martes, marzo 26, 2019

Lontananza: la cantina más antigua de Monterrey

Fachada del Mercado Juárez, sobre Aramberri, justo frente al Lontananza.
Como lo dije en un post de hace casi cuatro años, "lontananza" es una de mis palabras favoritas, si no es que mi favorita. No es una palabra común, pues es un vocablo italiano que antiguamente se utilizaba en sentido poético para referirse a algo que se encontraba lejos de la vista. Se emplea también en pintura, para señalar algo que está detrás del plano principal del cuadro, y, según la RAE, es una locución adverbial que alude a las cosas que, por su lejanía, apenas pueden distinguirse. Hoy, lontananza es una palabra en desuso; por eso, que una cantina lleve por nombre esta palabra, me parece algo más que poético. Es como si en diez letras se contuvieran todas las miradas perdidas de los clientes frente a su trago, como si reflexionaran contemplando el horizonte, la lejanía; como si posaran sus ojos en lontananza.
Fachada del Lontananza.
La entrada está a un lado de esta silla de bolear.
Sobre la calle Aramberri, justo enfrente del Mercado Juárez, en el que dicen que es el mero corazón del centro de la ciudad, está el mítico restaurante bar Lontananza. Y ¿por qué "mítico"? Pues porque es la cantina más antigua de la que se tiene registro en Monterrey (y el mueble de madera frente a la barra lo atestigua con un "Desde 1910" escrito en pintura blanca).
Cuando don Jesús Chapa adquirió el Lontananza, hace 55 años, el establecimiento estaba en la mera esquina de Aramberri y Juárez, pero como es una esquina muy peleada debido a la afluencia de transeúntes, una "importante" tienda de conveniencia terminó ganando la batalla por ese punto, por lo que reubicaron el negocio de don Jesús a un par de locales hacia el oriente.

Don Jesús es un señor que este año cumple 91 años de vida, y es fecha que sigue llegando a diario a su negocio a las 8 de la mañana para acomodar -con precisión milimétrica- los servilleteros y saleros que van sobre la barra, meter cervezas en los enfriadores, estibar cartones, comprar la carne en el mercado para preparar los platillos, meter en bolsas de plástico las porciones de cada guiso y, sobre todo, atender a sus clientes con la amabilidad que lo caracteriza. Don Chuy es un nonagenario activo y lúcido, que siempre está rodeado de amigos; pero, sobre todo, es un hombre que ama su negocio y disfruta lo que hace.
A don Jesús Chapa se le ve a diario al mando de su negocio.
Don Jesús Chapa detrás de la barra de su adorada cantina.
Comanda del Lontananza, con el RFC de don Jesús, por si dudaban de su edad.
Javier, uno de los hijos de don Jesús, en una ocasión me platicó una anécdota que me conmovió. Cuando reubicaron el Lontananza, la tienda que se quedó con la famosa esquina se comprometió a arreglar el local al que se mudaría don Chuy. Una noche de lluvia torrencial, el techo del segundo piso del bar se vino abajo, y el Lontanaza quedó casi en ruinas. A la mañana siguiente, don Chuy intentó rescatar de entre los charcos y los escombros algunas pertenencias: cuadros con fotos ya empapadas, papelería y artículos que consideraba de valor. Al verlo, su hijo le dijo: "Papá, deje ahí, ya todo es basura". Don Chuy, con voz quebrada y conteniendo el llanto, le respondió mirándolo a los ojos: "Ayúdame a recoger todo"; le dio un par de cuadros chorreantes que había encontrado debajo de un montón de blocks y el señor siguió buscando cosas entre los restos del derrumbe. Dice Javier que en ese momento comprendió el amor incondicional que su padre le profesa al Lontananza, y al instante se puso a levantar con él lo poco que había quedado. Y ese amor del que habla su hijo se nota cuando uno visita este lugar.
Cabe mencionar que la tienda de conveniencia encargada de la construcción del segundo piso del bar nunca se hizo responsable de lo sucedido.
Don Chuy, a la mañana siguiente del derrumbe, salvando objetos de valor sentimental.
Así quedó el segundo piso del Lontananza (ambas fotos fueron proporcionadas por Javier Chapa).
Otro dato de este lugar -menos emotivo pero igual de interesante- es que David Toscana, Premio Xavier Villaurrutia 2017 y el escritor regiomontano más leído en el mundo -después de Alfonso Reyes-, tiene un libro titulado Historias del Lontananza (o Lontananza, según la edición) que viene siendo como un homenaje a esta cantina, de la cual también hace alusión en otras de sus novelas; y a la que -dicen- sigue asistiendo -de vez en cuando- el empresario Pepe Maiz, y -dicen también- era la consentida del boxeador Mantequilla Nápoles.
Cuarta de forros del libro de relatos de Toscana.
El Lontananza abre de lunes a domingo de 9 de la mañana a 9 de la noche (los domingos cierra más temprano) y a diario se sirve botana gratuita a partir de las 12-1 del mediodía: frijoles a la charra, algún guiso con arroz, tacos de chicharrón o de carne con frijoles, etc. También hay cinco platillos a escoger "a la carta" ("la carta" es un pizarrón de terciopelo negro arriba de la puerta de la cocina) que cuestan $80 pesos: machacado al gusto, chuletas de puerco, chuletón, cortadillo y atún. Ah, y también órdenes de papas a la francesa por $40 pesos. Las comidas -tanto las de cortesía como las que cobran- son vastas, de muy buena sazón y siempre van acompañadas de tortillas de maíz, tostadas y salsa.
Machacado con huevo y frijoles: $80 pesitos.
Taquitos de chicharrón: incluidos en el consumo.


