Alguna vez, por estos lares, platiqué del primer encuentro cercano que tuve con un supositorio, snif.
Fue como a la edad de 3 o 4 años. Todavía no se me olvida el escalofrío que sentí cuando mi jefecita introdujo tremendo misil por mi inocente aniceto. Fue una sensación muy gacha: como de estar cagando para adentro, para, segundos después -con los ojos pelones y cara de "¡a la verga qué gacho se siente!”-, aflojar el chikistrikis y desparramar a presión toda la calabaza sobre la porcelana fina del escusado (amo las metáforas elegantes cuando de hablar de popó se trata).
A lo que voy con esta anécdota escatológica es que aún no me recupero de todo lo que comí y bebí en las vacaciones. Comida hindú, árabe, griega, tailandesa, pakistaní, iraní, turca, italiana, japonesa, china, española, gringa, vodka, ron, cerveza, Dr. Pepper, agua mineral de sabores, whisky… ¡Ay, mamachita!
Pero estoy casi seguro que los que me causaron el problema fueron esos pinches jogdogs de la foto. Me corto un tanate si esos monstruos de embutidos cerca de la Casa Blanca (¿qué andaba haciendo yo, antiyanki confeso, cerca del cantón de Obama?... se los dejo de tarea) no fueron los que conspiraron en mi contra para taponearme la cañería. Nunca me había sentido así por tanto tiempo. Yo, que voy al baño 3 veces al día, y no precisamente a admirar mi musculatura en el espejo y recordarme lo guapo que soy.
Si no me hubiera hecho tan hombre y tuviera todavía la tierna edad de 4 años, dejaría que me metieran un supositorio por el chimuelo. Neta que siento como si pudiera tapar una fuga de petróleo en el Golfo de México con toda la plastilina que tengo acumulada en el intestino. Lástima que ya la hayan tapado (bueno, no lástima; qué bueno que ya la arreglaron), pero para la otra, ya saben los ingenieros: denle de tragar de todo y al final unos jogdogs al puro estilo y desazón gringos, y verán cómo tapan el boquete luego luego.
Lo que sí es que uno nunca está demasiado estreñido como para no chuparse otra cerveza, jejeje.
Fue como a la edad de 3 o 4 años. Todavía no se me olvida el escalofrío que sentí cuando mi jefecita introdujo tremendo misil por mi inocente aniceto. Fue una sensación muy gacha: como de estar cagando para adentro, para, segundos después -con los ojos pelones y cara de "¡a la verga qué gacho se siente!”-, aflojar el chikistrikis y desparramar a presión toda la calabaza sobre la porcelana fina del escusado (amo las metáforas elegantes cuando de hablar de popó se trata).
A lo que voy con esta anécdota escatológica es que aún no me recupero de todo lo que comí y bebí en las vacaciones. Comida hindú, árabe, griega, tailandesa, pakistaní, iraní, turca, italiana, japonesa, china, española, gringa, vodka, ron, cerveza, Dr. Pepper, agua mineral de sabores, whisky… ¡Ay, mamachita!
Pero estoy casi seguro que los que me causaron el problema fueron esos pinches jogdogs de la foto. Me corto un tanate si esos monstruos de embutidos cerca de la Casa Blanca (¿qué andaba haciendo yo, antiyanki confeso, cerca del cantón de Obama?... se los dejo de tarea) no fueron los que conspiraron en mi contra para taponearme la cañería. Nunca me había sentido así por tanto tiempo. Yo, que voy al baño 3 veces al día, y no precisamente a admirar mi musculatura en el espejo y recordarme lo guapo que soy.
Si no me hubiera hecho tan hombre y tuviera todavía la tierna edad de 4 años, dejaría que me metieran un supositorio por el chimuelo. Neta que siento como si pudiera tapar una fuga de petróleo en el Golfo de México con toda la plastilina que tengo acumulada en el intestino. Lástima que ya la hayan tapado (bueno, no lástima; qué bueno que ya la arreglaron), pero para la otra, ya saben los ingenieros: denle de tragar de todo y al final unos jogdogs al puro estilo y desazón gringos, y verán cómo tapan el boquete luego luego.
Lo que sí es que uno nunca está demasiado estreñido como para no chuparse otra cerveza, jejeje.
Saludos.