jueves, noviembre 28, 2013

Ya no hacen a los stalkers como antes, snif

Hay cuatro cajas de cuyo contenido nunca he podido deshacerme. En una guardo montones de fotografías y negativos de fotografías que nunca imprimí; en otra, cuadernos con dibujos de cuando tenía 10, 11, 12 y 16 años; otra tiene revistas que coleccionaba en los años ochenta y principios de los noventa (Video Risas, Simón Simonazos, El Loco Max, etc.); la última contiene las caricaturas y tiras cómicas que he publicado a lo largo de 16 años en distintos medios impresos y digitales... aunque también algunas curiosidades.

Ayer que por fin decidí deshacerme de lo más que pudiera del contenido de una de las cajas, encontré esto:
En aquel tiempo una amiga de la carrera que hacía prácticas en el periódico El Norte, de Grupo Reforma, me hizo una entrevista para un suplemento juvenil. Recuerdo que contesté algunas preguntas obvias, me tomaron fotos en poses ridículas y me pidieron que hiciera caricaturas de "chavos famosillos" -según los parámetros del periódico- de la ciudad.  La entrevista salió un miércoles y, para el fin semana, yo ya tenía trabajo: me contrataron para hacer tiras cómicas "con temática juvenil" y caricaturas de "chavos famosos" en las ediciones suburbanas de ese diario, en donde laboré durante 13 años.

Y bueno, pues resulta que alguien leyó la entrevista, recortó mi foto ultra sexy con pelo de hongo, le dibujó un corazón con tinta negra, la pegó en una hoja cuadriculada, escribió lo que sentía y me la dejó en el limpiaparabrisas del coche del  amigo que me daba ride al salir de clases. 

Supuestamente en aquella época yo "tenía dueña", como dice en su postdata la romántica epístola. Pero ya ni me acuerdo. Tal vez era una de esas noviecillas inmaduras que no cuentan porque te duran tres semanas. La cosa es que nunca supe quién me mandó este recado porque quien lo escribió nunca hizo acto de presencia, y pues me quedé como Penélope o la loca ésa del muelle de San Blas, snif. 

A lo que voy es que: ¡qué romántica era la stalkeada de antaño! ¡Qué bonita! Ahí sí había que pelársela si se quería acechar a alguien. Nada de redes sociales ni whatsappes ni fotitos regadas por todos lados: pura investigación de campo.

Investigar quiénes eran las amigas del objeto de deseo, hacerte amigo de ellas, conseguir el teléfono de la víctima, conseguir su dirección, pasar de noche en el coche de algún amigo, brincarte la barda, pegar una flor y una cartita en la puerta, salir corriendo cuando los perros se despertaban y correr más rápido cuando la noche se iluminaba con el brillo parpadeante de las torretas de las patrullas (esto me lo contó el amigo de un primo de un tío, cof, cof)... ¡Qué bonita era la stalkeada de antaño, en serio!

Esos sí eran stalkers y no chingaderas.

jueves, noviembre 21, 2013

Hipsterízame el negocio

Es por todos conocido que a los hipsters les encanta hacer derivaciones lingüísticas muy mamonas de sustantivos comunes para bautizar sus negocios artísticos/gourmet/orgánicos/independientes. En otras palabras, los hipsters tienen esa manía de agregarle el sufijo "ería" a todas las palabras del mundo, así suenen de la verga.

Por ejemplo: si un hipster pone un restaurante de mariscos en donde -supongamos- la especialidad es el pulpo, nombrará a su negocio “La Pulpería”. Si en el restaurante la especialidad es la mojarra frita, le pondrá "La Mojarrería", y, si lo chingón son los ostiones frescos en su concha, pues le valdrá madres y nombrará a su changarro "La Ostionesfrescosensuconchería".

Obviamente hay reglas para esto de los nombres. Un hipster nunca utilizará una palabra "ya hipsterizada", por decirlo de algún modo. Por ejemplo, las palabras "pizzería", "cocktelería" y "taquería" son palabras que nacieron ya hipsterizadas, pero no son hipsters; ¿no sé si me explique? 