Picadillo con arroz: incluido en el consumo.
Taquitos dorados de frijoles con el guiso del día: también incluidos en el consumo.
Frijoles a la charra de cortesía.
Cortadillo norteño, orden a la carta: $80 pesitos. 
La cerveza en el Lontananza cuesta $22 pesos, y a veces alguna marca está en promoción en $20 pesos. Como podrán darse cuenta en las fotos, es un lugar limpio, de ambiente tranquilo y muy económico. Por ejemplo: con $100 pesos uno puede beberse 4 cervezas ($88), comer los platillos de cortesía ($0) y hasta dejar el 10% de propina. Si uno decide ordenar a la carta alguno de los cinco platillos -y aparte tomarse dos cervezas-, la cuenta, ya con el 10% de propina, sale en $140 pesos. 

Ésta es otra de las razones por las que me gusta visitar este lugar: porque es un espacio democrático, diverso, donde conviven todas las clases sociales; donde hasta el que trae sólo $30 pesos en la bolsa puede darse el gusto de tomarse una cerveza, comerse un plato de frijoles a la charra, unos tacos y hasta dejar propina. Ah, y aparte, sí entran mujeres.

¡Larga vida a don Jesús y al Lontananza, la cantina más antigua de Monterrey!

jueves, marzo 21, 2019

La Constancia

En la esquina de Tapia y Doblado hay una casa antigua de color ocre que por dentro conserva el techo de vigas y los muros de sillar. En esta construcción de arquitectura norestense se encuentra La Constancia, un restaurante/bar que apenas va a cumplir sus primeras dos décadas de existencia.
La Constancia no es una cantina per se, pues entran mujeres y niños, y la gente acostumbra más ir a comer que a beber, pues su menú es variado, económico y muy sabroso.

A mí me gusta ir por el hígado encebollado (en pocos lugares lo preparan), pero también hay cortadillo norteño, asado de puerco, carne con calabacita y -sólo los jueves- costillas.
La Constancia es un lugar pequeño y agradable, sin música, con muy buen servicio y muy buenos precios. Para que se den una idea: en una comida y cuatro cervezas son casi $200 pesos. Como recomendación: hay que llegar temprano (a mi me gusta ir a la una), porque se llena; aparte, también cierran temprano (por ahí de las 7).

