El vaho acompañaba nuestras palabras aún y refugiados en el coche.
-Te voy a regalar una carta astral. Sé que no crees en esas cosas, pero quiero regalártela. Prométeme que irás.
-Lo prometo.
Me dio un
post it amarillo con una hora y una dirección en el centro de la ciudad. Nos besamos al despedirnos. El vaho se condensó dentro de nuestras bocas. Subí el cuello de mi chaqueta, abrí la puerta y caminé envuelto en la brisa helada de un diciembre que se tornaba místico.
Investigué un poco sobre el asunto. La explicación más “convincente” fue la que leí en una página de Internet:
La carta astral es una fotografía del cosmos en el momento que naciste. “Si los planetas influyen en el comportamiento del mar, las cosechas y los animales, puede que influyan en la personalidad de uno”, pensé para no ir tan escéptico a mi cita y para empezar a cumplir mi propósito de no ser tan, ay, snif, negativo y amargado.
Llegué al lugar a la hora que indicaba el papelito. Para no hacerles el cuento largo, la mujer que me leyó la carta terminó mandándome al psiquiatra.
Me llamó sociópata cuando le platiqué que me cagaban las reuniones donde los platos, vasos y cubiertos eran desechables. Mi razón, le dije, es que me molesta que la gente sea tan huevona y prefiera generar kilos y kilos de basura en lugar de lavar trastes. Sonrió. Mi punto de vista le pareció chiflado, y me reiteró: “Necesitas ayuda psiquiátrica, mijo. El mundo es así: de platos, vasos y cubiertos desechables y te tienes que adecuar a él, si no te vas a echar a todo mundo en contra”.
Sonreí. De entre las 3.14159265 cosas que me valen ñonga, está echarme en contra a todos. Desde ese momento deduje que nunca nos pondríamos de acuerdo.
Me hizo algunas preguntas generales acerca del mundo, lugar al que, dijo, “me cuesta mucho salir y enfrentar”. Le respondí honestamente lo que pensaba: que sí, en efecto, me caga no ver algo que me haga pensar lo contrario. Que me daba gusto que la economía estuviera jodida, que la gente perdiera su trabajo y que esperaba con ansia los suicidios masivos, para ver si así dejaban de tener hijos a lo pendejo, comprar cosas a lo pendejo y se daban cuenta que el sistema económico actual es una farsa. Percibí cómo sus ojos seguían la trayectoria del tornillo que se me acababa de zafar de la chompa, snif.
Me preguntó sobre el amor, los hijos, la familia, los amigos, el trabajo, mis sueños.
“No quiero hijos, son sinónimo de esclavitud; no quiero trabajar, es sinónimo de esclavitud; bla bla bla”. No recuerdo qué tanto le dije, sólo me acuerdo que miró el otro lado de mi cabeza, como si otro tornillo se me hubiera zafado.
Me dijo que mi carta astral hablaba de una decepción amorosa muy grande. “Todos las hemos tenido o las vamos a tener, señora”. Que hablaba también sobre un abuso sexual cometido en mi infancia. “Una chavita que ayudaba con el aseo en casa me la chupaba cuando mis papás no estaban, tenía yo unos 4 o 5 años”, le confesé, orgulloso de tener ese magneto en el pito desde temprana edad, jeje. La mujer me habló de mis vidas pasadas y mis posibles vidas futuras. Le dije que sólo me interesaba esta vida, la vida que tengo aquí y ahora, porque es la única que puedo comprobar que existe, porque: si tuve otras, ni me acuerdo; si tendré más, nadie me lo garantiza.
Al terminar, la mujer me abrazó muy fuerte y me besó la mejilla.
-Felicítame mucho a tu mamá por tener un hijo como tú.
No sé si fue sarcasmo, lástima o brotó honestidad de su corazón. La cosa es que ya no insistió con lo del psiquiatra.