Dejé de lado -pero no para siempre- mi repudio hacia las multinacionales y saqué mi membresía del Costco. Sentí que me traicioné un poquito, ¡snif! Pero sólo un poquito.
Luego, me sentí mejor: nada de lo que compras en Costco te lo ponen en bolsas de plástico y las cajeras son más amables. Punto a su favor. Que chingue a su madre Soriana.
Compré carnes frías que nunca había comprado. Queso del caro. Comida libanesa que en ningún otro lugar había conseguido, sólo en restaurantes pipiris nice de los que sales en pelotas, con una mano por delante y la otra por detrás después de pagar la cuenta.
Llego a mi casa y me preparo un sándwich diferente a todos los que alguna vez me preparé. Espinacas y calabacitas incluidas. Pero el queso derretido las tapa y no se ven.
Me lo como a oscuras, en la sala, viendo los peces del acuario. Con el burbujeo de la bomba de fondo. Quién diría que una sala que compré en oferta hace 7 años se vería de lujo con una sencilla y económica tapizada.
El burbujeo del acuario es un arrullo constante. Como la lluvia que golpea en el parabrisas. Como el zumbido de las hélices de un bimotor, que nos hacen creer que el cielo tiene banda sonora.
Nunca había visto el cielo desde el asiento de un copiloto. Las nubes se parecen a las piedras que se asoman sobre la superficie de un río. Como respirando. Como las jorobas de un camello que nada. Quiero ir saltando de una en una. Que se conviertan en tortugas y me lleven lejos. Hasta resbalar.
Nunca había visto el cielo como ahora veo las cosas. O trato de verlas.
Todo es caos. Todo es matemático. Incluso lo que parece darnos paz y felicidad. Calculado fríamente. Lo que viene de afuera hacia adentro. Números y más números. Aparatos para medirlo todo. Pero de adentro hacia afuera, las cosas son distintas.
Lo que sale de adentro, desde el fondo, no puede medirse. Rompe cualquier instrumento, por más preciso que sea.
Confieso que en el aire iba un poquito zurrado, por el susto. Pero nomás un poquito. Aunque esa sensación y todas las emociones del momento no se midan con nada.
Luego, me sentí mejor: nada de lo que compras en Costco te lo ponen en bolsas de plástico y las cajeras son más amables. Punto a su favor. Que chingue a su madre Soriana.
Compré carnes frías que nunca había comprado. Queso del caro. Comida libanesa que en ningún otro lugar había conseguido, sólo en restaurantes pipiris nice de los que sales en pelotas, con una mano por delante y la otra por detrás después de pagar la cuenta.
Llego a mi casa y me preparo un sándwich diferente a todos los que alguna vez me preparé. Espinacas y calabacitas incluidas. Pero el queso derretido las tapa y no se ven.
Me lo como a oscuras, en la sala, viendo los peces del acuario. Con el burbujeo de la bomba de fondo. Quién diría que una sala que compré en oferta hace 7 años se vería de lujo con una sencilla y económica tapizada.
El burbujeo del acuario es un arrullo constante. Como la lluvia que golpea en el parabrisas. Como el zumbido de las hélices de un bimotor, que nos hacen creer que el cielo tiene banda sonora.
Nunca había visto el cielo desde el asiento de un copiloto. Las nubes se parecen a las piedras que se asoman sobre la superficie de un río. Como respirando. Como las jorobas de un camello que nada. Quiero ir saltando de una en una. Que se conviertan en tortugas y me lleven lejos. Hasta resbalar.
Nunca había visto el cielo como ahora veo las cosas. O trato de verlas.
Todo es caos. Todo es matemático. Incluso lo que parece darnos paz y felicidad. Calculado fríamente. Lo que viene de afuera hacia adentro. Números y más números. Aparatos para medirlo todo. Pero de adentro hacia afuera, las cosas son distintas.
Lo que sale de adentro, desde el fondo, no puede medirse. Rompe cualquier instrumento, por más preciso que sea.
Confieso que en el aire iba un poquito zurrado, por el susto. Pero nomás un poquito. Aunque esa sensación y todas las emociones del momento no se midan con nada.