No dudo que muchos de nosotros seríamos personas normales, felices y sin pedos en la cabeza, si no fuera por culpa de nuestras madres, que lo echan a perder a uno.
Hace algunos años –quince, para ser exactos- cometí el horror de dejarme crecer el cabello hasta –casi casi- los hombros. No pondré las fotos de mi ridículo look de antaño, pues no soportaría otra vergüenza pública de esa magnitud; aunque creo que en el archivo de este blog hay alguna imagen de ésas perdida por ahí.
Total que corría 1994, tenía 18 añitos, pensaba que el pelo me duraría para siempre y que mis abundantes crines tenían un efecto similar al de Sansón con las mujeres. Recuerdo que, entre clase y clase, llegaban amigas o conocidas y me decían: “Ay qué padre está tu pelo, ¿cómo te lo cuidas?”, me lo acariciaban y yo tenía que disimular que se me paraba el chile, snif.
Me sentía invencible con mi melena... groaaarrr… Y parte de la culpa la tuvo mi madre, pues ella me motivó a dejarme el pelo largo porque “andaba de moda” –ya ven que las mamás siempre se quieren hacer las buena onda- y se me “iba a ver muy bien”. ¿Cómo no creer en las palabras de una madre? Entonces, obedecí y dejé de visitar al peluquero.
Debo aclarar que para mi mamá, el cantante Chayanne es el hombre más guapo que existe sobre la faz de la tierra, y que en aquel tiempo, el tal Chayanne usaba el pelo largo, se hacía un “chonguito” y –Oh, Dios mío: agárrense, lectores-, según mi madre: ¡yo me parecía a Chayanne!
Yo sé que las mamás ven a sus hijos como los seres más hermosos del universo aunque el doctor les diga que poco nos faltó para nacer anfibios y que lo mejor sería echarnos al escusado y jalarle a la palanca. Pero así son las mamás y sus “ojos de amor”.
Total que –con mucho orgullo- me convertí en el Chayanne regiomontano, ante la burla de mis hermanas, a quienes veía por encima del hombro -gallardo y magnánimo- y les decía: “Huercas envidiosas, de seguro son adoptadas”.
En aquella época yo todavía no veía lo afeminado y gay que ahora me parece el mentado cantante ése (pero nomás como baila); al contrario: lo veía como el galán de galanes y, que me pareciera a él –según mi jefa-, era el mayor cumplido que pudiera haber recibido.
Peeero, un día de esos en que caminaba partiendo plaza por los pasillos de la universidad, con el pelo recogido en una coleta, cometí el error de comentarle a unos compas que mi mamá me había dicho que me parecía al Chayanne.
Pobre inocente y egocentrista de mí.
Un amigo –hijo de puta, como él solo- me dijo: “¡Será Chollón, por pinche cabezón!” Y los demás, le siguieron y no pararon: “¡Pinche Chollón! Pinche chollota que tienes, jajajaja”. Y se ponían a cantarme y a bailar -entre clase y clase- la de "Provócame", "Tiempo de Vals" y demás canciones nacas que sonaban en la radio.
En ese momento dejé de ser una persona normal, feliz y con pelo. Dejé de ser el Chayanne regiomontano, snif.
En mi defensa puedo alegar que tengo dos amigos que en ese tiempo también se dejaron crecer el cabello -lo tenían rizado- hasta abajo de los hombros, y que ambos iban juntitos a alaciárselo a una estética de un centro comercial. Hacían cita y toda la cosa los muy puñales. Apuesto a que si sus esposas supieran esto, se divorcian de ellos o se hacen bien comadres y hasta intercambiarían esmaltes de uñas y maquillaje.
Yo nunca caí tan bajo. Yo simplemente fui el Chayanne regiomontano. Y a mucha honra, sí señor. Y nada más por eso: ¡Fieeeee-sta-en-A-méee-ri-ca,-fieeeee-sta-en-A-méee-ri-ca... ¡Ajúa!
Hace algunos años –quince, para ser exactos- cometí el horror de dejarme crecer el cabello hasta –casi casi- los hombros. No pondré las fotos de mi ridículo look de antaño, pues no soportaría otra vergüenza pública de esa magnitud; aunque creo que en el archivo de este blog hay alguna imagen de ésas perdida por ahí.
Total que corría 1994, tenía 18 añitos, pensaba que el pelo me duraría para siempre y que mis abundantes crines tenían un efecto similar al de Sansón con las mujeres. Recuerdo que, entre clase y clase, llegaban amigas o conocidas y me decían: “Ay qué padre está tu pelo, ¿cómo te lo cuidas?”, me lo acariciaban y yo tenía que disimular que se me paraba el chile, snif.
Me sentía invencible con mi melena... groaaarrr… Y parte de la culpa la tuvo mi madre, pues ella me motivó a dejarme el pelo largo porque “andaba de moda” –ya ven que las mamás siempre se quieren hacer las buena onda- y se me “iba a ver muy bien”. ¿Cómo no creer en las palabras de una madre? Entonces, obedecí y dejé de visitar al peluquero.
Debo aclarar que para mi mamá, el cantante Chayanne es el hombre más guapo que existe sobre la faz de la tierra, y que en aquel tiempo, el tal Chayanne usaba el pelo largo, se hacía un “chonguito” y –Oh, Dios mío: agárrense, lectores-, según mi madre: ¡yo me parecía a Chayanne!
Yo sé que las mamás ven a sus hijos como los seres más hermosos del universo aunque el doctor les diga que poco nos faltó para nacer anfibios y que lo mejor sería echarnos al escusado y jalarle a la palanca. Pero así son las mamás y sus “ojos de amor”.
Total que –con mucho orgullo- me convertí en el Chayanne regiomontano, ante la burla de mis hermanas, a quienes veía por encima del hombro -gallardo y magnánimo- y les decía: “Huercas envidiosas, de seguro son adoptadas”.
En aquella época yo todavía no veía lo afeminado y gay que ahora me parece el mentado cantante ése (pero nomás como baila); al contrario: lo veía como el galán de galanes y, que me pareciera a él –según mi jefa-, era el mayor cumplido que pudiera haber recibido.
Peeero, un día de esos en que caminaba partiendo plaza por los pasillos de la universidad, con el pelo recogido en una coleta, cometí el error de comentarle a unos compas que mi mamá me había dicho que me parecía al Chayanne.
Pobre inocente y egocentrista de mí.
Un amigo –hijo de puta, como él solo- me dijo: “¡Será Chollón, por pinche cabezón!” Y los demás, le siguieron y no pararon: “¡Pinche Chollón! Pinche chollota que tienes, jajajaja”. Y se ponían a cantarme y a bailar -entre clase y clase- la de "Provócame", "Tiempo de Vals" y demás canciones nacas que sonaban en la radio.
En ese momento dejé de ser una persona normal, feliz y con pelo. Dejé de ser el Chayanne regiomontano, snif.
En mi defensa puedo alegar que tengo dos amigos que en ese tiempo también se dejaron crecer el cabello -lo tenían rizado- hasta abajo de los hombros, y que ambos iban juntitos a alaciárselo a una estética de un centro comercial. Hacían cita y toda la cosa los muy puñales. Apuesto a que si sus esposas supieran esto, se divorcian de ellos o se hacen bien comadres y hasta intercambiarían esmaltes de uñas y maquillaje.
Yo nunca caí tan bajo. Yo simplemente fui el Chayanne regiomontano. Y a mucha honra, sí señor. Y nada más por eso: ¡Fieeeee-sta-en-A-méee-ri-ca,-fieeeee-sta-en-A-méee-ri-ca... ¡Ajúa!