jueves, octubre 04, 2012

Un bramido entre la espesura

La niebla se ha disipado. El sol ha alcanzado su punto más alto. Remo durante una hora hacia el lugar en donde se encuentra la represa de los castores. Antes de navegar entre los islotes que bordean un pequeño canal por donde acostumbran nadar estos roedores, guardo silencio y dejo que la suave corriente arrastre el bote. Me detengo metiendo el extremo del remo en el agua cuando veo una mancha café oscuro entre el pastizal. Es una familia de castores arremolinados entre la maleza. Una pareja y su cría. Me sostengo de la rama de un tronco caído, tratando de no hacer ruido, para  contemplarlos el mayor tiempo que me sea posible. 

El castor de mayor tamaño abre los ojos. Son como dos canicas muy negras y brillantes. El animal permanece inmóvil por un rato y después gira la cabeza y olfatea el aire que lo rodea. Los otros dos despiertan y hacen lo mismo, como si hubieran percibido mi presencia. De pronto, de lo más profundo del monte, surge un bramido. Es como el mugido constante de una vaca mezclado con el croar de un sapo. La familia de castores salta al agua, provocando ondulaciones que agitan la canoa. 

Escucho el gemido por segunda vez. Más fuerte que el anterior. Suelto la rama del tronco caído y tomo el remo con ambas manos. El gemido se escucha por tercera ocasión. Hace retumbar la taiga canadiense. El corazón se me acelera y la sangre me burbujea, provocándome un escalofrío intenso. Las ramas de los árboles se agitan y crujen al quebrarse, como si maquinaria pesada se abriera paso entre el follaje, dirigiéndose hacia donde me encuentro.  

De pronto, entre las hojas, veo que emerge una cornamenta. Es un alce enorme. Nunca había visto uno. Creo que ni siquiera en un zoológicos. Se detiene en la orilla del riachuelo. El guía alguna vez me comentó que entre septiembre y noviembre es la época de apareamiento de este animal. Que con suerte veríamos alguno. La suerte acaba de llegarme. 

El alce me dirige una mirada y bufa, expulsando brisa de sus fosas nasales. Remo muy despacio en reversa, sin darle la espalda. Recuerdo las palabras del guía: “Un alce en celo puede matar a un oso”, y uno de mis brazos tiembla, como si lo sacudiera una corriente eléctrica. El animal me observa mientras me alejo. Un fuerte olor a heno y almizcle flota en el ambiente. El alce emite un último y poderoso bramido antes de internarse de nuevo en la espesura.

La efervescencia en la sangre me dura todo el camino de regreso al campamento. Quienes no encuentran fascinante ni digna de respeto a la naturaleza, no entiendo de qué forma la ven.

Al centro de la foto, el alce.

4 comentarios:

Viviana Nevárez dijo...

¡Hermoso! Me da gusto leer tus aventuras y experiencias. Te mando un fuerte abrazo compaye.

Te quiero :).
La mejor vibra y los más bellos deseos pa' ti.

Anónimo dijo...

La naturaleza me parece la verdadera cara de Dios y no las tonterías que los humanos hemos inventado, lo que me parece muy triste es que, ahora escribes desde Canadá con un amor que me hace pensar que te olvidas que tu propio país también tiene cosas así y que tendría aun mas si es que no hubiera sido saqueado tanto tiempo, el 80 % de las minas en Guanajuato pertenece a canadienses y españoles a que si adivinas quien es el máximo contaminante de los mantos freáticos… exacto! ellos, por cierto la península de Yucatán sufrió durante 50 años la tala de ceibas y otros árboles a punto de la extinción, porque Panamá y Canadá necesitaban madera, guffillo, si vas a criticar al menos que sea parejo.
Chido.

Anónimo dijo...

" me cague de miedo " deberias haber escrito.........

Guffo dijo...

Viviana: Muchas gracias. Saludos.

Anónimo: Pero si no estoy criticando nada. Tengo bien claro que los hijos de puta canadienses van a hacer a otros países lo que no hacen en el suyo. Acá tienen todo bien cuidadito y limpio. Bueno, menos en donde hay petróleo, como en Alberta; ahí sí les vale verga. Lo que podría criticar es que las autoridades mexicanas permitan tanto pinche saqueo por centavos. Es increíble que hasta para eso sean tan pendejos y prefieran que otros exploten nuestros recursos en vez de ellos.

Anónimo: Lo dije metafóricamente, jejeje.