miércoles, diciembre 24, 2014

Los fantasmas de las Navidades

De niño tenía una guarida secreta en un armario que casi no utilizábamos en casa. Era el armario en donde mi madre guardaba, a finales de enero de cada año, todo lo navideño: nacimientos, esferas con escarcha, velas aromáticas, coronas con cascabeles, nochebuenas bordadas, extensiones de luces de colores y demás adornos centelleantes.

En ese armario yo guardaba algunos monos de Star Wars que no quería que se me perdieran y los mapas de tesoros que dibujaba y escondía entre los matorrales de los montes de los alrededores, para que algún día alguien los encontrara y pensara que en el barrio había un tesoro enterrado.

Una vez decidí decorar las paredes interiores del armario con las series de foquitos. Pegué las hileras de luces con cinta adhesiva, les di vueltas por el tubo de donde pendían los ganchos de ropa y saqué un extremo de los cables por debajo de la puerta para conectarlos a un enchufe.

Cuando el interior se iluminó, imaginé que flotaba entre cuásares y nebulosas; o que me había perdido en una cueva y un enjambre de luciérnagas había ido a rescatarme. También imaginé que pilotaba una nave espacial y un submarino en lo más profundo del mar, y que cada bombilla era un botón que tenía una función específica.

Recuerdo que ese día me entró el espíritu navideño y se me ocurrió agarrar un cuchillo de la cocina, cruzarme al lote baldío frente a mi casa y cortar un racimo de semillas de ricino para ponerlo como pinito de Navidad en mi guarida secreta.
Cuando mi mamá lo vio, me dijo que tirara esa cosa a la basura, que porque esas bolitas con púas -que mis amigos y yo siempre nos aventábamos- eran venenosa. Al escuchar eso, corrí a toda velocidad a la cocina para lavar el cuchillo que había utilizado para mochar el ramillete, por lo que me sentí todo un superhéroe que había salvado de la muerte a su familia. Y regresé al armario iluminado a seguir imaginando que había salido del submarino por una escotilla y ahora me encontraba rodeado de fauna abisal.

Ayer me acordé de todo lo anterior porque, de visita en casa de mis papás, mi madre me pidió que me subiera a una escalera y bajara unas cajas del clóset. No es el mismo armario, ni la misma casa, ni el mismo yo en muchos aspectos; pero al abrir la puerta y oler el barniz de la madera, de golpe me vinieron un montón de recuerdos navideños; detalles cargados de significados de Navidades que no volverán.

Recordé el espejo en la entrada de casa de mi abuela, en el que tenías que agacharte para poder verte, y también el pequeño espejo que ponía sobre el paixtle para simular un lago en donde descansaban los pastores del nacimiento. Recordé la puerta de vaivén de la sala, por la que nadie acostumbraba cruzar a la cocina porque topaba con un viejo refrigerador que usaban como alacena, pero que esa noche, de tanta gente que había, tenían que usar. Me acordé de doña Chayo, la señora que ayudaba a mi mamá con el aseo y preparaba buñuelos. El olor a canela y manzana de los baños. Los caramelos en forma de bastón que nunca me gustaron, pero usaba como espada. Recordé el espeso manto de humo gris flotando al ras de la calle después de la tronadera de cuentes; y ese penetrante olor a pólvora quemada que sobrevivía hasta la mañana siguiente escondido, tal vez, debajo de todos los pedacitos de papel periódico que cubrían la banqueta.
Tantas cosas... Sólo espero que las Navidades por venir las disfrute tanto como las que extraño, y que den para más y mejores recuerdos

Felices fiestas. Un abrazo a todos.

lunes, diciembre 15, 2014

El Anthony Bourdain región 4 que todos llevamos dentro

Don Francisco Calvillo se gana la vida preparando caldo de rata.
Pasando la zona más urbanizada del municipio de García –de casi 150 mil habitantes–, rumbo al ejido Chupaderos del Indio –de menos de 100–, a orillas de una carretera casi desierta, el señor Calvillo construyó hace cuatro años un pequeño tejaban de madera y lámina con apenas dos mesas de plástico, ocho sillas y un asador de ladrillos y cemento donde prepara con leña su receta secreta; la cual, dice, "tiene propiedades curativas".

Don Calvillo también vende cepillos para impermeabilizar, escobillas y brochas que él mismo fabrica con "zacate" y madera. El desperdicio lo vende como estropajo para tallarse el cuerpo o fibras para lavar trastes. 
Escuché hablar del caldo de rata por dos policías que trabajan en donde yo trabajo. Se referían a él como "Caldo de Semillas del Ermitaño". Pero mi curiosidad por la peculiar sopa aumentó una tarde que cayó detenido un borrachín por andar orinando adentro de un cajero de Banorte. “Licenciado: usted nunca ha probado el caldo de rata, ¿verdad?”, me dijo entre balbuceos, mientras yo tomaba lista de sus pertenencias y las metía en una bolsa de plástico. En un principio pensé que me estaba bromeando, por lo que me limité a sonreír y le respondí que no, que nunca lo había probado. El hombre me dijo, tambaleante: “Se nota a leguas: perro no come perro”, y lanzó una mirada inquisitiva a uno de los oficiales de la barandilla, que ni se inmutó. Tomé sus palabras como un cumplido.

Después de una valoración médica y de la prueba de alcoholemia –ebriedad completa–, entre un compañero y yo cargamos al borrachín y lo metimos en una celda donde habíamos hecho un tendido con algunos cobertores. Acomodamos al hombre bocabajo y empezó a roncar. Durante la noche di varias vueltas por su celda para cerciorarme que estuviera bien. Durmió como león hasta el día siguiente.

Ya sobrio, el hombre quedó libre. Fue sólo una detención preventiva. Me dio cosa que nadie había ido a buscarlo o a preguntar por él. Mientras lo daban de baja del registro, le pregunté: “Oiga, don: ¿se acuerda que ayer me mencionó un caldo de rata?”. “Claro, mi Lic., si no andaba taaaaan borracho”, dijo sonriendo. “¿A poco lo quiere probar?”, y le dije que "sí" en un arranque anthonybourdainezco.

Yo iba saliendo de mi turno. Cuando le devolví sus pertenencias, me comentó que él vivía por el rumbo que daba a la carretera que conducía al caldo de rata, que si quería, podía guiarme. Le dije que a huevo. Todos se me quedaron viendo raro; no sé si por querer probar el caldo de rata o por darle ride al borrachín del día anterior. Subimos al coche y manejé  hacía las afueras del municipio.

Don Benigno, como se llamaba el-que-andaba-bien-crudo, se bajó en la esquina del panteón municipal. Con señas me explicó cómo tomar la carretera a Chupaderos del Indio y con cálculos mentales más o menos dedujo a qué altura estaba el tejaban del caldo de rata. "No tiene pierde: es el único que hay en la orilla de la carretera". Don Benigno me dio las gracias, nos dimos la mano y arranqué. Veinte minutos después, del lado izquierdo, me topé con el tejaban.
El caldo está bueno: lleva algunas verduras y especias, y a veces le ponen carne seca de víbora de cascabel "para hacerlo más potente". La carne de rata también está rica. No es nada del otro mundo. Es como el pollo "de patio" o el conejo. Quizás ligeramente más fuerte de sabor. Como que es más el prejuicio que se tiene al escuchar la palabra “rata”, por eso muchos se imaginan que van a comer algo asqueroso y mejor le sacan la vuelta. Citadinos al fin, relacionan al pobre roedor con la inmundicia y las enfermedades, pero por aquellos rumbos no hay drenajes ni desagües ni nada, y los pocos desperdicios que generan las personas, los queman. Las ratas se alimentan de granos, hierba, raíces e insectos; nada de qué asustarse (a menos que sean muy delicaditos y mamoncitos y les dé roña comer en un tejaban de madera y lámina con mesas y sillas de plástico).

