jueves, junio 30, 2011

Huyo al viajar


Me queda claro que cuando viajo, estoy huyendo de algo. Algunas personas no lo sentirán así. Pero yo sí.

Y no me da vergüenza aceptarlo, pues disfruto huyendo. Huyo de todo, menos de mí mismo.

Me resulta más fácil huir que adaptarme a mi entorno. Para adaptarme, necesitaría permanecer encerrado. No salir. Aislarme. El aislamiento se debe a mi negación a ajustarme a un entorno como el que ofrece mi ciudad, tierra en la que procuro rodearme de personas y cosas valiosas, pero que sigue sin tener la fuerza de atracción suficiente para mantenerme pegado a su suelo.

Antes viajaba más que ahora porque -irónicamente- tenía más trabajo. En aquel tiempo conocí lugares en donde me sentí mejor que en casa. Lugares en donde no tenía la mínima idea del lenguaje o la escritura que se empleaban; lugares en los que me daba a entender con señas, ruidos o dibujos. Y me sentía seguro. Libre. Pleno. Había conexiones más profundas. Curiosamente, más humanas.

Estuve muy lejos de casa, donde jamás imaginé algún día estar, pero nunca me sentí perdido por más perdido que estuviera. Viajar es encerrarse en uno mismo, aunque se tenga al cielo del horizonte como destino y al mundo entero de camino.

Me gusta viajar. Huir. Es como soñar que exploras tierras desconocidas, pero en carne y hueso. Es volar, rodar, correr y caminar hasta encontrar el lugar perfecto. El lugar que sólo existe en sueños.

Por eso, no entiendo a las personas que no soportan viajar teniendo el tiempo y los recursos. ¿Acaso no quieren huir de nada? No entiendo que no disfruten estar tanto tiempo con ellos mismo. Para esa gente, viajar es “no hacer nada”.

Seis horas viendo por la ventanilla de un tren, dos horas recargado en el barandal de un barco, treinta minutos en un tranvía o todo el día sentado frente a un río que resbala entre piedras heladas y musgo, yo, no lo cambio por nada.

Quisiera viajar constantemente. Huir. Evadirme. Que ese fuera mi trabajo. Llevarme conmigo una maleta pequeña y a todas las personas y cosas que amo y nutren mi espíritu. Hasta encontrar el lugar del que jamás huiría.


miércoles, junio 29, 2011

Padezco de mis facultades sociables

Alguna vez en este blog les platiqué sobre esos familiares que ni siquiera son tus familiares pero se sienten de tu familia. ¡Ah, qué molestos son! Y son molestos porque se dirigen a ti como si te trataran a diario y porque la única vez que te buscan es para pedirte algún favor.

Hace poco recibí una llamada muy incómoda; incómoda para alguien como yo, una persona que padece de sus facultades básicas para la interacción social. Sonó el teléfono, lo contesté y era una voz ranchera, de tonito golpeado, que me dijo:

-¿Qué pedooo, pinche primooo?, ¿cómo estás, cabróoon?

-¿Quién habla? –pregunté.

-¿Cómo que quién habla?, qué rápido te olvidas de la familia, cabróoon.

-¿Quién habla? –repetí. Si algo me encabrona –de entre las 1257364 cosas que me encabronan- es que cuando hago una pregunta me contesten con otra cosa que no sea la respuesta que pido. Como si estuviéramos jugando a las adivinanzas.

-¿Pues quién más, cabrón?, ¿cómo has estado, pinche primo?

-¿Quién habla? –subí el tono de voz, pues empezó a cagarme el palo quien estaba del otro lado de la bocina.

-¿Pues cómo que quién?, pinche primo mamón. Habla tu primo Reginaldo.

-Yo no tengo ningún primo con ese nombre.

-Cómo de que no, cabrón, no mames, primo: soy el esposo de la sobrina política de la tía abuela de la prima de tu papá: Anacahuita.

