martes, noviembre 29, 2011

Reflexiones de la mudanza

Conforme voy vaciando la casa de muebles, los ruidos -incluso los que pudieran pasar desapercibidos- comienzan a tener eco. Las pláticas ya no se meten debajo de los sillones ni las risas se esconden atrás del refrigerador. Ahora todos los sonidos rebotan en paredes, escalones, rincones y techos; como estoy seguro que lo harán los recuerdos de mi vida en esta ciudad en las paredes de mi memoria.

No lo había pensado hasta que me lo dijo un amigo mientras observábamos en silencio el cuarto donde antes hubo una sala y un comedor: "¿Estás consciente de que si regresas vas a llegar y no vas a tener nada? Ni casa, ni cama, ni un vaso, ni un plato, ni una silla... Nada de nada". Pensé que su comentario -que resonó en todo el cuarto- me mortificaría; pero al contrario: como que le agregó sazón a este viaje. A donde voy tampoco tengo nada ni a nadie, ¿cuál es la diferencia?

Tan sencillo que es tomar el ejemplo de los pájaros que llegan a diario a mi balcón: comen, beben y anidad donde pueden. Nunca les hace falta comida, ni bebida, ni dónde anidar. Eso sí: deben mantenerse volando.

“No tengo dinero, ni bienes, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo”. Cito al escritor Henry Miller porque siento algo parecido a esa frase. La diferencia es que yo sí llevo un poco de dinero, algunos bienes y, eso sí, muchas esperanzas. Creo que podré ser tan feliz como él lo fue.

viernes, noviembre 25, 2011

Post corto, variado y ligero

Alejandro Del Valle, un colega dibujante y lector de este blog, me regaló una pequeña obra de arte digital basada en mi cuento "El niño, la niña y el pez", publicado en el libro Diarios del Fin del Mundo.



El Cartún Pérez, otro colega monero que trabaja para grupo Milenio, hizo esta caricatura de su seguro servidor, una tarde de ésas en que nos fuimos a la cantina Zacatecas a comer, beber y chismear de otros moneros.



Y recuerden que tengo twitter. Ahí más abajo está la ventanita donde pueden entrar a leer lo pinche graciosísimo que soy.

Buen fin de semana.

miércoles, noviembre 23, 2011

Sindicatos charros

Si no te ha caído algún grupo de criminales a pedirte cuota para dejarte trabajar, no te preocupes, para eso también existen los llamados “sindicatos charros”.

No entiendo muy bien qué chingados sean, cómo se formen, por qué los aguantamos y por qué tienen tanto poder, pero deberían de revivir a Hitler para que los mande a todos a la verga.

Resulta que hace algunos días me cayeron en el negocio un trío de personas muy curiosas. Eran dos mujeres que pasaban los 50 años y un señor de lentes que rondaba la misma edad. Los tres tenían una pinche cara de burócratas que no podían con ella. Una de las señoras, que al parecer era la líder del grupo, me entregó una fotocopia de un “documento” que era algo así como un citatorio que decía que los “Trabajadores de la Industria Automotriz” harían un emplazamiento a huelga si mi negocio no pagaba la cuota de afiliación a su sindicato y firmaba un convenio de no sé qué madres. Y que tenía que ir a "arreglar eso" tal día a tal dependencia.

Sin entender muy bien qué chingados estaba pasando, les pregunté que yo qué demonios tenía que ver con esos güeyes de la industria automotriz, si yo vendo cajas; y que a qué convenio se referían y que qué huelga iban a hacer y por qué. Y el ruco –que no traía ni los pinches zapatos boleados- me aventó un rollo lleno de tecnicismos legales, me mencionó artículos de la constitución, dijo algo de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje y puras mamadas. Y yo seguía sin entender las razones de la exigencia de un pago.

