lunes, junio 20, 2016

Eso dicen

Ramiro practica su paciencia una vez más en la cola del banco. La mujer de adelante mete una mano en el enorme bolso que le cuelga del hombro, y, por accidente, tira su monedero. El cambio de distintas denominaciones rebota y rueda entre los pies de los clientes. Un par de identificaciones y una pluma de tinta azul también quedan tendidas sobre el piso, al lado de la base metálica de uno de los postes que delimitan con cinta retráctil el pequeño laberinto en el que deben formarse las personas. Entre Ramiro y el guardia de la puerta, quien se apresura a ayudar, recogen las monedas, las tarjetas y la pluma con tinta azul. Los demás clientes ni se inmutan. Cuando le entregan las últimas monedas a la mujer, ésta sonríe, y a Ramiro se le figura que es idéntica a la que fue su maestra en primero de primaria. "Muchas gracias", dice la anciana con voz quebradiza, mientras deposita todo de vuelta en el bolso de mano y el uniformado regresa a su guardia en la entrada. Ramiro trata de recordar el nombre de aquella maestra. ¿Miss Rosy? ¿Miss Lety? ¿Miss Bety? Algo así. Pero después piensa que si en primaria se veía anciana, 25 años después debería verse aún más, o, posiblemente, estar ya muerta. O tal vez su maestra era una de esas personas que se ven viejas desde muy jóvenes; por lo tanto, se ve igual después de todos estos años. "Pase", dice una de las cajeras y, enseguida, la otra dice lo mismo: "Pase". A la mujer le toca la caja número 3 y a Ramiro, la 4."¿Cómo está, profesora?, buenos días", saluda la cajera. Aunque en ningún momento escucha el nombre, con ese "profesora" está casi seguro que la señora que tiene a un lado cobrando su pensión fue su maestra en Primero A del Colegio Montessori. Ramiro sonríe, saca un fajo de billetes de la bolsa trasera de su pantalón y repite mecánicamente lo que hace cada quincena.

Al salir del banco, Ramiro cruza la calle con rumbo a su coche, estacionado a una cuadra de la institución financiera. Sigue intentando recordar el nombre de su maestra, pero el insistente accionar del claxon de un automóvil en marcha lo arrebata de sus memorias. Cuando el auto pasa justo a sus espaldas, escucha que gritan: "¡Qué onda, pinche Cabe!". Ramiro voltea lo más rápido que puede, pero sólo alcanza a ver una mano que sale del lado del copiloto, ondeando con entusiasmo. En la colonia Garza Nieto, donde vivió la mayor parte de su adolescencia, los de la cuadra así le decían: Cabezón. El Cabe. Cuando se cambió de barrio y fue a una preparatoria privada, Ramiro se aseguró de que nadie se enterara que ése había sido su apodo: por eso nunca mezcló a sus amigos de la prepa con los del barrio. Le gustaba más que lo apodaran Cuellar, y así fue hasta graduarse de la universidad. Devolvió el saludo, dudoso. Hacía años que no escuchaba ese apodo. El copiloto seguía agitando la mano y viendo por el retrovisor. ¿Quién sería? ¿El Pollo? ¿El Tripón? ¿El Cañangas? Así se quedó inmóvil, pensativo, hasta que el coche se perdió en una esquina.

Ramiro dio algunas vueltas por el centro de la ciudad. Cumplió con la mayoría de los encargos del trabajo y, al mediodía, ya con hambre, se metió al Jefes. Pidió una cerveza y la comida del día. La mesera de siempre le comentó que la comida apenas iba a salir, pues había llegado más temprano que de costumbre. Ramiro no tuvo inconveniente en esperar y aprovechó para ir al baño a lavarse las manos y mandar algunos mensajes de texto. Al empujar la puerta del cuarto de baño, sintió que una mano en el hombro lo detenía.

-Tú eres hijo de Ramiro y Chepina, ¿verdad?

-Sí -respondió con un sobresalto, dándose la media vuelta.

-Soy don Beto. Yo te llevaba a ti y a tus hermanos a la secundaria. Era vecino de tus abuelos.