Con esos pinches nombres, ¿cómo no me iba a acordar de ellos? Al cabrón éste lo había visto una sola vez en toda mi vida -¡UNA!-, junto a mi supuesta prima!; y de eso hace ya como 15 años, pero el güey me hablaba como si fuéramos amigos de toda la vida y hasta me preguntó que “cómo estaban sus tíos”, o sea, mis papás. Ah, pinche vatito confianzudo...

Y conforme se alargaba la llamada, la plática se volvía más y más incómoda.

Y así como lo predije, fue. “Mi primo” necesitaba un favor. Necesitaba cajas de cartón y quería “saber precios” y “ver los descuentos”. Oh, no, qué horror.

Pero ahí no paró la cosa. Lo peor fue cuando me dijo:

-Mañana voy al negocio, para ver lo de las cajas, primo… ah, y para que conozcas a tu sobrina.

¡¿Mi sobrina?! Yo no tengo sobrinos, pinche igualado. Este cabrón confianzudo ahora cree que su hija es mi sobrina. ¡No mames, por favor! Nomás te pido que no mames, “primo”. Neta que qué pinche fastidio. En todo el día no pude pensar en otra cosa que no fuera eso; y en la noche no pude dormir pensando en que el cabrón iba a venir al negocio y me iba a presentar a una niña que en mi vida había visto, pero me reclamaba como “su tío”. ¡Qué pesadilla!

Al día siguiente solucioné el problema llamándole y preguntándole a qué hora vendría al negocio. “A las tres estoy por ahí, primo”, me dijo.

Y a las tres de la tarde no estuve. Obviamente el necio me marcó estando en el negocio, pero le dije que andaba con unos clientes y que no iba a llegar en toda la tarde, pero que ahí lo atendían muy bien. Lo último que me dijo, antes de colgar, fue:

-Lástima, primo: no vas a conocer a tu sobrina.

Uy, sí, de lo que me perdí, snif.

lunes, junio 27, 2011

Nuevo webcómic

Mi nuevo webcómic está listo. A petición de muchos lectores, reviví al capitán Cooltura y al agente Moleskin gracias a una beca creada por Armando Valenzuela, autor de SuperLavandería.

Píquenle aquí para que lean las nuevas aventuras de mis personajes. Habrá actualizaciones de lunes a viernes. Respecto a este blog, seguiré poniendo las mafufadas y berrinches de costumbre. Quedan advertidos.

Buen inicio de semana.

viernes, junio 17, 2011

El corcel de mi infancia

De niño tuve un caballo. Era blanco y se llamaba Tecate.

En verdad no era mío, sino del dueño del rancho al que mi padre le vendía forraje y medicinas para las vacas, pero a veces los papás dicen cosas de ese tipo para hacernos felices.

Lo llamé Tecate porque los rancheros que lo cuidaban siempre estaban tomando cerveza marca Tecate y le aventaban las latas vacías a las patas y el caballo las apachurraba con su pezuña. Tecate era famoso en el rancho por esa gracia.

Una vez por semana, en las tardes, acompañaba a mi padre al rancho de su cliente y montábamos un rato a Tecate. Uno de los rancheros me ponía su sombrero y mi papá me decía que me parecía al Llanero Solitario, pero yo más bien me sentía un centauro. Mundo, el ranchero más viejo, no sabía lo que era un centauro.

Cuando me bajaba de Tecate, lo acariciaba y le daba palmaditas en el cuello antes de que lo metieran de vuelta en su corral. Después, me ponía a buscar cacas duras y las aventaba hacia el tronco de un mezquite para afinar mi puntería. Me gustaba el olor de la caca de caballo. No huele feo como la caca de las personas o la de los perros.

Días después, vi El Corcel Negro en el cine, y quería ir todos los días a montar a Tecate.

Quería llevármelo a vivir al patio de mi casa, pero mi papá decía que era un patio muy pequeño para un caballo. Eso fue antes de que uno de los rancheros me dijera que a Tecate se lo habían llevado del rancho para que corriera unas carreras. Otro de los rancheros dijo: “Se fue a jugar carreras con San Pedro”, y todos se rieron, pero yo no le entendí al chiste.