Cuando leí por segunda vez el documento, me di cuenta que, para empezar, el nombre del negocio estaba escrito por anca la fregada. Ni siquiera se acercaba al nombre real. Se los hice saber y se voltearon a ver entre ellos y pusieron cara de pendejos. Lo segundo que les dije fue que en el negocio sólo habíamos dos personas, que el negocio no tenía ni madres que ver con los automóviles y que ¿quién chingados iba a hacer una huelga si nomás éramos dos empleados? Y volvieron a poner sus caras de pendejos y me volvieron a soltar un rollo burocrático insoportable y me hablaron de leyes y de protección a los empleados y me preguntaron pendejadas varias. Total que les dije que pasaran a retirarse, que no sabía de qué chingados me estaban hablando y que me dieran chance para hablar “con mi abogado”. La ñora lidercilla me dejó una tarjeta con su teléfono y se fueron, amenazando que regresarían cuando corrigieran los errores del “documento”.

Esa misma tarde le hablé a un amigo que es abogado para que me explicara qué pedo con eso, y me dijo: “Ah, esos putos son sindicatos charros. Quieren dinero. Mejor dáselos porque si no, no te los vas a quitar de encima. O si conoces a alguien en Conciliación y Arbitraje, dile que te haga el paro… pero está cabrón, si te deshaces de ellos, te van a caer otros”. Cuando le pedí a mi compa que me explicara la razón para darles dinero, simplemente me dijo que "así era la cosa". "¡Órale!", pensé.

Total que ya, averigüé si tenía algún conocido que tuviera conocidos en esa mierda de dependencia de gobierno y resultó que sí, pero esta persona me dijo lo mismo: “Estos cabrones lo que quieren es dinero. Son parásitos del sistema y te van a estar jode y jode y jode hasta que les des dinero. Incluso, si no les das, te puede caer una multa. Mejor deja ver si consigo un sindicato baratón, de ésos que con 1500 pesos anuales se van de nalgas”. Cuando le pregunté que por qué chingados, que me diera una razón, me dijo algo similar a lo que me dijo mi compa el abogado: "No trates de entenderlo: así es este sistema de mierda".

Y pues ya. Me di cuenta que de la cogida no me iba a salvar. Y me resigné. Me habló mi compa el abogado para ver cómo me había ido con el asunto, le platiqué y me dijo: “Mejor que te caigan esos cabrones de los sindicatos charros a pedirte 1500 pesos al año, a que te caigan los malandros a pedirte esa cantidad por semana, ¿no crees?”.

Lamentablemente, tiene razón... y es un consuelo agridulce.

¡Viva México fallido!

viernes, noviembre 18, 2011

A favor del viento

La brisa de otoño y las hojas que arranca caminan conmigo. Aunque en el fondo ellas saben que fui yo quien decidió caminar a su lado.

Algunas hojas rozan el empeine de mis zapatos. Otras de color más pálido me regalan un crujido suave al dejarse pisar.

Las hojas acompañan mis pasos siempre y cuando no vaya en contra del viento.

Antes me gustaba ponerme de frente al viento. No era por llevarle la contra, era simplemente caminar, volver la vista atrás y pensar que todas esas hojas rodantes eran el montón de ofensas, fracasos o algo desagradable que pretendía olvidar. Creía que el viento, haciéndome un favor por dirigirme hacía él, se las llevaba para siempre.

Pero el lugar de donde nace el viento es como ir a donde comienza el arcoíris: no puedes llegar.

Entonces retomé lo que todos sabemos: que la Naturaleza es la Naturaleza y sólo por eso es sabia y perfecta. Deduje que si el viento soplaba hacia determinada dirección era porque la Naturaleza así lo quería.

Por eso mejor decidí caminar con la brisa de otoño y las hojas que arranca. Ahora no miro hacia atrás, pues la corriente de aire empuja las hojas hacia adelante. Hacia donde voy. Dejé de ver las hojas como todo lo funesto que quisiera olvidar y decidí verlas como novedades y oportunidades. Algo que me espera en el lugar donde el viento dejará de soplar a mi espalda y soplará en mi rostro al llegar.

martes, noviembre 15, 2011

Galletas subversivas

Al salir de mi casa compré unas galletas integrales con ajonjolí que nunca antes había visto en la tiendita a la que acostumbro ir. Al llegar a la oficina y abrir el paquete con cuatro, me encontré con un escrito: cual mapa de tesoro pirata escondido en el marco de un cuadro. Es algo así como un poema que no rima, pero el detalle de ponerlo en unas galletas, el trasfondo sentimental y de protesta, se me hizo muy chingón, pues refleja el sentir de muchos regiomontanos.