Buen provecho y buen jueves. 

viernes, marzo 15, 2019

Bar Centenario

El Centenario -o Nuevo Centenario- tiene poco tiempo de existir. "Como unos cuatro o cinco años, joven", me comenta el hombre que atiende la barra; pero, a pesar de ser casi nuevo, es un bar que opera en una construcción antigua que ha sido sede de otras cantinas -fue una sucursal del famoso Generoso- y que vale la pena conocer si les gusta la arquitectura norestense de antaño.

El Nuevo Centenario está ubicado en la esquina de Ruperto Martínez y Zaragoza, frente a la Universidad Metropolitana de Monterrey ("La Metro").

Es un bar amplio, de techos altos, pantallas gigantes y bien climatizado. En su interior pueden apreciarse aún las paredes de sillar (restaurado y pintado en algunas partes), el techo de vigas de madera y algunas partes con piso de mosaico de pasta, "como en las casas de antes". Tiene muchas mesas y una barra muy cómoda; también dos baños, porque aquí sí entran mujeres.
El Centenario es una cantina económica y ecléctica en cuanto a su clientela. Los tarros cuestan $17 pesos y la cerveza en botella vale $20 ó $22, dependiendo la marca; también venden jarras por $75. Los clientes son de distintos niveles sociales, edades y tribus urbanas: me ha tocado ver desde a la vieja guardia del periodismo regio hasta grupos de darketos, albañiles y bolitas de estudiantes de la escuela de enfrente. Según dicen, los viernes dan carne asada y los sábados hay menudo, pero yo he ido algunos viernes y sábados y no me ha tocado nada, snif. Creo que hay horarios en los que sirven eso, pero los ignoro porque no es un lugar que frecuente mucho. Ah, y si les gusta el futbol, pasan los juegos del balompié regiomontano, mexicano y de todas partes del mundo.

Uno de los encantos de esta cantina es su rockola, pues tiene música muy variada; incluso -creo yo- más que la rockola de Mi Último Refugio. La última vez que fui, llegó un señor en andador acompañado de un fotógrafo decano con el que trabajé un tiempo en un periódico. Los señores de volada se arrimaron a la mesa junto a la rockola, le pusieron una moneda de diez y la primera canción que se escuchó fue la del final de la película de Zorba el griego, la de la danza sirtaki. Nunca hubiera imaginado que en la rockola de una cantina así pudiera estar esa melodía.
Este es el hombre que puso la canción de Zorba el griego.
En el Centenario no dan botana -sólo totopos y salsa- pero venden bolsitas de cacahuates en $10 pesos, y también entran vendedores de fruta cristalizada, papitas, chicharrones, pistaches y demás. Insisto: sólo si buscan algo muy económico para beber cerveza, escuchar música de muchos géneros y ver futbol, esta cantina es buena opción. Que tengan excelente fin de semana.
Esta pareja de "enamorados otoñales" visita seguido este lugar.

jueves, marzo 07, 2019

Bar 1900

Confieso que no es un bar que frecuento -ni frecuentaría-, más que nada por los precios -la cerveza cuesta $44 pesos-, porque no dan botana y porque el ambiente no es "cantinesco" (es más como un restaurante/bar con variedad nocturna); pero hago una breve reseña de él por su historia y porque vale la pena invertirle $100 pesos (dos cervezas y propina) para conocer las reliquias que hay adentro.

El Bar 1900 es el bar del Gran Hotel Ancira, uno de los hoteles más emblemáticos de México, declarado Monumento Artístico y Patrimonio Cultural de la Nación por el INBA y el INAH. El Bar 1900 existe desde que abrió el hotel, en 1912, y, al parecer, es el segundo bar más antiguo de Monterrey que sigue operando.

Y digo que vale la pena visitarlo al menos una vez en la vida sólo para contemplar la barra, los bancos, el piso de madera, el piso de mosaico veneciano, la puerta que da al hotel y los sillones booth, pues siguen siendo los originales.
Mosaico veneciano, piso de madera y banco de la barra.
Sillones booth con ventanas que dan a la calle.
El cantinero que me atendió me comentó que el bar cierra dos semanas a finales de cada año, para darle su mantenimiento a todos los elementos del lugar.

