jueves, febrero 28, 2019

Bar Pueblo Viejo

El Pueblo Viejo es el más reciente de mis descubrimientos cantinescos. Aun y con el poco tiempo que tengo de frecuentarlo, me atrevería a asegurar, sin temor a equivocarme, que es una de las 5 mejores cantinas que hay en Monterrey; tanto por su comida, ubicación, ambiente, servicio al cliente, precios... pero sobre todo por su comida.

Conocí el Pueblo Viejo apenas el año pasado gracias a un cliente frecuente del club/cantina Revolución: aquel señor del que les platiqué en el escrito de la semana pasada; ése que, estando yo un jueves sentado en la barra de dicho establecimiento, se acercó desde la mesa del fondo para invitarme a unirme al banquete que él y su grupo de amigos septuagenarios habían llevado; costumbre que repiten todos los jueves desde hace ya algunos años. 

Total que ya entrados en la plática, el don del Revo me dijo que, si me gustaba comer bien, tenía que ir al Pueblo Viejo. Y pues me quedé en blanco, pues confieso que nunca había escuchado hablar de tal lugar. Cuando me explicó en dónde estaba ubicado el lugar, me sacó mucho más de onda, pues por un tiempo ésa fue mi ruta casi diaria para salir a la avenida Constitución, pero nunca me percaté de que en esa calle había una cantina (y mucho menos una cantina de esa calidad).

La ubicación del Pueblo Viejo es la siguiente: yendo por Héroes del 47, pasando Washington, hay un puente entre el edificio La Capital (donde dicen que vive nuestro flamante gobernador) y el río Santa Lucía. Al bajar ese puente hay una bifurcación: la calle que da para la izquierda, hacia Felix U. Gómez, es la calle Tacuba. Ahí sobre esa calle, en el número 1600, está el bar Pueblo Viejo.

Con apenas 20 años de existencia, creo que esta cantina se convertirá en un clásico, como lo son el Indio Azteca y la Zacatecas; y también en un referente del buen comer en nuestra ciudad. Y ´ora verán por qué lo digo.

El menú del Pueblo Viejo es variado y de muy buena sazón. Hay cortadillo norteño, mariscada empanizada con papas, filete de pescado al gusto, caldo de mariscos, camarones al gusto, chuletas en salsa y  -lo que en pocos lugares de la ciudad ofrecen, si no es que en ninguno- ¡criadillas de toro a la mexicana! Sí, estimad@s lector@s: en el Pueblo Viejo sirven testículos de toro en salsa para comer. Échenle un vistazo a las fotos (ya que de la vista nace el amor) e imaginen los aromas y sabores de estos platillos:
Mariscada. ¡Las papas! Tan sencillas y tan sabrosas, porque no son "de bolsa".
Cortadillo norteño con frijoles y bolsa de chile piquín, para los valientes que quieran sudar un poco.
Filete a la Ramiro (o a la  Rubén, jaja, no me acuerdo; pero es el nombre del cliente que lo inventó)
Las míticas criadillas de res.
La comida en el Pueblo Viejo se sirve de 1 a 7 de lunes a viernes, y los sábados de 1 a 5. Los platillos cuestan $120 pesos y la cerveza $26, al igual que los refrescos. Se supone que al lugar sí entran mujeres, pero las 5 ó 6 veces que he ido, no he visto ninguna (salvo la señora que atiende las mesas). Este bar tiene también un patio amplio y techado donde hay un asador, y, ¡bendito sea el señor!: NO HAY MÚSICA. Sí, así es, amiguit@s: en este lugar todavía hay gente que no tiene pedos con estar calladitos, tranquilitos, escuchando su respiración y sus pensamientos sin temor a suicidarse o a conocerse a sí mismos; gente que no siente que entró a un velorio nada más porque todo está en silencio y en paz.