Aquí les presento el texto íntegro:

Desde el cerro de la silla

Entre el pesar y la tristeza

No puedo dejar de comentar

que el brillo de Monterrey

poco a poco se nos va en

un torbellino de maldad.

Toda la belleza de su entorno,

la fortaleza de su gente,

el sol, ese sol de don Alfonso Reyes.

Su grandeza acumulada,

su río seco a ratos,

y a ratos gran afluente.

Hoy no son nada...todo ausente.

Hay luto...

Mucho dolor en el ambiente.

A diario suena la impunidad,

la cínica desvergüenza del poder,

ahogándose en su mediocridad

y su peste.

Abramos el corazón.

Regresemos a nuestro interior

y encontremos ahí

la paz ausente.


Lee Po Julio 2011

Cuando hasta un empaque de galletas se queja de esta pinche situación que vivimos, es porque en verdad estamos de la rechingada.

Otra cosa: ¿ven cómo es posible alzar la voz desde cualquier trinchera? Nomás faltan huevitos y salir de la zona de confort.

Ya quisiera ver a Marinela o Sabritas haciendo esto a nivel nacional.

lunes, noviembre 14, 2011

Atento aviso

Por favor a quien no le haya llegado su libro de Diarios del Fin del Mundo o las playeras del Escuadrón Retro con las calcas, avíseme. Me han devuelto algunos paquetes hasta dos veces porque no hay nadie en el domicilio indicado o no han hecho caso al aviso que deja el Servicio Postal Mexicano del lugar al que hay que ir a recoger los paquetes si no hay quien firme de recibido. Recuerden que estaré en México hasta el 15 de enero; después de esa fecha no podré mandar más paquetes. Gracias y buen inicio de semana.

viernes, noviembre 11, 2011

A ver: todos ésos que están mame y mame y mame con que ya me vaya, con que ya no me despida, con que ya me largue a la verga... ¿cuál es su pinche pedo?

¿Nunca se han ido a vivir a otro país o qué chingados? Qué digo "irse a vivir": ¿nunca han sacado una pinche visa o un pasaporte? ¿No saben que hay ciertos requisitos y trámites y papeleo que hay que hacer y que a veces tarda un poco?; más si vas a ir a residir a otra tierra.

Ya, para que puedan dormir tranquilitos y la fecha de mi viaje no les quite el sueño, les aviso que mi avión sale el 15 de enero; así es que se joden y de aquí a dos meses van a seguir leyendo mis pinches quejas y mis pinches amarguras por seguir en esta ciudad. Y apréndanse bien mis posts, porque les voy a poner examen, culeros.

Bueno, ya. Les dejo dos caricaturas que hice en la semana.



martes, noviembre 08, 2011

Las andanzas de una mudanza


Tengo un plazo de 15 días para dejar la casa en la que he vivido este último año. Quince días para explicarles a las aves que llegan a diario a la terraza y al patio que me voy, y que posiblemente los nuevos inquilinos no tengan la intención de alimentarlas.

Las estanterías de los muebles están casi vacías y la mesa y las sillas del comedor están llenas de cajas llenas de libros, discos, películas y adornos.

En las mudanzas uno recuerda por qué no es bueno acumular tantas cosas. Como quiera ese valor sentimental por un adorno o el renglón más importante del libro que cambió tu vida quedan guardados en la memoria y en el corazón, y los cargarás para todos lados.

Aún no encuentro cliente para mi sala recién tapizada ni para mi cama. La computadora de escritorio, el reproductor de devedes y el viejo televisor que pocas veces encendí para ver las series que rentaba, ya tienen nuevo dueño. El refrigerador, al parecer, me lo compran esta semana.

A la mayoría de las personas les da gusto mi partida. Quiero pensar que es porque me aprecian y piensan que seré feliz y mi felicidad es la suya o mi viaje los motiva a emprender el suyo; no porque me quieran tener lejos, snif.

