Ayer domingo fui al periódico y me tocó una balacera.
Fui a eso de la 7 de la noche porque el viernes pasado no había podido ir a recoger mi cheque, por lo que el encargado de pagar las quincenas me lo dejó desde ese día con la editora.
Total que llegué, la editora me dio el papelito, firmé de “recibido” y me dijo que pedirían unas pizzas, que si quería entrarle a la cooperacha. Acepté, solté 50 pesotes y aproveché para checar algunos correos y hacer las caricaturas e ilustraciones para hoy lunes.
Como a eso de las 8, que se escuchan unas explosiones bien gachas afuerita de las instalaciones. Mi compa el guerrillero saltó de su asiento con los ojos pelones, diciendo: ¡Esas fueron granadas, cabrón, esas fueron granadas! Todos nos miramos en silencio, asomados por encima de las paredes de los cubículos, pensando que podría haber sido algún transformador de un poste de luz.
Pero en eso, que llega el culísimo del guardia de la entrada, todo espantado. ¿Escuchó, licenciada?, dijo dirigiéndose a la editora con el rostro pálido. ¡Fue aquí afuerita! "¡Valiendo verga!", pensé.
Escuchamos cómo se acercaba un montón de patrullas y daban vueltas por las calles del rededor con las radiofrecuencias a todo volumen y las torretas encendidas. No pasaron ni 2 minutos... y que se suelta la balacera: ¡trakatrakatraka!
Nomás vi todas las cabezas de mis compañeros desaparecer, como perritos de la pradera metiéndose en su agujero. ¡Al suelo, maestros!, gritaba el guerrillero. ¡Quítense de las ventanas, camaradas!
Yo me cagué todo porque estaba al lado de una ventana. Me puse en 20 uñas hecho la madre y me fui gateando por el pasillo, buscando a la gorda que me sacó a bailar en la posada navideña para ponérmela encima y así me rebotaran las balas, pero la gorda ya estaba bien resguardada debajo de su escritorio comiéndose una torta de huevo con chorizo y frijoles, por lo que tuve que arrastrarme como cucaracha hasta el baño y esconderme en el escusado, por si entraba algún loco resentido a hacer un ajuste de cuentas (y para deshacerme de mis calzones flameados por el susto).
Se escuchó un desmadre los siguientes minutos: llantas rechinando, motores forzados, torretas, enfrenones... pero ya ninguna detonación. Todos salimos de nuestros escondiste asombrados. Riendo nerviosamente. El mero mero salió de su oficina y, tratando de aligerar la tensión, dijo: ¿Quién se quiere lanzar a tomar fotos? Esta nota nadie nos la gana: fue aquí afuerita. Todos reímos.
Ningún medio cubrió la nota.
Llegaron las pizzas y cenamos. Hablamos todo el rato sobre el incidente. Esto está peor que Irak y Tlatelolco juntos, maestro, dijo mi compa el guerrillero antes de meterle una tarascada a su rebanada de pizza hawaiana. En el radio pasaron un anuncio bien mamón del Bicentenario: ése que dice que somos un poema de Jaime Sabines y un plato de mole y no sé qué mamadas más. Uno que dice que llevamos 200 años de ser orgullosamente mexicanos.
Todo suena muy chido, pero creo que a ese anuncio le falta decir que también somos la viuda del soldado, el huérfano del policía, su sueldo miserable, los casquillos de bala regados en las calles, un pasón de coca en el antro, una bolsita llena de tachas, un narcocorrido de los Tigres del Norte... Le falta decir que tenemos 200 años de ser lo peorcito de este mundo, y a eso no le veo motivo de celebración ni de orgullo.
Fui a eso de la 7 de la noche porque el viernes pasado no había podido ir a recoger mi cheque, por lo que el encargado de pagar las quincenas me lo dejó desde ese día con la editora.
Total que llegué, la editora me dio el papelito, firmé de “recibido” y me dijo que pedirían unas pizzas, que si quería entrarle a la cooperacha. Acepté, solté 50 pesotes y aproveché para checar algunos correos y hacer las caricaturas e ilustraciones para hoy lunes.
Como a eso de las 8, que se escuchan unas explosiones bien gachas afuerita de las instalaciones. Mi compa el guerrillero saltó de su asiento con los ojos pelones, diciendo: ¡Esas fueron granadas, cabrón, esas fueron granadas! Todos nos miramos en silencio, asomados por encima de las paredes de los cubículos, pensando que podría haber sido algún transformador de un poste de luz.
Pero en eso, que llega el culísimo del guardia de la entrada, todo espantado. ¿Escuchó, licenciada?, dijo dirigiéndose a la editora con el rostro pálido. ¡Fue aquí afuerita! "¡Valiendo verga!", pensé.
Escuchamos cómo se acercaba un montón de patrullas y daban vueltas por las calles del rededor con las radiofrecuencias a todo volumen y las torretas encendidas. No pasaron ni 2 minutos... y que se suelta la balacera: ¡trakatrakatraka!
Nomás vi todas las cabezas de mis compañeros desaparecer, como perritos de la pradera metiéndose en su agujero. ¡Al suelo, maestros!, gritaba el guerrillero. ¡Quítense de las ventanas, camaradas!
Yo me cagué todo porque estaba al lado de una ventana. Me puse en 20 uñas hecho la madre y me fui gateando por el pasillo, buscando a la gorda que me sacó a bailar en la posada navideña para ponérmela encima y así me rebotaran las balas, pero la gorda ya estaba bien resguardada debajo de su escritorio comiéndose una torta de huevo con chorizo y frijoles, por lo que tuve que arrastrarme como cucaracha hasta el baño y esconderme en el escusado, por si entraba algún loco resentido a hacer un ajuste de cuentas (y para deshacerme de mis calzones flameados por el susto).
Se escuchó un desmadre los siguientes minutos: llantas rechinando, motores forzados, torretas, enfrenones... pero ya ninguna detonación. Todos salimos de nuestros escondiste asombrados. Riendo nerviosamente. El mero mero salió de su oficina y, tratando de aligerar la tensión, dijo: ¿Quién se quiere lanzar a tomar fotos? Esta nota nadie nos la gana: fue aquí afuerita. Todos reímos.
Ningún medio cubrió la nota.
Llegaron las pizzas y cenamos. Hablamos todo el rato sobre el incidente. Esto está peor que Irak y Tlatelolco juntos, maestro, dijo mi compa el guerrillero antes de meterle una tarascada a su rebanada de pizza hawaiana. En el radio pasaron un anuncio bien mamón del Bicentenario: ése que dice que somos un poema de Jaime Sabines y un plato de mole y no sé qué mamadas más. Uno que dice que llevamos 200 años de ser orgullosamente mexicanos.
Todo suena muy chido, pero creo que a ese anuncio le falta decir que también somos la viuda del soldado, el huérfano del policía, su sueldo miserable, los casquillos de bala regados en las calles, un pasón de coca en el antro, una bolsita llena de tachas, un narcocorrido de los Tigres del Norte... Le falta decir que tenemos 200 años de ser lo peorcito de este mundo, y a eso no le veo motivo de celebración ni de orgullo.