Otra cosa que me llamó mucho la atención de este lugar y me pareció algo muy chingón: cliente que llega, cliente que dice "¡Buenas tardes!" para todos, y si conoce a alguien de la barra, se agarra saludando a todos los que están sentados en ella. También entran vendedores de todo tipo, y me ha tocado ver que los clientes son muy espléndidos con ellos. Entran boleros, señores que venden cintos, sombreros, carteras, tamales y hasta una señora con sus hijas pequeñas que vende pays, rebanadas de pastel y galletas. Como dato curioso: de las 5 ó 6 veces que he ido, dos personas me han invitado cervezas porque resultan conocidos del conocido del conocido de alguien en común, jaja.
El señor que vende tamales. El de negro le pidió como 10 docenas para el día siguiente, para un evento
Y bueno, como toda cantina, el Pueblo Viejo tiene sus personajes folclóricos, pero quien sobresale de entre todos ellos es don Cuco, el cantinero: una enciclopedia andante del Monterrey antiguo. Don Cuco te conoce todas las cantinas modernas y de antaño de la ciudad; todas las calles, restaurantes, boticas, carnicerías y tienditas que ahora son sólo fantasmas del ayer. Don Cuco se acuerda de todos los clientes, de los papás de los clientes, de los hijos de los clientes y ex clientes, de sus profesiones, de sus orígenes... ¡de todo! Tiene una memoria privilegiada el señor. Y es que de niño don Cuco trabajó como repartidor en un negocio de hielo, y parte de su trabajo era ir a surtir de hielo todas las cantinas del centro de la ciudad; por lo que, con el paso del tiempo, fue coincidiendo de nuevo con aquellos clientes asiduos a las cantinas desaparecidas de su infancia y juventud. La verdad, platicar con don Cuco es un vívido viaje al pasado. Ah, y aparte hace trivias: " A ver si usted sabe... ¿cómo se llamaba la cantina que estaba en bla bla bla?", y te dice nombres de colonias y esquinas y referencias y los nombres antiguos de las calles del Monterrey de hace 50 años, mientras garabatea en una servilleta flechas y círculos. Todo un personaje el cantinero del Pueblo Viejo.

En fin, estimados lector@s, esto es todo por esta semana. Todavía me falta conocer al cocinero de este lugar y probar uno que otro platillo, por lo que seguiré yendo el mes que entra. Espero topármelos por ahí algún día de estos. ¡Salud!
Don Cuco tomándose un break después de andar en chinga en la hora pico del bar.

jueves, febrero 21, 2019

El Revolución

El Revolución es más club que cantina. Y por "club" me refiero a que "se reservan el derecho de admisión", pero no por sangrones, racistas o clasistas; ahorita les explico el porqué.

Después de la ola de inseguridad que azotó la ciudad de Monterrey hace algunos años, muchos de estos lugares no tuvieron de otra más que cerrar definitivamente; otros cerraron un tiempo, pero volvieron a operar de manera más discreta para así evitar clientes sospechosos, cobros de piso o extorsiones: éstas dos últimas, prácticas criminales que acabaron con muchos negocios de este giro en la última década. 

Un club es por lo general una cantina que ya sólo abre para quienes eran los clientes asiduos del lugar o para los amigos y conocidos del dueño. En el Revolución, si no te reconocen en el monitor que está conectado a las cámaras de la banqueta, no te abren. Si uno quiere tomarse una cerveza en este lugar, hay que ir recomendado por alguien que sea cliente regular o conozca al dueño. De hecho, es raro que vayan desconocidos al Revo, pues no hay anuncio afuera ni ruido que lo delate. Y creo que así está mucho mejor. Es como esas playas solitarias o pueblitos pintorescos que uno descubre en algún viaje y prefiere no dar la ubicación exacta para que no se llene de gente; para que mantenga esa esencia que nos cautivo y, en nuestra siguiente visita, siga intacta.
Yo di con el Revolución gracias a un lector de mi cuenta Twitter. Él fue quien, en una plática cantinesca, me lo recomendó y le comentó al dueño que iría ese día; cosa que agradezco mucho, pues, a la fecha, voy una o dos veces a la quincena a este lugar. Una de las razones por las que sigo yendo, es porque es un establecimiento muy tranquilo. La otra razón, por los clientes, que son muy amables. Y ahí les va un ejemplo de por qué digo que los clientes son muy amables. 

