sábado, septiembre 23, 2017

Tal vez la equis de "México" es por el fénix

Qué ironía que un terremoto viniera a unificar a una sociedad fragmentada.

Ojalá ésta sea la tragedia definitiva: la que nos haga permanecer unidos para siempre; la que deje de lado nuestras tontas diferencias, rivalidades y prejuicios. Que si ricos, que si pobres; que si los del norte, que si los del sur; que si regios, que si chilangos; que si Tigres o Rayados; que si de San Pedro o de Guadalupe; que si familia tradicional o diversa; que si las quesadillas llevan queso o no. 

Ojalá que así sea, para que por mi cabeza no vuelva a rondar ese deseo macabro de que haya catástrofes más seguido para ver si así la gente se comporta como los seres humanos que somos. Ojalá sea así para no esperar a que el país vuelva a derrumbarse para actuar como personas, y que recordemos siempre que la pobreza, la misoginia, el clasismo, el racismo, la desigualdad, la corrupción, la injusticia, el machismo y la abulia, también son tragedias que nos derrumban. Por eso la importancia de seguir unidos, como ahora.

También espero que todas esas emotivas imágenes de fortaleza y solidaridad que están dando la vuelta al mundo, borren por fin esa percepción de huevones, corruptos y criminales que tienen de nosotros gracias a tanto huevón, corrupto y criminal que se ha empeñado en perpetuarla. Espero también que por fin dejen de hacer corridos y producir series sobre criminales y empiecen a componer canciones y a escribir guiones para televisión sobre el heroico trabajo de los rescatistas y la empatía de la gente de a pie; donde la heroína sea esa señora que llegó sin zapatos a donar dos kilos de frijoles. Ojalá que así sea...

Porque la ayuda humanitaria rebasó todas las expectativas y los víveres siguen desbordándose en los albergues; porque había ciudadanos controlando la repartición de productos para que líderes políticos oportunistas no los acapararan. Porque han rescatado ancianos, niños, perros y hasta a una tortuga, y todos celebraron con el mismo júbilo que estuvieran vivos. Porque aquí todas las vidas son importantes, incluso -y me duele aceptarlo- las de esos mandatarios arribistas a los que han echado a patadas y a mentadas de madre porque nunca asomaron las narices en su comunidad y ahora quieren salir en la foto los muy chingoncitos.

Porque cuando todo se viene abajo sale lo mejor de los ciudadanos y lo peor de las instituciones que dicen dirigirnos. Porque quizás operamos mejor en el autogobierno; porque tal vez en el caos somos más organizados que en la normalidad; porque quizás algo se encendió dentro de nosotros y se apagó en los gobernantes; porque probablemente hemos tomado las riendas y ya no debemos soltarlas. Porque esta fractura en la tierra vino a resanar la fe en este país. Porque quizás sea una utopía; algo pasajero. Pero quizás no.

¡Fuerza, México!

jueves, septiembre 14, 2017

La Isla de las Muñecas

De niño soñaba con visitar el Distrito Federal por dos razones: Reino Aventura y la Isla de las Muñecas (bueno, y también por el programa de Chabelo, para pasar a la catafixia y ganarme el becerrito que ponían detrás de la cortina como premio en broma).

Reino Aventura lo quería conocer por la ballena Keiko, que a cada rato anunciaban en XHGC, el canal de televisión en donde veía caricaturas por las tardes; pero la Isla de las Muñecas me atraía porque en aquel tiempo estaba fascinado con las películas de Carlos Enrique Taboada -que repetían día y noche cada que se acercaba halloween- y por la avalancha de cine de terror ochentero gringo en formato Betamax que inundaba las estanterías de los videoclubes. Aparte, mi curiosidad por este misterioso lugar entre los canales de Xochimilco se disparó la vez que vi un reportaje televisivo -con tintes de thriller- en el programa 60 Minutos, cuando lo conducía Jaime Maussan. 