El señor Calvillo sobrevive con lo que le da la tierra; con lo que puede conseguir en un ejido de no más de setenta habitantes; un poblado que es árido en verano y muy frío en invierno; una localidad donde sólo hay arbustos rastreros, tierra y uno que otro árbol bajo, donde no existe la electricidad, ni el agua ni el gas entubados, y, mucho menos, la señal del celular. Eso sí: no dudo que los cielos nocturnos sean todo un espectáculo.
  
Mientras desmenuzo una de las patas traseras de la rata de mi caldo –se sirven enteras–, pienso en lo que sucedería si algún día el progreso y la modernidad desmedidos alcanzaran esta parte del estado. Imagino cuando todo esté urbanizado, sepultado bajo el concreto; cuando los sándwiches rancios del Seven Eleven, los horrendos hot dogs del OXXO, las pizzas asquerosas del Mister Pizza y el pollo agusanado del Church´s hagan desaparecer con su "comodidad" y "rapidez" tan peculiar y exquisito platillo. Me preocupa que nadie con los recursos económicos o los puestos indicados en el gobierno haya pensado en fomentar la cría y reproducción de la rata de campo para preservarla como sustento de muchos, o como una opción "más sana" o menos grasosa de alimentación. Me preocupa que a nadie se le haya ocurrió hacer de este municipio –les sonará ridículo, pero: ¿por qué no?– La Capital Mundial de la Rata de Campo, y organizar el Festival Anual de la Rata de Campo, y que la gente la prepare de muchas formas: en mole verde, con chilaquiles, sobre láminas de jícama con miel de agave y huitlcoche, o en alguno de esos platillos mamones; y que vengan chefs famosos de todo México como jueces, y... ¡Imaginen los beneficios que eso atraería! Imaginen capacitar gente para preparar los campos, alimentar las ratas, reproducirlas, exportar su carne, venderla a los supermercados. ¡Uf!, cientos de posibilidades de crecimiento sustentable si tan sólo se pensara en armonía con el entorno y en beneficio de los más "jodidos".
Pero, por lo pronto, creo que don Francisco Calvillo y su ejido están mejor así, casi en el anonimato. 

Después de dos platos de caldo de rata, don Calvillo envolvió un camote en papel aluminio y lo puso sobre las brasas. “El postre se lo regalo”, me dijo. Estaba exquisito. Hasta una lata de "Lechera" para echarle a los camotes tenía el señor. Creo que fue lo más industrializado que vi.

La experiencia estuvo tan chingona que el fin de semana regresé con un amigo a comer caldo de rata. Esta vez don Francisco dejó a su hijo al mando del negocio y nos llevó a su casa, a media hora del tejaban, por un camino de terracería. Queríamos ratas crudas para asarlas en casa y el hombre sólo tenía en un pequeño refrigerador conectado a un generador, en un cuartito de madera a un lado de su casa. Nos vendió siete ratas y tres elotes por cien pesos. Fue todo un suceso. Cabe destacar que los riñoncitos del roedor son un manjar, snif.
Moraleja: no sean quisquillosos y prueben de todo.

lunes, diciembre 01, 2014

Regalos navideños

A petición de algunos lectores hice una producción limitada de dos estilos de playeras del Escuadrón Retro en algunos colores y tallas (blanca con mangas negras, verde claro, azul claro, anaranjado, verde "bandera" y amarillo). 

También tengo la última tanda de la primera edición del libro que publiqué el año pasado y que recopila 105 tiras cómicas de mis personajes; ya que, en el 2015, sacaré el segundo libro con material totalmente nuevo. ¡Espérenlo!
Si les interesa hacer un regalo -o hacérselo ustedes mismos-, mándenme un correo a guffo76@hotmail.com o déjenme un comentario.

LOS PRECIOS DE LOS PAQUETES YA INCLUYEN EL ENVÍO (¡Dios mío, Guffo se ha vuelto loco!). Playera: $100 pesos. Libro $100 pesos. Paquete de playera y libro: $180 pesos. Cada paquete trae regalillos. Y nomás por ser navidad -y porque soy bien buenas ondas-, los primeros diez pedidos pagados recibirán de obsequio la playera con el dibujo -de mi autoría- ganador del concurso "Ideas Verdes" de Ilustramesta 2014. 

Trae el logo de la CONACULTA y todo el rollo O_O
Los pedidos empiezan a partir de hoy y terminan el día 15 de diciembre.
Saludos. Buen inicio de semana.

jueves, noviembre 20, 2014

Esto que llaman ARTE

Llámenlo arte moderno, contemporáneo, posmoderno, minimalista o el calificativo que quieran endilgarle a eso que exhiben algunos museos y galerías, pero, la mayoría de las obras que representan estas corrientes, parecen más una tomadura de pelo.

Es bien triste saber que hay un montón de personas talentosas que, por ejemplo, andan mendigando que les paguen lo justo por unos dibujos que hicieron para una agencia de publicidad, mientras otros huevones irresponsables sin talento acaparan los reflectores y exposiciones más importantes del país -y del extranjero- con sus mamarrachadas sobrevaloradas (¡hola, Gabriel Orozco!).

"Habría que definir lo que es el talento, Guffo", dirán algunos mamertos, o: "Habrá que definir qué es arte", dirán otros más mamertos, pero la neta me da mucha hueva entrar en ese terreno tan truculento porque creo que es precisamente el lugar común al que recurren los carentes de capacidad creativa para defender "su trabajo". Recurrir al "Es que habrá que definir qué es arte" es hacerse pendejo. Es como no saber qué es obrar bien y qué, obrar mal. El arte no es un dilema. No creo que sea algo moral o inmoral; tampoco algo relativo o que dependa por dónde se le vea o el contexto en el que se encuentre. Un basurero no se convierte en arte nomás porque a algún chiflado se le ocurrió ponerlo en un museo. El arte es arte dentro y fuera de ese sagrado recinto.

¿Definir "arte"? ¡Qué hueva! Aparte, no soy el indicado porque no soy experto en payasadas. Mejor les recomiendo que lean a Avelina Lésper para que ella misma los instruya y aprendan a diferenciar entre un verdadero artista y un mamarracho caprichoso sin talento que cree ser artista; léanla para que no caigan en el chantajito ese de: "Habría que definir lo que es el arte porque, si no, todo puede ser arte y nada puede serlo", o el típico: "Es que tú no entiendes de arte".

Pero bueno, les comento esto porque he ido a unas cuantas exposiciones "de arte" últimamente y, oh, mi Dios: qué horror.

Pasemos a analizar algunas obras que de seguro no entendí por ser un ignorante. La primera es un ropero. Sí: un ropero.
Aaaah, pero el ropero tiene patas. Uuuuy, sí, es un ropero con patas... sí, uy, qué gracioso; sí, uy, muy novedoso y digno de ponerse en un parque temático de Disney donde los muebles cobran vida. Pero, ¿y luego?...

"Es que tú no entiendes de arte, Guffo; es muy fácil criticar cuando no sabes de arte y cuando no haces arte y cuando no arriesgas nada y cuando...". 

Sí, tábueno.

Sigamos con la siguiente pieza.
Sí, es una cabeza de peluche que parece Falcor, el dragón de La historia sin fin, pero travestido como reina del carnaval de la verdolaga. Es arte porque... este... mmmmm... pues está en un mueso y mmmh, pues... ¡me rindo! No sé qué chingados...