Para que una palabra sea hipster hay que meterle más feeling, que suene indie, que cambie su esencia humilde por la soberbia y que sea -la mayoría de las veces- impronunciable. Por lo tanto, si el hipster decide abrir un food truck o un pequeño puesto de comida italiana, lo llamará "La Focacciería", "La Boloñesería" o "La Mozzarellería", pero nunca se referirá a él como pizzería o trattoría. Si la especialidad del comercio son los tacos, obviamente no lo llamará "La Taquería", pero sí lo llamará "La Pastorería" o "La Trompería", por aquello de los tacos al pastor (o de trompo); o "La Campechanería", por aquello de los tacos de bistec con trompo. ¿Me explico?

Y no sólo en el ramo alimenticio aplican estos nombres. La hipsterización de los negocios aplica en todos los rubros. Por ejemplo: si vendes persianas puedes llamar a tu establecimiento "La Persianería"; si vendes cocinas, "La Cocinería"; si eres abogado o notario, puedes llamar a tu despacho "La Justiciería" o "La Leyería". Pa´todos hay. ¡Pero ojo! Recuerden que hay reglas. Si vendes muebles no puedes tener una "mueblería"; debe ser una "sofafería" o "sillonería". Aunque "mueblería" sea una palabra ya hipsterizada, no es hipster, como tampoco lo son "papelería", "ferretería", "panadería" o "bonetería".

Y así nos podemos seguir hasta el infinito. Incluso los comercios más oscuros y bizarros pueden hipsterizarse. Digamos que eres un hipster místico, de ésos a los que les gusta la onda new age y los polvos mágicos y las hierbas que curan. Por obvias razones no puedes llamar a tu negocio "La Hierbería", pues ya hay un chingo de ésas y el nombre carece de punch; por lo tanto debes elegir algo más místico, más acá, algo así como "La Milagrería" o "La Nahualería" o "La Remediería". Recuerda que entre más imposible sea el nombre, mejor.

El mundo se hipsteriza rápidamente, chavos. Ya hay "caguamerías", "gourmeterías", "popcornerías", "ensaladerías", "pozolerías", "chilaquilerías", "molleterías", "tostaderías", "butcherías" y "fisherías" (un sustantivo en inglés al que le agregas el sufijo "ería" te hace un dios); por lo tanto, hay que hipsterízarse. Recuerden que no importa que nuestro bissness sea exitoso, lo que importa  es que suene hipermamón. 

P.D. Si no existieran los internetes les pediría de favor que me prestaran su diccionario español-hipster/hipster-español para saber qué diablos vende el bodrio de negocio de la foto de arriba, pero gracias a Google ahora sé que pox es un tipo de aguardiente, y: ¿por qué no llamar La Poxería al lugar en donde venden pox?

P.D. 2 Los odio, pinches hipsters.

lunes, noviembre 18, 2013

Adiós, D.F.



Sacrificios humanos, adoración de dioses, tlatoanis que heredan su puesto, ruinas y más ruinas ... Nada ha cambiado, snif. 



Pulque de frambuesa. También probé el de melón y el de avena. Una maravilla de alimento.


Comida rápida, rica y barata, aunque no tan barata como los 5 tacos por 12 pesos afuera del hotel.

Anuncio jocoso.

Galería hipster con precios inflados.

No se vayan a atragantar.

Alebrije chingón.

Intelectual mandilón.

Mi stand.

Una feliz lectora del Escuadrón Retro.

miércoles, noviembre 13, 2013

Festo Cómic

Del jueves 14 al domingo 17 de noviembre -o sea: ya- estaré en la Ciudad de México para asistir al FESTO Cómic -o Festival de Autores de Cómic-, evento que se llevará a cabo el sábado 16 y el domingo 17 en el edificio del Centro Nacional de las Artes (CENART, por sus siglas), en el marco (siempre quise decir "en el marco"; se oye muy formal) de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ 33). El 14 y el 15 andaré nomás turisteando, por si andaban con el pendiente (ya puse muchos paréntesis).

Llevaré libros del Escuadrón Retro, playeras, separadores de libro de La Neta del Planeta, postales, haré dibujos y, sobre todo, les agradeceré por disfrutar de mi trabajo y seguir siendo mis lectores.

