Hace algunos años -no muchos-, después de cada viaje, estar de vuelta en mi ciudad me provocaba un tremendo alivio. Así la hubiera pasado de lo más chingón los días que estuve fuera, regresar me hacía sentir que estaba en terreno conocido; donde, a pesar de no ser nadie, me sentía importante. Me sentía seguro.
Ahora, ver a lo lejos el Cerro de la Silla o cualquier otra montaña que me indique que estoy cerca de casa, me revuelve el estómago. Regresar es como un fracaso: una depresión que no se puede esquivar; es sentir que puedo ser la nota roja del periódico del día siguiente nada más porque sí. La mayor de las impotencias.
No se cuál sea la solución. Ni siquiera sé cómo empezó todo el problema. Tal vez hay algo podrido en cada uno de nosotros, pues la historia de la humanidad está plagada de historias violentas, de abusos contra los débiles y sed de poder; y, cuando las cosas suceden al revés, es entonces que nacen los héroes. Muertos todos, pero héroes al fin; héroes que trataron de cambiar el sentido erróneo de la vida y lograron muy poco.
No creo que la violencia acabe legalizando las drogas. Drogas siempre ha habido y violencia también. Tampoco creo que legalizándolas se pagarán impuestos y reinará el orden. Evasores del fisco siempre los ha habido y caos también.
¿Cómo afrontar una realidad de fusiles, granadas, sobornos, poder, dinero, coches bomba y más poder? ¿Cómo afrontarla cuando no se tiene nada de eso?... cuando no se quiere nada de eso. ¿Cómo afrontar con educación y valores -la herencia de nuestros padres- un entorno ignorante y bestial? ¿Cómo no evadir esta realidad si queremos salir vivos de ella? ¿Valdrá la pena morir luchando cuando hay quienes mueren sin ton ni son?
Los días son como un revólver con una sola bala en el barrilete. El tiempo, la ignorancia, la falta de oportunidades, las diferencias sociales tan grandes y la ausencia de valores, son el percutor. Ojalá, cada que detone, no nos encontremos ni en el lugar ni en el tiempo equivocado.
Ahora, ver a lo lejos el Cerro de la Silla o cualquier otra montaña que me indique que estoy cerca de casa, me revuelve el estómago. Regresar es como un fracaso: una depresión que no se puede esquivar; es sentir que puedo ser la nota roja del periódico del día siguiente nada más porque sí. La mayor de las impotencias.
No se cuál sea la solución. Ni siquiera sé cómo empezó todo el problema. Tal vez hay algo podrido en cada uno de nosotros, pues la historia de la humanidad está plagada de historias violentas, de abusos contra los débiles y sed de poder; y, cuando las cosas suceden al revés, es entonces que nacen los héroes. Muertos todos, pero héroes al fin; héroes que trataron de cambiar el sentido erróneo de la vida y lograron muy poco.
No creo que la violencia acabe legalizando las drogas. Drogas siempre ha habido y violencia también. Tampoco creo que legalizándolas se pagarán impuestos y reinará el orden. Evasores del fisco siempre los ha habido y caos también.
¿Cómo afrontar una realidad de fusiles, granadas, sobornos, poder, dinero, coches bomba y más poder? ¿Cómo afrontarla cuando no se tiene nada de eso?... cuando no se quiere nada de eso. ¿Cómo afrontar con educación y valores -la herencia de nuestros padres- un entorno ignorante y bestial? ¿Cómo no evadir esta realidad si queremos salir vivos de ella? ¿Valdrá la pena morir luchando cuando hay quienes mueren sin ton ni son?
Los días son como un revólver con una sola bala en el barrilete. El tiempo, la ignorancia, la falta de oportunidades, las diferencias sociales tan grandes y la ausencia de valores, son el percutor. Ojalá, cada que detone, no nos encontremos ni en el lugar ni en el tiempo equivocado.