"Pues sí, Guffo, pero eso a lo que llamaste Falcor travesti llamó tu atención; la obra hizo que te detuvieras a contemplarla y le tomaras una foto; provocó algo en ti, y ésa es la intención del arte; por lo tanto, esto es arte".

Eeeeh... O-okey...

En la siguiente imagen podemos apreciar unos trapos colgados en la pared, una redes y uno palos acomodados de forma extraña, como formando una casita y otros que parecen una escalera.
De seguro, como soy un ignorante que no entiende el trasfondo político/social/cultural de esta obra, la critico. Pero como no me gusta criticar sólo por criticar, sino también proponer, propongo como artista prometedor al vagabundo que habla solo y pide limosna en el crucero de por mi casa; ese señor todo chamagoso que duerme en una construcción abandonada donde cuelga sus trapos en clavos, igualito que el autor de esta obra. Además, el señor este también amontona de forma extraña la leña que corta en los lotes baldíos aledaños para no pasar frío en las noches. En serio que deberían de llevarlo a exponer en la galería más chic de Miami o, incluso, al Louvre, porque neta que está a la altura de este artista.

"Ay, Guffo, qué ardido eres. Si es tan fácil hacer eso, ¿por qué tú no lo haces?" 

Simple: no lo hago porque no quiero ser un farsante (y porque no soy un vagabundo que habla solo, pide limosna en un crucero y vive en una construcción abandonada).
Prosigamos.

Confieso que cuando llegué a esta parte del museo pensé que le estaban haciendo alguna reparación o remodelación al recinto. Supuse que lo que tenía enfrente era un pedazo de techo de plafones que colocarían en la galería debido a las goteras o qué sé yo; pero, al voltear hacia arriba y no ver trabajadores ni nada, me di cuenta que esa cosa colgante era la obra de arte. Sí. Esto: 


¿Cómo lo ven? ¿O acaso estoy loco y en donde no veo más que una estructura plana, ustedes ven una obra de arte digna de una bienal de FEMSA? Díganme la neta, si en verdad estoy loco, lo aceptaré.
Por cierto: puse unas repisas yo solito en una pared de mi casa, ¿no le interesará a alguna galería de arte o museo exponerlas? 

Esto que sigue es un recorte o algo que se supone debería de impresionarnos... Ooooooooh...
Y por último, esto... La gran mamada. La mamadototototota:


¿Que qué es? Bueno, queridos lectores, esto que ven aquí es un digno representante del arte moderno. Quienes saben de arte creen que esta ¿cosa? merece un espacio en los museos, y, pues, ¿quién es uno para andarlos contradiciendo? Si se fijan, hasta rayitas negras tiene delimitándolo para que no se pase la gente, uuuy... ¡Y no se les ocurra usar flash en su cámara porque se gasta con el destello la chingadera esta!
Esto se supone que es un rollo hecho con los periódicos recopilados en todo un año. Órale... Y de seguro tampoco lo entiendo porque es arte moderno y yo ya no soy moderno.
Lo más curioso es que si cualquier mortal decidiera hacer algo así en su casa, no sería otra cosa más que un pobre loquito con algún trastorno obsesivo compulsivo, o uno de esos enfermos que acumulan cosas y son exhibidos en el Discovery Channel para nuestro morbo.

Aaaay, el arte, snif.

miércoles, noviembre 12, 2014

Desaparecido (literalmente)

Hernán se orinó cuando escuchó que lo iban a desaparecer. Su mente imaginó mil formas de morir –quemado, ahogado, decapitado vivo–, pero nunca le pasó por la mente lo que le harían.

Lo pusieron de rodillas y de un manotazo le quitaron el costal de yute que le cubría la cabeza. La luz de la mañana lo cegó. Una voz cavernosa le dijo que no volteara hacia atrás, mientras el frío metálico de una pistola le trepaba por la nuca.

La voz le dijo que contara hasta el número cincuenta, y que después se pusiera de pie y corriera hacia los columpios oxidados que estaban al fondo del parque.

Hernán empezó a contar. “¡Más fuerte!”, le ordenó la voz cavernosa. “¡UNO! ¡DOS! ¡TRES!...”. Entre más se acercaba al número cincuenta, más se le quebraba la voz. “¡T…treinnn…nnnta…ytttrrr…es…es…”. 

En el número cuarenta y ocho, Hernán dijo: “¡Por favor no me maten!”, pero nadie respondió. “¡No me maten, por favor!”, suplicó.

Terminó de contar: “Cuarent…t…t…a y nu…nu…nnnueve… ¡Cincuen…nnn…nta!”.

Silencio...

De pronto sintió la grava calándole bajo las rodillas y percibió el penetrante olor a orina y sudor de varios días mezclados con el aroma de la hierba mojada. El trino de los pájaros en las copas de los árboles lo sacó de golpe del trance en el que se encontraba inmerso.

Se puso de pie y corrió lo más rápido que pudo hacia los columpios que le habían indicado. Gritaba: “¡NO ME MATEN!”, mientras se cubría la nuca con las manos. En el fondo esperaba que el balazo fuera certero y acabara con su vida de manera instantánea, para evitar la agonía de desangrarse.

Hernán llegó a los columpios. Se sostuvo con las dos manos en uno de los postes descarapelados. Lloraba y se atragantaba con sus mocos y lágrimas cada que intentaba jalar aire. Y esperó lo peor.

Las autoridades estatales encontraron a Hernán al día siguiente en casa de Doña Chabelita, una conocida mujer que vendía tortillas de harina en un pequeño tejaban. Hernán había llegado ahí pidiendo auxilio y un teléfono. Uno de los vecinos de Doña Chabelita fue quien le proporcionó un viejo celular.

De regreso en casa de sus padres, Hernán se enteró que no habían pagado rescate alguno por su liberación porque nadie había exigido un rescate. Se enteró también que lo habían soltado al tercer día, que no tenían idea de quiénes habían sido los culpables ni el motivo de su secuestro, como tampoco el motivo de que lo hubieran liberado así porque sí.

Cuando se sintió un poco mejor, Hernán decidió, por seguridad, cambiar las contraseñas y hacer privadas sus cuentas personales: Facebook, Twitter, Instagram, Tinder, su cuenta secreta de Facebook y hasta su antigua cuenta de Blogger. Para su sorpresa, ya ninguna de ellas existía.

Hernán recordó cuando se orinó encima al escuchar que lo iban a desaparecer. Habían cumplido su amenaza.

lunes, noviembre 03, 2014

¿Quieres ser mi chambelán? (segunda parte)

Foto de Sergio Ruiz
Como les platicaba en la entrada anterior, siempre me negué a ser chambelán. Tenía -y sigo teniendo- pánico escénico y no sabía -y sigo sin saber- bailar.

De hecho, he de confesar que tanto me angustiaba pensar que alguien pudiera invitarme como chambelán, que me volví loco cuando me di cuenta que tarde o temprano mis hermanas llegarían a esa ridícula edad, y, ahí sí, aunque no quisiera, iba a tener que bailar con ellas mínimo un vals, ante la mirada burlona y juzgadora de los ahí presentes, que de seguro pensarían: "Se negó tanto a ser chambelán que Dios por fin lo castigó. Eso se llama karma instantáneo bla bla bla"; porque ya saben cómo es esta sociedad regia de cruel y ranchera. Pero bueno. Les decía que en verdad se convirtió en un martirio pensar que ese día llegaría. Con decirles que todas las noches me despertaba gritando: "¡NOOOOOOOOOO!", y luego me ponía a rezar para que eso de ser chambelán de mis carnalas no sucediera.
Total que para mi muy buen suerte -y la muy mala suerte de mis hermanas- ninguna de las dos tuvo fiesta de quinceaños; al menos no con bailable y esas ridiculeces. Y fue así que otra vez me salvé de la humillación pública, snif.