Las playeras cuestan $90 pesos. Hay dos estilos en 10 colores diferentes. En la compra de una playera hay regalitos.
Las postales y los separadores cuestan $5 pesitos cada uno, pero se regalan 3 en la compra del libro o de una playera.
 
El libro tiene un precio de $100 pesos, va autografiado, con dedicatoria, garabato personalizado, con su separador del Escuadrón Retro y un par de postales o separadores de La Neta del Planeta, los que ustedes elijan.
¡Ahí nos vemos!

miércoles, noviembre 06, 2013

La Chilindrina tras los barrotes

Quito el pasador y deslizo con dificultad el portón gris. Los crujidos metálicos que produce mientras corre por el canalete de fierro retumban en el área de celdas. 

Apenas entro y el olor a sudor y orines me patea el rostro. Llevo casi un año trabajando como alcaide en un pequeño municipio cercano a Monterrey y no he podido acostumbrarme a la pestilencia. Dicen que por esa razón el portón gris debe permanecer cerrado, más que por "seguridad". 

Camino por el pasillo. Los reclusos duermen en el suelo detrás de los barrotes. Se tapan con cobertores deshilachados que sólo con verlos me producen escozor en la espalda y en los brazos. Algunos detenidos se han quitado los pantalones, los han hecho rollo y los usan como almohadas; las mangas de sus camisas a veces las arrancan y las usan para limpiarse después de ir al baño. “Estar aquí no es ningún premio”, me dijo un comandante la vez que solicité rollos de papel higiénico para los internos. 

Anoche encerraron a El Marras, El Cholo, La Chilindrina y Verdugo, conocidos teporochos reincidentes que también gustan de inhalar tolueno y resistol. Son viciosos escandalosos, pero ninguno tiene antecedentes de robo, violencia familiar o cualquier otro delito más grave. 

A La Chilindrina le dicen así porque siempre que lo detienen llora alegando que no estaba haciendo nada malo, y amenaza desde el primer filtro -la celda donde se les retiran sus pertenencias- con matar a todos, enrojecido el rostro y empapado en lágrimas. "¡Waaaaa waaaaa waaaaa!", le hacen burla los oficiales desde la barandilla mientras imitan los ademanes de la niña chillona de El Chavo del 8

Yo procuro llamar a todos los detenidos por su nombre. La Chilindrina se llama Sergio; El Cholo, Ponciano; El Marras, Ramiro; Verdugo así se apellida. Y así como yo los llamo por su nombre, les pido que a mí me digan Gustavo en vez de Licenciado. La Chilindrina me dice "Tavo". 

“La Chilis”, como le dicen algunos uniformados, tiene sus lapsos de lucidez cuando no llega tan drogado ni agresivo: "¿Qué ganan teniéndome aquí encerrado 36 horas, Tavo?", me cuestiona. "No traigo dinero para pagar la multa: no ganan nada; y tampoco voy a dejar el vicio: me gusta andar drogado. ¿Qué ganan teniéndome aquí?". Y le doy toda la razón. No ganamos nada ni como individuos, ni como institución, ni como sociedad. "Es preventivo. Pueden delinquir, causar un accidente o incluso ser atropellados por andar en ese estado", me dijo el mismo comandante que me negó el papel higiénico para los internos cuando le pregunté por qué traían siempre a los mismos infractores. 

Los observo recargado en la pared frente a los barrotes. Duermen profundamente. Cuando dormimos todos nos vemos iguales, sin defectos ni virtudes ni vicios. Sin divisiones. Será porque el sueño es lo más parecido a la muerte. En la muerte no hay diferencias, simplemente algunos la esperan sentados dentro de una burbuja de plástico y otros ayudan al cuerpo a morir de lo que le gusta. 

Entre más te involucras, más te percatas de que todo es un juego. Ganan quienes más fichas o balas tienen, quienes mejor imitan el lado más salvaje de las fuerzas de la naturaleza. Es una farsa que mantiene al status quo para no horrorizarnos al saber que, al final de cuentas, podemos ser barridos por una lluvia y no somos más que esos teporochos apestosos. Hacemos como que no lo sabemos; fingimos estar detrás de barreras invisibles e indestructibles que sólo pueden ser penetradas por quienes consideramos iguales a nosotros. Qué gran payasada tan conveniente. 