-Ah, cómo no. Don Beto. El de la camioneta amarilla.

-El mismo. ¿Cómo has estado, mijo?

-Muy bien, gracias, señor.

La plática fue breve, aunque cargada de recuerdos. Ramiro le comentó que sus papás estaban bien, que su abuela estaba con salud y que su abuelo había fallecido hacía tres años; a lo que don Beto respondió que sí se había enterado. Por su parte, don Beto le recordó la vez que su hermano vomitó en uno de los asiento y la ocasión en que lo regañó por subirse con los tenis enlodados. También le refrescó su apodo de barrio: El Cabe. Ramiro fingió sonreír. Con un apretón en el hombro, don Beto se despidió y le pidió que le saludara a su familia. Ramiro respondió por inercia que "igualmente".

Ramiro volvió a su mesa. La cerveza ya estaba ahí. Le dio un sorbo apresurado y sacó de su bolsa el teléfono móvil. De pronto, un hombre de complexión robusta, con el cráneo rapado, jaló una silla y se sentó con mucha confianza frente a él. Cruzó los brazos, se echó hacia atrás y sonrió. La mesera llegó con el plato de caldo de res. Le ofreció algo al tipo que acababa de tomar asiento, pero éste hizo un ademán con el brazo y la palma de la mano extendida, diciendo que "estaba bien". Ramiro apenas y pudo pasar el segundo trago de cerveza. Tomó una servilleta, se limpió la boca y preguntó:

-¿Te conozco?

-No -dijo el hombre-. ¿Por qué habrías de conocerme?

-Me conoces, entonces...

-Tampoco. ¿Por qué la pregunta?

-Es que... ha sido un día muy extraño. En menos de dos horas me he topado en todas partes con gente que tenía años de no ver. Por eso pensé que tal vez te conocía o que...

-Bueno: dicen que cuando vas a morir ves pasar tu vida frente a tus ojos.

El hombre se echó hacia adelante como una catapulta, sacó una pistola automática y disparó.

15 comentarios:

Fernando dijo...

Hola, Guffo.

Fabulosa historia de coincidencias. Pensaba preguntarte si te había ocurrido realmente, pero por el asombroso desenlace deduzco que no.

Karlos F. dijo...

Yo solo puedo decir: "Ay cabrón..."

Saludos...

Anónimo dijo...

Jusco como una de las cincuenta historias de repente de Jesús Pardo, saludos.

Master of Doom dijo...

Muy buen corto relato, che Guffiño Do Nacimento

bruno dijo...

¡que bien escribes (y dibujas) Guffo! Saludos

babik dijo...

Guaoo, ¡Estupenda!

Dime.. dijo...

Si no fuera por que es parte de la vida de las personas que han sufrido un asalto, secuestro o amenaza a su vida, diría que es ficción.
Yo, muchos asaltos, dos de ellos a punta de pistola en la cabeza :)


Saludos.

Razo dijo...

no veía venir ese final, muy bueno!!!

Anónimo dijo...

Yo creí que Ramiro veía gente muerta!!

Anónimo dijo...

Yo, yo solo lo lei haste el final

bueno muy bueno

Homeronica dijo...

Una buena historia; uno desenlace crudo e imprevisible, excepto hasta la parte "... y sacó una reluciente pistola automática..." te hubiera quedado mejor invertir el final de la siguiente manera: "Bueno: dicen que cuando vas a morir..." El hombre se echó hacia adelante como una catapulta, sacó una pistola y disparó. Saludos mi amigo. H.

Anónimo dijo...

mamalon

Guffo Caballero dijo...

Gracias totales a todos por venir a leer y comentar.
Homero Nicaragua: ¡Cierto!, así funciona mejor la tensión de la historia. Muchas gracias por el consejo. Abrazo, amigo.

Sergio Cortinas dijo...

Excelente escrito, como bien dicen arriba, no me esperaba ese final. Siempre un gusto pasar a leerte como siempre Guffo.

Anaita dijo...

Esta muy bueno este relato.
Ya voy a venir mas seguido.

Abrazos