Como les decía, al Revolución van los parroquianos de toda la vida. Hay varios grupos de señores que tienen su día específico para reunirse: algunos van los lunes, algunos los jueves y otros los sábados. Yo fui un jueves la primera vez, y me tocó un grupo muy particular. Es un grupo de señores de entre 60, 70 y 80 años (algunos de ellos, masones) que pegan varias mesas al fondo del bar y ahí se ponen a platicar, a beber y comer. Cada jueves un miembro distinto de ese grupo lleva la comida, ya sea preparada o para que Mario, el cocinero, la prepare en el asador del patio o en la cocina.
Carne asada, queso con chorizo y cebolla.
Tortitas de papa con arroz y ensalada. Pero antes me llevaron una sopa de fideos muy buena.
Ese día yo estaba sentado en la barra y un señor del grupo de los jueves se me aceró, se presentó y me dijo que me sirviera comida. Yo, apenado, le dije que no, que muchas gracias, y mentí diciendo que ya había comido. El hombre como que me leyó la mirada, me jaló del brazo y me insistió: "Sírvase, le digo. Aquí todo es de todos, mi amigo". Y pues se me pasó la vergüenza y le hice caso al señor y me fui a serví un poco de lentejas y un par de tacos de cabrito (sí, habían llevado cabrito; así de chingonas están sus comidas/cenas de los jueves). Total que le agradecí la atención al don invitándole una cerveza. Y brindamos desde lejos: yo, desde la barra; él, desde las mesas del fondo.

Al irse, el hombre se me volvió a acercar y me dijo: "Aquí estamos todos los jueves, para que venga, si gusta. Aquí todo es de todos, mi amigo". Esa frase de "Aquí todo es de todos", que repitió un par de veces, me pareció bien chingona. Y fue así como empecé a ir algunos jueves al Revo. A veces llevo algo para botanear -frijoles a la charra, queso gouda en cuadritos, etc-; otras veces he llevado palmas de ésas que estoy dando en adopción desde hace un par de años, para que, el que guste, se las lleve a su casas o a su quinta campestre, si es que tiene. Las anécdotas que he escuchado han sido tantas que requieren un escrito aparte, pues éste es sólo la presentación del Revolución; lo que sí les puedo decir es que por esos señores he conocido otros lugares de los que no tenía ni idea. De hecho, uno de esos lugares -recomendado por el mismo señor que me invitó la primera vez la comida- se está convirtiendo en mi cantina favorita por la calidad y la sazón de la comida (aparte, venden criadillas de toro: ¿quihubole?, ¿las han probado en Monterrey?), pero ése también es tema de otro post.

Y bueno; como podrán deducir, el Revolución tiene un ambiente muuuy tranquilo: como me gusta. Es uno de esos lugares que quizás a cualquier otra persona le aburriría porque o "no pasa nada" o "no hay viejas" o no hay música estridente. Pero sí, hay botana, que es más como una pequeña comida corrida sin costo; la cerveza está entre los 25 y los 30 pesos (depende cuál pidas); cierra sus puertas a las 10 de la noche (o dependiendo el evento, pero casi siempre es tempranero) y el patio lo prestan para carnes asadas. Si alguien gusta ir, dígame y lo llevo; está en el centro de la ciudad, cerca de unos famosos baños de vapor de los que ya escribí una crónica hace un par de años. ¡Salud!

miércoles, febrero 13, 2019

Mi Último Refugio

Hay una canción del llamado Rey del Bolero Norteño, Juan Salazar, que se titula "Mi Último Refugio". He ahí la razón del nombre de este lugar. 

Mi Último Refugio es una cantina modesta, de poca concurrencia, que está desde hace 23 años sobre la calle Isaac Garza, pasando Zaragoza. Antes tenía otra ubicación -allá por Tapia y Amado Nervo-, por lo que, si se suman los años que estuvo allá con los que lleva aquí, dan 33 años de vida en total. 

Los clientes regulares de Mi Último Refugio son los amigos de don Abel, el dueño, que se reúnen con frecuencia a jugar dominó, a ver partidos de futbol o a escuchar la rocola con música que va desde Fleetwood Mac y Pink Floyd hasta Dyango y César de Guatemala.

