Saqué la mano empapada y entumida de la hielera, pero con un par de cervezas que resplandecieron como trofeos. El sonido producido por el hielo de barra al ser escarbado siempre me ha gustado. Los bautizos tienen que ser así, con cerveza, para poder perder el estilo y evitar comportarnos como los adultos serios y aburridos que nos negamos a ser.
Me quedé platicando un rato con un amigo al que tenía rato de no ver. Le di una de las cervezas y bebimos, mientras los demás compas -casados y con niños- jugaban un partido de fútbol en la cancha del rancho en el que había sido el evento religioso.
Hace algún tiempo, ese mismo camarada me dijo que se había acostado con una muchacha de proporciones, digamos, gigantescas. "Tenía 5 meses sin coger, compadre", fue su excusa aquella vez. Entre trago y trago me confesó que había vuelto a ver a dicha mujer y que se la había vuelto a coger.
-¿Y está más delgada o sigue igual de tamalona? -pregunté.
-Nel güey, sigue igual... o más gorda.
-Pinche compadre, te mamas...
-No güey, pero ahora sí apagué la luz.
-¿Para no verla o qué?
-No, para no quemarme las nalgas con el foco del techo.
-¡Plop!