miércoles, febrero 22, 2012

Trabajando y turisteando, pero no filosonseando

He querido escribir muchas cosas, pero me cayó un trabajo de México que me ofrecieron estando allá y apenas se concretó la semana pasada y apenas ayer me dieron un adelanto del pago. Por eso no he tenido chance de filosonsear. Pero ya estoy acabando el trabajillo. Es un cómic de 12 páginas sobre la Reforma del Sistema de Justicia Penal (¿y eso con qué se come?) que me pongo a trazar y colorear por las noches. Miren nomás:


Aparte, pues también he estado haciendo las caricaturas y los escritos para el periódico en el que sigo trabajando en Monterrey, que es con lo que me estoy manteniendo acá en Toronto. Aquí les comparto algunas de las caricaturas que he mandado durante el mes:






Y hablando de la escuela, mi maestro Peter –ése que les dije que es comediante, escritor y viajero- tiene una teoría: “Entre mejor sea la comida de un país, peor es su cerveza”.

Pone como ejemplo a México y Alemania: “México tiene una de las gastronomías más complejas y sabrosas del planeta, pero su cerveza apesta; sin embargo, Alemania tiene la peor comida del mundo, pero de las mejores cervezas”, dice.

Durante más de la mitad de la clase Peter nos da ejemplos de cocina mundial y de cervezas. Nunca había analizado el tema desde ese ángulo, y cada que pienso en algún país del que tenga nociones básicas, la teoría de la comida en relación con la cerveza de mi maestro Peter aplica.

Aquí el gobierno controla el alcohol. No en cualquier parte ni a cualquier hora se puede comprar vino o cerveza, snif. Pero así como en México, hay privilegios y triquiñuelas entre autoridades y empresas. Por ejemplo: Molson-Coors es la cervecería que domina el mercado canadiense, y también la que fabrica la peor cerveza. El dueño -o dueños, lo ignoro- tiene concesiones de unas tiendas llamadas Beer Store, donde venden su mierda y la mierda comercial gringa.
Como nota adicional: neta que no sé en qué estaban pensando mis amigos -ésos que alguna vez visitaron este país o vivieron en él- al recomendarme la Molson. ¡Buákatelas! Mejor me hubieran mentado la madre, snif.

Pero por fortuna, las microcervecerías están proliferando en muchas partes del mundo, por lo que la semana pasada me lancé a una de estas burbujeantes empresas. Está efrentito de la CN Tower, en una vieja estación de trenes. Se llama Steam Whistle Brewing, y, cuando uno entra en las instalaciones, huele a pan recién horneado; ay, mamachita:





Está muy buena esta cheve, pero creo que la mejor de todas las que he "degustado" es la Muskoka. Lástima que sólo se consiga en tiendas jineteadas por el gobierno y no en bares ni en restaurantes ni en el mentado Beer Store:



¡Salud!

miércoles, febrero 15, 2012

La ciudad desde el cielo

Volvió a caer nieve sobre la ciudad.

Los pequeños trozos de hielo rebotan en el plástico impermeable de mi chaqueta haciendo un sonido similar al de la grava fina cuando cae sobre el pavimento.

Camino rumbo a la escuela, brincando las placas de hielo duro para no resbalar y hundiendo mis botas en los manchones de nieve. Mi boca podría confundirse con la chimenea de una locomotora que deja a su paso una estela de vapor blanco y espeso.

Llego al edificio de la escuela, entro en el salón de clases del segundo piso y me doy cuenta que la maestra de esa materia ha faltado, por lo que mandan a un maestro sustituto. Se llama Baz; o al menos ésas fueron las tres letras que apuntó en el pizarrón cuando se presentó.

Aparte de dar clases de todo tipo, Baz es el encargado de organizar los viajes para ir a acampar a los bosques y lagos cercanos durante la primavera y el verano. Se considera a sí mismo un Bear Grills canadiense, pero esquelético, moreno y con el pelo hasta los hombros.

Baz sabe hacer fuego, pescar, cazar, cocinar y construir un refugio con lo que tenga a la mano. En clase nos platica que varias veces ha estado frente a frente con un oso -a menos de 10 metros de distancia- y que lo ha ahuyentado “hablándole bonito”, con el lenguaje de la naturaleza. Dice que una vez hizo lo mismo con un coyote y un puma, con resultados similares.