No falta quien me dice: “Pues sí, tú no tienes hijos, por eso puedes irte”; o: “Tú puedes irte porque no tienes responsabilidades, ni horario laboral fijo, ni ataduras, ni nada”. Y sus palabras me suenan a reproche. ¿Por qué reprocharle a alguien la vida que ha decidido vivir?

Cuando se atrevan a realizar un cambio radical en su vida, acuérdense que casi todas las personas buscarán que sigas su camino, no el tuyo. Querrán que seas como ellos porque ellos no pueden ser como tú. Eso es lo que más desearían ser. Por eso prefieren que te sumes a su amalgama insípida, predecible y homogénea, para no verte correr libre desde las filas que están imposibilitados a romper.

Los límites nos los ponemos nosotros porque permitimos que nos impongan límites. Hay que romper filas. Agarrar el camino que no está pavimentado. Las filas nos llevan de vuelta al salón de clases después del recreo. No es que sea malo el salón de clases, pero ¿por qué no estudiar donde tenemos el recreo? Ve más allá del límite. Cruza la raya y mira hacia ambos lados. Aunque te digan que vienen coches que te arrollarán, no es así. El camino está libre. Y si algún coche pasa, será el que te llevará hasta tu destino.

viernes, noviembre 04, 2011

Ahora que visito más el twitter que el blog, me dieron ganas de subir esta caricatura.


Buen fin de semana.

jueves, noviembre 03, 2011

El Filósofo de Cantina me sacó de onda

Ayer tuve una de las pláticas más extrañas que he tenido en mi vida. Fue con el Filósofo de Cantina.

Llegué al Zacatecas antes de las 10 de la noche y le comenté al Filósofo de Cantina lo de mi próximo viaje. Me dijo sonriendo que desde que me conoció era algo que sabía que tarde o temprano haría. Le pregunté que por qué, y me respondió con un escueto: “Simplemente lo sabía”.

Le platiqué también de mis miedos, de las preguntas que a veces me hago, de las veces que estoy bien seguro de mi decisión y de las pocas en las que titubeo. El Filósofo de Cantina dio un largo trago a su cerveza y me miró muy serio:

-Voy a hacer algo que pocas veces he hecho -me dijo haciendo a un lado su cerveza, el servilletero y los platos con totopos y salsa que había frente a nosotros, y puso ambas manos sobre la mesa, como si la acariciara.

-¿Qué recuerdos tienes de tu infancia? Específicamente entre los 7 y los 9 años. Dime algo importante que haya sucedido en esa etapa.

Pensé en muchas cosas. No sé si eran cosas importantes, pero pensé en muchas. Pensé en mi primera bicicleta: una Bimex de color azul; pensé en el pequeño balcón que daba al árbol de la primera casa donde vivimos; en todas las veces que jugué dentro de la casa de madera de nuestra perra bóxer; en lo mucho que me gustaba colgarme del tubo del tendedero de la ropa porque me creía Tarzán; en la vez que me fui en la parte de atrás del camión de la mudanza, cuando cambiamos de domicilio; recordé el nuevo barrio, donde había pocas casas y casi todo era monte. Todo eso se lo dije al Filósofo de Cantina, y, sin dejar de mirarme a los ojos, me dijo: "Muy bien".

-Ahora, quítale la mitad a tus años. ¿Dónde estabas cuando tenías la mitad de tu edad?

-Mmmm... Ya había acabado la prepa. Estaba en un pueblito de Kansas, estudiando inglés. Estaba por regresar a Monterrey -le dije.

De pronto, el Filósofo de Cantina adoptó una actitud más relajada. Me sonrió, dejó de mirarme con esos ojos profundos, volvió a poner los platos y el servilletero frente a nosotros, tomó su cerveza y le dio otro largo trago.

-¿Eso qué tiene que ver?... -le dije algo desconcertado.

-No voy a explicártelo porque sé que no crees en nada… o en casi nada. Sería ocioso y al tratar de explicártelo me sentiría como los charlatanes. Lo único que te puedo decir es que ahí tienes la respuesta. Este viaje era algo que vas a hacer quieras o no. Simplemente tenía que suceder ahora.

-No te entiendo... o sea… ¿por qué lo dices?, ¿qué tiene que ver eso de las edades?...