Escucho el portón gris retumbar. El oficial Alamilla entra al área de celdas. Quienes operan las cámaras de seguridad, al verme recargado inmóvil frente a los calabozos, llamaron a barandilla para preguntar "si había algún problema". "No hay ningún problema", le digo al oficial Alamilla. En eso, La Chilindrina se despierta, se pone de pie y se aferra con las manos a un par de barrotes. "Oye, Tavo: ¿no habrá un panecillo o un taquillo por ahí?". Su aliento todavía apesta a solvente. El oficial Alamilla lo reprende golpeando la macana en un travesaño: "¿Cuál Tavo, pendejo? Dile Licenciado". Sergio me voltea a ver con ese halo de lucidez que a veces tiene. Le dirijo una mirada al oficial Alamilla y le digo: "Así me llamo: Gustavo; y él se llama Sergio". El oficial no deja de mirar a La Chilindrina, desafiante. Después, se retira. "Ya ni usted que es Licenciado anda con esas chingaderas", me dice Sergio. "No soy Licenciado, soy Gustavo", le digo antes de ir por unos panes para que desayunen los internos.

lunes, octubre 21, 2013

Ya estaba ahí, en quién-sabe-dónde

Despertó en una cápsula metálica apenas más ancha y más alta que un coche volkswagen.

Sujeto a un asiento de piel acolchado trató de recordar cómo había llegado ahí, pero no pudo.

A su derecha vio una escotilla con un pequeño vidrio circular por donde podían apreciarse un montón de luces titilando a lo lejos.

Sintió como si la sangre se le fuera a la cabeza; después, la sensación desapareció.

Al desabotonar el cinto que lo sujetaba, esperó flotar; pero esto no sucedió. Pegó el rostro sobre la fría ventanilla, evitando tocar los botones y palancas que lo rodeaban. Era como contemplar la noche más oscura y estrellada.

Hasta que algo lo hizo retroceder de golpe. Era una medusa. Se impulsaba a centímetros del cristal contrayendo el cuerpo de manera rítmica. Después, otra. Y otra. Cientos de ellas.

Volvió a recargar el rostro en la escotilla, observando los gráciles tentáculos del banco de aguamalas perderse en la penumbra.

Las luces, a lo lejos, seguían centelleando.

Le volvió la sensación de tener la sangre en la cabeza. Sintió de pronto como si una fuerza lo jalara hacia arriba. Se aferró a uno de los descansabrazos y con la otra mano ajustó transversalmente el cinturón. Recostó la cabeza en el almohadón del respaldo y cerró los ojos.

Lo de menos era saber si se encontraba en el fondo del mar o en el espacio exterior; en el limbo o en un sueño. Ya estaba ahí.  Aunque nunca supiera cómo había llegado.

miércoles, octubre 16, 2013

Winona Ryder y los pavo reales gigantes que disparan rayos fosforescentes

Casi siempre le sugiero al subconsciente el tema que me gustaría soñar, pero pocas veces me hace caso, y, cuando lo hace, lo hace a como se le pega su gana. Por ejemplo: si quiero soñar que tengo un date mega romántico con Winona Ryder, posiblemente lo tenga, pero en las faldas de un volcán en erupción del cual tenemos que salir huyendo para después ser perseguidos por pavo reales gigantes que disparan rayos fosforescentes por la cresta y terminan comiéndose a mi amor platónico, snif.

También es común que duerma con la idea de que en mi sueño quiero darme cuenta que estoy soñando para así poder controlarlo y dirigirlo hacia donde quiera –apagar el volcán de una meada, matar a los pavo reales que disparan rayos fosforescentes y apachurrarme a Winona Ryder en una hamaca en la playa-, pero supongo que los sueños perderían su encanto si pudiéramos hacer esto.

He escuchado gente que asegura soñar lo que le plazca, pero no sé si sea cierto. También he leído algunos artículos que dicen que se puede lograr esto "con cierta disciplina mental", pero no soy muy disciplinado que digamos. No lo he logrado incluso cuando más empeño he puesto en ello; ya saben, de esas veces que despertamos en la parte más interesante de un sueño y queremos volver a dormirnos para continuar en donde nos quedamos pero se nos va el sueño o soñamos algo distinto o bien aburrido.

