Las mejores noches para visitar al Filósofo de Cantina son entre semana.
Llegué al Zacatecas por ahí de las 9. Al abrir la puerta, el Filósofo se sorprendió. Siempre está sentado en la misma mesa, de frente a la entrada. Le dio tanto gusto verme que se puso de pie y me abrazó muy fuerte.
-Échate un taco - dijo ofreciéndome del costillar de puerco adobado que tenía en el plato, pero le confesé que había comido tarde y aún no tenía mucha hambre.
El Filósofo de Cantina ordenó un par de cervezas con un ademán y un silbido. Mon, el mesero, posó las botellas chorreantes sobre unas servilletas dobladas por la mitad. La plática se encendió después del primer trago y se alargó hasta las 2 de la madrugada.
-En efecto: a los hombres y a las mujeres nos enseñan a seguir patrones, no a vivir. Nuestros padres creen que estaremos seguros y felices mientras no nos salgamos de esos moldes que a ellos también les impusieron. En cierta forma, tienen razón, pues esos patrones han funcionado durante años… siempre y cuando no los cuestiones o construyas otros.
Coincidí con su punto de vista dando un trago largo a mi cerveza. El Filósofo de Cantina espantó de un manotazo una mosca que quiso posarse en la guarnición de guacamole que acompañaba a su costillar.
-Es como por ejemplo, cuando una mujer te pide que “por amor” hagas ciertas cosas o sigas ciertos protocolos. Cuando te lo pide, ¡estás frito!, porque eso significa que no cree en ti, ni en tu palabra, ni en lo que sientes por ella, ni en ella, ni en lo que siente por ti… Por lo mismo: porque desde niña le enseñaron a encajar en un molde de “vida perfecta” obligatorio: el vestido blanco, la ceremonia religiosa, la marcha nupcial, los adornos florales, la luna de miel, los bebés, etcétera; pero no le enseñaron lo más importante. Hay amor siempre y cuando haya todo lo demás. Y eso es algo triste.
Asentí y bajé la mirada, que se perdió en el color rojo de la etiqueta de mi botella. El Filósofo prosiguió cuando lo miré de nuevo:
-Admirables son las mujeres que no piden nada. Que no condicionan. Vaya seguridad la suya. Vaya manera de amar. No piden nada porque saben que con tu palabra, con lo que sientes por ellas y, sobre todo, con lo que ellas sienten por ti, lo tienen todo. No lo dudan. Y no hay seguridad más grande que esa.
Llegué a mi casa en taxi casi a las 3 de la mañana.
Llegué al Zacatecas por ahí de las 9. Al abrir la puerta, el Filósofo se sorprendió. Siempre está sentado en la misma mesa, de frente a la entrada. Le dio tanto gusto verme que se puso de pie y me abrazó muy fuerte.
-Échate un taco - dijo ofreciéndome del costillar de puerco adobado que tenía en el plato, pero le confesé que había comido tarde y aún no tenía mucha hambre.
El Filósofo de Cantina ordenó un par de cervezas con un ademán y un silbido. Mon, el mesero, posó las botellas chorreantes sobre unas servilletas dobladas por la mitad. La plática se encendió después del primer trago y se alargó hasta las 2 de la madrugada.
-En efecto: a los hombres y a las mujeres nos enseñan a seguir patrones, no a vivir. Nuestros padres creen que estaremos seguros y felices mientras no nos salgamos de esos moldes que a ellos también les impusieron. En cierta forma, tienen razón, pues esos patrones han funcionado durante años… siempre y cuando no los cuestiones o construyas otros.
Coincidí con su punto de vista dando un trago largo a mi cerveza. El Filósofo de Cantina espantó de un manotazo una mosca que quiso posarse en la guarnición de guacamole que acompañaba a su costillar.
-Es como por ejemplo, cuando una mujer te pide que “por amor” hagas ciertas cosas o sigas ciertos protocolos. Cuando te lo pide, ¡estás frito!, porque eso significa que no cree en ti, ni en tu palabra, ni en lo que sientes por ella, ni en ella, ni en lo que siente por ti… Por lo mismo: porque desde niña le enseñaron a encajar en un molde de “vida perfecta” obligatorio: el vestido blanco, la ceremonia religiosa, la marcha nupcial, los adornos florales, la luna de miel, los bebés, etcétera; pero no le enseñaron lo más importante. Hay amor siempre y cuando haya todo lo demás. Y eso es algo triste.
Asentí y bajé la mirada, que se perdió en el color rojo de la etiqueta de mi botella. El Filósofo prosiguió cuando lo miré de nuevo:
-Admirables son las mujeres que no piden nada. Que no condicionan. Vaya seguridad la suya. Vaya manera de amar. No piden nada porque saben que con tu palabra, con lo que sientes por ellas y, sobre todo, con lo que ellas sienten por ti, lo tienen todo. No lo dudan. Y no hay seguridad más grande que esa.
Llegué a mi casa en taxi casi a las 3 de la mañana.