Cada que veo un caballo blanco, me acuerdo de Tecate. También cuando me tomo unas Tecates.

jueves, junio 16, 2011

Las marchas sí sirven

Hace algunos días, 4000 simpatizantes del ex alcalde de Tijuana, Jorge Hank Rhon, organizaron una marcha para exigir su liberación.

¡Y don Jorge Hank Rhon salió libre en un pedo! ¡La marcha dio resultados, mexicanas y mexicanos!, ¡ay, snif, qué emoción!, ¡sí se pudo, sí se pudo, sí se pudo!

No se emocionen, "apoyadores de marchas": estaba siendo sarcástico.

¿Por qué a estos hijos de la chingada todo les sale bien? ¿Por qué nomás sus marchas tienen resultados "positivos"? ¿Por qué ellos pueden dormir tranquilos y uno no duerme por deber 5 mil pesos al banco? Si, ya sé la respuesta, no me la tienen que decir...

Deberían considerar como delito grave ser feo físicamente, ya que a este viejo cabrón no le pueden comprobar nunca nada.



¡Puro chile para todos!

martes, junio 14, 2011

Que sólo permanezcan las montañas


Hace un par de años, cuando mi hermana se casó, sus suegros vinieron desde India y quedaron fascinados con Monterrey. Las montañas -que pueden verse desde cualquier punto siempre y cuando el smog lo permita- los maravillaron. Es fecha que, a pesar de las noticias bestiales de las que se enteran por medio de internet, quieren volver a venir: sólo para contemplar las montañas.

Últimamente intento ver a mi ciudad con ojos de turista. Con la mirada de alguien que sólo va de paso. La percepción cambia. El pesimismo se reduce y hasta llego a pensar que, si estuviera lejos por algún tiempo, la extrañaría. Pero luego me vuelvo a encabronar y le tiro mierda y deseo que le caiga una pinche bomba y quiero declarar la casa en la que vivo nación soberana e independiente.

Antes de escribir esto, estaba leyendo un pequeño artículo sobre mi ciudad. El autor del escrito relata cómo la mayoría de la gente añora el Monterrey de antes, y reflexiona sobre un punto que me pareció muy interesante: el Monterrey de antes es precisamente el que nos tiene en el Monterrey que hoy padecemos. Y tiene razón.

Esa faceta del Monterrey competitivo (que nos volvió voraces), capitalista (que nos volvió frívolos), industrial (que ensució nuestro aire y nuestros ríos), adinerado (que nos volvió soberbios), que se despierta pensando en trabajar y duerme pensando en seguir trabajando para acumular bienes materiales que son sinónimo de éxito, es justamente la que nos puso en esta tierra racista, sin ley, sin cultura, sin árboles, sin sensibilidad, sin muchas opciones laborales que no tengan que ver con el comercio o la industria y sin muchas opciones recreativas que no tengan que ver con beber cerveza, ver el fútbol o comer carne asada.

¿Qué se puede esperar de una sociedad a la que solamente se le inculcó trabajar y acumular bienes? Que sus habitantes se conviertan en autómatas. Autómatas que no se dan cuenta que quienes les dan sus empleos son los mismos que les ofrecen las distracciones y los mismos que les arrebatan su dinero. Reciben un salario y lo devuelven íntegro a los mismos que se los dieron. Es un círculo perfecto que muchos se niegan a romper porque -hay que aceptarlo- da cierta “seguridad”, pero -también hay que aceptarlo- nos impide ver y valorar otros horizontes.

¿Qué se puede esperar de una sociedad que todo lo ve como una oportunidad para hacer negocios? Pues que vendan su alma a quien "les llegue al precio" a costa de cualquier consecuencia, por negativa o perjudicial que ésta sea.

