Desde que me deshice definitivamente del televisor -invento del diablo-, leo más libros que antes. Esto fue a finales de julio del 2010, cuando me cambié de casa.
En casi 9 meses he leído más de 5000 páginas. Para muchos, el número sonará impresionante, pero no es otra cosa que la ridícula cantidad de ¡20 páginas diarias!; lo que dicen algunos expertos que lee el mexicano promedio en un año, snif.
Parte de mi decisión de no tener televisor fue que, cuando hablé a Cablevisión -la empresa que me daba el servicio- para contratar un nuevo paquete de canales de paga, me salieron con la novedad de que les debía dos meses: los dos meses que llevaba viviendo en mi nueva casa. Me los estaban cobrando porque “no di de baja el servicio en el domicilio anterior, y el servicio se suspende, pero se sigue cobrando si uno no lo da de baja”. O sea que te cortan el servicio para que ya no veas la tele pero tienes que seguir pagando algo que no ves… ¡Mira qué vergas salieron!
Total que intenté hablar con algún ente racional de esa empresa de TV de paga para explicarle que me parecía injusto que me cobraran dos meses de algo que ni siquiera estaba usado porque ya no vivía ahí y que, además, era un servicio que no estaba activado. El empleaducho que me atendió me dijo que si quería que me pusieran canales de paga en mi nuevo domicilio, tenía que liquidar los dos meses que debía del servicio cortado en el domicilio anterior, porque el contrato así lo estipulaba. Obviamente le dije que no les iba a pagar ni madres, que la deuda se la fueran a cobrar a su chingada madre y que el contrato, junto con sus “letras chiquitas,” lo hicieran rollito y se lo zambutieran por el fundillo.
El empleaducho, todo encabronado, me dijo: “Es que en el contrato que usted firmó dice claramente que bla bla bla bla… usted está robando a nuestra empresa, señor; a eso se le llama robo. ¡Es usted un ladrón!”. “Mira, pendejo” –le respondí-, “en la calle donde ahora vivo toda la gente tiene Cablevisión gratis. Tooodos mis vecinos están colgados de los postes donde están sus cables; todos se están robando la señal y ni cuenta se han dado. Si yo quisiera sus canales, haría lo mismo que ellos; pero ni gratis quiero su pinche servicio mugroso… Y ya te dije que le vayas a cobrar esos dos meses que debo a tu chingada madre”. Colgué la llamada y ya no me volvieron a molestar. Supongo que la deuda la terminó pagando su chingada madre, jejeje.
Pero bueno, entonces les estaba platicando que desde que me liberé del televisor por ese berrinche que hice en contra del Sistema, he leído bastante (sí, yo sé que eso se nota en mi amplio y refinado vocabulario). Y les decía que ahora soy más feliz y casi casi un ser iluminado porque me brilla la frentota que tengo cada que enciendo la lámpara de mi buró para esas lecturas nocturnas.
Y fue así como descubrí a Ayn Rand, a Italo Calvino y a Fernando Pessoa; releí El Juego de los Abalorios, de Hermann Hesse y Franny and Zooey, de J.D. Salinger. Me dejé influenciar por la muchedumbre y me aventé la trilogía de moda de Stieg Larsson; y ya en esa onda comercial bestselleriana, me compré los libros que me faltaban de Carlos Ruiz Zafón. Leí algunos autores mexicanos a los que tuve el gusto de conocer en algún evento o tengo la debilidad de admirar. En fin. La he pasado bien sin televisor. He descubierto muchas cosas. Un chingo.
Cuando tenga tiempo -y ganas-, haré una lista de recomendaciones literarias como la que hice hace algún tiempo. Por mientras, vayan a ver tele.
Buen martes.
En casi 9 meses he leído más de 5000 páginas. Para muchos, el número sonará impresionante, pero no es otra cosa que la ridícula cantidad de ¡20 páginas diarias!; lo que dicen algunos expertos que lee el mexicano promedio en un año, snif.
Parte de mi decisión de no tener televisor fue que, cuando hablé a Cablevisión -la empresa que me daba el servicio- para contratar un nuevo paquete de canales de paga, me salieron con la novedad de que les debía dos meses: los dos meses que llevaba viviendo en mi nueva casa. Me los estaban cobrando porque “no di de baja el servicio en el domicilio anterior, y el servicio se suspende, pero se sigue cobrando si uno no lo da de baja”. O sea que te cortan el servicio para que ya no veas la tele pero tienes que seguir pagando algo que no ves… ¡Mira qué vergas salieron!
Total que intenté hablar con algún ente racional de esa empresa de TV de paga para explicarle que me parecía injusto que me cobraran dos meses de algo que ni siquiera estaba usado porque ya no vivía ahí y que, además, era un servicio que no estaba activado. El empleaducho que me atendió me dijo que si quería que me pusieran canales de paga en mi nuevo domicilio, tenía que liquidar los dos meses que debía del servicio cortado en el domicilio anterior, porque el contrato así lo estipulaba. Obviamente le dije que no les iba a pagar ni madres, que la deuda se la fueran a cobrar a su chingada madre y que el contrato, junto con sus “letras chiquitas,” lo hicieran rollito y se lo zambutieran por el fundillo.
El empleaducho, todo encabronado, me dijo: “Es que en el contrato que usted firmó dice claramente que bla bla bla bla… usted está robando a nuestra empresa, señor; a eso se le llama robo. ¡Es usted un ladrón!”. “Mira, pendejo” –le respondí-, “en la calle donde ahora vivo toda la gente tiene Cablevisión gratis. Tooodos mis vecinos están colgados de los postes donde están sus cables; todos se están robando la señal y ni cuenta se han dado. Si yo quisiera sus canales, haría lo mismo que ellos; pero ni gratis quiero su pinche servicio mugroso… Y ya te dije que le vayas a cobrar esos dos meses que debo a tu chingada madre”. Colgué la llamada y ya no me volvieron a molestar. Supongo que la deuda la terminó pagando su chingada madre, jejeje.
Pero bueno, entonces les estaba platicando que desde que me liberé del televisor por ese berrinche que hice en contra del Sistema, he leído bastante (sí, yo sé que eso se nota en mi amplio y refinado vocabulario). Y les decía que ahora soy más feliz y casi casi un ser iluminado porque me brilla la frentota que tengo cada que enciendo la lámpara de mi buró para esas lecturas nocturnas.
Y fue así como descubrí a Ayn Rand, a Italo Calvino y a Fernando Pessoa; releí El Juego de los Abalorios, de Hermann Hesse y Franny and Zooey, de J.D. Salinger. Me dejé influenciar por la muchedumbre y me aventé la trilogía de moda de Stieg Larsson; y ya en esa onda comercial bestselleriana, me compré los libros que me faltaban de Carlos Ruiz Zafón. Leí algunos autores mexicanos a los que tuve el gusto de conocer en algún evento o tengo la debilidad de admirar. En fin. La he pasado bien sin televisor. He descubierto muchas cosas. Un chingo.
Cuando tenga tiempo -y ganas-, haré una lista de recomendaciones literarias como la que hice hace algún tiempo. Por mientras, vayan a ver tele.
Buen martes.