vez; y que, aparte, creas que "así es la vida".
Escribo este post –y prometo que será el último con amargura, pues ya ni eso me divierte- porque yo solamente quiero que me respondan “¿cómo?” Sí, díganme cómo y me quedo. ¿Cómo se lucha aquí?, ¿cómo se pelea?, ¿cómo se defiende lo que es nuestro? Díganme cómo, pero no me digan: ay, educando a nuestros hijos; ay, no consumiendo drogas; ay, siendo buenos ciudadanos; ay, sembrando arbolitos; ay, bla bla bla. No quiero escuchar ni leer las mismas pendejadas de siempre. Si de algo estoy hasta los huevos es de escuchar que “hay más gente buena que gente mala”. Ya les dije que eso es matemáticamente imposible viviendo como vivimos en esta ciudad. Es la gran pinche mentira que todos quieren tragarse para tranquilizarse y pensar que algún día todo estará mejor poniendo las cosas en manos de Diosito y de “los hombres buenos”. Es lo malo de ser un país tan pinche católico: casi todas las personas creen en cosas que no ven, y al creer en cosas que no ven, alucinan cosas que no son, como esa máxima de que hay más gente buena que mala, cuando se refleja todo lo contrario. Hay más jodidos, hay más hambrientos, hay más incultos, hay más necesitados y hay mucho, mucho, mucho dinero que se genera en los negocios ilícitos… hagan sus números y saquen conclusiones.
Cuando nos toque tener un fusil en la cabeza y gritemos ¡Libertad!, mientras jalan el gatillo, ¿será esa la dignidad y el acto heroico que todos esperan? Si es así, yo paso.
Ustedes luchen por lo que crean que vale la pena luchar. Yo no creo que valga la pena. No me gusta defender lo indefendible.
Prefiero vivir debajo de un puente en Estocolmo, aunque me cague de frío. Prefiero dormir dentro de en una alcantarilla de Montevideo o sobre la banca de un parque en Toronto, a esto. Prefiero ser indigente en Quito, vagabundo en Caracas o mendigo en Buenos Aires, a tener un coche, un negocio y una case de renta con todas sus ventanas y puertas con barrotes de protección. Cualquier cosa es mejor que vivir como aquí se vive.
Estaré algunos días fuera de la ciudad. Pero regresaré, pues tengo que seguir con algunos trámites y citas. Trataré de dejar algunos cartones programados. Nos leemos luego.
El martes, antes del medio día -y cinco minutos después de que salí del negocio a realizar unos trámites- tres hombres armados entraron al local de cajas, le quitaron su camioneta a una clienta, le quitaron sus pertenencias a quien atiende en el mostrador, preguntaron por el encargado o dueño del negocio, entraron a la bodega, entraron hasta mi oficina (cuidada ferozmente por el Cucho), removieron cajones, papeles, se llevaron un usb con tiras cómicas, escritos y fotos, algo de dinero… hasta el teléfono inalámbrico se llevaron.
La disyuntiva es: seguir yendo a trabajar bajo nuestro propio riesgo, dejar de ir a trabajar y morir de hambre, o defender lo nuestro como Don Alejo. Y vaya que es una disyuntiva muy cabrona. De hecho, yo la llamaría "trisyuntiva", pues ninguna de las tres opciones me late, snif.
Entre pagos a Hacienda, multas pendejas a Protección Civil por no tener un letrero de Alto Voltaje en la caja de los fusibles (pero los casinos operando sin salidas de emergencia y sin rociadores de agua), multas estúpidas a Ecología por tener un anuncio adhesivo en la puerta principal (pero otros mochando árboles para que se puedan ver los anuncios panorámicos), pagos a proveedores, descuentos a clientes y estos cabrones que llegan y te quitan a la mala, uno se queda en la calle en pelotas. Es como empezar de cero todos los días. Es caerse y levantarse, caerse y levantarse, hasta el infinito. O más bien es que te tiren y que se esperen a que te levantes para volverte a tirar, una y otra vez; y que, aparte, creas que "así es la vida".
Escribo este post –y prometo que será el último con amargura, pues ya ni eso me divierte- porque yo solamente quiero que me respondan “¿cómo?” Sí, díganme cómo y me quedo. ¿Cómo se lucha aquí?, ¿cómo se pelea?, ¿cómo se defiende lo que es nuestro? Díganme cómo, pero no me digan: ay, educando a nuestros hijos; ay, no consumiendo drogas; ay, siendo buenos ciudadanos; ay, sembrando arbolitos; ay, bla bla bla. No quiero escuchar ni leer las mismas pendejadas de siempre. Si de algo estoy hasta los huevos es de escuchar que “hay más gente buena que gente mala”. Ya les dije que eso es matemáticamente imposible viviendo como vivimos en esta ciudad. Es la gran pinche mentira que todos quieren tragarse para tranquilizarse y pensar que algún día todo estará mejor poniendo las cosas en manos de Diosito y de “los hombres buenos”. Es lo malo de ser un país tan pinche católico: casi todas las personas creen en cosas que no ven, y al creer en cosas que no ven, alucinan cosas que no son, como esa máxima de que hay más gente buena que mala, cuando se refleja todo lo contrario. Hay más jodidos, hay más hambrientos, hay más incultos, hay más necesitados y hay mucho, mucho, mucho dinero que se genera en los negocios ilícitos… hagan sus números y saquen conclusiones.
Cuando nos toque tener un fusil en la cabeza y gritemos ¡Libertad!, mientras jalan el gatillo, ¿será esa la dignidad y el acto heroico que todos esperan? Si es así, yo paso.
Ustedes luchen por lo que crean que vale la pena luchar. Yo no creo que valga la pena. No me gusta defender lo indefendible.
Prefiero vivir debajo de un puente en Estocolmo, aunque me cague de frío. Prefiero dormir dentro de en una alcantarilla de Montevideo o sobre la banca de un parque en Toronto, a esto. Prefiero ser indigente en Quito, vagabundo en Caracas o mendigo en Buenos Aires, a tener un coche, un negocio y una case de renta con todas sus ventanas y puertas con barrotes de protección. Cualquier cosa es mejor que vivir como aquí se vive.
Estaré algunos días fuera de la ciudad. Pero regresaré, pues tengo que seguir con algunos trámites y citas. Trataré de dejar algunos cartones programados. Nos leemos luego.