La anécdota más famosa del Bar 1900 - aunque algunos dicen que es sólo una leyenda urbana- es que Pancho Villa y sus Dorados se emborracharon en este lugar, en 1914. Se dice que el Centauro del Norte desenfundó su pistola y disparó contra la barra. Según el cantinero, hasta hace algunos años se podía apreciar la marca de la bala en la madera, pero que durante el cierre anual para la restauración y mantenimiento del lugar, uno de los trabajadores vio el pedazo de madera que le faltaba a la barra y lo resanó.

En el Bar 1900 hay botanas y comidas a la carta (los precios son un poco elevados), y de miércoles a sábado hay música en vivo de 8 a 12 de la noche. También transmiten los partidos del futbol regiomontano y cierra los domingos.  

jueves, febrero 28, 2019

Bar Pueblo Viejo

El Pueblo Viejo es el más reciente de mis descubrimientos cantinescos. Aun y con el poco tiempo que tengo de frecuentarlo, me atrevería a asegurar, sin temor a equivocarme, que es una de las 5 mejores cantinas que hay en Monterrey; tanto por su comida, ubicación, ambiente, servicio al cliente, precios... pero sobre todo por su comida.

Conocí el Pueblo Viejo apenas el año pasado gracias a un cliente frecuente del club/cantina Revolución: aquel señor del que les platiqué en el escrito de la semana pasada; ése que, estando yo un jueves sentado en la barra de dicho establecimiento, se acercó desde la mesa del fondo para invitarme a unirme al banquete que él y su grupo de amigos septuagenarios habían llevado; costumbre que repiten todos los jueves desde hace ya algunos años. 

Total que ya entrados en la plática, el don del Revo me dijo que, si me gustaba comer bien, tenía que ir al Pueblo Viejo. Y pues me quedé en blanco, pues confieso que nunca había escuchado hablar de tal lugar. Cuando me explicó en dónde estaba ubicado el lugar, me sacó mucho más de onda, pues por un tiempo ésa fue mi ruta casi diaria para salir a la avenida Constitución, pero nunca me percaté de que en esa calle había una cantina (y mucho menos una cantina de esa calidad).

La ubicación del Pueblo Viejo es la siguiente: yendo por Héroes del 47, pasando Washington, hay un puente entre el edificio La Capital (donde dicen que vive nuestro flamante gobernador) y el río Santa Lucía. Al bajar ese puente hay una bifurcación: la calle que da para la izquierda, hacia Felix U. Gómez, es la calle Tacuba. Ahí sobre esa calle, en el número 1600, está el bar Pueblo Viejo.

Con apenas 20 años de existencia, creo que esta cantina se convertirá en un clásico, como lo son el Indio Azteca y la Zacatecas; y también en un referente del buen comer en nuestra ciudad. Y ´ora verán por qué lo digo.

El menú del Pueblo Viejo es variado y de muy buena sazón. Hay cortadillo norteño, mariscada empanizada con papas, filete de pescado al gusto, caldo de mariscos, camarones al gusto, chuletas en salsa y  -lo que en pocos lugares de la ciudad ofrecen, si no es que en ninguno- ¡criadillas de toro a la mexicana! Sí, estimad@s lector@s: en el Pueblo Viejo sirven testículos de toro en salsa para comer. Échenle un vistazo a las fotos (ya que de la vista nace el amor) e imaginen los aromas y sabores de estos platillos:
Mariscada. ¡Las papas! Tan sencillas y tan sabrosas, porque no son "de bolsa".
Cortadillo norteño con frijoles y bolsa de chile piquín, para los valientes que quieran sudar un poco.
Filete a la Ramiro (o a la  Rubén, jaja, no me acuerdo; pero es el nombre del cliente que lo inventó)
Las míticas criadillas de res.
La comida en el Pueblo Viejo se sirve de 1 a 7 de lunes a viernes, y los sábados de 1 a 5. Los platillos cuestan $120 pesos y la cerveza $26, al igual que los refrescos. Se supone que al lugar sí entran mujeres, pero las 5 ó 6 veces que he ido, no he visto ninguna (salvo la señora que atiende las mesas). Este bar tiene también un patio amplio y techado donde hay un asador, y, ¡bendito sea el señor!: NO HAY MÚSICA. Sí, así es, amiguit@s: en este lugar todavía hay gente que no tiene pedos con estar calladitos, tranquilitos, escuchando su respiración y sus pensamientos sin temor a suicidarse o a conocerse a sí mismos; gente que no siente que entró a un velorio nada más porque todo está en silencio y en paz.

