La colonia donde vivo lleva cinco días sin luz ni agua. Si esto fuera el fin del mundo, no sería tan malo. Es simplemente volver al origen: reconectarnos con el hombre de las cavernas que se adapta a un entorno. Seguimos portando el gen prehistórico de la supervivencia básica, que se niega a desaparecer a pesar de todas esas comodidades que pretenden volvernos inútiles.
La gente a la que no le fue tan mal con el huracán, no sabe convivir con ese gen salvaje. No lo activa. No aprovecha el agua de la lluvia para beberla o bañarse; no aprovechan el silencio que ofrece la falta de energía eléctrica para revalorar su condición humana. Prefieren -al más puro estilo de las producciones hollywoodenses- salir a la calle desesperados, pidiendo ayuda, a buscar el tumulto, a corretear el camión de los garrafones, atiborrar los comercios. Quieren ser víctimas también. Que se les tome en cuenta. Que se les salve como los salva la virgencita y los gobiernos.
Por las noches, las flamas de las velas dan un aspecto hostil a mi habitación cada que bailan con la tenue brisa que se cuela por la ventana. Si algo positivo dejó tanta agua, es que se limpió el cielo y se ven las estrellas. Cuando las flamas tiemblan, las sombras se deslizan por el techo y las paredes, y el abanico que pende sobre mi cama es como una araña inmóvil que me acecha. En esos momentos aprovecho para pensar.
Hoy en la mañana empezaron las labores de limpieza y reconstrucción del estado. Algunos ciudadanos se han solidarizado con quienes lo perdieron todo. Han mandado toneladas de agua embotellada, latería, pasta y pañales a las zonas afectadas. El problema después va a ser las toneladas de basura: botes de plástico, latas, empaques y pañales que, queriendo solucionar un problema, causarán otro. Aquí prevén una cosa pero descuidan muchas otras. Razonamiento típico de un país del tercer mundo. Pero la buena intención es la que a final de cuentas cuenta.
Al medio día, en un café internet, leí que aumentarán el gas un 55%. Se necesita ser muy hijo de puta para hacer esto. ¿Qué medidas deberán tomarse para darles tantita conciencia a esos empresarios extranjeros de mierda que lucran con la tragedia en nuestro país y en nuestras narices? ¿Será necesario un atentado terrorista en sus instalaciones? Sería viable, e incluso lo apoyo, pues en este país se consiguen más cosas por la vía del terror que por la de la protesta o la razón. ¿Será necesario un dictador de la magnitud de Hugo Chávez? No sería mala idea. Incluso también la apoyaría. Un dictador que expropie compañías rateras que ofrecen pésimos servicios a precios elevados; un dictador que, como don Hugo Chávez, cierre a la verga todas las estaciones de radio y televisión que se la pasan diciendo pendejada tras pendejada, peleando por rating y vendiendo lástima. La verdad, no creo que perdamos gran cosa y, al contrario, ganaríamos bastante.
En fin. En situaciones como éstas uno se da cuenta que siempre son los más jodidos quienes se solidarizan con sus semejantes: las clases bajas y medias. Son ellos quienes reparten lo poco que tienen para que alguien más pueda tener. Los ojetes de siempre seguirán siendo los ojetes de siempre. Los que tienen todo gracias a que hay muchos que no tienen nada. Los mismos que nos instan a cambiar las cosas cuando ellos no mueven un dedo. Y no mueven un dedo porque de seguro los tienen metidos en el culo.
La gente a la que no le fue tan mal con el huracán, no sabe convivir con ese gen salvaje. No lo activa. No aprovecha el agua de la lluvia para beberla o bañarse; no aprovechan el silencio que ofrece la falta de energía eléctrica para revalorar su condición humana. Prefieren -al más puro estilo de las producciones hollywoodenses- salir a la calle desesperados, pidiendo ayuda, a buscar el tumulto, a corretear el camión de los garrafones, atiborrar los comercios. Quieren ser víctimas también. Que se les tome en cuenta. Que se les salve como los salva la virgencita y los gobiernos.
Por las noches, las flamas de las velas dan un aspecto hostil a mi habitación cada que bailan con la tenue brisa que se cuela por la ventana. Si algo positivo dejó tanta agua, es que se limpió el cielo y se ven las estrellas. Cuando las flamas tiemblan, las sombras se deslizan por el techo y las paredes, y el abanico que pende sobre mi cama es como una araña inmóvil que me acecha. En esos momentos aprovecho para pensar.
Hoy en la mañana empezaron las labores de limpieza y reconstrucción del estado. Algunos ciudadanos se han solidarizado con quienes lo perdieron todo. Han mandado toneladas de agua embotellada, latería, pasta y pañales a las zonas afectadas. El problema después va a ser las toneladas de basura: botes de plástico, latas, empaques y pañales que, queriendo solucionar un problema, causarán otro. Aquí prevén una cosa pero descuidan muchas otras. Razonamiento típico de un país del tercer mundo. Pero la buena intención es la que a final de cuentas cuenta.
Al medio día, en un café internet, leí que aumentarán el gas un 55%. Se necesita ser muy hijo de puta para hacer esto. ¿Qué medidas deberán tomarse para darles tantita conciencia a esos empresarios extranjeros de mierda que lucran con la tragedia en nuestro país y en nuestras narices? ¿Será necesario un atentado terrorista en sus instalaciones? Sería viable, e incluso lo apoyo, pues en este país se consiguen más cosas por la vía del terror que por la de la protesta o la razón. ¿Será necesario un dictador de la magnitud de Hugo Chávez? No sería mala idea. Incluso también la apoyaría. Un dictador que expropie compañías rateras que ofrecen pésimos servicios a precios elevados; un dictador que, como don Hugo Chávez, cierre a la verga todas las estaciones de radio y televisión que se la pasan diciendo pendejada tras pendejada, peleando por rating y vendiendo lástima. La verdad, no creo que perdamos gran cosa y, al contrario, ganaríamos bastante.
En fin. En situaciones como éstas uno se da cuenta que siempre son los más jodidos quienes se solidarizan con sus semejantes: las clases bajas y medias. Son ellos quienes reparten lo poco que tienen para que alguien más pueda tener. Los ojetes de siempre seguirán siendo los ojetes de siempre. Los que tienen todo gracias a que hay muchos que no tienen nada. Los mismos que nos instan a cambiar las cosas cuando ellos no mueven un dedo. Y no mueven un dedo porque de seguro los tienen metidos en el culo.