Despertar de un sueño es entrar en la realidad (¡qué frase tan genial y tan poco obvia!), que no es otra cosa que una ilusión que tampoco podemos controlar; por lo tanto, eso que conocemos como "realidad" es algo parecido a seguir soñando.

Uno empieza a controlar su realidad cuando se despierta de la ilusión de lo que se cree que es estar despierto. La realidad es el sueño que quieren que vivamos pero a la vez que permanezcamos soñando con vivirlo.

Cuando despiertas de esa ilusión puedes sentirte a ti mismo y comprender tu existencia; lo básico de las cosas, el trasfondo sencillo de la vida. Obviamente este “despertar” acarreará soledad, aislamiento, miradas burlonas o tragos amargos, pero al final de cuentas todo eso también son ilusiones.

Quizás no tengamos la habilidad de soñar lo que queremos ni de ver completa la realidad que deseamos, pero lo más importante -creo yo- es no ver lo que quieren que veamos.

Encajar en esta realidad es una ilusión. No te sientas un extraño. Ten en mente que si logras despertar simplemente eres la persona que pudo ver detrás del telón.

lunes, octubre 07, 2013

Un compa apodado El ¡Qué Oso!

Cuando cursaba el tercer grado de secundaria a los hermanos maristas se les ocurrió organizar una rifa en la que el premio mayor sería un coche de reciente modelo. Era el año 1989.

El dinero que se recaudara de la venta de los boletos sería para acabar el gimnasio que estaba construyendo el CUM de Monterrey en un terreno aledaño a su plantel (para ser exactos, en donde se ponía Doña Pelos, la señora de los tacos). Los estudiantes de los tres niveles de secundaria nos dimos a la tarea –más bien nos la impusieron los adoradores de san Marcelino Champagnat– de vender talonarios con veinte boletos de a 35 pesos cada uno.

Fue así como a mis trece años anduve durante un mes molestando a todos mis tíos, importunando a los vecinos y rogándole a alguno que otro incauto para que me compraran un boleto.

Llegó el día en que tuvimos que entregar los talonarios y lo que habíamos recaudado. El maestro al que apodábamos El Pitufo pasó salón por salón a recoger el dinero mientras pasaba lista. Cuando escuché mi nombre me puse de pie, entregué casi 700 pesos de los de antes y dos boletos que ya no pude vender. El Pitufo hizo una mueca desaprobatoria que bien pudo meterse por el culo.

Después llegó el turno del compañero cuyo apodo tomé para titular este escrito. Se llamaba Jaime, pero ahí todavía no le decíamos como le decíamos. El sobrenombre se lo pusimos esa misma tarde, después de que se paró, caminó entre la hilera de pupitres y entregó el talonario ¡completo!: con los veinte boletos.

Ya se imaginarán la cara que puso El Pitufo, que de por sí estaba bien pinche feo el cabrón. Se le subieron los colores a las mejillas, como si la acción de Jaime hubiera sido una afrenta personal, y le dijo, sacudiendo el talonario con dos dedos, como si le diera asco:

–¿Qué es esto?

–No pues no vendí los boletos –respondió Jaime.

–Sí, ya me di cuenta, pero: ¿por qué no los vendiste?

–No, pues no los vendí.

–¿Por qué no los vendiste?

–Pues porque qué oso andar ahí ofreciendo boletos.

–¿Cómo que “qué oso”? –espetó El Pitufo, molesto y confundido.

–Pues sí, qué oso: qué vergüenza andar ahí de que “¿me compra un boleto?”, “ándele señora, cómpreme un boleto”. ¡Qué osooo!

Todos los del salón nos cagamos de la risa; algunos tacharon a Jaime de fresa y de hipermamón, y, obviamente, desde ese incidente se le quedó el apodo de El ¡Qué Oso!

El Pitufo, furioso, mandó a Jaime a la dirección. Llamaron a sus papás y, a las tres horas, Jaime regresó al salón con una ligera sonrisa en el rostro, que denotaba más tranquilidad que cinismo “Mis papás compraron todos los boletos y se arregló el pedo”, dijo.