Yo por eso observo las montañas. Son mi nuevo horizonte. Siempre lo han sido. Las observo para olvidarme un poco de esta cultura dinerera que se ha arraigado desde hace años en mi ciudad. Para olvidarme de las matanzas, de la burocracia que nos hace delincuentes por no tener un papel sellado y del contubernio entre autoridades y quienes están fuera de la ley. Las observo porque sé que las montañas estarán ahí siempre, por los siglos de los siglos, recordándonos que no a todo se le puede poner un precio y que vale más quien no lo tiene. Observo las montañas de mi ciudad con la esperanza de que la triste situación que ahora vivimos no sea permanente. Y que sólo permanezcan las montañas.

lunes, junio 13, 2011

Las altruistas que piden fiado

De entre el montón de clientes deleznables que tengo destaca entre los primeros lugares de popularidad un par de viejas locas que dicen tener una asociación que ayuda a mujeres con cáncer… o madres solteras… o madres solteras con cáncer… Algo así, no me acuerdo; pero según ellas ayudan a las mujeres de escasos recursos. Que no digo que esté mal, el problema al que me refiero es otro.

Lo que me caga de que vengan esas viejas locas al negocio es que quieren todo regalado “porque son una asociación no lucrativa, que vive de las donaciones, ay, snif”, y cada que me lo mencionan ponen su cara de dolor y de “tenme lástima”… Y me caga la madre que lo hagan y más me caga la madre que me vengan a pedir que les fíe cosas. ¿Por qué me caga?, pues porque esa jeta de compungidas que ponen cuando me piden que les regale los productos se les borra en el instante en que se suben a su camionetota del año y prenden el aire acondicionado y se van a 200 kilómetros por hora con un montón de cosas que pagaron casi al costo de producción porque el pendejo de yo no sabe decir que no, snif.

En el libro de Ayn Rand, La Rebelión de Atlas (sí, ya sé que qué bien jodo con esa novela, pero seguiré jodiendo hasta que el mundo entero la lea) la autora menciona que uno de los cánceres que tiene empinada a la humanidad, es precisamente esa figura de Robin Hood y todo el conjunto de filosofías, creencias y valores que se han formado alrededor de ella. Esa filosofía de quitarle al que tiene –porque seguramente es una persona mala- para dárselo al que no tiene –porque seguramente es una persona buena- y hacer ver al que quita y da, como un hombre justo.

¿Por qué el que quiere ayudar a los pobres no los ayuda con dinero de su bolsillo? Pues porque no son pendejos y porque por medio de las “donaciones” se pueden deducir muchos impuestos. Esa mentalidad “robinhoodesca” es la que se aplica al llamado altruismo. Que repito: no está mal ayudar a quien lo necesite si así es la voluntad propia, el pedo es “ayudar” a unos quitándole a otros. Es una explicación más extensa y filosófica la que plantea la autora, pero en resumidas cuentas a eso es a lo que se refiere y es por eso que cada que vienen esas clientas me acuerdo de la novela.

Apuesto a que si el par de viejas locas vendiera la camionetota que traen, sacarían, fácil, unos 300 mil pesos muy buenos para su asociación, en vez andarme llorando 90 pinches pesos en toneladas de moños y papeles de china a los que me niego hacerles un descuento del 50% después de hacerles uno del 20%. Noventa pinches pesos me lloriquean…

Lo peor del caso es que a veces vienen estas viejas a ofrecerme las manualidades que hacen las mujeres a las que ayuda su asociación: llaveros, pulseras y adornos para puertas con motivos religiosos; y las viejas culeras los dan en 300 pesos y hasta en 400. Ah, pero eso sí: cuando les dices que están muy caros, que se bajen de precio, no se bajan ni un centavo "porque es para ayudar a las pobres mujeres a las que su asociación apoya"

Vayan al carajo, pinches viejas picudas... ¿O acaso soy un insensible?

