miércoles, junio 25, 2014

Restaurante vegano

Confieso que la semana pasada comí en un restaurante vegano.

¡Por favor no me linchen, amados y carnívoros lectores, orgullosos de sus raíces norteñas y expertos en encender carbón los domingos! Juro que no me he convertido a tal culto gastronómico, cuyos adeptos son más intensos que Testigos de Jehová vendiendo Atalayas.

Deberán comprender que soy un individuo tragón, magnánimo y de panza y fundillo aventureros, que le brinda oportunidad a todo tipo de platillos de entrar en este divino y cuasi perfecto organismo ojiverde, snif. Yo no discrimino ningún alimento: ni siquiera lo vegano, por más mamertos que sean los seguidores de esta práctica alimenticia.

Quise darme la oportunidad de ir porque, saliendo de la sala de cine en donde se proyectó La Danza de la Realidad -último filme de Alejandro Jodorowsky-, escuché a un compa platicar sobre el mentado restaurante este, y me llamó mucho la atención el concepto que describía. Cabe destacar que abrir un restaurante de este giro en una ciudad carnívora, como Monterrey, es una empresa arriesgadísima, y admiro a quienes se avientan a hacerlo; y los admiro aún más cuando su concepto es "novedoso", pues el riesgo es doble.

Será que los pocos restaurantes vegetarianos que he visitado -aquí y en el extranjero- no me han dejado un muy buen sabor de boca. Si acaso un local etíope al que acostumbraba ir en Toronto por lo barato y condimentado de sus platillos; pero fuera de ese lugar, los restaurantes vegetarianos -o veganos- me cagan. Empezando por los nombres con que los bautizan, siempre queriendo hacerlos parecer templos llenos de místicismo: con su decoración hinduista retacada de estatuas de Ganesha, posters de Vishnú y demás monos azules con chingos de brazos; los insoportables y repetitivos cánticos hare krishnas de fondo -quesque para crear un ambiente "de meditación"- y el intenso olor a incienso y loción Siete Machos, que arruina el sabor de cualquier alimento.

Recuerdo en particular una experiencia, tal vez la gota que derramó el vaso: pedí amablemente a la dueña de un establecimiento vegano que me calentara la insípida lasaña de espinacas con elote que había pedido, pues estaba helada, y me respondió muy amablemente que no tenía microondas porque "sus radiaciones matan la energía viva del alimento". De ese pelo la mamada, chavos. Me dijo que tampoco tenía horno eléctrico y no quiso encender el horno de gas para calentar un solo plato porque, pues, ya saben: le hace daño al planeta. Por lo tanto quedé ciscado de estos lugarcitos onda secta ecológica/religiosa/mamona/del-fin-del-mundo, prefiriendo, ¡por mucho!, pastar en el camellón frente a mi casa cada que quería "comer fuera y sano".

Pero bueno, como les decía, le di -y me di- la oportunidad de ir al mencionado restaurante, y, honestamente, fue una experiencia muy agradable; una vivencia más allá de los tres sentido que requiere el arte del buen comer. Neta que sí. Y no es mame vegano.

¿Que por qué fue una experiencia tan enriquecedora? ´Ora lo verán.

Para empezar, el lugar en el que está ubicado el restaurante: adentro de un taller mecánico. Sí, señoras y señores: ¡adentro de un taller mecánico que atiende Pancho el enamorado de Adela Noriega en la telenovela Quinceañera! No es cierto esto último, pero sí está en un taller mecánico en el corazón del municipio de San Pedro. Por eso el nombre: Taller Vegánico (sí, está un poco hipster el nombre, pero qué se le va a hacer).
¿Querían aventura extrema? Pues éste es el restaurante.
Para no echarles más rollo quesque sibarita, resumo: el mobiliario, el patio con vista al taller, adornado con macetas colgantes; la selección de música: sin cánticos harekrishnas, ni mantrams ni mamadas de ésas; la amable atención y recomendaciones de los que ahí laboran, sin las poses mamaertas típicas de la mayoría de los veganos; el menú, los sabores -unos frijoles charros que saben a frijoles charros con cueritos, chorizo y pata de puerco sin tener nada de esto-, la diversidad de productos naturales, orgánicos y pa´bien cagar que venden en las estanterías; y la inquietante manada de leones de yeso acechando en la parte alta del taller... Todo. Por eso digo que visitar ese lugar es una experiencia completa.
Comimos dos burritos de coliflor, champiñones, cebolla y aguacate; un sándwich de betabel con pesto de espinacas en pan negrísimo; dos aguas –una de sandía y otra de alfalfa con pepino- un postre de nueces de la India con higos y esos frijoles a la charra que en verdad sabían a frijoles a la charra. Todo por $270 pesos. Hasta eso: no están chiflados con los precios; por eso también me gustó, jejeje. 

