El Filósofo de Cantina regresó del baño frotándose las manos y le pidió otra cerveza a Mon. Yo hice lo mismo.
“La semana pasada fui a comprar algo de verduras y frutas al Soriana que está cerca de donde vivo. En el estacionamiento había una mujer que intentaba cruzar empujando una carriola con un recién nacido. Ninguno de los cuatro coches que iban delante del mío le cedió el paso. Cuando yo se lo cedí, los coches de atrás accionaron el claxon. ¿Quién quiere a esa gente horrible cerca? Yo no. Me niego.
Lo peor del caso es que las actitudes viles son contagiosas. Si no lo fueran, viviríamos en una ciudad distinta, en constante progreso evolutivo. Y no veo ese progreso por ningún lado desde hace años. Al contrario: cada día es peor. ¿Crees que las cosas mejorarán en una ciudad que tiene 60 casinos de lujo pero menos de 10 bibliotecas y más de 50 escuelas sin pupitres? ¿Crees que vamos por el camino correcto? ¿Que defendemos los valores importantes? Yo no.
Ante tal panorama no puede existir la esperanza. Es imposible que la haya. Puede que haya optimistas, pero no esperanza. Y los optimistas son todavía peores, pues para ellos todo está bien y no hay que cambiar nada.
Los verdaderos cambios necesitan medidas drásticas; radicales. Por eso mi decisión fue radical. Cuando les planteas el negro panorama a las personas, te responden que no hay de otra mas que seguir adelante. Están mal. Claro que hay de otra, y no es seguir adelante, sino seguir por otro camino.
En mi nueva ciudad no sucede –ni sucederá- lo que sucede en ésta. En mi nuevo mundo no existen los horrores de este mundo. Mi universo es perfecto, y no pienso ni compartirlo ni sacrificarlo. Que allá afuera se dejen matar de hambre, frío, ignorancia, trabajo o bienes materiales si creen que morir por ello vale la pena. Yo no estoy dispuesto a sacrificarme en provecho de los incompetentes ni de los conformistas ni de los charlatanes ni de los saqueadores.
No odio a la humanidad. Humanidad en el más noble sentido de la palabra. La amo tanto que por eso la he dejado ir, Gustavo. Si alguna vez vuelve, significa que fui parte de ella, si no vuelve, nunca lo fui”.
Y yo, Gustavo, no pude dar un trago más a mi cerveza...
“La semana pasada fui a comprar algo de verduras y frutas al Soriana que está cerca de donde vivo. En el estacionamiento había una mujer que intentaba cruzar empujando una carriola con un recién nacido. Ninguno de los cuatro coches que iban delante del mío le cedió el paso. Cuando yo se lo cedí, los coches de atrás accionaron el claxon. ¿Quién quiere a esa gente horrible cerca? Yo no. Me niego.
Lo peor del caso es que las actitudes viles son contagiosas. Si no lo fueran, viviríamos en una ciudad distinta, en constante progreso evolutivo. Y no veo ese progreso por ningún lado desde hace años. Al contrario: cada día es peor. ¿Crees que las cosas mejorarán en una ciudad que tiene 60 casinos de lujo pero menos de 10 bibliotecas y más de 50 escuelas sin pupitres? ¿Crees que vamos por el camino correcto? ¿Que defendemos los valores importantes? Yo no.
Ante tal panorama no puede existir la esperanza. Es imposible que la haya. Puede que haya optimistas, pero no esperanza. Y los optimistas son todavía peores, pues para ellos todo está bien y no hay que cambiar nada.
Los verdaderos cambios necesitan medidas drásticas; radicales. Por eso mi decisión fue radical. Cuando les planteas el negro panorama a las personas, te responden que no hay de otra mas que seguir adelante. Están mal. Claro que hay de otra, y no es seguir adelante, sino seguir por otro camino.
En mi nueva ciudad no sucede –ni sucederá- lo que sucede en ésta. En mi nuevo mundo no existen los horrores de este mundo. Mi universo es perfecto, y no pienso ni compartirlo ni sacrificarlo. Que allá afuera se dejen matar de hambre, frío, ignorancia, trabajo o bienes materiales si creen que morir por ello vale la pena. Yo no estoy dispuesto a sacrificarme en provecho de los incompetentes ni de los conformistas ni de los charlatanes ni de los saqueadores.
No odio a la humanidad. Humanidad en el más noble sentido de la palabra. La amo tanto que por eso la he dejado ir, Gustavo. Si alguna vez vuelve, significa que fui parte de ella, si no vuelve, nunca lo fui”.
Y yo, Gustavo, no pude dar un trago más a mi cerveza...