Otra cosa que me llamó mucho la atención de este lugar y me pareció algo muy chingón: cliente que llega, cliente que dice "¡Buenas tardes!" para todos, y si conoce a alguien de la barra, se agarra saludando a todos los que están sentados en ella. También entran vendedores de todo tipo, y me ha tocado ver que los clientes son muy espléndidos con ellos. Entran boleros, señores que venden cintos, sombreros, carteras, tamales y hasta una señora con sus hijas pequeñas que vende pays, rebanadas de pastel y galletas. Como dato curioso: de las 5 ó 6 veces que he ido, dos personas me han invitado cervezas porque resultan conocidos del conocido del conocido de alguien en común, jaja.
El señor que vende tamales. El de negro le pidió como 10 docenas para el día siguiente, para un evento
Y bueno, como toda cantina, el Pueblo Viejo tiene sus personajes folclóricos, pero quien sobresale de entre todos ellos es don Cuco, el cantinero: una enciclopedia andante del Monterrey antiguo. Don Cuco te conoce todas las cantinas modernas y de antaño de la ciudad; todas las calles, restaurantes, boticas, carnicerías y tienditas que ahora son sólo fantasmas del ayer. Don Cuco se acuerda de todos los clientes, de los papás de los clientes, de los hijos de los clientes y ex clientes, de sus profesiones, de sus orígenes... ¡de todo! Tiene una memoria privilegiada el señor. Y es que de niño don Cuco trabajó como repartidor en un negocio de hielo, y parte de su trabajo era ir a surtir de hielo todas las cantinas del centro de la ciudad; por lo que, con el paso del tiempo, fue coincidiendo de nuevo con aquellos clientes asiduos a las cantinas desaparecidas de su infancia y juventud. La verdad, platicar con don Cuco es un vívido viaje al pasado. Ah, y aparte hace trivias: " A ver si usted sabe... ¿cómo se llamaba la cantina que estaba en bla bla bla?", y te dice nombres de colonias y esquinas y referencias y los nombres antiguos de las calles del Monterrey de hace 50 años, mientras garabatea en una servilleta flechas y círculos. Todo un personaje el cantinero del Pueblo Viejo.

En fin, estimados lector@s, esto es todo por esta semana. Todavía me falta conocer al cocinero de este lugar y probar uno que otro platillo, por lo que seguiré yendo el mes que entra. Espero topármelos por ahí algún día de estos. ¡Salud!
Don Cuco tomándose un break después de andar en chinga en la hora pico del bar.

jueves, febrero 21, 2019

El Revolución

El Revolución es más club que cantina. Y por "club" me refiero a que "se reservan el derecho de admisión", pero no por sangrones, racistas o clasistas; ahorita les explico el porqué.

Después de la ola de inseguridad que azotó la ciudad de Monterrey hace algunos años, muchos de estos lugares no tuvieron de otra más que cerrar definitivamente; otros cerraron un tiempo, pero volvieron a operar de manera más discreta para así evitar clientes sospechosos, cobros de piso o extorsiones: éstas dos últimas, prácticas criminales que acabaron con muchos negocios de este giro en la última década. 