-Pues que estás en la edad para hacerlo. Entre los 7 y los 9 años tu familia se cambió de domicilio. A la mitad de tu edad te fuiste del país. Era hora de que sucediera otra vez. Es algo que simplemente está escrito. No me pidas que te lo explique, por favor.

-Achinga… pero... ¿qué tiene que ver que cuando tenía esas edades… ¿cómo...

-No trates de entenderlo ni me pidas que te lo explique, Gustavo. Ahí está. Por más dudas que tengas, ahí está. Por eso lo sé desde la primera vez que te vi. Sí, yo sé que sueno a loco, pero ¿qué loco te pregunta las edades en las que hubo mudanzas o cambios en tu vida cuando estás a punto de realizar uno?

Me quedé callado, bien sacado de onda, la verdad. Me sacó de onda lo de los "viajes" o "cambios" en mi infancia y adolescencia. ¿Cómo lo supo?, ¿qué relación tenían?, ¿por qué tenían que tener una relación? Traté de recordar si alguna vez le hablé de mi pasado con detalle al Filósofo de Cantina, pero no recordé haberlo hecho. O, si alguna vez llegué a hacerlo al calor de las cervezas, el hombre debía tener una memoria impresionante para recordar fechas, edades, situaciones, hacer números, cálculos o qué sé yo, para armar un circo onda esotérica, como me pareció lo que acababa de decirme. Honestamente, lo que me dijo me dejó algo inquieto; pero el respeto y admiración de tantos años por ese hombre no me permitieron verlo como a un farsante, ni como un orate alucinado, ni como un adivino, ni como alguien que se quería hacer pasar por un brujo misterioso. Aunque debo de confesar que, al no recibir una explicación, estaba en el límite de la frontera de la decepción, en el punto crítico de perderle todo respeto.

El Filósofo de Cantina se terminó la cerveza de un pequeño trago. Sacó un billete de 100 pesos y lo puso debajo del servilletero. Se puso de pie, se frotó el estómago y se despidió de mí, amable, como siempre. Dijo que tenía un compromiso.

Lo seguí con la mirada hasta la puerta del fondo. Al abrirla, el bullicio nocturno de la avenida que pasa frente al bar inundó por unos segundos el lugar. Antes de salir, el Filósofo de Cantina se detuvo, me devolvió la mirada y sonrió. Al salir y cerrar la puerta, el Zacatecas volvió a quedar envuelto en ese silencio efervescente que sólo rasgan los vasos y botellas de vidrio al chocar.

martes, noviembre 01, 2011

Reconciliándome con mi ciudad

Comenzó el último mes del otoño. Desde hace algunos días, muy temprano en las mañanas, percibo en el ambiente una brisa fresca y perfumada. Los aromas son variados. A veces el aire huele a leña ardiendo, como huele por las tardes cuando el señor que vende elotes pasa por enfrente de mi casa. Otras veces huele a sopa de verduras hirviendo, como olía la cocina de mi abuela al medio día. Pero la mayoría de las veces me visita en la terraza un olor a hierbas y flores de las cuales me gustaría conocer sus nombres, pero siento que si los supiera, dejarían de tener ese halo silvestre y misterioso. Mientras observó una de las montañas que nos rodean –la imagen que todos deberían grabar en sus cabezas antes de irse a trabajar-, la brisa cargada de aromas también carga consigo las ganas de reconciliarme con esta ciudad.

Pareciera que estos primeros soplos del invierno que se aproxima le cambian el feo rostro a esta capital industrial. Hasta ganas dan de andar caminando entre sus calles, plazas y parques sin miedo a ser asaltado, levantado o a quedar como queso gruyer: lleno de agujeros.
Honestamente, eso de la reconciliación lo hago porque no me gustaría irme a Canadá odiando a esta ciudad por más que la aborrezca. Sé que no es su culpa ser odiosa. Pero tampoco es la mía que así sea.

Juro que no es un odio irracional. Tampoco es un berrinche que se me pudiera pasar fácil. Quizás esté exagerando y ni siquiera sea odio lo que siento; tal vez es sólo hartazgo por haber perdido todas mis expectativas del lugar en el que vivo.

