Hace tiempo que la nota roja dejó de sorprenderme, como seguramente les sucedió a muchos de ustedes. Lo que antes causaba pavor o indignación, ahora provoca cierta indiferencia. Ya nada de lo que vemos nos asombra, pero eso no significa que no nos duela; o, al menos, así me pasa a mí. Estamos tan acostumbrados a los torturados, decapitados, descuartizados, baleados, muertos a tablazos y a toda clase de carnicerías, que algo humano murió en nosotros.
Lo que sí no deja de sorprenderme y provocar horror, es la mentalidad de algunas personas.
De vez en cuando entro a leer los comentarios que dejan los ciudadanos en las notas de algunos periódicos de Monterrey. Siendo optimista, esperaría más de la gente que ahí comenta: algún punto de vista interesante, alguna propuesta tangible o poquito de sensibilidad, para saber que no todo está perdido. Pero no. Nada de eso.
En una nota publicada esta semana en el periódico El Norte, de Grupo Reforma, se habla del hallazgo de dos cuerpos calcinados a orillas de una avenida importante de Monterrey, donde se planean varios desarrollos de vivienda y negocios. Un hecho bárbaro, que provocaría repulsión y pena a una persona normal- que conserve algo de humanidad-, se convierte en una absurda lucha entre clases sociales, una guerra de racismo e insultos despectivos. Vean nada más a lo que reducen la problemática social las personas que comentan en la nota:
Qué pena... Así cómo vamos a salir adelante como sociedad... como país. Con esas divisiones tan marcadas y ese odio irracional de los de “las colonias de arriba” hacia los de “las colonias de abajo”, nunca saldremos adelante. ¿Quién les dijo que son mejores? En serio, ¿así quieren que México cambie?, ¿así quieren que México esté unido? No mamen. Y eso es lo triste: lo que debería causar espanto y mover a la acción -de perdido darnos los huevos para irnos a vivir a otra parte-, se convierte en un duelo de herir orgullos; en un pleito entre “riquillos” y “pobretones”; entre “fresas” y “nacos”; entre los de “coche del año” y “coche legalizado”; entre “pudientes” y quienes quieren imitar su estilo de vida; entre los de “mejores colonias” contra los de “colonias populares”; entre los de Monterrey contras los de San Pedro, entre regiomontanos contra foráneos…
Leyendo esta basura de comentarios reafirmo lo que siempre he pensado -y que muchos más piensan-: que el problema no son las drogas, sino las diferencias sociales tan marcadas, la falta de oportunidades, la injusticia y los rezagos educativos y culturales (aunque a veces, los más educados y cultos son los más ojetes y los que crean estas diferencias). Sigo pensando que lo primero que hay que cambiar es eso, y luego ya pensamos en combatir al crimen o legalizar las drogas. Primero hay que agarrar un libro por gusto, escuchar un poco de música clásica, construir más bibliotecas que casinos, compartir lo que tenemos con los que menos tienen, enseñar a los niños a dialogar y no al “si te pegan, pégales”; aprender a tratar a los demás con igualdad, a no pensar que valemos más por lo que tenemos… taaantas cosas por cambiar. Y los cambios internos dicen que son los más cabrones.
Cuando hagamos esto, entonces ya hablaremos de combatir al crimen y legalizar las drogas. Mientras tanto, seguirá la barbarie.
Lo que sí no deja de sorprenderme y provocar horror, es la mentalidad de algunas personas.
De vez en cuando entro a leer los comentarios que dejan los ciudadanos en las notas de algunos periódicos de Monterrey. Siendo optimista, esperaría más de la gente que ahí comenta: algún punto de vista interesante, alguna propuesta tangible o poquito de sensibilidad, para saber que no todo está perdido. Pero no. Nada de eso.
En una nota publicada esta semana en el periódico El Norte, de Grupo Reforma, se habla del hallazgo de dos cuerpos calcinados a orillas de una avenida importante de Monterrey, donde se planean varios desarrollos de vivienda y negocios. Un hecho bárbaro, que provocaría repulsión y pena a una persona normal- que conserve algo de humanidad-, se convierte en una absurda lucha entre clases sociales, una guerra de racismo e insultos despectivos. Vean nada más a lo que reducen la problemática social las personas que comentan en la nota:
Qué pena... Así cómo vamos a salir adelante como sociedad... como país. Con esas divisiones tan marcadas y ese odio irracional de los de “las colonias de arriba” hacia los de “las colonias de abajo”, nunca saldremos adelante. ¿Quién les dijo que son mejores? En serio, ¿así quieren que México cambie?, ¿así quieren que México esté unido? No mamen. Y eso es lo triste: lo que debería causar espanto y mover a la acción -de perdido darnos los huevos para irnos a vivir a otra parte-, se convierte en un duelo de herir orgullos; en un pleito entre “riquillos” y “pobretones”; entre “fresas” y “nacos”; entre los de “coche del año” y “coche legalizado”; entre “pudientes” y quienes quieren imitar su estilo de vida; entre los de “mejores colonias” contra los de “colonias populares”; entre los de Monterrey contras los de San Pedro, entre regiomontanos contra foráneos…
Leyendo esta basura de comentarios reafirmo lo que siempre he pensado -y que muchos más piensan-: que el problema no son las drogas, sino las diferencias sociales tan marcadas, la falta de oportunidades, la injusticia y los rezagos educativos y culturales (aunque a veces, los más educados y cultos son los más ojetes y los que crean estas diferencias). Sigo pensando que lo primero que hay que cambiar es eso, y luego ya pensamos en combatir al crimen o legalizar las drogas. Primero hay que agarrar un libro por gusto, escuchar un poco de música clásica, construir más bibliotecas que casinos, compartir lo que tenemos con los que menos tienen, enseñar a los niños a dialogar y no al “si te pegan, pégales”; aprender a tratar a los demás con igualdad, a no pensar que valemos más por lo que tenemos… taaantas cosas por cambiar. Y los cambios internos dicen que son los más cabrones.
Cuando hagamos esto, entonces ya hablaremos de combatir al crimen y legalizar las drogas. Mientras tanto, seguirá la barbarie.