Un club es por lo general una cantina que ya sólo abre para quienes eran los clientes asiduos del lugar o para los amigos y conocidos del dueño. En el Revolución, si no te reconocen en el monitor que está conectado a las cámaras de la banqueta, no te abren. Si uno quiere tomarse una cerveza en este lugar, hay que ir recomendado por alguien que sea cliente regular o conozca al dueño. De hecho, es raro que vayan desconocidos al Revo, pues no hay anuncio afuera ni ruido que lo delate. Y creo que así está mucho mejor. Es como esas playas solitarias o pueblitos pintorescos que uno descubre en algún viaje y prefiere no dar la ubicación exacta para que no se llene de gente; para que mantenga esa esencia que nos cautivo y, en nuestra siguiente visita, siga intacta.
Yo di con el Revolución gracias a un lector de mi cuenta Twitter. Él fue quien, en una plática cantinesca, me lo recomendó y le comentó al dueño que iría ese día; cosa que agradezco mucho, pues, a la fecha, voy una o dos veces a la quincena a este lugar. Una de las razones por las que sigo yendo, es porque es un establecimiento muy tranquilo. La otra razón, por los clientes, que son muy amables. Y ahí les va un ejemplo de por qué digo que los clientes son muy amables. 

Como les decía, al Revolución van los parroquianos de toda la vida. Hay varios grupos de señores que tienen su día específico para reunirse: algunos van los lunes, algunos los jueves y otros los sábados. Yo fui un jueves la primera vez, y me tocó un grupo muy particular. Es un grupo de señores de entre 60, 70 y 80 años (algunos de ellos, masones) que pegan varias mesas al fondo del bar y ahí se ponen a platicar, a beber y comer. Cada jueves un miembro distinto de ese grupo lleva la comida, ya sea preparada o para que Mario, el cocinero, la prepare en el asador del patio o en la cocina.
Carne asada, queso con chorizo y cebolla.
Tortitas de papa con arroz y ensalada. Pero antes me llevaron una sopa de fideos muy buena.
Ese día yo estaba sentado en la barra y un señor del grupo de los jueves se me aceró, se presentó y me dijo que me sirviera comida. Yo, apenado, le dije que no, que muchas gracias, y mentí diciendo que ya había comido. El hombre como que me leyó la mirada, me jaló del brazo y me insistió: "Sírvase, le digo. Aquí todo es de todos, mi amigo". Y pues se me pasó la vergüenza y le hice caso al señor y me fui a serví un poco de lentejas y un par de tacos de cabrito (sí, habían llevado cabrito; así de chingonas están sus comidas/cenas de los jueves). Total que le agradecí la atención al don invitándole una cerveza. Y brindamos desde lejos: yo, desde la barra; él, desde las mesas del fondo.

Al irse, el hombre se me volvió a acercar y me dijo: "Aquí estamos todos los jueves, para que venga, si gusta. Aquí todo es de todos, mi amigo". Esa frase de "Aquí todo es de todos", que repitió un par de veces, me pareció bien chingona. Y fue así como empecé a ir algunos jueves al Revo. A veces llevo algo para botanear -frijoles a la charra, queso gouda en cuadritos, etc-; otras veces he llevado palmas de ésas que estoy dando en adopción desde hace un par de años, para que, el que guste, se las lleve a su casas o a su quinta campestre, si es que tiene. Las anécdotas que he escuchado han sido tantas que requieren un escrito aparte, pues éste es sólo la presentación del Revolución; lo que sí les puedo decir es que por esos señores he conocido otros lugares de los que no tenía ni idea. De hecho, uno de esos lugares -recomendado por el mismo señor que me invitó la primera vez la comida- se está convirtiendo en mi cantina favorita por la calidad y la sazón de la comida (aparte, venden criadillas de toro: ¿quihubole?, ¿las han probado en Monterrey?), pero ése también es tema de otro post.

Y bueno; como podrán deducir, el Revolución tiene un ambiente muuuy tranquilo: como me gusta. Es uno de esos lugares que quizás a cualquier otra persona le aburriría porque o "no pasa nada" o "no hay viejas" o no hay música estridente. Pero sí, hay botana, que es más como una pequeña comida corrida sin costo; la cerveza está entre los 25 y los 30 pesos (depende cuál pidas); cierra sus puertas a las 10 de la noche (o dependiendo el evento, pero casi siempre es tempranero) y el patio lo prestan para carnes asadas. Si alguien gusta ir, dígame y lo llevo; está en el centro de la ciudad, cerca de unos famosos baños de vapor de los que ya escribí una crónica hace un par de años. ¡Salud!