Baz no fuma tabaco ni bebe alcohol. Dice que nunca en su vida lo ha hecho, pero acepta abiertamente que fuma marihuana. Algunos alumnos –casi todos latinoamericanos- se voltean a ver, como asustados. A Baz no le gusta entrar en el tema de la legalización o el combate a las drogas. Le parece ocioso discutir la criminalización de una hierba que crece de manera silvestre como cualquier otra. Se limita a decir que nadie puede decirte qué hacer con tu cuerpo y lo que llevas dentro; me imagino que recalca eso de “lo que llevas dentro” para también dejarnos clara su postura sobre el tema del aborto.

Al terminar la clase, algunos alumnos curiosos se le acercan a Baz con confianza y le preguntan algunas cosas entre risas. Alcanzo a escuchar que aquí la marihuana es tolerada, más no legal. Baz les habla de un lugar sobre Yonge Street, una de las avenidas principales de Toronto. En el número 666 –no es broma-, al norte, hay un lugar donde se puede fumar marihuana sin ningún problema. Baz aclara que hay varios de esos lugares, pero que ése es el que queda más cerca de la escuela.

Es un pequeño local al que le revocaron su permiso de alcohol cuando consiguió –no supo explicarnos cómo- un permiso para que los clientes fumaran marihuana. El alcohol y el tabaco están prohibidos ahí, al igual que la venta de cualquier otra droga. Si alguien quiere entrar debe de llevar su propia marihuana y hacerse sus carrujos dentro. Como dato curioso –o surreal-, Baz menciona que frente a sus puertas siempre hay dos policías vigilando.

Suena el timbre de salida. Ha dejado de nevar pero el frío no cesa. Camino por la calle que cruza frente al edificio de la escuela y veo a algunos alumnos de la clase de Baz caminando por la avenida Yonge, hacia el norte. Bajo las escaleras de la estación del metro y la temperatura se vuelve más agradable. Me quito la gorra y la bufanda y las guardo en mi maletín. Subo a un vagón del metro con rumbo a la CN Tower. Desde hace tiempo que esas estructuras arquitectónicas ya no me sorprenden por considerar su tamaño y su propósito de ser algo absurdo; pero no quiero regresar a casa.

Subo hasta el mirador de la torre en un ascensor de vidrio que me produce un poco de vértigo. Contemplo la ciudad desde lo alto. Enorme y moderna, pero sin el caos que caracteriza a las demás de su tipo. Los edificios, sus techos nevados, el lago, las islas en el lago, las extensiones de árboles deshojados contrastando con la mancha urbana. Me podría quedar aquí por horas. O quizás por años.


sábado, febrero 11, 2012

El cielo y el maniquí

Me gustaba pasear con mi abuela en el centro comercial. Lo que no me gustaba era cuando le compraba calzones y calcetines al abuelo, pues me hacía esperar quieto en un rincón del departamento para caballeros, donde había un maniquí muy feo que me seguía con la mirada. Siempre intentaba esconderme detrás de los montones de ropa en oferta o detrás de un muro con espejos para que la figura no me viera, pero si hacía esto mi abuela tampoco podía verme y se asustaba y empezaba a gritar mi nombre.

Un día el maniquí ya no estaba. Al salir del centro comercial tomado de la mano de mi abuela vi la mitad del muñeco metida en un contenedor de basura. Ya no me siguió con la mirada, pues su mirada ahora apuntaba al cielo.

Desde ese día pude esperar tranquilamente a mi abuela en un rincón del departamento de ropa para caballeros. Aunque no dejaba de llamarme la atención un empleado que pasaba empujando aserrín con algo parecido a un trapeador a lo largo del pasillo. Cada que lo veía, el hombre me sonreía o me guiñaba.

Un sábado al salir del centro comercial tomado de la mano de mi abuela, vi al empleado que empujaba aserrín recargado en el contenedor de basura. El hombre no me vio ni me sonrió ni me hizo un guiño como era costumbre, pues su mirada apuntaba al cielo.

jueves, febrero 09, 2012

Aquí los únicos locos son los que no quieren aprender

Peter es maestro de idiomas. Cuando cumplió 24 años decidió hacer un viaje de 5 meses alrededor del mundo. Juntó el dinero que le habían dado sus padres al graduarse de la universidad con el dinero que había ahorrado en su primer trabajo y compró un boleto de avión sin fecha de regreso.