Yo, en el fondo, admiré a Jaime. No porque sus padres hayan comprado todos los boletos y le hayan salvado el pellejo por una estupidez, sino porque a esa edad no había visto brotes de tal honestidad en “actos de rebeldía”, por llamarlos de alguna forma. La rebeldía de la que muchos alardeaban se resumía en cometer pendejadas sin ton ni son para hacer enojar a alguien. No eran conductas auténticas, comprometidas con alguna creencia o sentimiento; la rebeldía consistían en llevar la contra nomás por llevarla. Jaime era buen estudiante, cumplía con sus tareas y sacaba buenas calificaciones; pero se negó a vender los boletos simplemente porque le pareció incómodo.Y eso admiré.

Cabe aclarar que sus papás se ganaron el coche, y ya se imaginarán la cara que puso El Pitufo, que de por sí estaba bien pinche feo el cabrón.

martes, octubre 01, 2013

El cascabel

Gabino, el guardia encargado de subir y bajar la pluma del estacionamiento del departamento de policía, comenzó a recibir una visita inusual: un gato.

Poco tiempo bastó para que el felino se ganara la simpatía de Gabino y los demás uniformados, quienes le compartían de su almuerzo o cooperaban para comprar latas de atún en la tienda de la esquina; incluso el animalito se paseaba a sus anchas por las oficinas y pasillos de la demarcación, en donde Carmen, la recepcionista, había puesto ya una caja de arena y algunos juguetes de goma.

Pero un día el gato -al que nunca le pusieron un nombre- desapareció.

A la semana el ejército realizó un operativo en las instalaciones de la policía. Fueron destituidos 56 agentes –entre ellos Gabino- y  dos altos mandos. 

Al día siguiente el periódico de mayor tiraje de la ciudad publicó una nota a ocho columnas -y varias fotografías en su edición online- en donde se mostraban las orgías con alcohol y cocaína que se realizaban dentro de la dependencia municipal.

Nunca nadie se imaginó que el cascabel que colgaba del collar de Matute -como se llamaba el gato- era en realidad una cámara. 

martes, septiembre 24, 2013

Como portada de Pink Floyd


Imagino que cuando alcanzamos cierta lucidez, paz o congruencia con nosotros mismos somos como la mancha de colores que se refleja en la pared cuando el rayo de luz atraviesa el prisma; y que "El Mundo" -esa simulación pensada por alguien más- es el velo que se empeña en cubrir estas cualidades que resultan de las experiencias físicas, mentales y "espirituales", por llamar de alguna manera a toda esa actividad interior que relacionamos con planos etéreos.

Y sí: pareciera que el mundo que conocemos todo lo nubla con su ruido, pretendiendo sustituir nuestras emociones, anhelos e inteligencia por engranajes, cableado y computadoras; manteniendo vigente ese antiquísimo sistema condicionado de recompensas y castigos. Poco es ya lo que cuestionamos y casi todo lo aceptamos. Tragamos sin masticar porque "no hay tiempo". Perdemos poco a poco la espontaneidad y el gusto por lo natural porque la tecnología lo estandariza todo. No hay tiempo para la contemplación. Menos cuando se necesita salir a ganarse unos pesos. Nos programan como robots desde niños para actuar de acuerdo a un patrón específico que, si no conocemos otro, hasta nos resulta cómodo y seguro, normal: "Es lo que hay porque no hay de otra".

Es como si viviéramos detrás de una cascada: del otro lado se ven los colores tal cual, pero la imagen del mundo está distorsionada. 

