No me acordaba que conozco el
significado de la palabra “oquedad”. Quizá porque nunca en mi vida la he
empleado en frase, escrito o plática alguna; pero tal parece que hoy es buen pretexto para usarla.
La oquedad es el espacio que en
un cuerpo sólido queda vacío; una cavidad; un hueco.
Me fascina que la palabra tenga
tantas acepciones, desde las más obvias hasta las más profundas y filosóficas. La caries en el diente. Las burbujas en un vaciado de concreto. La cueva en la
montaña. El agujero en el estómago donde a veces revolotean mariposas. La sensación
de vacuidad universal.
El fin de semana fuimos a La
Azufrosa, una pequeña localidad de aguas termales en el municipio de Ramos
Arizpe, Coahuila, para ver una lluvia de meteoros: las Gemínidas.
Hacía mucho que no presenciaba un
espectáculo de estos; desde las Leónidas de aquel 16 de noviembre del 2001, en
Cuatro Ciénegas, también Coahuila. Un viaje que no olvido. Como no olvidaré este último.
Y se preguntarán que esto del viaje a qué viene al caso. Pues bueno. Resulta que tirado sobre una cobija en un claro del monte, pensé mucho en la oquedad. Vacíos que se
llenan con más vacíos. Vacíos que adquieren
significados. Vacíos que no se llenan con nada. Vacíos infinitos que se llenan con muy poco. Vacíos inventados. Vacíos del vacío de otro vacío.
A las cuatro de la madrugada un montón de estelas de luz comenzaron a
trazar el cielo, creando una conexión inmediata con mi ser. Con el instante. Como si la noche penetrara
por mis poros; como si pudiera sentirla respirando a mi ritmo cardíaco. Una atracción primitiva, similar a cuando uno está frente al mar o frente a una fogata. Un llamado ancestral y misterioso.
De pronto, la sensación de vacío. Pero no ese vacío típico de la condición humana que se caracteriza por la apatía, el aburrimiento, la desesperanza o la alienación social (bueno, tal vez un poquito de esto último sí). Me refiero a un vacío más apegado a lo que algunas filosofías orientales interpretan como un estado de realización, no de decadencia o pesadumbre. Un momento sin pensamientos, sin emociones, sin significados, sin opiniones, sin prejuicios, sin preguntas ni respuestas. Simplemente una conexión directa con la aparente oquedad del cosmos.
Al amanecer, me sentí pleno. Aunque fuera una sensación fugaz, como el inolvidable espectáculo de las Gemínidas. Ése sí será eterno en mi memoria.
De pronto, la sensación de vacío. Pero no ese vacío típico de la condición humana que se caracteriza por la apatía, el aburrimiento, la desesperanza o la alienación social (bueno, tal vez un poquito de esto último sí). Me refiero a un vacío más apegado a lo que algunas filosofías orientales interpretan como un estado de realización, no de decadencia o pesadumbre. Un momento sin pensamientos, sin emociones, sin significados, sin opiniones, sin prejuicios, sin preguntas ni respuestas. Simplemente una conexión directa con la aparente oquedad del cosmos.
Al amanecer, me sentí pleno. Aunque fuera una sensación fugaz, como el inolvidable espectáculo de las Gemínidas. Ése sí será eterno en mi memoria.
5 comentarios:
ohhhh
" .....por que el hombre prefiere querer la nada a no querer "
Nietzsche
el guffo siempre sale con mujeres guapas sonrientes.....bien por ti guffo jaja
Así es mi buen Gustavo. Todos estamos vacíos. Solo que no nos damos cuenta con tanto estrés y monotonía.
Hay veces que, jugando con mi perro, me doy cuenta que, efectivamente, la ignorancia es una bendición.
aqui en el mayab la palabra oquedad se usa mucho
saludos
Lo habia escuchado alguna vez, oquedad, junto con el término vacuidad.
La chica de la foto junto contigo desvió sus ojos hacia ti y el completo contorno de su expresion y mirada indican amor. ¿Quién es?
Que no es Fa... no no creo...
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