Continuación del cuento que escribí el 5 de diciembre.
Había pasado una semana desde que la señora Borja de Zulueta recibió la visita de Begoña, su única hermana. Con el pretexto de tomarse un café y ponerse al tanto de sus vidas, la señora Begoña confesó a su hermana mayor haber visto en más de una ocasión a su esposo –el señor Virgilio Zulueta Inzugaray– bebiendo copas de vino con una hermosa joven en un restaurante al aire libre, frente a la plaza Metropolitana, en pleno centro de la ciudad. La señora Borja conocía la afición de su marido por ocultarle cosas, la de su hermana por los chismes y la de Jorge Monroy por la fotografía. “Tu oficina está casi enfrente de la plaza Metropolitana. Desde tu ventana puede verse Los Candiles, el restaurante que supuestamente frecuenta mi marido con otra mujer casi todos los días. Te pido que estés muy atento entre la una y las tres de la tarde, Jorge. Quiero desmentir o comprobar lo que me dijo mi hermana”. La señora Borja quiso pagarle la encomienda, pero él no aceptó el dinero, a pesar de necesitarlo.
Jorge llegó a su oficina antes de las nueve de la mañana. Un pequeño despacho ubicado al fondo del pasillo en el séptimo piso del edificio Plaza, una de las construcciones más antiguas y representativas de la ciudad. Su oficina había pertenecido antes a su abuelo paterno, el doctor George Monroy Toole, químico farmacobiólogo, autoexiliado francocanadiense, amante de la lectura y aficionado a la astronomía. Así, Jorge había heredado el espacio y todo lo que se encontraba en él al morir su abuelo, seis meses atrás.
El fallecimiento del doctor Monroy Toole coincidió con el desempleo de Jorge, quien sobrevivía con el dinero que recibió a manera de liquidación en la empresa automotriz donde trabajó durante ocho años. Cuando el dinero comenzó a escasear y no encontró a nadie interesado en rentar el inmueble heredado, comenzó a ir todas las mañanas a limpiar y acomodar las reliquias que su abuelo había ido coleccionado a través de los años, con el propósito de venderlas y tener un lugar donde dormir el día que no pudiera seguir pagando la renta del apartamento. Lo único que Jorge no puso en venta fue la colección de cientos de libros que tapizaban la pared del fondo, un pequeño baúl de madera tallado a mano en donde su abuelo guardaba puntas de flecha y un telescopio rojo, los dos últimos, objetos por los que Jorge sentía especial afecto, pues le recordaban los veranos de su infancia, cuando viajaba con su abuelo y su padre al norte de México, a recolectar pedernales y observar noches estrelladas.
Jorge encendió el pequeño televisor de la oficina. Volvieron a mencionar su nombre en el noticiero del mediodía. Esta vez el escalofrío que sintió no fue tan intenso. Dijeron que había muerto calcinado junto a otras diez personas dentro de una bodega para cartón. “Entre las víctimas fatales se encuentran: Jorge Monroy…” Esperó atento a que transmitieran la foto de su homónimo, imaginando que sería la suya, pero no sucedió. Tomó el celular del bolsillo de su pantalón y lo miró con sospecha, temiendo que sonara como la primera vez. Pero el aparato permaneció en silencio. Apagó el televisor con el control remoto y dejó el teléfono sobre el escritorio. Se reclinó sobre el sillón de piel desgastada color vino y echó una mirada pausada alrededor de la oficina. Miró la hora en el viejo reloj de pared con forma de un Buda, y recordó el encargo de la señora Borja de Zulueta. Impulsándose con las piernas, Jorge hizo rodar el sillón hasta el ventanal que enmarcaba al fondo la enorme plaza Metropolitana, y observó a través de su cámara fotográfica sujeta a un tripié, a la que había adaptado un lente.
Los empleados de las oficinas y negocios de los alrededores comenzaron a salir a su hora de comida. La concurrencia de peatones en la plaza Metropolitana aumentó de manera significativa. Desde su oficina del séptimo piso, la explanada parecía un hormiguero alborotado. A pesar de eso, Jorge sabía que no sería difícil detectar al señor Zulueta Inzugaray: hombre rutinario, calvo y de bigote tupido, que caminaba con ayuda de un bastón, consecuencia de un derrame cerebral; a quien ya se había topado en varias ocasiones por ese rumbo, cuando empezó a ir a la oficina de su abuelo. Jorge apuntó la cámara en dirección del restaurante Los Candiles y esperó.
No pasaron ni cinco minutos cuando ubicó al señor Zulueta. Caminaba con su cojera característica, abriéndose paso a través de los cuerpos que iban en dirección contraria. Desde esa lejanía que acortaba el lente, Jorge pudo apreciar la sonrisa que se le dibujó al hombre cuando una mujer de aspecto treinta años menor corrió a su encuentro. Por la manera en que la joven lo abrazo, Jorge concluyó que eran más que amigos. El señor Zulueta Inzugaray y su acompañante se tomaron de la mano y caminaron entre las palomas que aleteaban cerca de la fuente del dios Neptuno, la escultura más distintiva de la ciudad. Para su sorpresa, la pareja no entró al restaurante que acostumbraba. Jorge los vio pasar de largo a través del lente hasta que su visión fue obstruida por las ramas de los enormes álamos y robles que bordeaban la plaza. Tomó tantas fotos como para despejar cualquier duda que tuviera la señora Borja de Zulueta sobre los sospechosos encuentros de su marido.
Al regresar al apartamento, Jorge no quiso encender el televisor. Pensó que de seguro volvería a escuchar su nombre en el noticiero de la noche. En todo el día nadie lo había llamado para cerciorarse de que estuviera bien. Ni siquiera la tía que cuidaba a su madre, que se la pasaba todo el día pegada al televisor. Pero ya no le inquietó que a nadie le hubiera importado su supuesto fallecimiento. Jorge sirvió cubos de hielo en un vaso de plástico grande. Al darse cuenta que la jarra del agua estaba vacía, llenó el vaso directamente del grifo y se lo bebió de un tirón. Un chorro de líquido le escurrió por la barbilla y el pecho. Al bajar la mirada para sacudir los faldones de la camisa, vio algo tirado frente a la puerta. Era un sobre amarillo.
Continuará...
2 comentarios:
Que sigue!?!?!?! Estoy en ascuas!!!
Va muy bien,y ahora a esperar posiblemente el desembolvimiento de todas las dudas. Gracias.
Publicar un comentario