Asia fue el continente que más le gustó, por eso ha vivido en Corea del Sur, China, Japón, India, Malasia y Tailandia; pero asegura –con un halo de nostalgia en la mirada- que su lugar favorito es Benarés: una de las siete ciudades sagradas del hinduismo a orillas del río Ganges. Peter repite casi a diario la misma frase: “En 5 meses de viaje aprendí más que en 5 años de universidad”.

En sus ratos libres Peter escribe poesía, relatos cortos y chistes. Pone su material en una bitácora personal de wordpress a la que llamó Cotton Bombs. Entre clase y clase se mete en la sala de las computadoras y checa los comentarios y la cantidad de visitas que tiene su sitio por hora.

Peter también hace shows de stand-up comedy en algunos bares y centros nocturnos de la ciudad. Sus temas favoritos –tanto para sus shows como para sus clases- son la política, la economía y la geografía: se jacta de conocer todas las capitales, idiomas y monedas de cada país en el mundo. Peter es admirador de Charlie Chaplin y Lenny Bruce; y una vez salió en un programa de la comediante Ellen Degeneres. Nunca he ido a una de sus presentaciones, pero prometió avisarnos el día, la hora y el lugar de su próximo show. Imagino que ha de ser muy bueno, pues siempre arranca y finaliza la clase con una broma que hace reír a todo el salón.

Peter dice que lo mejor de Canadá es que no tiene una identidad propia. Es una mezcla de muchas culturas. Para él, tener una identidad nacional es un problema, pues eso fomenta un patriotismo enfermizo que provoca rivalidades y odio. “Miren a Toronto: todos los países, todas las religiones, todas las ideologías conviviendo en paz. Aquí a nadie le importa lo que eres mas que a ti”.

Peter también asegura que el sistema político de su país es el socialismo. Odia al alcalde de Toronto -como muchos torontonianos- por ser un hombre capitalista y escandaloso, que aborrece a los inmigrantes, busca aumentar el parque vehicular y reducir las banquetas a la mitad en una ciudad donde el transporte público funciona casi a la perfección y el peatón siempre ha estado primero que el automovilista.

Cuando alguien del salón dice que Canadá es maravilloso, Peter lo niega y dice que los canadienses no son lo que el mundo cree. “Somos igual de mierdas que los gringos, la única diferencia es que somos menos que ellos”. Alega que por culpa de su estilo de vida en el mundo existen las grandes diferencias que padecemos: pocos países muy ricos y casi todos los demás pobres. “Tanta riqueza ha hecho a Canadá un país tan flojo como para preocuparse por los problemas del mundo”, y nos expone el ejemplo de First Majestic Silver, la minera canadiense que recibió del gobierno mexicano 22 concesiones por 3 millones de dólares para extraer oro y plata en más de 4 mil hectáreas de tierra considerada sagrada por los indios huicholes. “¿Por qué tu país permite que hagamos eso? ¿Por qué nosotros no permitimos que ustedes hagan eso aquí? ¿Por qué nosotros no hacemos en nuestro país lo que hacemos en el tuyo?". Y se queda callado, como yo, negando con la cabeza.

Hace un par de semanas Peter me vio usando una de las computadoras de la escuela y me preguntó:

-¿Qué haces aquí?

-Checando mi correo y leyendo periódicos. Ya salí de clases.

-No pierdas tu tiempo, ven a mi otra clase.

-Pero sólo tengo 4 horas diarias. Eso fue lo que pude pagar.

-Prometo no decirle a nadie si tu prometes no decir que regalo mis materias –me respondió sonriendo.

Y desde hace dos semanas tomo una asignatura de más sin costo extra.

El lunes que Peter me vio en su clase, se sorprendió: “¡Wow!, pensé que no aguantarías ni una semana. He invitado a varios alumnos a unirse a este grupo pero duran un día. A veces la gente no quiere el conocimiento ni aunque se lo regalen”, y salió por la puerta del aula. Un compañero me miró y giró su mano apuntando con el dedo índice alrededor de su oído, dándome a entender que Peter estaba loco. Tomó sus libros y se fue. No volvió a aparecerse en esa clase.

