Las mujeres son necias por naturaleza y al negocio de cajas llegan por montones. Con el tiempo me he dado cuenta que, cuando una mujer se casa con una idea, no hay quién se la quite de la cabeza.
Ah, pero eso sí: no hay peor cosa que una mujer necia y, aparte, que sea fea y ande de mal humor. Ésas deberían incluir un instructivo que advierta: No mojar, que no le dé la luz y no alimentarla después de la media noche, como a los pinches Gremlins; o, de perdido, que cuenten con un permiso de la PROFEPA, para que puedan andar sueltas en las calles.
Y es que me toca cada caso. Por ejemplo, ayer llegó una señora que yo no sé por qué no se la llevó el huracán Alex o la nave nodriza que la abandonó en este planeta. La charla estuvo así:
-Hola, buenas tardes, señora –le digo cuando abre la puerta, pero no me responde. La mujer observa a detalle la tienda y, después de mirar en todas direcciones, por fin se percata de que estoy ahí.
-Busco unas cajas de plástico que tienen una tapita que…
-Híjole, señora, no manejamos cajas de plástico –le digo, pero se me queda viendo con cara de “¿por qué me interrumpes, imbécil?”, y prosigue.
-Son unas cajas así: cuadraditas, blancas, como de plástico corrugado –dice haciendo ademanes con las manos.
-No, señora, tenemos puras cajas de cartón corrugado, doble corrugado y micro corrugado.
-No, pero yo la quiero de plástico.
-Es que no manejamos cajas de plástico, señora. No las fabricamos, pero puede conseguirlas en...
-¿Y de las transparentes?
-¿Transparentes de cuáles, señora?
-De plástico transparente.
-Es que manejamos puras cajas de cartón, señora. No fabricamos cajas de plástico.
La mujer me mira con sospecha y vuelve a pasear su vista por el local, registrando cada rincón y cada artículo, para percatarse de que no miento. Me observa de nuevo y me dice:
-Bueno, entonces por lo pronto me voy a llevar 10 cajas de esas que dice ahí que son para mudanza; quiero guardar ropa.
-Claro que sí, señora, ahorita se las traigo.
Llego al mostrador con las 10 cajas para mudanza y la señora me dice:
-Ay, ¿pero a poco vienen así: desarmadas?
-Sí señora, pero no tiene chiste armarlas. Mire: nomás las abre y les pone…
-No. Yo las quiero armadas.
-Es que si las armo luego no…
-¿Hay un costo extra por armarlas o qué? –me dice con tonito desafiante.
-No, señora, claro que no – le digo, y me pongo a armar las pinches cajas. Al armar la segunda y ver el volumen que ocupan, la señora voltea a ver su coche y luego voltea a verme pelando los ojos:
-¡Ay, pero no me van a cabeeer!
Pensé que la rata que hacía girar su cerebro reaccionaría como a la sexta caja, pero me salió barato: reaccionó a la segunda caja armada.
-Por eso le decía, señora, que mejor se las lleve así: desarmadas.
-Ay, ¿pero luego en mi casa cómo las armo?
-Con cinta, señora. Les pone cinta en...
-Ay, pero también te voy a tener que comprar la cinta, ¿verdad?
-Eh… sí, si en su casa no tiene cinta, sí va a tener que comprarla.
-Pues ándale, dame entonces también una cinta –me dice como si fuera yo el culpable de sus desgracias. Pero ahí no paró la cosa. Como estaba lloviendo, me dice:
-Ay, pero está lloviendo, se van a mojar.
-Sí, tal vez le caen algunas gotitas en el trayecto al coche, pero no les pasa nada, señora.
-¿No tienes una bolsa?
-Híjoles, señora, es que para estas cajas se necesita una bolsa más grande que las de los tambos de la basura.
-¿Y no tienes de esas bolsas?
-No, señora, pero le juro que no les pasa nada a las cajas con que les caigan tantitas gotas. Si les pasa algo, se las cambio y no se las cobro.
La mujer no quitó esa mirada sospechosa ni ese gesto de desaprobación hasta que metí todo en su coche y arrancó.