Creo que en mi vida sólo he querido ir a un quinceaños; curiosamente, a uno al que no fui requerido como chambelán.
Fue la fiesta de una amiga cuyo padre trabajaba en el mundillo del espectáculo. Su fiesta sería en la disco más nice de aquella época y, aparte, ¡tocaría en vivo el grupo Maná! (no se desmayen de la emoción, por favor, que aún no termino mi relato... ¡y no estén chingando con que de seguro esto sucedió hace tanto tiempo que Maná todavía se llamaba Sombrero Verde!, snif).

Total que así fue, mis muy estimados lectores: fui a un quinceaños en el que Maná tocó; aquel Maná famosísimo y ecologiquísimo de ¿Dónde jugarán los niños?, que, aunque no te gustara, terminabas aprendiéndote al menos la de Me Vale porque a todas pinches horas la pasaban en el radio y en la tele. Me acuerdo que en la fiesta el mamón del Fher -Fher el de Maná- hizo un intermedio en su concierto privado para pasar a mi amiga al frente del escenario, felicitarla de parte del grupo y regalarle un bonsái... sí, un bonsái; porque ya saben: "su onda ecológica"... Ay, pinche Fher tan mamón y tacaño.

Años después esta misma amiga me invitó a su boda, a la que fue Raul Di Blasio, Armando Manzanero y José José. Sí, yo sé que odio ir a bodas sean de quien sea, pero a ésta fui con gusto; no porque sea yo muy fan de esos artistas, sino porque quería tener algo que me sirviera a futuro para presumirle a los Godínez y demás simples mortales cuando se pusieran muy locos con sus presunciones comunes y corrientes. ¡Pos estos! ¡Si no somos iguales!
Recuerdo que esa noche un amigo llegó a la mesa con cara de orgasmo porque se había topado al Príncipe de la Canción en el baño y había orinado al lado de él y, pues... chido por él.

Pero volviendo a lo de los quinceaños, en especial recuerdo uno. A éste no quería ir porque no iban a ir mis amigos, pero mis papás me llevaron a la de a huevo porque era la pachanga de una prima "de cariño"; ya saben: esas hijas o hijos de compadres de nuestros padres que no son parientes pero nos relacionamos de cierta forma con ellos que son "casi casi" como de la familia. Yo tendría unos 13 ó 14 años y estaba en un enorme salón del Club Palestino Libanés sentado en una mesa con otros primos "de cariño", metido en un traje azul marino que me quedaba como le quedaban los trajes a Clavillazo, snif.

Y fue entonces que comenzó la pesadilla, pues tía "de cariño" que pasaba por la mesa, tía que decía: “¡Ándenles, no sean rancheros: saquen a bailar a las chavas!”. Ya saben cómo son las pinches tías de cagaleras. Así estuvieron chingue y chingue durante toda la fiesta, hasta que un primo de mi edad, que se sintió muy chingoncito, se puso de pie y fue a Las Mesas de las Chavas y las empezó a invitar a bailar. Está de más decir que a mi primo el traje le quedaba como a Resortes le quedaban los trajes, y que todas y cada una de las niñas lo mandaron al carajo. Ninguna aceptó bailar con él, snif. El wey regresó todo derrotado a sentarse en La Mesa de los Primos ignorando las risitas burlonas y muecas de asco de algunas adolescentes.

De pronto apareció en la mesa mi papá con otros tíos. Habían ido a "consolar" al galán frustrado. Nos echaron un rollo de que "al menos él lo había intentado" y que "nos había puesto el ejemplo a todos" y ese tipo de mamadas.
Yo pensé: "Eeeemmm... no: mi primo no es un héroe; más bien quedó como un pobre pendejo por doblegarse ante la presión social". Y más como pendejo quedó cuando una tía gorda se acercó efusiva a felicitarlo por su valentía y, de premio, lo sacó a bailar. ¡Wooow! ¡Qué gran premio! ¡Dios es grande! ¡Dios premia a quien lo intenta! ¡Wooow! ¡Qué gran lección!

Y creo que fue ahí en donde me cayó el veinte. No es que yo fuera del todo inseguro, lo que pasaba era que simplemente no soportaba esos eventos de música, baile y amontonaderos, pero iba por mis amigos o por mis papás o por "tratar de ser normal". Pero en verdad me parecían -y me siguen pareciendo- ociosos, sin sentido y aburridos. No quería demostrarle nada a nadie; no quería validarme ante nadie; no quería competir con nadie ni me importaba bailar con la más guapa o bailar con muchas ni me interesaba encajar en el "ambiente normal" de los chavos y chavas de mi edad. Me valía verga, en pocas palabras; y fue entonces que empecé a ser más honesto conmigo mismo: a la chingada todo eso que no quería hacer por el simple gusto de hacerlo; a la fregada todo aquello que no quería hacer de corazón.

Tampoco quedé muy convencido de "la enseñanza" de aquella anécdota del primo al que todas le dijeron que no. Me cagaba la interpretación que la mayoría le daba a esa supuesta lección de vida. Me parecía muy cursi, por lo que preferí ver el lado poético del perdedor; la nobleza que conllevan sus actos como un proceso de crecimiento interno, no la bazofia motivacional que pretendían vendernos. Pero bueno...

Tenía 20 años cuando fui a mi última fiesta de quince años, después de mucho tiempo sin asistir a una. Una niña de 15 que estaba enamorada de mí me invitó como su acompañante. Ahí me confesó que desde que tenía 7 años yo le gustaba. Cabe aclarar que por una u otra cosa, entre ella y yo nunca hubo nada, snif. 

martes, octubre 28, 2014

¿Quieres ser mi chambelán? (primera parte)

Recuerdo con cierto desazón mi época de andar en fiestas de quince años. La recuerdo con amargor porque, siendo bien honesto cosa que no fui conmigo mismo a aquella edad, nunca me sentí a gusto acudiendo a este tipo de celebraciones; pero, ya saben: los amigos, la presión social, el sentido de pertenencia y todas esas jaladas existenciales a las que el hombre común debe enfrentarse en algún momento de su vida para ser moralmente autosuficiente.

Fue allá, a principios de la década de los noventa, cuando en la radio sonaba MC Hammer, Milli Vanilli y Vanilla Ice. Recuerdo que la moda entre los chavos de onda era usar pantalones bombachos marca Z Cavarichi de colores llamativos y mocasines Zodiac "de brochecito" con los talones pisados, como si fueran sandalias. Algunos más arriesgados nos dejábamos crecer el copete o una parte del copete hasta la barbilla (y digo "arriesgados" porque nos arriesgábamos a que en la prepa nos cacharan con ese pelo y nos lo trasquilaran o nos suspendieran; y digo "copete" porque, aunque lo duden, alguna vez tuve copete, snif).

Pero bueno... Les comentaba que en aquel tiempo vivía en un barrio de clase media donde había más niños y niñas que rondaban mi edad, por lo que hubo un momento en que el furor de Las Fiestas de XV se apoderó de sus calles y de sus jóvenes habitantes. No sé qué se acostumbre ahora en el 2014, pero supongo que no dista mucho de lo que se acostumbraba en la prehistoria cuando las niñas se acercaban a esta edad. En verdad que era todo un acontecimiento que justificaba un descarado despilfarro que llevaba al borde de la quiebra a los padres de la festejada, pues compraban churriguerescos vestidos rosados, mandaban hacer invitaciones ridículas, rentaban limusinas, rentaban la discoteca o el salón de moda, equipos de sonido con luces y "bola disco", y, aparte, contrataban a un coreógrafo que organizaba un par de bailables todos mal coordinados con un grupito de chambelanes. Oh, sí... los chambelanes: esos galanes escuálidos y lampiños que, como príncipes prehispánicos encantados, le sacaban brillo a la pista de baile con las suelas desgastadas de sus Zodiac de brochecito. 