viernes, junio 10, 2011

Viernes de lectura

Mientras aquí se señala con desprecio a quien quiere ser presidente de México en el 2012 por gastar 2 millones de dólares en una exclusiva tienda de ropa en Beverly Hills; allá en Uruguay -bendita nación que no tengo el gusto de conocer y en la que me gustaría vivir algún día-, Pepe Mujica, su presidente, exhibe su modo austero de vida como ejemplo de congruencia de valores y de respeto a su pueblo: un pueblo rico y culto, y que, para acabarla de chingar, llega más lejos en los mundiales de fútbol que nuestra selección mexicana, con menos de la mitad del presupuesto y sin tanta chingada publicidad. ¿Qué más se puede pedir? Aparte, don Pepe prohíbe el uso de Facebook y Twitter a los empleados de gobierno para que no se atolondren más de lo que están. Esos son huevos y no mariconadas de: “Ay, estoy en mi derecho de navegar en las redes sociales porque éste es un país libre ña ña ñaaaa buaaa...”. ¡Pónganse a jalar, bola de huevones! Mujica es de los míos: iluminados, radicales y extremistas hasta los pinches tanates, ¡ajuuua!

Un artículo muy interesante sobre el mejor presidente del universo (después de Yo Mero, presidente vitalicio de Vayanalcarajolandia). Léanlo, se los recomiendo... por no decir que se los ordeno.

Gracias a Rox por mandármelo.

P.D. Hablando en serio: ¿no creen que se necesita ser muuuy pendejo para gastar 2 millones de dólares ¡en ropa!? Aún y teniendo dinero de sobra, en serio: ¿no creen que se necesita estar muuuy mal de la cabeza para gastar ese dinero ¡en ropa!? Yo creo que sí.

lunes, junio 06, 2011

Parejas maduras


Me gusta tomarle fotos a parejas maduras. En especial a ésas que se toman de la mano, se abrazan, se besan o ríen mientras platican.

Estoy de acuerdo en que tomarse de la mano, abrazarse o besarse pudiera convertirse en algo instintivo después de tantos años de convivencia; en una conducta que no va más allá de la inercia. Pero seguir platicando y riendo: eso sí está cabrón.

No es cursilería lo de las fotos a las parejas maduras. Simplemente, cuando las observo, siento que saben algo que los demás ignoramos. Pienso que encontraron algo que no todos encuentran, pero la mayoría busca. Que actúan como si tuvieran un secreto, como si lo supieran todo. Como si lo hubieran superado todo.

Cuando me topo con algunas de ellas, pienso en compañía y en libertad, en soledad y eternidad. En la madurez que no tiene nada que ver con las canas. Incluso hasta me imagino pactos de amor suicidas. Pienso en las elecciones importantes de la vida, y también en aquellos que no tienen la capacidad de tomar buenas decisiones.

Hay quienes eligen no tener lo que se ve que tienen las parejas de mis fotos. Quizá no optan por eso para no lidiar con el intenso dolor que provocaría la pérdida de un compañero de vida. Pero apuesto a que muchos eligen tenerlo. ¿Qué dolerá menos: tenerlo y perderlo, o mejor nunca tenerlo?

A final de cuentas, caemos en lo mismo, escojamos lo que escojamos: la soledad. La soledad lleva a la soledad y la compañía lleva a lo mismo. ¿Cuál será mejor mientras dura el trayecto? ¿Qué será más fácil: el dolor de una pérdida valiosa o el dolor de no tener algo valioso que perder?

Buen inicio de semana.

viernes, junio 03, 2011

La fea fe

El día que con fe muevan una montaña, por favor tómenle una foto o, de preferencia, tómenle video y mándenmelo; mientras tanto no me jodan con esa cantaleta de que “la fe mueve montañas”.
Tampoco me salgan con eso de que “la esperanza nunca muere” para justificar el charco de mierda en el que estamos sumergidos.
Ah, y mucho menos vengan a decirme “¿y tú qué haces para que las cosas mejoren, aparte de quejarte?”, porque en verdad hago mucho con el simple hecho de ser yo.