Insisto: hay mujeres que deberían traer un instructivo: No mojar, que no le dé el sol y no alimentar después de la media noche, como a los pinches Gremlins.
Ah, pero eso sí: no hay peor cosa que una mujer necia y, aparte, que sea fea y ande de mal humor. Ésas deberían incluir un instructivo que advierta: No mojar, que no le dé la luz y no alimentarla después de la media noche, como a los pinches Gremlins; o, de perdido, que cuenten con un permiso de la PROFEPA, para que puedan andar sueltas en las calles.
Y es que me toca cada caso. Por ejemplo, ayer llegó una señora que yo no sé por qué no se la llevó el huracán Alex o la nave nodriza que la abandonó en este planeta. La charla estuvo así:
-Hola, buenas tardes, señora –le digo cuando abre la puerta, pero no me responde. La mujer observa a detalle la tienda y, después de mirar en todas direcciones, por fin se percata de que estoy ahí.
-Busco unas cajas de plástico que tienen una tapita que…
-Híjole, señora, no manejamos cajas de plástico –le digo, pero se me queda viendo con cara de “¿por qué me interrumpes, imbécil?”, y prosigue.
-Son unas cajas así: cuadraditas, blancas, como de plástico corrugado –dice haciendo ademanes con las manos.
-No, señora, tenemos puras cajas de cartón corrugado, doble corrugado y micro corrugado.
-No, pero yo la quiero de plástico.
-Es que no manejamos cajas de plástico, señora. No las fabricamos, pero puede conseguirlas en...
-¿Y de las transparentes?
-¿Transparentes de cuáles, señora?
-De plástico transparente.
-Es que manejamos puras cajas de cartón, señora. No fabricamos cajas de plástico.
La mujer me mira con sospecha y vuelve a pasear su vista por el local, registrando cada rincón y cada artículo, para percatarse de que no miento. Me observa de nuevo y me dice:
-Bueno, entonces por lo pronto me voy a llevar 10 cajas de esas que dice ahí que son para mudanza; quiero guardar ropa.
-Claro que sí, señora, ahorita se las traigo.
Llego al mostrador con las 10 cajas para mudanza y la señora me dice:
-Ay, ¿pero a poco vienen así: desarmadas?
-Sí señora, pero no tiene chiste armarlas. Mire: nomás las abre y les pone…
-No. Yo las quiero armadas.
-Es que si las armo luego no…
-¿Hay un costo extra por armarlas o qué? –me dice con tonito desafiante.
-No, señora, claro que no – le digo, y me pongo a armar las pinches cajas. Al armar la segunda y ver el volumen que ocupan, la señora voltea a ver su coche y luego voltea a verme pelando los ojos:
-¡Ay, pero no me van a cabeeer!
Pensé que la rata que hacía girar su cerebro reaccionaría como a la sexta caja, pero me salió barato: reaccionó a la segunda caja armada.
-Por eso le decía, señora, que mejor se las lleve así: desarmadas.
-Ay, ¿pero luego en mi casa cómo las armo?
-Con cinta, señora. Les pone cinta en...
-Ay, pero también te voy a tener que comprar la cinta, ¿verdad?
-Eh… sí, si en su casa no tiene cinta, sí va a tener que comprarla.
-Pues ándale, dame entonces también una cinta –me dice como si fuera yo el culpable de sus desgracias. Pero ahí no paró la cosa. Como estaba lloviendo, me dice:
-Ay, pero está lloviendo, se van a mojar.
-Sí, tal vez le caen algunas gotitas en el trayecto al coche, pero no les pasa nada, señora.
-¿No tienes una bolsa?
-Híjoles, señora, es que para estas cajas se necesita una bolsa más grande que las de los tambos de la basura.
-¿Y no tienes de esas bolsas?
-No, señora, pero le juro que no les pasa nada a las cajas con que les caigan tantitas gotas. Si les pasa algo, se las cambio y no se las cobro.
La mujer no quitó esa mirada sospechosa ni ese gesto de desaprobación hasta que metí todo en su coche y arrancó.
Insisto: hay mujeres que deberían traer un instructivo: No mojar, que no le dé el sol y no alimentar después de la media noche, como a los pinches Gremlins.