De niño fui algunas veces a la ahora CDMX a visitar a la única hermana de mi abuelo materno, pero nuestras salidas se limitaban a recorrer el zoológico de Aragón, el de Chapultepec y el Museo de Antropología. Es más: recuerdo que una vez hasta a Cocoyoc fuimos, pero Reino Aventura y la Isla de las Muñecas nunca estuvieron en el itinerario de mis viajes familiares chilangos, snif.

Total que crecí y me olvidé de Reino Aventura, de la Isla de las Muñecas y de pasar a la catafixia con Chabelo; pero ahora soñaba con volver al Defectuoso para conocer la editorial donde hacían las revistas Video Risa y entrar al programa de Nino Canún. Cabe aclarar que tampoco se me cumplieron este par de caprichos, snif.

Pasó el tiempo y en agosto del 2017 -sí, hace apenas un mes- me gané un premio por una caricatura que envié a un concurso llamado Caminos de la Libertad, y pues tuve que ir a la CDMX a recibir el premio; y ya estando allá, pues aprovechamos para quedarnos una semana entera para -ahora sí ¡por fin!- conocer la mentada Isla de las Muñecas (porque ni Reino Aventura ni las revistas Video Risa ni el programa de Nino Canún existen ya; Chabelo sigue existiendo porque es inmortal, pero los premios de las catafixias están cada vez más chafos).

Ya instalados en la CDMX, y como buenos viajeros regios que se mimetizan con la Gran Tenochtitlan, tomamos la línea azul del metro en el Zócalo y viajamos hasta la última estación, que es Tasqueña. De ahí abordamos el tren ligero hasta -otra vez- la última estación: Xochimilco. Antes de ir al embarcadero a treparnos a las trajineras, aprovechamos para turistear, tomar algunas fotos y desayunar en el mercado: comimos quesadillas de flor de calabaza, huitlacoche, papa con queso, tacos de carnitas y unos esquites como postre (burp!).

Con la panza llena (llenísima), nos dirigimos al embarcadero de Cuemanco, el cual mis contactos chilangos me dijeron que era el más tranquilo, pues, confieso que visitar Xochimilco me causaba cierta repulsión nomás de pensar en esos videos de Youtube donde salen mariachis, vendedores y güeyes que se caen al agua puerca de lo borrachos que andan. Pero me enteré que había una ruta más "pacífica", más "ecológica", ajena al barullo y a los gustos del turista promedio; y pues ésa fue la que elegimos para navegar por casi cinco horas el lugar.

Y pues: ¿qué les puedo decir de Xochimilco? La palabra "alucinante" le queda corta. Es alucinante cómo el entorno te remonta a lo que fue este patrimonio lacustre hace 500 años e imaginar la actividad agrícola, social, comercial y cultural alrededor de las chinampas de tierra negrísima. Aunque también es muy triste estar consciente de toda la belleza que colapsó con el avance de la mancha urbana. Es una pena saber que el equilibrio natural se rompió para siempre en aras del desarrollo industrial, snif.
Pero, a pesar de esta punzada agridulce en el corazón -y de que los ajolotarios estaban cerrados por ser martes y estar lloviendo-, lo disfruté y me gustó mucho (aparte, tenemos pretexto para volver y -ahora sí ¡por fin!- conocer ajolotes en vivo).

Y, bueno, después de tanta contemplación y reflexión sobre lo cacas que somos los humanos, llegamos al motivo del viaje: la Isla de las Muñecas (¡ay, amachita!). Y pues: ¿qué les puedo decir de este lugar? Esta chinampa es la obra de un loco; de un adulto que se mantuvo niño; de un acumulador compulsivo; de alguien con la misma visión -pero menos recursos- que Edward James, el creador de Las Pozas, en Xilitla, San Luis Potosí. Guardando las proporciones, ambos hombres quisieron darle su toque personal a su espacio y compartirlo con los demás. Y eso está bien chingón. No todos se atreven a algo tan simple. En resumen (para que mejor vayan a conocerlo): la Isla de las Muñecas es un lugar repleto de leyendas de aparecidos y almas en pena; de historias de muertos, guardianes y amuletos; de gente a la que no hay que tenerle miedo, como a los vivos: esos monstruos capaces de enterrar bajo el concreto a la Madre Naturaleza, snif.