lunes, diciembre 21, 2015

Mi despertar a la Fuerza

Hablar de Star Wars como fan siempre me ha parecido un acto poco objetivo y algo narcisista, pues a veces creemos que la cantidad de recuerdos y emociones tan intensas que evoca la saga, son propias, cuando la realidad es que hay millones de personas de todas las generaciones que sienten lo mismo que uno. Dicho lo anterior, les platicaré de manera breve mi experiencia personal con estas películas, más que los sentimientos que me brotan a causa de ellas.

Nací en 1976 y a los siete años vi El Regreso del Jedi, en estreno y en la mítica pantalla gigante del Cinema Río 70. No recuerdo que mi padre haya sido fan de la primera trilogía; creo más bien que me llevó al cine a ver el episodio VI porque se lo pedí, movido por el marketing -que en aquel tiempo era una burla comparado con las estrategias de venta de ahora- y porque los hermanos mayores de algunos amigos tenían los monitos de las películas pasadas, y pues a mí me gustaban mucho y quería tenerlos todos. Confieso que la primera impresión que tuve al ver uno de los pósteres promocionales de El Regreso del Jedi, en donde salía Wicket, el ewok, fue pensar que esa cosa peluda parecida a un oso, era un Jedi, pues me sonaba a Teddy. Perdón: estaba chavo, snif.

Está de sobra decir que aquella experiencia cinematográfica en el Cinema Río 70 marcó mi vida, como la de tantas personas. 

Los episodios IV y V los vi después, en alguna matinée del cine Montoya, frente a la Alameda Mariano Escobedo, en donde llegaron a proyectar los tres episodios de corrido. Los vi varias veces en el cine y miles de veces más en las videocaseteras Beta -primero- y VHS -después- del cuarto de mis padres. Recuerdo que cada que invitaba amigos a jugar a la casa, le pedía a mi mamá que me rentara en un videoclub cercano la trilogía de Star Wars, y pasábamos casi toda la tarde adelantando y regresando los cassettes para poner las partes que más nos gustaban: los vuelos del Halcón Milenario, las batallas espaciales y los duelos con sables de luz. Después salíamos a la calle y a los montes baldíos a jugar a "Las Guerras de las Galaxias". 

Soñaba con que me saliera la maroma que se avienta Luke sobre el monstruo Sarlacc. Era la escena que más regresaba y le ponía play. Una vez, en unas vacaciones en la playa, intenté hacer lo mismo que mi héroe favorito en la alberca del hotel: brincar al vacío, darme la media vuelta, sujetarme del trampolín, impulsarme hacia arriba y dar un salto mortal hacia el frente para cachar una imaginaria espada de luz; pero lo único que logré fue rasparme los dedos, sentir un tirón en los brazos y caer de panzazo en el agua, aunque eso no impidió que el resto de aquellas vacaciones intentara emular una de mis escenas favoritas de Star Wars.

Me ponía las camisas de mi padre con un cinturón a la altura del ombligo y una bata de baño encima, para parecer un Jedi; hacía mis sables de luz apagando el foco del cuarto, aventando talco y encendiendo una linterna; también con botes de shampoo llenos de agua con colorante para betún, y, al apachurrar el bote, "se encendía" el sable.

De los episodios I, II y III, prefiero no hablar. Cuando supe que las filmarían, no me emocionó. Yo siempre quise que la historia siguiera, no que se fuera para atrás. Nunca me importó saber de dónde venía Darth Vader. De George Lucas, pues sólo le agradezco haber creado este universo, porque sigo pensando que es quien más daño le ha hecho a su creación.

Más que por sus estrategias de marketing, creo que Star Wars me cautivó -y me sigue cautivando- por su mitología y filosofía. Si no me equivoco, fue el primer acercamiento que tuve con "lo espiritual", "lo místico", con los conceptos del bien y el mal; la luz y la oscuridad; el destino, la omnipresencia, la omnipotencia de "algo". Y si no fue mi primer acercamiento, las primeras tres películas sí vinieron a aclararme -y reforzar- lo poco que comprendía algunos de estos conceptos.

