martes, noviembre 16, 2010

Qué humildad la mía, snif

Después de la muerte vienen los desacuerdos.

El color del ataúd, quién va a dar las misas y en dónde, cómo van a maquillar al fallecido, qué tipo de flores, qué foto van a poner sobre el féretro: una con los hijos o una donde se incluya también a los nietos… Como si todo eso importara.

Yo ya dije: el día que muera, sáquenme todo lo que sirva y avienten mis restos a una fosa común; pero no le den ni un pinche peso a la mafia funeraria y panteonera

Luego, vienen más pleitos: quién se va a quedar con la casa, por qué ellos se van a quedar con la casa, quién se va a quedar con el carro, por qué él y no yo. Los pocos bienes del difunto se convierten automáticamente en un botín de bandoleros sin necesidad. Las ovejas sacan las garras y el cobre.

¿Qué necesitan las personas para que les caiga el veinte? ¿Qué necesitan para darse cuenta de la futilidad de la vida y de lo que en realidad importa? ¿Necesitan que les pongan un pinche cuerno de chivo en la nuca y les digan que imploren por su vida para ver si así la respetan? ¿Necesitan que les truene una pinche granada y les vuele una mano y media pierna para que se dejen de mamadas?

En serio que no es por mamón ni por soberbio, y no me lo vayan a tomar a mal, pero cada que me entero de cosas así, me siento un ser superior. Alguien supremo, todo bondadoso y casi perfecto, que está muy por encima de cualquiera. En pocas palabras: me siento un súper humano, un sabio, un Dios. Y me siento así porque yo no caigo en bajezas.

Lo mismo me pasa cuando digo buenas tardes y nadie me contesta; cuando doy el paso en el coche y alguien más me lo niega; cuando abro una puerta y el que pasa ni las gracias me da; cuando me preguntan por qué pienso de tal forma, cuando nadie entiende por qué me llevo bien con el ex marido de mi vieja, por qué no aprovecho y agarro tajada o saco provecho de algunas palancas.

En serio, me siento enorme. No quepo en este mundo. No me merecen. No somos iguales.

Y repito: no es por mamón ni soberbio ni ególatra; simplemente me siento así porque la mayoría de las personas muestran su pequeñez.

Muchas gracias, gente horrenda y chaparra; gracias por hacer que me sienta superior a ustedes.

Ahora: récenme.