Yo, que en verdad soy un hombre recontra extremada y encabronadamente bien pinche guapo, obviamente recibí toneladas de invitaciones para ser chambelán de infinidad de morritas; pero, en vez de sentirme halagado, me angustiaba. No tienen idea cuánto me agobiaba recibir este tipo de invitaciones, queridos lectores. Era una presión enorme que me hacía temblar las piernas y me quitaba el sueño. Era la etapa en que más inseguro era y en la que más me costaba decir "No", y, cuando tenía el valor de decir "No", me invadía una culpa terrible con la que difícilmente podía lidiar. Cosa distinta sucedía con mis amigos, que se emocionaban y consideraban un honor haber sido invitados como chambelanes; el ego se les inflaba y no había quien los bajara de su nube por semanas. Pero bueno, supongo que así es la gente común y corriente, snif.

La principal razón por la que me negaba a ser chambelán era porque simplemente me daba pánico escénico... y aparte no sé bailar y me caga bailar y no me interesa aprender a bailar y, como ya les dije, era la etapa de más inseguridad de mi vida, snif. La otra razón por la que nunca quise ser chambelán, fue porque lo consideraba y lo sigo considerandouna mamarrachada; una pérdida de tiempo; un despilfarro absurdo y algo tan vulgar que sólo puede emocionar a quienes se formaron al último en la fila de la cadena evolutiva. 

Aaaah, pero negarse a ser chambelán en esta falsa sociedá regia era un problemononón, porque, por un lado, mi madre que se sentía la mamá de Brad Pitt– se emocionaba cuando se enteraba que su hijo había sido requerido como chambelán, pero el mundo se le venía abajo cuando se enteraba que había declinado la invitación. Tal vez pensaba qué había hecho mal como madre para que su hijo no pensara y sintiera como los demás chavos normales. Aparte, ¡¡¡era la hija de su comadre!!!: ¿cómo me atrevía a decirle que no?, ¿cómo podía hacerle esa grosería?, ¿cómo su hijo, el más guapo del barrio, no iba a ser chambelán del quinceaños del siglo? Pero pos ése era yo y ése sigo siendo yo y ni pedos. 

Por el otro lado, estaban los amigos, que se hacían más amigos entre ellos y a uno lo hacían a un lado o le hacían el fuchi porque, pues, uno no era de "los seleccionados". Si no se enteraban, yo no les decía que había declinado la invitación, y dejaba que pensaran que no me habían invitado como changolán. Y pues cállate, se sentían soñados y  más pinches guapos que yo porque a mí no me habían dicho y bla bla bla. Si hubieran sabido los pinches píojosos que no era que no me hubieran invitado, sino que me daba el lujo de decir que no, otra cosa hubiera sido. Pero bueno, supongo que así es la gente común y corriente.

Continuará...

miércoles, octubre 22, 2014

El diputado

Una mujer empezó a insultarme en la fila del supermercado.

–¡Ladrón! Nosotros te damos de tragar. ¡Nosotros! –dijo histérica, señalando hacia varias partes de la tienda.

Sonreí y la ignoré.

La cajera pesó la bolsa de jitomates y después marcó el frasco de aceitunas,  la botella de vino y el aceite de oliva que había ido a comprar.

–¡Eres un ratero! Tragas gracias a nosotros. ¡Ladrón! –subió el tono de voz.

La miré a los ojos y sonreí. Hice un ademán con la mano izquierda: “Tranquila…”, dije casi susurrando. El niño que la acompañaba se escondió detrás de ella.

–Eres el que sale en la tele diciendo que “No más impuestos”. Nadie te cree, rata asquerosa. ¡Yo te doy para tragar! Trabajas para mí, ¡rata!

Sereno, extendí mi mano y observé al niño. Parecía asustado. Un hombre de corbata –el gerente, supuse– se aceró al escuchar el escándalo.

El niño se asomó y extendió su mano. La estreché y la sacudí con delicadeza.

–¡No le des la mano a esta pinche rata! –aulló la mujer. El hombre de corbata trató de calmarla, pero ésta respondió con un manotazo.

De un movimiento brusco y rápido, jalé al niño hacia mí. Saqué la escuadra que tenía escondida debajo de la axila y posé el cañón sobre la cabeza del pequeño. Todos gritaron.

–Si no se calla le vuelo los sesos.

El niño rió y toco la pistola con una de sus manos.

–¿Se va a callar?, ¿o le vuelo los sesos?

La mujer quedó paralizada. Los ojos se le desbordaron y la boca se le torció. No dijo nada.

Solté al niño y lo acerqué hacia ella con un ligero empujón.

La cajera me dio el cambio con la mano temblorosa.

–Ahora es usted cómplice de algo horrible que he hecho, así es que no vuelva a quejarse –dije, di las gracias, cargué la bolsa con el mandado y me fui.

viernes, octubre 17, 2014

Barroom philosopher

Por primera vez en años la mesa donde acostumbra sentarse el Filósofo de Cantina estaba vacía. Me sentí como en el inicio de aquel capítulo de Friends en el que los frens llegan al Central Perk y hay personas sentadas en "sus" sillones; pero al revés. 

Mon, el mesero bigotón, se acercó a saludarnos haciendo un ademán que señalaba hacia la puerta del baño, mientras separaba las sillas de la mesa para que pudiéramos sentarnos. Pedimos una ronda de cervezas y un plato de higaditos deshidratados con pico de gallo.

A lo lejos se escuchó el rechinar de una puerta. El Filósofo de Cantina atravesó el umbral de los orinales frotándose las manos, como una mantis religiosa.

-Me agarraron con las manos en la masa... cuata -dijo sonriendo, haciendo una mueca chusca, como de repulsión, como dándonos a entender que por esa razón no nos saludaba de mano. Tomó un par de servilletas para quitarse el exceso de agua, las dobló y se las guardó en un bolsillo. Al momento en que el Filósofo tomó asiento, Mon puso frente a nosotros la primera ronda de cervezas.

-El primer paso para empezar a sentirse muerto por dentro, es pensar que has perdido tu tiempo en algo. Nunca pienses que pierdes el tiempo, mucho menos en cuestión de relaciones amorosas. Si ves como tiempo perdido esas relaciones que según tú no proliferaron o no se convirtieron en eso que querías que fueran, no has aprendido nada. Y peor tantito: estás negado a aprender y dispuesto a seguir patrones prefabricados para ser feliz que sólo te traerán frustración, y, aparte, te harán creer que estás en una carrera donde pierdes tu tiempo si tu vida no encaja en cierto molde. Si estás conscientes de que todo es aprendizaje, nunca sentirás que perdiste el tiempo. Creo que las personas que sienten que perdieron su tiempo en una relación es porque sólo estaban dispuestas a recibir algo a cambio de no dar nada; o sólo querían que se hiciera su voluntad; o quizás tienen una imagen tan idealizada de una relación que terminan forzando su cauce natural; o qué sé yo. De lo único que estoy seguro es de que si hiciste lo que deseaste por el simple placer de hacerlo, nunca perdiste tu tiempo.

El Zacatecas es el templo; el Filósofo de Cantina, el predicador; allá afuera, la vida; aquí, dentro de uno mismo, la respuesta para vivirla de la forma más sencilla y feliz.

lunes, octubre 13, 2014

El narcocorrido más longevo

El himno nacional mexicano no es otra cosa que un corrido del llamado "movimiento alterado", pero con casi dos siglos de antigüedad. Neta que al escucharlo bien podríamos pensar que la letra la compuso el Komander o algún integrante de Los Bukanas de Culiacán. 

