jueves, septiembre 29, 2016

Pañales para adulto

El fin de semana teníamos ventanas y postigos abiertos para que el aire corriera y los rincones de la casa se impregnaran de ese característico aroma que producen las amenazas de lluvia.

Al lado de donde vivo hay una casa dividida en 6 ó 7 cuartos, propiedad de un señor que vive a la vuelta de la calle y los renta exclusivamente a hombres, ya sea por semana o por mes.

Contrario a lo que uno pudiera pensar, los inquilinos nunca me han dado problemas: no ponen corridos ni rolas de José José a todo volumen, no ven los partidos ni de Tigres ni de Rayados, no hacen borracheras ni hablan fuerte ni nada. De repente por las mañanas me llega el olor del chorizo con huevo y el sonido de la grasa chirriando en un sartén; y, algunas noches, el tufo de la mota que alguno de los arrendatarios fuma de vez en cuando; pero fuera de eso, nada que sobrepase los límites del respeto y la civilidad.

Total que el fin de semana estábamos cocinando y leyéndonos algunas cosas que habíamos encontrado en Internet, cuando se escucharon unos gritos al lado:

-¡Ya ni chingas, cabrón! Ahí andas todo cagado y todo miado y te sientas en todos los muebles... ¡No la chingues! Tuve que tirar el colchón de tu cama porque lo echaste a perder, hijo de la chingada. ¡Báñate, cabrón cochino! ¡Báaañate! Ni que te cobrara extra por bañarte.

Después se escucharon unos balbuceos. Alguien respondía al regaño, pero era imperceptible lo que decía por las interrupciones de quien gritaba.

-Te me vas a ir de aquí, cabrón. Me vale madres que no me pagues lo que me debes: ¡ya no te aguanto! Pinche cochino... ¡Marrano!... ¡Mira nomás cómo tienes las sillas!...

Después, volvió el silencio; pero con él, la intriga (que se despejó a la mañana siguiente).

Resulta que uno de los inquilinos es un hombre de más de 80 años al que su familia llevó a un asilo de ancianos, pero el hombre no quiso quedarse ahí porque no lo dejaban fumar ni salir ni nada. En el periódico que acostumbraba leer todas las mañanas, vio anunciados los cuartos en renta que están al lado de mi casa, y, sabrá cómo, pero el señor se salió del asilo y llegó a rentar uno. Me he topado al susodicho un par de veces caminando por la banqueta, pero nuestro primer encuentro fue por una confusión: llamó a mi puerta pensando que era la suya. Cuando le dije que él vivía en la casa de al lado, me dijo: "Ábreme... ábreme, cabrón, no estés jugando, yo no me llevo", hasta que salió uno de los ocupantes de la casa y se lo llevó.

Don Chente es quien le renta un pequeño cuarto al octogenario. Don Chente lleva viviendo toda su vida en el centro de Monterrey. Heredó dos propiedades: donde vive -en donde también tiene una pequeña tienda de abarrotes- y la de los cuartos en renta. De repente nos topamos y nos saludamos; a veces platicamos porque estaciona su coche detrás del mío y se la pasa arreglándole cosas al motor. El sábado por la mañana estaba metido debajo del cofre de su coche y, al escuchar que abrí la puerta, me saludó y se disculpó por los gritos. Le pregunté que qué había pasado, y me contó lo del octogenario con incontinencia urinaria y fecal.

Ese mismo día le comenté a la Fabi de qué se había tratado la discusión que habíamos escuchado la noche anterior, y de volada me propuso que fuéramos a comprar unos pañales para adulto. Me pareció buena idea y fuimos. A las 7 de la tarde don Chente seguía arreglando su coche. Llegué con la caja de pañales y le dije que se la diera al señor para que acabara con el problema. "A ver si no se ofende", me dijo, preocupado. "Es medio cabrón el viejo... ya me tiene hasta la madre". "Dígale que si se quiere quedar aquí y no irse al asilo, se los tiene que poner", le sugerí, y sonrió. "Y si no quiere, me dice, y le digo a mi vieja que lo convenza de que se los ponga. Ella tiene tacto pa´eso".

El resto del fin de semana estuvo por demás tranquilo: ya no hubo gritos ni olor a mota ni chirridos de grasa en un sartén ni nada.

El lunes tocaron a la puerta de mi casa. Era don Chente con la caja de pañales. "No los quiso el pinche viejo. Me los aventó y se puso a llorar; luego me dijo que no lo corriera y que no le hablara a su familia. ¿Qué hago?". Me quedé callado. "Le dije que iba a venir la muchacha de al lado a ponérselos (o sea, la Fabi), y me rayó la madre".

Y pues aquí seguimos pensando en alguna forma de convencer al anciano para que se ponga los pañales sin que se sienta humillado. Si tienen alguna idea, es bienvenida.