Por lo tanto, con El Despertar de la Fuerza, para mí no fueron 10 años de espera: para mí fueron 32 años de espera. Y vaya que valieron la pena.

martes, diciembre 15, 2015

Zona de confort (segunda parte)

Como les platicaba en la primera parte, no estoy de acuerdo con la percepción negativa que algunas personas tienen sobre lo que conocemos como "zona de confort”, término que -lo aclaro para no caer en simplismos ni en coaching barato- va más allá de estar todo el día tirado en una cama o "no tomar riesgos".

Aclarado lo anterior y basándome en experiencias personales y en lo que YO entiendo como zona de confort, confieso que siempre he pensado que quienes te dicen que salgas de tu zona de confort, más que no haberla alcanzado, están muy cómodos en la suya: juzgando a los demás sin juzgarse ellos mismos.
Si se fijan, esas personas sieeeeempre tienen grandes ideas para uno, pero nunca para ellos; siempre dicen qué harían ellos si fueran tú, pero nunca nos enteramos qué hacen ellos siendo ellos; y siempre tienen tiempo para todo y para todos, menos para ellos. Siempre tienen proyectos millonarios, ideas para que tu negocio prospere, para que explotes tu talento, etc.; pero, según ellos, estás atrapado en tu zona de confort, desaprovechando todo ese potencial que ven en ti pero nunca ven en ellos.

Lo más chistoso es que a estas personas les sobran pretextos cuando les reviras sus cuestionamientos: "No, pero es que yo no tengo tu talento; pero si lo tuviera, bla bla bla" o: "No, pero es que a mí no me interesa eso, yo estoy bien así, pero tú deberías bla bla bla", y cosas por el estilo. Si algo he aprendido es que a los enemigos de la zona de confort no hay que cuestionarlos sobre su propia zona de confort, porque si les haces ver que están en ella, se enojan y dicen que eso no es zona de confort; y si les haces ver que no la han alcanzado a pesar de tanto trabajo y sacrificio, los pones a pensar y les explota la cabeza.

Ten en cuenta que cada que hagas algo para facilitarte la existencia, esta gente pensará que estás hundiéndote en tu zona de confort. Para ellos, ser práctico es ser comodino; no haber alcanzado el éxito como ellos lo entienden, es ser un conformista. Estoy seguro que si consiguieras un trabajo cerca de tu casa, con toda la intención de no levantarte temprano y tener la posibilidad de llegar caminando para así evitarte el caos vehicular matutino y regresar temprano al finalizar la jornada laboral, los enemigos de la zona de confort de volada te tacharían de mediocre por pensar así, ya que la mayoría de ellos -según mi experiencia- piensa que la vida es de múltiples sacrificios, obligaciones y responsabilidades; por lo tanto, "nada es fácil", y mientras no busques "partírtela", no saldrás de tu zona de confort.

No sé ustedes, apreciados lectores, pero yo creo que el hombre puede llegar a ser lo suficientemente inteligente y libre como para tomar decisiones que le favorezcan, y una de estas grandes decisiones es no complicarse la existencia. Y pues no sé ustedes, chavos y chavas de onda, pero yo creo que la vida no debería de ser sacrificio ni chinga voluntaria; tampoco una lucha continua o una competencia descarnada, pues la línea de meta siempre es el panteón y, pues, sabiendo esto, muchas cosas que creemos verdad comienzan a perder sentido.

Como paréntesis y a manera de ejemplo, las víctimas más comunes de este bullying zonadeconfortista, son por lo general los artistas y quienes no quieren tener hijos (¡me cayó el saco!).