No es broma: cambien el acero y el bridón por los cuernos de chivo y las camionetas blindadas en caravana; imaginen que retiembla en sus centros la tierra por todos los cadáveres que han enterrado en fosas clandestinas; piensen en el sonoro rugir del cañón como las interminables balaceras a todas horas del día; y visualicen a ese soldado que en cada hijo nos dio como los conocidos "daños colaterales" del sexenio pasado y los "hechos aislados" de sexenio actual.

Ahora díganme con toda honestidad: ¿creen que el himno nacional mexicano es anacrónico?

Para los que no han visto el documental Narco Cultura, aquí se los paso:  

miércoles, octubre 08, 2014

Cartoons

Algunas caricaturas que he realizado últimamente.

Estas tres las hice para una convocatoria que hubo en la ciudad de La Haya, para una exposición sobre Paz y Justicia que fue inaugurada el 21 de septiembre en el lobby del Palacio de la Paz de dicha ciudad holandesa. Se suponía que entre otros dibujantes y yo teníamos que interpretar los dibujos/garabatos sobre paz y justicia realizados por varios estudiantes de educación primaria y secundaria de diversas partes del mundo, a los que convocaron en un concurso previo. De las tres propuestas que realicé, eligieron la tercera para ser exhibida. La idea original del cartón seleccionado es de una niña argentina. Cabe mencionar que, aparte de haber sido exhibida en el palacio, me la pagaron en euros, cosa que me puso más feliz. Cabe también mencionar que quedaron en mandarme fotos del evento y aún no las recibo, snif. A ver qué les parecen.

Pasando a otro dibujo: éste lo hice "inspirado" (más bien horrorizado) en las masacres de niños en Palestina, perpetradas por israelíes, gringos, ingleses o ya ni sé qué pinche nacionalidad son esos monstruos, pero monstruos al fin. Se indignan y le dan toda la atención a un video en donde decapitan a un inglés, pero no la hacen de pedo por todos esos niños que volaron en pedazos. Tampoco recuerdo haber visto al mundo tan indignado con tanto desaparecido, destripado y decapitado aquí en México, pero bueno. 
Ésta la hice cuando fueron las elecciones en Escocia; que si se independizaba o no del Reino Unido. Y pues resultó que no. He de confesar que este cartón lo hice pensando -ingenuamente- en que sí se independizarían, por lo que tuve que cambiarle la carita a la mona de sonriente a triste cuando supe el resultado. Por eso siento que no tiene el mismo efecto la idea del viento y la falda volando. Hubiera tenido más sentido con otro resultado, pero pues ya la tenía hecha y había que aprovecharla, jejeje.
Y esta última la hice porque desde hace tiempo que quería dibujar algo sobre capitalismo, África, food porn y redes sociales. Y pues éste fue el resultado de esa mezcla de tematicas.

martes, septiembre 30, 2014

Otra de Regiobelievers

Cada que un Regiobeliever me dice que soy un amargado por criticar Monterrey y que si no me gusta esta ciudad me vaya a la fregada, la verdad es que sí me pongo bien triste, amigochos y amigochas: ¡bujú bujú snif!

A veces pienso: “¿Y si los Regiobelievers tienen razón? ¿Y si me estoy perdiendo de algo fabuloso de esta ciudad y su gente por ser un maldito criticón?”.

Es entonces que me propongo sumergirme en los drenajes más profundos del corazón de esta metrópoli norteña: caminar sus rincones más recónditos y pedalear sus calles más pedaleables; contemplarla, olerla, tocarla, saborearla y escucharla para poder comprenderla; para fusionarme en ella y empaparme de todas esas maravillas que pregonan los Regiobelievers con el pecho inflamado de orgullo.

Por lo tanto, hace quince días decidí ir a un evento en el que imaginé que habría mucho Regiobeliever: el desfile del 16 de septiembre. Pero, para mi sorpresa, no vi a ninguno. Vi gente de estrato social humilde (cosa que odian los Regiobelievers), vi a los típicos acarreados que echan porras a lo pendejo (y a los pendejos), vi  a mucho sindicalizado que de seguro tuvo que ir a huevo y también vi mucha parafernalia típica de la que se ve un 16 de septiembre... ¿Y los Regioblievers, papá? ¿Dónde estaban esos regios inmamables que se la pasan presumiendo sus raíces, sus cerros, "sus" empresas y carnes asadas? ¿Dónde estaban? Quiéeen sabe...

Luego tuve un momento de lucidez y dije: “Guffo, no seas tan cerrado: no puedes asegurar que no hay Regiobelievers en este evento, pues mucho Regiobeliever no se distingue a simple vista”, por lo tanto, deduje que la mejor forma de saber si había Regiobelievers presentes era metiéndome a checar sus redes sociales. “De seguro están inmortalizando tan patriótico momento y compartiéndolo con sus seguidores en sus cuentas de Twitter, Facebook, Instagram y..."

Pero naaada. Nada de nada. Cero fotos patrióticas.

Y dije: "Bueno, okey, los patrioteros nefastos no vinieron, pero tal vez sí vinieron esos regios inconformes con El Sistema. Tal vez están aquí para abuchear a las autoridades y exponer sus puntos de vista cuando los meros meros salgan del Palacio de Gobierno y empiecen con la ceremonia de izamiento de la bandera.

Y, pues, nada... Ningún abucheo ni nada. Nomás las débiles porras de unos adormilados acarreados.

Luego pensé: "Bueno, ésos que están en contra del Sistema no tienen por qué haber venido a este evento. Tal vez su protesta fue precisamente esa: no asistir. Pero de seguro todos los que -como yo- andan mame y mame con que haya más espacios para ciclistas, estarán aquí, pues hay muchas calles del centro cerradas. De seguro aprovecharon para andar en bici con su familia y...

Y nada. Éramos como cuatro pinches ciclistas.

A continuación, unas imágenes del evento como intermedio:
Conclusión rápida: los Regiobelievers son puro pinche pedo. Su "Monterrey", su mundito, es el metro cuadrado que los rodea: su asador con arrachera, su televisión con futbol, su cerveza meada, su mesa en el antro, su 2 X 1 en el cine y sus sueños de ir de compras a Texas.

Yo, que ni patriota soy y que me caga esta ciudad y el 90.896537% de su gente, ahí andaba, poniéndoles el pinche ejemplo, cabrones. Pero bueno, ustedes se lo perdieron, pues en verdad que ese día lo disfruté mucho.

lunes, septiembre 22, 2014

Soul Highway

Siempre me ha parecido absurdo pensar en el alma como una energía que nos da vida; por lo tanto, no creo que el alma sea un cuerpo etéreo que, al morir el cuerpo físico, queda vagando como bruma entre nosotros, en busca de otro cuerpo donde residir. 

Tampoco me trago el cuento del limbo, ni de que los espíritus se aparecen a la medianoche porque "dejaron algo pendiente" en el plano material y "no pueden descansar"; y si estoy equivocado: ¡que vengan los fantasmas de mis ancestros a demostrarme lo contrario!

Pero si de creer en almas se trata, yo más bien creería que nos vamos forjando una en el tiempo que tenemos de vida, pues sí creo que nuestro cuerpo tiene una contraparte: no mística ni mágica, sino intangible; pero no por eso insensible. ¿Me explico? Hablo de una contraparte que vamos descubriendo por medio de las experiencias, los sentidos y la razón; y a la que en vez de "alma", me gusta llamar "verdad", "inteligencia", "conocimiento", "iluminación", "libertad", "ser mejor ser humano" o "ser congruente en el actuar y en el pensar".

