Creo que fue en un consultorio médico. Tendría yo unos 4 o 5 años. Estaba hojeando una revista del montón que había sobre la mesita de la sala de espera. No me acuerdo qué revista era, sólo recuerdo que estaba en inglés y que un dibujo impreso entre sus páginas me llamó mucho la atención. A esa edad muy apenas y podía leer en español, por lo que le pedí a mi padre que me tradujera el pequeño texto que acompañaba a la ilustración.
El dibujo era más o menos así:
En ese momento pensé que era un chiste que no había entendido, pues no me causó gracia alguna y no vi que mi padre sonriera después de leerlo. Pasó el tiempo y siempre recordé esa tarde en el consultorio; pero, sobre todo, el dibujo. Al principio pensé que el recuerdo me llegaba por haber sido una situación algo dolorosa, pues ese día llegué a casa con una nalga picoteada con jeringas y una paleta de caramelo como premio.
Conforme fui creciendo, el dibujo se hacía más presente en mi vida, a pesar de no haberlo visto de nuevo. Hasta que comprendí la razón de mi remembranza. Lo tenía presente porque empezaba a entender su triste significado. Conforme “maduraba”, profundicé en su mensaje y una vez que lo capté, tampoco me pareció gracioso.
Siempre temí convertirme en una de esas personas que sólo ven nubes, como el señor del dibujo. Miedo de acabar siendo una persona que quería una cosa y terminó teniendo otra. Alguien que tuvo un sueño y, de todas las veces que se despertó, en ninguna pudo hacerlo realidad. Miedo a creer profundamente en algo y terminar creyendo lo contrario por razones ajenas a mi persona.
Y no hablo del típico miedo a crecer, hacernos adultos y dejar de ser niños; o a llenarnos de responsabilidades y obligaciones. Es un temor distinto. Es un miedo a convertirte en alguien que no eres, a perder la esencia y la capacidad de ver las cosas de manera distinta. Es un temor a que las circunstancias te cambien cuando te des cuenta que ni el Ratón de los Dientes, ni Santa Clos, ni los Reyes Magos ni la Justicia ni Paz en el Mundo existen. Miedo a amoldarte y tolerar una realidad que no te gusta, pero es. Miedo a darte cuenta que no hay fuerza o magia que cambie las cosas malas y deje las buenas como están.
Crecemos y empezamos a ver las cosas "como son" (o como nos hacen creer que son), “de manera objetiva”, “de manera realista”, “fríamente”, y no perdemos el tiempo en contemplaciones ni en cosas que no nos dejen una satisfacción más allá de un cosquilleo en el estómago.
Cuando vemos sólo nubes, creo que es el primer paso para empezar a jodernos. Cuando pienso en que lo que veo no son animales fantásticos de algodón flotando en el cielo, sino simples gotas de agua suspendidas en la atmósfera, es deprimente, pues siento que es lo mismo a decir que: no son oficiales de tránsito, son pinches ladrones; no son policías, son asesinos al servicio de otros asesinos; no son políticos, son hombres que nunca cumplen con su palabra y se enriquecen de manera ilícita; no son autoridades que imparten justicia, son ojetes que no les importas ni tú ni el país ni nadie; no son empresarios, son ambiciosos de voracidad desmedida que tienen a los políticos trabajando para sus intereses personales…
Y así, contrario a la futilidad de una nube, transformamos una realidad cruel y sólida, difícil de disipar.
No digo que todo sea así. Espero que no. Por nuestro bien. Pero, ¿en qué momento se perdió la magia? Es más: ¿alguna vez existió? Alguna vez tuvo que haber existido, porque si pedimos cambios es porque alguna vez vivimos mejor. Tampoco se trata de vivir en el engaño ni de ver cosas que no son para sobrellevarla sonriendo aunque tengamos la mierda hasta el cuello. Lo que digo es que, a pesar de haber perdido casi toda mi fe, no dudo que entre tanta nube común y corriente, haya una que otra con forma distinta, que nos haga volver a mirar el cielo. Esa nube, lo más seguro, es que esté dentro de cada uno de nosotros.
El dibujo era más o menos así:
En ese momento pensé que era un chiste que no había entendido, pues no me causó gracia alguna y no vi que mi padre sonriera después de leerlo. Pasó el tiempo y siempre recordé esa tarde en el consultorio; pero, sobre todo, el dibujo. Al principio pensé que el recuerdo me llegaba por haber sido una situación algo dolorosa, pues ese día llegué a casa con una nalga picoteada con jeringas y una paleta de caramelo como premio.
Conforme fui creciendo, el dibujo se hacía más presente en mi vida, a pesar de no haberlo visto de nuevo. Hasta que comprendí la razón de mi remembranza. Lo tenía presente porque empezaba a entender su triste significado. Conforme “maduraba”, profundicé en su mensaje y una vez que lo capté, tampoco me pareció gracioso.
Siempre temí convertirme en una de esas personas que sólo ven nubes, como el señor del dibujo. Miedo de acabar siendo una persona que quería una cosa y terminó teniendo otra. Alguien que tuvo un sueño y, de todas las veces que se despertó, en ninguna pudo hacerlo realidad. Miedo a creer profundamente en algo y terminar creyendo lo contrario por razones ajenas a mi persona.
Y no hablo del típico miedo a crecer, hacernos adultos y dejar de ser niños; o a llenarnos de responsabilidades y obligaciones. Es un temor distinto. Es un miedo a convertirte en alguien que no eres, a perder la esencia y la capacidad de ver las cosas de manera distinta. Es un temor a que las circunstancias te cambien cuando te des cuenta que ni el Ratón de los Dientes, ni Santa Clos, ni los Reyes Magos ni la Justicia ni Paz en el Mundo existen. Miedo a amoldarte y tolerar una realidad que no te gusta, pero es. Miedo a darte cuenta que no hay fuerza o magia que cambie las cosas malas y deje las buenas como están.
Crecemos y empezamos a ver las cosas "como son" (o como nos hacen creer que son), “de manera objetiva”, “de manera realista”, “fríamente”, y no perdemos el tiempo en contemplaciones ni en cosas que no nos dejen una satisfacción más allá de un cosquilleo en el estómago.
Cuando vemos sólo nubes, creo que es el primer paso para empezar a jodernos. Cuando pienso en que lo que veo no son animales fantásticos de algodón flotando en el cielo, sino simples gotas de agua suspendidas en la atmósfera, es deprimente, pues siento que es lo mismo a decir que: no son oficiales de tránsito, son pinches ladrones; no son policías, son asesinos al servicio de otros asesinos; no son políticos, son hombres que nunca cumplen con su palabra y se enriquecen de manera ilícita; no son autoridades que imparten justicia, son ojetes que no les importas ni tú ni el país ni nadie; no son empresarios, son ambiciosos de voracidad desmedida que tienen a los políticos trabajando para sus intereses personales…
Y así, contrario a la futilidad de una nube, transformamos una realidad cruel y sólida, difícil de disipar.
No digo que todo sea así. Espero que no. Por nuestro bien. Pero, ¿en qué momento se perdió la magia? Es más: ¿alguna vez existió? Alguna vez tuvo que haber existido, porque si pedimos cambios es porque alguna vez vivimos mejor. Tampoco se trata de vivir en el engaño ni de ver cosas que no son para sobrellevarla sonriendo aunque tengamos la mierda hasta el cuello. Lo que digo es que, a pesar de haber perdido casi toda mi fe, no dudo que entre tanta nube común y corriente, haya una que otra con forma distinta, que nos haga volver a mirar el cielo. Esa nube, lo más seguro, es que esté dentro de cada uno de nosotros.