El mundo es la mancha de colores que se refleja a través de nosotros cuando alcanzamos la lucidez, no la simulación que creemos vivir. Es cuestión de cruzar al otro lado de la cascada. De atravesar el prisma.

lunes, septiembre 16, 2013

Tiña

Lo único que no me gusta de tener un trabajo de oficina y un negocio de hamburguesas los fines de semana, es que me quita tiempo para dibujar, escribir, leer, ver a mi familia, ver a mis compas y tirar hueva como antes lo hacía, snif; pero ahorita que tengo tiempo aprovecho para contarles una breve anécdota Godínez. Ay, estos Godínez…

Resulta que un güey de la oficina en donde trabajo como alcaide llegó platicando que a su hijo le había dado tiña. ¡Tiña! Jajajajajaja… no mamen. ¿A quién diablos le da tiña en pleno siglo XXI? ¿Qué es esto: la Europa del siglo XVI? Es como decir “Mi hijo tiene peste bubónica” o “A mi niña le dio lepra”. Pero bueno, uno nunca sabe con los Godínez y sus costumbres. La cosa es que este güey llegó platicándonos su tragedia y esto hizo que yo me acordara de una bonita anécdota de mi lejana adolescencia.

Me acordé de la noche antes de mi primer día de preparatoria. Tenía yo unos 13 ó 14 años y usaba el cabello “de hongo” (sí, señoras y señores: en algún momento de mi vida tuve una cabellera abundante, como la de José Luis Rodríguez, El Puma). A esa edad tenía la manía de rebajar el volumen del cabello de los costados con un rastrillo; ya saben, para no gastar en peluqueros y hacer más bombacho “el hongo”.

Total que esa noche agarré el rastrillo y empecé a rebajarme el cabello de atrás de las orejas porque quería ser la sensación entre las morritas con mi corte moderno. Y no sé si fueron los nervios de entrar a la prepa o qué pedo, pero en una distracción que tuve, que se me pasa la mano de fuerza y que me corto de más el cabello y que me dejo una pinche trasquilada en el coco.

Como sabía que el cabello no me iba a crecer de un día para otro, hice lo que todo hombre haría a esa edad: corrí llorando al cuarto de mi mamá para que me solucionara el problema, snif.

Obviamente mi jefecita me metió una pedorriza marca diablo: “¡Mira nada más cómo te dejaste! ¡Nada más a ti se te ocurre andarte rasurando! ¡Pareces tiñoso!" Oso… oso… oso… oso... Esta última palabra retumbó en lo más hondo de mi ser; como si las entrañas de mi cuerpo fueran las paredes de un cañón en donde rebotan infinitamente los ecos. “Tiñoso”. Qué pinche se oye, ¿no? A esa edad había escuchado hablar de la tiña porque mi papá es veterinario de profesión y había visto algunas fotos de perros con esa madre y ¡guákatelas!; pero en humanos nunca lo había visto, y ahora yo parecía uno de ésos.

Total que estaba todo preocupado porque tenía una trasquilada arriba de la oreja, trasquilada que no alcanzaba a cubrir mi moderno corte de champiñón, y pues ya no sería la sensación entre las morritas y, ay, snif, una tragedia.

Pero como las mamases se las saben de todas todas, la mía me dio la solución: sacó de su bolsa el rímel y me empezó a pintar de negro la parte trasquilada. Y quedó bien. Había que clavarse mucho en la textura para darse cuenta que esa parte de mi cabeza no tenía pelo.

Y al día siguiente fui a la preparatoria y nadie se dio cuenta que parecía tiñoso gracias a la pericia de mi madre y sus remedios. Nadie se dio cuenta hasta que empecé a sudar y el rímel comenzó a escurrir...

Ah, pero este post era porque al hijo de un Godínez le dio tiña, jajajajaja… no mamen. ¿A quién le da tiña en pleno siglo XXI?

miércoles, septiembre 04, 2013

El hamburguesero

Se va a cumplir un año desde que regresé a México de una estancia voluntaria en Canadá. Desde entonces han pasado muchas cosas.
Regresé a Monterrey sin dinero, sin coche, sin casa, sin vieja, sin negocio de cajas y sin algunos sueños cumplidos -snif-; con la idea de volver en un futuro a ese país, pues en éste sigo sin sentirme a gusto.

Cuando regresé sólo tenía mi trabajo de caricaturista y columnista en un periódico de la localidad, pero terminé mandándolo a la jodida por deberme dinero y pagarme siempre a destiempo. En este proceso de "reaclimatamiento", mis padres me echaron la mano en varias cosas, entre ellas, prestándome el cuarto que era de mis hermanas para que ahí viviera por un tiempo.