Algunos creen descubrir esa contraparte a través de la fe, pero a mí eso me parece más como un lavado de cerebro que nos provoca complejos y alucinaciones, alejándonos de nuestra esencia; de ese núcleo que no trabaja con sensaciones aprendidas, sino espontáneas; ni con lugares comunes, sino descubiertos por uno mismo.

Si desde niños somos moldeados por nuestros padres, maestros, sociedad y medios de comunicación para ser un engrane que encaje a la perfección en el mundo material, también creo que hay cosas que nos moldean para cuestionarlo y enterarnos que hay un mundo incorpóreo en el que la imaginación vuela y los sentidos van más allá de lo que nos han puesto enfrente; un mundo que debe ser alimentando, pues es ahí en donde se cimienta lo que conocemos como "alma".

¿Que qué creo que sucede al morir con esta alma que nos forjamos? Nada. No creo que quede flotando como bruma, buscando otro cuerpo donde meterse. Quizás sea nuestro recuerdo el que queda revoloteando en el aire, pero no un cuerpo etéreo. Lo que sí creo es que en vida compartimos fragmentos de esta alma que nunca terminamos de construir, ayudando a otros a erigir la propia.

El alma es un corto circuito; la chispa que brota cuando se nos bota un tornillo.

jueves, septiembre 11, 2014

Y todo por preguntar por unos chorizos

A pesar de que está a dos horas de Monterrey, nunca había ido a Parras del la Fuente, Coahuila. El único “recuerdo” –por llamarlo de alguna forma– que tengo de ese lugar, es un roommate que tuve cuando estudié inglés en un pueblito de Kansas, a la edad de 17 años.

Mi roommate, El Parras, siempre me decía: "Cuando salgamos de este instituto de señoritos, quiero que vayas a mi pueblo: te la vas a pasar poca madre". El Parras siempre hablaba con orgullo de su ciudad natal y nos platicaba unas anécdotas muy graciosas –casi increíbles– sobre las vacaciones de Semana Santa y las fiestas del vino.

Con el tiempo perdimos contacto. Era la época de las cartas a mano y las llamadas de larga distancia. Salía muy caro y tedioso tener amigos de fuera. Era el año de 1993: todavía faltaba para el auge de los correos electrónicos y para que este mundo se convirtiera en la modernísima Aldea Global que pronosticó Marshall McLuhan .

Total que no volví a saber del Parras, mi ex roomie; ni de Parras, el pueblo mágico del estado de Coahuila.

Últimos días del mes de agosto del 2014. Llegamos a Parras el jueves al medio día. La primera noche cenamos en un lugar llamado Enoteca. Hice corajes porque las copas de vino estaban en 60 pesos y te las servían peor de caciqueadas que en Monterrey. Ni siquiera una cuarta parte de la copa tenía vino. “Ya ni la chingan: ya ni porque aquí hacen el vino te llenan la copa”, dije, como el viejito gruñón que soy. Total que, para no hacer berrinches, mejor pedí un par de cervezas, y, al terminar de cenar, nos fuimos al hotel.

De regreso al hotel pasamos por un lugarcito que no tenía nombre, sólo la imagen estilizada de una fábrica como logotipo. Estaba ubicado justo afuera de las instalaciones de La Estrella, una antigua fábrica de mezclilla que se fue a huelga y cerró sus puertas hace algunos años. El pequeño restaurante/bar tenía mesas de patas largas al aire libre, un asador sobre la banqueta, una barra en el interior con iluminación tan tenue que apenas y se apreciaban las botellas de licor de la pared del fondo, y música de mi total agrado. Se veía con ondita el antrillo. “Mañana mejor venimos aquí", dije. 

La noche siguiente fuimos a La Factory, como bauticé al lugar sin nombre. Nos sentamos en una mesa de las de afuera. Sonaba I melt with you, de Modern English. Un mesera nos atendió muy amable. Las copas de vino las servían igual de caciqueadas que en la Enoteca y que en cualquier restaurante mamón de Monterrey, por lo que opté de nuevo por pedir cerveza. La chica nos dijo que de cenar sólo había hot dogs con chorizo uruguayo y salsa chimichurri, y señaló la parrilla que tenían montada a un lado de la calle. Me gustó la idea.

El hot dog estaba tan bueno que me comí dos, y la salsa chimichurri estaba de n-o-m-a-m-e-s. Como que estaba toda “integrada”, o sea: no estaba el aceite y las especias flotando por separado, como que estaba licuada; como una salsa verde para tacos, consistente y muy sabrosa. En eso empezó a sonar Pictures of you.

Total que le pregunté al morro que estaba asando los hot dogs en la parrilla que dónde compraban los chorizos y que cómo hacían la salsa. Y le habló al dueño. A la mesa llegó un vato de pelo chino, más o menos de mi edad; muy amable y rockerón, que era también el DJ. Me dijo que los chorizos y la salsa los hacía un amigo suyo que vivía en Monterrey. "Ah, nosotros somos de Monterrey", y bla bla bla: se soltó la plática. Total que el dueño del bar me dice: “Deja te paso la tarjeta de mi compa el de los chorizos”, y saca de la cartera un rectángulo blanco con los datos de su amigo y un marrano y una vaca muy elegantes, con bowtie. Al leer el nombre, dije:

–Óooorale. Yo tenía un amigo que se apellida igual que tu amigo. Tal vez lo conozcas: se llama E. V.

–Nooo… No me suena... ¡Aaaah!, pero el güey que está en esa mesa –dijo apuntando a la mesa de al lado– se llama E. P. V. Igual y es su pariente.

Volteé a ver al güey de la mesa de al lado, ¡y era El Parras! No me acordaba de su primer apellido porque siempre usaba el segundo.

Me paré de mi asiento, me acerqué y le dije: “¡¿Qué pedo, pinche Parras?!”. Todos los comensales voltearon, como pensando: "¿Y este foráneo mamón por qué le dice "pinche" a nuestro pueblo?". "¡¿Calaca?!", me gritó E. mientras se ponía de pie (me decían Calaca porque me apellido Talavera: Talavera–Calavera–Calaca; aparte estaba bien pinche ñango).  

Nos abrazamos, platicamos, recordamos un chingo de anécdotas y bebimos hasta las dos de la madrugada. Al día siguiente fuimos a su casa y de rol por algunos sitios turísticos. Al otro día también nos invitó a su casa y comimos pozole y hamburguesas. Muy amable su familia.
Al despedirnos quedamos en que volvería a visitar Parras, pero no como la última vez que nos despedimos y nunca volvimos a vernos.

"Sorpresas que da la vida", dicen algunos. "Qué coincidencias tan extrañas" o "Por algo suceden las cosas", dicen otros. Yo no sé. Lo que sí creo es que, si no hubiera preguntado por los mentados chorizos uruguayos y la salsa de chimichurri de los hot dogs, ni me hubiera enterado que estaba cenando al lado del roomie que tuve hace 20 años en aquel pueblito de Kansas.

lunes, septiembre 08, 2014

Otra sesión nocturna con el Filósofo de Cantina

Llegamos al Zacatecas después de las ocho, como quienes viajan a templos lejanos buscando la iluminación. La concurrencia de clientes era poca, como todos los fines de semana. Dicen que las extorsiones a negocios y la violencia de hace un par de años cambiaron los hábitos recreativos de muchos regiomontanos, que ahora prefieren tomarse unas cervezas entre semana, antes de las nueve de la noche, como si así burlaran a los criminales, que aprovechaban las multitudes de los fines de semana para cometer sus ilícitos. “Conmigo no tienen nada que llevarse, salvo preguntas, y no creo que eso le interese a esa gente”, nos dijo alguna vez el Filósofo de Cantina.