Si antes estaba de acuerdo en casi todo lo que decía mi maestro, ahora lo estoy más.

lunes, febrero 06, 2012

Manuel es físico, escritor y chef mexicano. Creo que es de Jalisco, pero la mayor parte de su vida la pasó en la Ciudad de México. Manuel lleva cuatro años viviendo en Toronto, pues su esposa está haciendo un doctorado en la Universidad de York sobre temas ambientales. A Manuel lo conocí gracias a Pedro, un amigo que tenemos en común que también es escritor, diseñador y motociclista viajero. Por “conocí” y “amigos en común” obviamente me refiero a que todo el “contacto” fue gracias a las redes sociales –blogs, twitter, email-, pues los tres vivíamos a más de 1000 kilómetros de distancia uno del otro.

“Tengo un muy buen compa en Canadá, deberías de ponerte en contacto con él”, me sugirió Pedro en un correo electrónico cuando se enteró que me vendría a vivir a Toronto; por lo que días antes de venirme, contacté a Manuel vía twitter. Una vez establecido en el país de la hoja de maple, le mandé un correo para vernos y echarnos unas cervezas.

Manuel ha sido un amable guía turístico estos últimos días. Me ha llevado a conocer gran parte de la ciudad: los antiguos, disímiles y tétricos edificios de la Universidad de Toronto; la variedad de olores, colores y sabores del barrio chino; los contrastes sociales y raciales del mercado Kensington y las avenidas principales de los alrededores. Me ha recomendado dónde comer rico y barato, algunas marcas de cerveza local, cineclubes, teatros y centros nocturnos. Me ha explicado cómo funcionan las rutas de los autobuses y de los tranvías, y algunas políticas, reglas, usos y costumbres de los torontonianos. Incluso ya hasta me invitó a una cena que dará en su departamento en la que horneará un borrego con una de sus recetas.

Fue un fin de semana muy productivo. Creo que al ver las fotografías ustedes sabrán redactar un mejor texto de lo que yo hubiera podido. Saludos.










viernes, febrero 03, 2012

Toronto al mediodía


Muy temprano por la mañana todavía podía escucharse el murmullo de la nieve derretida corriendo a un lado de las banquetas y colándose entre las alcantarillas.

Las delgadas capas de hielo se han ido desvaneciendo irregularmente, permitiendo que las hebras verdes de pasto y hierba que sobrevivieron a las heladas comiencen a brotar en jardines y parques.

El sol pega del lado de la ventanilla en la que recargo mi cabeza en el tranvía. Su luz se abre paso entre el contorno de los edificios y la bruma lejana, pero al tocar mi rostro languidece. Veo destellos de colores que van y vienen, intermitentes, como los recuerdos de los que quisieras no tener memoria. El chirrido metálico del vagón me arrebata de mis pensamientos.

Levanto el cuello de mi gabardina, meto las manos en los bolsillos aterciopelados y bajo del tranvía en un punto de la ciudad donde nunca antes había estado. Al parecer es un barrio musulmán. Un barrio cualquiera para alguien que como yo no cree en las religiones. Camino entre sus calles, sobre banquetas amuralladas por esqueletos de árboles que dibujan telarañas con sus ramas en el cielo.



Después de caminar algunas cuadras entro a un buffet de comida india. Hombres con turbantes y barbas largas; mujeres con vestidos coloridos y lentejuela. También hay japoneses; o coreanos. Y yo. Aquí nadie es extranjero. Me sirvo dos platos y como en silencio. Todo huele y sabe a curry y jengibre.


Pago la cuenta, levanto el cuello de mi gabardina, meto las manos en sus bolsillos aterciopelados y de vuelta a la calle. Tomo el primer tranvía que se detiene frente a mí. No recuerdo cómo regresar a casa. Recuesto mi cabeza en la ventana y otra vez veo centellas de luz que parpadean conforme suben y bajan las siluetas de los edificios. Quizá me baje en otro barrio que no conozco. Otro barrio donde nadie es extranjero.