Y sí: mis razones tengo para afirmar que nada va a cambiar, que todo esto es un círculo vicioso y que, con el tiempo, las cosas se van a poner peores o, mínimo, serán iguales que antes y nos llevarán de nuevo a lo que hoy vivimos. Por lo que he concluído que no es la ciudad en la quiero hacer mi vida.

Para comprender y comprobar lo que digo, tendrían que leer algo de historia, análisis político, geografía, periodismo y filosofía, en vez de dejar todo “en manos de Dios”. Todas las respuestas las he encontrado en los libros, y mis decisiones las he basado en lo que he leído y en los sentimientos que desde hace algunos años me abruman.

Conociendo un poco la historia de esta ciudad, comprenderán que no hay muchas esperanzas.

Si saben quiénes son sus fundadores y dueños, se darán cuenta quiénes son los propietarios de las escuelas públicas y privadas que educan a sus hijos y con qué filosofía los educan; se darán cuenta quiénes son los dueños de las empresas, de los bancos, de las tierras, de las iglesias, del transporte, de los medios de comunicación, del gobierno, de tu dinero y de tu vida. Sabiendo lo anterior concluirán que nada cambiará ni a corto plazo ni a mediano plazo. Y como la vida es un plazo muy corto, prefiero no estar aquí.

Rásquenle tantito y verán por qué nunca vamos a tener un transporte colectivo autosustentable y eficiente, que abarque toda el área metropolitana; lean y dense cuenta el por qué vamos a tener siempre más concreto que árboles, más negocios gringos que mexicanos, más basura en el radio y la televisión que contenido nutritivo; lean y verán por qué nunca seremos la ciudad de las bicicletas, la ciudad de la gente culta y por qué sí la gente de esta ciudad seguirá siendo neurótica, agresiva, racistas, pendenciera, soberbia, prejuiciosa, enajenada y de conductas compulsivas. Todo eso está en los libros, y para abrir los ojos y darnos cuenta, hay que leer (y vivir aquí, obviamente); no poner las cosas en manos de Dios.

Las cosas no van a cambiar. Entiéndanlo de una vez. No está en ninguno de nosotros cambiarlas. Aquí nadie quiere un cambio. Monterrey es una ciudad que no compite con nada ni con nadie (si no, échenle un ojo a sus empresas más importantes y díganme si alguna tiene competencia). Monterrey no es una ciudad leal, no es una ciudad moderna, no es una ciudad progresista, no es una ciudad que quiera un cambio. Es como querer poner un restaurante vegetariano exitoso en la capital de los devoradores de carne; en la ciudad donde asar trozos de animales en un gen. Por más ganas que le eches a tu restaurante vegetariano, por más fe que le pongas, por más duro que trabajes, vas a fracasar rotundamente.

Me decido y camino por las calles de esta ciudad, y veo a su gente y me dan ganas de pararme frente a ellos y decirles: “A nadie le importas”, “te están engañando”, “tus hijos no tienen futuro”, “las cosas nunca van a cambiar”, “morirás y nunca verás lo que anhelaste”.
No lo hago porque muchos pensarán “quién es este pinche loco”. Y no lo hago también porque muchos simplemente lo saben. Lo veo en sus miradas resignadas.

En una ciudad donde hay tanto dinero, siempre habrá tratos con quien no debiéramos hacerlos; en un estado que presume tener al municipio más rico de Latinoamérica (monetariamente hablando, recuerden que aquí ser rico es tener dinero y cosas materiales), los problemas siempre serán un chingo; pues en un país sin educación, ni valores, ni oportunidades, ni igualdad, siempre habrá quienes quieran obtener bienes materiales sin ganárselos y vivir el estilo de vida que unos cuantos imbéciles de fuera quieren imponernos. Por lo tanto, esta ciudad siempre será el paraíso de los bandoleros, de los ignorantes y de los huevones. No importa qué tantos maten, no importa qué tanto depuren las policías, no importa qué tantos soldados haya en las calles, no importa qué tantos empleos malpagados generen. Mientras se cambie el envase pero no el contenido, esto seguirá siendo mierda perfumada, pero mierda al fin.

Lo bueno es que ya me voy, y me quiero ir reconciliado con mi ciudad.