Eso de tener fe y no perder la esperanza me parece el consuelo de los mediocres y los huevones (y que conste que yo a veces me siento mediocre y huevón). Obviamente es preferible decir: “Ten fe” o “No pierdas la esperanza” a corregir el curso erróneo de las cosas y combatir los problemas desde la raíz.

Es como cuando las autoridades y los medios nos piden “ser pacientes” mientras manejamos a vuelta de rueda en un embotellamiento. Obviamente nos dicen eso porque es más fácil y económico vivir en una puñeta mental que construir vialidades inteligentes y ofrecer transporte público eficiente.

Es más fácil decirle a la gente que si tienen fe, la virgencita va a velar por su bienestar, aunque la mierda la tengan hasta el cuello. Creen que el bienestar nos lo va a dar la fe, no la ciencia, no la tecnología, no la educación. La fe basta con tenerla, lo otro, cuesta esfuerzo... y qué hueva.

Así es que ya, por favor… Si andan con sus jaladas de que la fe mueve montañas y de que la esperanza nunca muere, mándenme por favor el video o la foto de la montaña que movieron con fe, y yo les juro que les mando la foto del funeral de la esperanza.

jueves, junio 02, 2011

La Morsa

Cada que alguien menciona la palabra "hijodeputa", me viene a la mente un recuerdo de la secundaria.

Había un cabrón en tercer año al que le decían La Morsa. La Morsa siempre nos pedía dinero a los del primer grado. Obviamente nunca nos negábamos a darle las pocas monedas que traíamos porque le teníamos miedo. La Morsa estaba bien grande –de tamaño y de edad: tenía 15-, bien gordo y bien feo. ¿Cómo no tenerle miedo?

Una vez, en el patio de la escuela, La Morsa me alcanzó antes de llegar al baño y me pidió 5 pesos. Yo le dije que sólo traía 2: metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y le mostré las 4 monedas de 50 centavos. La Morsa me dijo que se los diera. Yo obedecí y La Morsa se fue.

Al día siguiente La Morsa me interceptó antes de entrar a clases y me dijo que le pagara los 3 pesos que le debía. Yo, sacado de onda, le dije que no le debía nada; pero el muy hijodeputa me respondió: "Claro que me debes 3 pesos: ayer te pedí 5 y nomás me diste 2; por lo tanto, me debes 3 pesos". Y así fue durante los siguientes días: cada que La Morsa me veía, me exigía que le pagara "los 3 pesos que le debía".

Incluso una vez que la maestra lo vio que me tenía agarrado del cuello de la camisa, La Morsa se defendió diciendo: "Es que su alumno me debe 3 pesos desde hace como dos semanas y no me los quiere pagar, maestra; dígale algo, ¡castíguelo!". Vaya que era un hijodeputa la pinche Morsa.

Años después me enteré que La Morsa se había casado, se había divorciado, se había vuelto a casar, se había vuelto a divorciar, lo habían detenido borracho y con un arma de fuego, lo habían encarcelado, lo habían soltado, lo habían vuelto a encarcelar... hasta que murió en una riña en el patio del penal.

Seguramente le estaba cobrando dinero a alguno de los reos "que le debía", jejejeje.

miércoles, junio 01, 2011

Este año cumplo 35, pero tengo amigos que van a cumplir los 40.

Cuando voy al asilo de ancianos a visitarlos y a dejarles pan caliente con atolito de guayaba, los escucho hablar de Thor, Linterna Verde, Spiderman y los X-Men.

No sé si sea su demencia senil o sea yo quien está "fuera de onda" con este auge de películas de superhéroes.

Me preocupa. Pero no me preocupa estar "fuera de onda", aclaro; lo que me preocupa es que hablan con tanto entusiasmo de los superpoderes de cada uno de esos monigotes, que ya no sé si sepan que NO SON REALES.

¿Es normal que gente de casi 40 años hable de superhéroes con tanto entusiasmo? ¿Estoy fuera de onda?