Los sábados, don Abel ofrece botanas a los comensales: frijoles a la charra, arroz, chicharrón en salsa verde, carne de puerco con calabacita, guacamole con pico de gallo o lo que prepare ese día. Comenta don Abel que antes daba botana todos los días, pero "le ganaron los años". A veces los clientes llevan comida para que don Abel le ponga su sazón y se las cocine, y ofrece un poco a los demás clientes, sean o no del grupo que llevó la vianda. Los sábados es también el día en que el hijo de don Abel va a echarle la mano a su padre en la barra y en la cocina, pues entre semana trabaja como abogado.
Mi Último Refugio tiene una pequeña terraza escondida en donde se puede asar carne en una vieja parrilla bajo una chimenea de ladrillos; el lugar lo transporta a uno al centro de Monterrey de hace 50 años: cuando todos esos negocios eran aún casas habitación, con sus cuartos al fondo y sus patios centrales. 
En la mesa de atrás se escucha el golpeteo de las fichas del dominó. "¡Les hicimos zapato!", exclama uno de los hombres mientras "hace la sopa". Los perdedores de esa partida se ponen de pie y en su lugar se sienta la pareja retadora. Uno de los perdedores se dirige a la rocola, saca una moneda de $10 pesos de su bolsillo y la introduce en la ranura de la sinfonola...

"Mi úuuultimo refugio, pensé que fueras tú, y fue mi gran fracaso, poner mi fe en tu amor..." 

¡Salud!

miércoles, febrero 06, 2019

El Rana´s Bar

Sobre la calzada Madero, antes de llegar a Diego de Montemayor y justo al lado de los tacos y hamburguesas "El Chino", está el Rana´s Bar. 

Pareciera una ubicación "complicada" para un negocio de este giro, pues lo escoltan en cada esquina de Diego de Montemayor dos de las cantinas más antiguas y míticas de Monterrey: el Indio Azteca (1920) y la Zacatecas (1949). Pero esta ubicación, en vez de ser un tiro de gracia, pareciera más una ventaja para acaparar a los clientes que no alcanzan lugar en dichas cantinas. El Ranás nunca se ha amedrentado ante este par de gigantes; por eso desde el 6 de enero de 1977, el Rana´s sigue ahí, atendiendo comensales. 

Y no es sólo por su ubicación  privilegiada que el Rana´s continúa de pie. La verdad es que no le pide nada a esos dos establecimientos famosos en muchos aspectos (y que conste que soy fan del Zacatecas, pues voy ahí desde hace como 20 años). En el Rana´s la cerveza es más barata (25 pesos) y la botana es sabrosa, variada y abundante. El sazón de la señora Yola, quien está detrás de la barra y de la estufa, es tan mágico que unos simples tacos de albañil (frijoles con chile, comino, chicharrón y tortilla dorada) son una exquisitez. Y qué decir de los trocitos de elote con mayonesa, el caldo de pollo, las flautas y la estrella de todos los platillos (que se sirve sólo una vez al año: el día que cumple años doña Yola): el asado. ¡Uuuufff!
Elote con mayonesa y chile.
Frijoles a la charra.
Tacos de morcón.
Tacos de albañil con revoltijo.
Flautas.
El mítico asado que prepara doña Yola en su cumpleaños.
En el Rana´s también hay variedad. Los miércoles toca el grupo de rock Pimienta Negra y los jueves toca el decano de la bohemia: Hugo de Haro. También pasan los partidos de futbol de los equipos locales y hay rockola con música de diferentes géneros. Al Rana´s sí entran mujeres; y entran también fara faras, duetos, boleros, vendedores de lotería y vendedores de miel, chile piquín pistaches, fruta cristalizada y demás productos. Como dato curioso: uno de estos vendedores ya hasta tiene su propia marca de especias en polvo.

Ya para rematar, en el segundo piso del Rana´s (sí, tiene segundo piso) hay un salón muy amplio con baños, rockola y una terraza que da a un fresno enorme; la terraza tiene lavabo, asador/ataud para un cabrito y todo lo necesario para organizar eventos.
Pimienta Negra en acción.
Dueto.
Hugo de Haro, quien toca en varios bares de Monterrey desde hace aaaaaños. 
Los productos de el Jerry: un vendedor de cantina en cantina con visión de empresario.
El Rana´s abre de lunes a sábado desde el mediodía y cierra hasta la una de la madrugada, o dependiendo de la concurrencia. Échense la vuelta a este lugar. No se van a arrepentir.