Si encajas en cualquiera de estas categorías -o en ambas-, seguro escucharás la cantaleta de "Si tuvieras hijos saldrías de tu zona de confort; los hijos te obligan a moverte, a buscar más, a bla bla bla". Bueno, si uno no es un culero, esto es lógico: hay que darle de comer a otra boca, hay que batallarle más; sí, hay que moverse. Lo que estas personas no entienden es que precisamente uno no tiene hijos para no salir de su zona de confort. A lo que les pregunto: ¿qué problema hay en ello si es una decisión consciente?

Si eres artistas, igual: "Estás ahí muy cómodo haciendo tus dibujos (esculturas, bailes, escritos o performances), en tu zona de confort, sin visión emprendedora, viviendo en la bohemia y bla bla bla". Muy bien, respeto su punto de vista, pero los reto a que vivan un mes de su capacidad artística y creativa, a ver si  los artistas están "tan cómodos en su zona de confort sin ser millonarios pudiendo serlo". Hacer algo que brota de la imaginación y vivir de ello -o intentarlo, al menos-, es muy reconfortante, tanto mental como espiritualmente, por lo que tampoco le veo el problema de "estar ahí". Créanme que el artista siempre anda buscando los medios para subsistir sin dejar de hacer lo que le apasiona; a veces le pega, a veces no, y hay que seguir buscándole. No todos podemos ser Dalís, Picassos o Rembrandts, y pues: ¡perdón, neta que mil perdón! Y si esto es mal visto por ser "zona de confort", pues está cabrón.

Por eso les recomiendo a ustedes, enemigos de la zona de confort, que vayan y agarren todas las responsabilidades y obligaciones y proyectos y actitudes emprendedoras que quieran -si tan importantes se sienten-, nomás a nosotros déjenos en paz, ¿sí?

¿O qué entienden ustedes por "zona de confort"?

miércoles, diciembre 02, 2015

Old Arcade City

La calle El Roble está a espaldas del Gimnasio Nuevo León. Es una pequeña arteria vial antes de llegar a la convulsionada avenida Gonzalitos, viniendo por Ruiz Cortines de poniente a oriente. En la intersección de estas calles hay un edificio de locales comerciales que lleva años abandonado, salvo por un local en donde sacan copias y un Alcohólicos Anónimos en un extremo de la primera planta. En una pequeña caseta, sentada en un banco de plástico, una mujer cobra una cuota fija por el uso del estacionamiento a quienes compran flores en un negocio aledaño para dejárselas a sus muertos en el panteón de enfrente; pero es más común que usen los cajones del aparcamiento quienes van a los eventos deportivos que se llevan a cabo en el gimnasio estatal. En este edificio, como si se hubiera congelado en el tiempo, sigue estando este lugar:
Recuerdo haber ido alguna vez, aunque acostumbraba más ir a jugar al Chispas o al Playland de Galerías Monterrey. En aquella época, la clínica veterinaria de mi padre estaba en contra esquina del Gimnasio Nuevo León, frente al Cinerama 2000, que luego se convirtió –creo– en oficinas de Agua y Drenaje. De hecho, si no me equivoco, el primer trabajo de mi padre como funcionario público, fue en ese recinto deportivo.

En el Mr. Do! conocí al Mr. Do!, el juego del payasito que escarba túneles para recolectar cerezas mientras es perseguido por monstruos, a los que destruye dejándoles caer encima manzanas gigantes. 

Al asomarme por el cristal, alcancé a ver como diez maquinitas clásicas llenándose de polvo. Un Galaga y un Dig Dug entre ellas, con las palancas y los botones intactos. Una pena. El señor de las copias dice que, en más de veinte años, sólo dos veces ha visto a los dueños del lugar. Una de esas veces el hombre les comentó su intención de rentarles el espacio para ampliar su negocio de copias, pero estos se negaron, a pesar de que llevaba ya tiempo cerrado, como hasta ahora.

Quizás los dueños, sumergidos en la nostalgia, pretenden dejar su local intacto, como vestigio de una antigua ciudad en donde alguna vez el cerro de la silla se vio más pixeleado.