Luego, en enero, un amigo me invitó a trabajar a un lugar en el que nunca imaginé trabajar, desempeñando un puesto que nunca imaginé tener: alcaide de las celdas preventivas de un pequeño municipio aledaño a Monterrey, cerca de Ramos Arizpe, Coahuila. Ya llevo ocho meses en este cargo, con algunas historias interesantes que a veces cuento en mi Twitter y que luego les narraré por aquí.

Obviamente éste no es el trabajo soñado, pero es un sueldo seguro en lo que sale algo "mejor" o más acorde a mis gustos y habilidades. A pesar de ser turnos de 24 horas por 48 de descanso, la carga laboral no es tanta; la que pesa es la emocional. Estar hombro con hombro con la ignorancia, la miseria y toda la problemática social de un municipio pobre, es deprimente y desalentador; más sabiendo que no se puede hacer mucho para cambiar al mundo desde un puesto tan insignificante. Se puede ayudar, se puede ser humano, se puede hacer sonreír, se puede hacer que la gente cambie su percepción negativa sobre la autoridad, pero no basta con eso. Aunque tal vez sea un comienzo.

Por otro lado, hace un par de meses el compa que me invitó a trabajar de alcaide traía la inquietud de poner en el pueblo en el que trabajamos un negocio de comida “distinto”, pues no hay muchas opciones a donde ir, por lo que me invitó de socio para poner un puesto de hamburguesas. “Tú eres muy creativo y te gusta la cocina; a ver qué se te ocurre”, me dijo. También invitó a otro alcaide que en algún momento tuvo un restaurante en el centro de Monterrey, ahí por La Alameda. Con pequeños préstamos de por aquí y de por allá, pude entrarle al “bissness".

Debo confesar que este proyecto me entusiasma, pues me ha hecho descubrir habilidades que no tenía –o tenía dormidas; por ejemplo, las numéricas- y conocer algunos rincones de mi ciudad que hasta hace poco permanecían siendo un enigma. También siento que he trabajado lo que nunca trabajé en toda mi vida, snif.

He disfrutado este proyecto de las hamburguesas desde que lo imaginamos bebiendo unas cervezas. He disfrutado desde ir a la casa de una viejita del pueblo a cortar bambús secos de más de quince metros de altura para hacer el techo del negocio, hasta ir a surtir todo lo necesario para las hamburguesas a los mercados de Monterrey. Creo que la última vez que me metí en un mercado fue hace como 16 años, y me metí nada más para tomar fotos "folklóricas" para alguna clase mamona de la carrera de Ciencias de la Comunicación. En pocas palabras, ando en mercados cuando ando de turista, por lo que cada ida a surtir es como andar de turista en mi ciudad. Y eso me agrada, pues amortigua la chinga de andar cargando cosas. He disfrutado preparar a mano cada carne de cada hamburguesa, limpiar la parrilla, asar la cebolla, hacer bolsitas con pepinillos, zanahorias y jalapeños; darle las gracias a la gente que compra para llevar, ver los rostros de asombro de quienes se quedan a comer... Todo.

Abrimos hace dos semanas. De jueves a lunes de 7 de la tarde a 12 de la noche. Van bien las ventas. Ha habido flujo de clientes. Ha gustado la comida y, sobre todo, el lugar, pues no hay nada que se le parezca en este municipio. Los dueños de los puestos de comidas de los alrededores se han puesto a pintar sus cochecitos de hot dogs y de tacos, también las bardas en donde anuncian sus productos. Creo que sucedió lo que dijo Tolstoi: "Pinta tu aldea y pintarás al mundo". Tal vez no se pueda hacer mucho por cambiarlo desde un puesto de comidas tan insignificante, pero puede que sea un buen comienzo.


La onda de la decoración es para que la gente del pueblo se olvide -aunque sea un rato- de que vive en ese pueblo, tan golpeado por la violencia hace algunos años; aparte, que sepan que merecen algo mejor a lo que los tienen acostumbrados.
 

Esto es amor por los árboles.

 
 

Un sabor dulce/ahumado inolvidable.
La "mezcla secreta" que se añade a la carne molida

En la pared del fondo siempre proyectamos la película de"Cowboys & Aliens"
¡Si no pagan me los como, putos!