Sobre una servilleta mojada reposaban un montón de limones exprimidos. Esa maña de echarle limón a la cerveza no se le quita al viejo sabio. “Es la única forma en que consumo frutas y verduras", nos dijo en tono de broma en otra ocasión.

Lo saludamos de mano y nos sentamos a su alrededor. Mon, el mesero, se acercó efusivamente a limpiar la mesa con un trapo húmedo con olor a lavanda. Le pedimos una ronda de cervezas y un plato de higaditos con mucho pico de gallo. Cuando llegaron las cervezas, abrimos nuestros oídos -y nuestras conciencias- y dejamos que el Filósofo de Cantina hablara:

“A este lugar viene mucho hombre que odia. Odian a sus ex novias, odian a sus ex esposas, odian a sus ex amantes, odian a los ex de sus parejas... En particular, estos últimos me llaman mucho la atención. ¿Por qué odian a los ex de sus parejas? Por ejemplo: ¿por qué un joven odiaría al ex novio de su actual novia?: ¿será porque éste le rompió el corazón al dejarla, o porque estuvo con ella antes que él? No creo que sea por lo primero, pues el hombre  no es tan civilizados como para alcanzar esos grados de empatía, ni si quiera con la persona a quien ama. Y, si es por lo segundo, reitero lo poco civilizados que podemos llegar a ser como varones. Qué ego tan grande. Con qué poca cosa nos envenenamos el alma”.

Después de dos rondas de cerveza, dos compañeros pusieron un par de billetes sobre la mesa y se retiraron.

"No van a volver", dijo el Filósofo de Cantina. "Se sintieron aludidos. Creo que muchos dejaron de venir por eso. Su ego es tan grande que no pueden verse representados en un ejemplo negativo. Se ofenden. En vez de escuchar, o, al menos, proponer las razones de su proceder. No escuchan. Llegan pensando que van a oír lo que quieren oír. Si rumiaran lo que se les dice, por más ajeno que sea a su ser, algo aprenderían. Digerirían mejor la vida. Pero a muchos les gusta vivir indigestos. Alimentan su alma de mierda y se la quedan dentro. Creen que ese malestar es su estado natural. Y se acostumbran a vivir así. Yo podría ser su aceite de ricino, su fibra, su supositorio sanador; pero su hombría es tan grande que prefieren vivir envenenados".

Salud por eso, Filósofo de Cantina: el supositorio sanador de quienes sí rumiamos lo que nos comparte.

lunes, septiembre 01, 2014

Viajando que es gerundio

Según yo, viajar por placer es evadirse, así como lo es emborracharse, drogarse, estar al pendiente de un equipo de futbol o ver televisión todo el día. Y, según yo, viajar es la forma más honesta, enriquecedora, contemplativa y menos dañina de evasión. Pero eso es según yo. No tienen por qué hacerme mucho caso.

Cada quien su pedo con el método que utilice para huir de lo que sea que esté huyendo. No vengo a juzgar o cuestionar ni lo uno ni lo otro. A lo que voy es que esa “culpa” que algunos sienten al “evadir la realidad” en gran parte es porque la esencia de "evadirse" ha sido prostituida por quienes se hacen llamar “Autoridades Morales” (sí, ya sé que ya puse muchas “comillas”), que le han creado algo así como un halo de vicio e irresponsabilidad a la frasecita; sin mencionar lo obvio: que la realidad que vivimos en algunas ciudades cada vez es más espantosa, violenta y trágica; y que está de la chingada confrontarla a diario porque a veces el problema es ajeno a uno. Por eso evadirse no siempre es "malo". Si lo ven por otro lado, hay quienes evaden su realidad “sanamente”: cocinando, escribiendo, dibujando, armando rompecabezas, fabricando lámparas con botellas de plástico, acabando videojuegos. O viajando.

Evadirse es descansar. Es desconectarse de la rutina. Neta que por más que me gusten y disfrute mis hábitos, a veces me gusta huir de ellos. Evadirse viajando es crear una realidad más llevadera dentro de otra realidad que a veces sofoca, aunque sea un respiro de unas horas, unos días o unos meses; aunque sea a cincuenta kilómetros de casa o del otro lado del mundo. Y habrá que conciliar ambas realidades, nivelando una con la otra, creando algo así como un equilibrio entre dos mundos: el mundo de fuga y el mundo del embrollo.

Creo que viajar es la forma más efectiva en que puedo sentir esta evasión total, porque al viajar tomo una sana distancia de lo que me cicla; le doy un tiempo a mi relación amor/odio con mi lugar de origen y descanso de todo eso que me envenena. También le doy su espacio a las angustias laborales y a los planteamientos filosóficos, que, si de pronto aparecen durante el viaje, los veo desde otra perspectiva, tomando matices distintos.

Por eso esa gente que regresa de sus viajes diciendo que necesita descansar del viaje, nunca viajó en realidad. Se fueron sin irse. No se desconectaron. Se llevaron en la maleta todo eso de lo que debieron huir. El propósito de su viaje no fue escapar, sino crear una sucursal exacta de su realidad en otra parte. Y así no se puede.

Como anécdota, ya para terminar: en mi último viaje corto, mientras pedaleaba por un pueblo, me topé con una acequia que corría en el mismo sentido de la calle. Me quité la camisa, saqué lo que traía en los bolsillos del short -cartera, llaves del carro y teléfono-, puse todo en un montoncito de hierbas y me metí a chapotear. Algo que no hacía desde niño, y que el aroma a lama y el sabor a piedra del agua me hizo recordar. Pues bueno: imaginen el grado de desconexión que traía que me salí de la acequia, seguí pedaleando por el pueblo -sin camisa y con los calzones y shorts empapados-, y, cuando me paré a comprar unos chicles en una tiendita, me di cuenta que había dejado todo a un lado de la acequia: llaves del coche, cartera con dinero y teléfono celular. Regresé al lugar casi una hora después de mi chapuzón, y todo seguía donde mismo.

En resumen: quisiera que viajar fuera mi única evasión. Una desconexión eterna.
Nota: quien sea fan de David Toscana, reconocerá el guiño a su obra. 

miércoles, agosto 27, 2014

Narvales y luces polares

Quisiera hacer un viaje lo más al norte del globo terráqueo con el único propósito de observar narvales. Narvales y auroras boreales. ¡Imaginen la combinación! Estoy seguro que la experiencia le volaría la mente a cualquiera. Sería un viajesote en los cinco sentidos.

Siempre he pensado -muy cursi mi pensamiento, por cierto- que los narvales y las auroras boreales existen sólo para recordarnos que en este planeta aún hay rescoldos de magia. Aunque la razón existencial de estos seres y fenómenos luminosos esté perfectamente documentada por la ciencia, siguen siendo algo mágico.

Tal vez parte de lo más chingón de no haber visto nunca en vivo ni una cosa ni la otra, es eso: que permanecen como un sueño, como algo que sólo existe en un universo fantástico dentro de un mundo que nos horroriza cada día más.

Tal vez la mayoría de los hombres perdieron toda capacidad de asombro y por eso es mejor que ciertas cosas permanezcan como ilusiones inalcanzables. Pero no para quienes conservan las ganas de maravillarse.

Por eso quisiera viajar muy al norte: para ver narvales y auroras boreales. Cocinar con los inuits. Reconciliarme con las temperaturas de menos veinte grados centígrados. Escuchar el aullido de las ventiscas polares. Dormir en un iglú sepultado entre pieles de caribús. Contemplar los destellos del cielo septentrional, como si las interminables planicies heladas se reflejaran y bailaran en la noche.

Tengo que hacerlo. Cuando lo haga, les aviso y les pongo fotos.