Pero bueno: ya no les pongo más fotos. Mejor vayan y compruébenlo ustedes mismos. Aquí su página.

viernes, junio 13, 2014

Copa del Mundo Brasil 2014

Algunos cartones inspirados en tan importante evento:


Disfrútenlos, tómenlos, compártanlos.
Y que tengan buen fin de semana.

viernes, junio 06, 2014

Los higos son como dedos del pie de Hulk, pero con gangrena

El nido de la tórtola parece estar abandonado. No he visto rastros de plumas ni entre las ramas del limonero ni regadas en el patio, por lo que supongo que el gato no se comió al ave. Tampoco he escuchado piar a los polluelos, por lo que quiero suponer que aprendieron a volar y se fueron a vivir con su mamá a un árbol más grande. El gato gris ya no volvió.

Hay muchos frutos maduros en la higuera. Otros tantos están a punto de estallar en color púrpura. Calculo que el domingo podré recolectarlos y disfrutarlos.
Nunca había pensado que los higos a punto de madurar parecen los dedos gordos del pie de Hulk, pero con gangrena. ¡Yomi!
Aproveché la tarde para hipsterizar con huacales y macetas un rincón del patio donde hay un tendedero viejo que nunca uso y se ve medio feo. Creo que quedó mejor con mi toque hipster. 
Huacales. Huacales everywhere. Neta que con tantito ingenio y un montón de esas madres uno puede amueblar toda su casa. Mesas de centro con huacales, repisas de huacales, sillones de huacales, lavadora y secadora hechas con huacales, un avión privado construido con huacales. Huacales: nunca se acaben.
Lo que me preocupa de esta situación con los huacales es que al rato las fruterías puedan darse cuenta que la gente los empieza a reutilizar para construir muebles, y, en vez de vender cada uno en $5 pesitos, nos los vayan a querer atascar en $50, snif.

Ah, y por cierto: en el refrigerador tengo las cervezas que compré el domingo pasado en el Festival de la Cerveza.

Buen fin de semana.

miércoles, junio 04, 2014

Ay, La Naturaleza: tan cruel ella, snif.

La semana pasada encontré los restos de un pequeño cascarón de huevo a orillas del limonero. Supongo que los polluelos de la tórtola que anidó en el árbol ya nacieron. No los he escuchado piar, ni me he querido acercar para cerciorarme de lo que supongo, para no molestar.

Lo que me preocupa es que ya van varios días que veo a un gato gris husmeando en el patio. Lo observo en silencio desde la ventana de la cocina mientras me preparo algún sándwich o bebo un vaso con agua.

El gato se sienta a la sombra de árbol y voltea excitado hacia la copa. Cuando rodea el tronco, desesperado, y se pone en posición de ataque -ese movimiento extraño que hacen con las patas, como acariciando el suelo- abro la puerta de tela mosquitera y el felino sale huyendo despavorido.

Dudo que pueda treparse a lo alto del árbol, pues el tronco tiene muchas espinas y las ramas aún están tiernas como para soportar su peso.

También pienso que cada vez que hago esto interfiero con el curso natural de la vida, y que el pobre animal se va a morir de hambre por mi culpa; pero luego pienso en los polluelos, que se quedarían sin su mamá -o viceversa-, y pues es todo un dilema cósmico que me provoca insomnio.

Ayer que llegué del trabajo y salí al patio a buscar higos maduros, vi pelaje del color del gato en la parte donde las ramas de la higuera y el limonero se entrecruzan. Busqué a la tórtola, pero no estaba. Quise ver si estaban los polluelos, pero no me dio la altura ni subiéndome a una silla.

No sé si el gato ya se los haya merendado y la vida siguió su curso natural: un curso cruel y violento para muchos, pero natural a fin de cuentas.

Antinatural para uno, que si el gato decidió devorar sólo a la madre, voy a tener que googlear "¿Cómo ser la mamá sustituta de unos tórtolos?".