Como dato adicional, le comenté esta anécdota a unos conocidos. Su reacción fue: "¿Pa´qué se meten? Que el viejo y su rentero se hagan garras solos". Neta, ojalá nunca necesiten pañales. Culeros. 

martes, septiembre 20, 2016

Carta a la ciudad de Monterrey por sus 420 años

Hola, Monterrey. Quizás no me recuerdes. Soy uno de los tantos que nació y creció en tu suelo. No voy a decir que esto me enorgullece, pues me parece absurdo sentir orgullo por una casualidad, no por una virtud; y, como dicen por ahí: se enorgullece de circunstancias quien carece de virtudes.

No sé cómo dirigirme a ti: si en singular o en plural, pues eres una ciudad y me queda claro que a una ciudad la construyen sus habitantes, pero como en esta carta tengo algunos reproches, no me gustaría que al hablarte en plural sintieran que estoy generalizando; por lo tanto, si en alguna parte de este texto llego a referirme a ti en plural, que tus oriundos no se pongan el saco (a menos que les ajuste).

Confieso que siempre he tenido una relación de amor/odio contigo. A veces he querido irme para no volver jamás, pero siempre surge algo que me hace regresar o quedarme; porque, como lo dije antes: a la patria la forman sus habitantes, y considero que en ti viven algunos muy valiosos -muy pocos- que te hacen una metrópoli más llevadera. Y sí: digo "muy pocos" porque, si los regiomontanos ejemplares fueran la mayoría, esta capital sería otra; una mejor: más culta y menos violenta, por ejemplo. Por lo tanto te darás cuenta que tampoco creo en eso de que "somos más los buenos". No es cierto. Se vería reflejado. Matemáticas simples.

En años no he visto que hayas cambiado para mejorar. No he visto ni avances ni beneficios ni grandeza. Acepto que tienes más calles, más puentes, más carros, más fraccionamientos, más empresas extranjeras y más edificios; pero también tienes más deuda, más oxxos, más casinos, más expendios de cerveza, menos banquetas, menos árboles, menos plazas públicas, menos aire limpio, menos empleo, menos tranquilidad y menos igualdad. Supongo que "es el costo del progreso" y "la modernidad", pero yo más bien creo que traes un desequilibrio tremendo: que confundes lo grandioso con lo grandote; que vas de reversa, directito a un precipicio, y nadie quiere darse cuenta.

Te aclaro que digo esto porque los regios nos caracterizamos por "decir las cosas como son" -quesque ésa es una de nuestras "virtudes"-, aunque siempre me ha parecido que nos gusta decir las cosas pero que no nos las digan; ¡menos si es para criticar nuestros usos y costumbres! Somos convenencieros de piel muy delgada que no vemos más allá del Cerro de la Silla; y, si queremos ser mejores (no, no lo somos aunque así nos creamos), tenemos que empezar a cambiar esos detalles. Por lo tanto, seguiré diciéndote lo que siento.

Te confieso que nunca me ha gustado tu filosofía del trabajo. Me parece chantajista y esclavista. Yo creo que eso es lo que más gordo me cae de ti (y que estés dividida por dos equipos de futbol). Enalteces el trabajo como si no tuviéramos otra opción; como si nadie más en el mundo trabajara. Para ti, quien no trabaja es porque no quiere, no porque no tenga oportunidad. Claro, trabajo hay mucho; ¿de qué?, es el dilema. Esa mentalidad de "A jalar que no hay de otra" o "No hay crisis que aguante 15 horas de trabajo diario" me parece aberrante. Exiges mucho y no ofreces mucho. Aquí no hay gente trabajadora, aquí hay esclavos felices de serlo porque creen que no tienen opción (ah, y porque creen que mantienen al resto de México). Y te pregunto: ¿qué puedes esperar de individuos que viven sólo para trabajar? Lo más irónico del asunto es que tanto trabajo no se ve reflejado por ningún lado; pues sigo viendo hambrientos, personas durmiendo en las calles, matando por un teléfono celular o sumándose a las filas del crimen organizado. Te repito: si todo eso positivo que dicen de ti fuera cierto, otra ciudad serías: una mil veces mejor para todos, no para unos cuantos.

Como te lo señalé renglones atrás, tampoco creo que seas moderna ni cosmopolita ni progresista ni de vanguardia. No, que tengas unos cuantos edificios bonitos no te hacen moderna. Tu doble moral, tus golpes de pecho, tu clasismo, tu racismo y ese desprecio por todo lo que es ajeno "al norteño" nunca te permitirán ser de primer mundo. Las ciudades modernas tienen mentalidades abiertas, aceptan la diversidad en todas sus formas, se adaptan a los cambios, le dan vuelta a la página, no se estancan en moldes anacrónicos de pensamiento y conducta que son un lastre para su desarrollo intelectual y espiritual. Veo que el regio está conforme con lo que es porque no cree merecer más, pues se cree lo más chingón que hay, ya que confunde su miseria e ignorancia con sus virtudes, y se aferra a éstas y las presume y se le inflama el pecho y pobre de quien sea distinto a él.

Veo con tristeza que el regiomontano promedio se quedó estancado en esa caricatura del bebedor de cerveza que asa carne, se enajena con el futbol, trabaja todo el día, maneja una troca y habla golpeado. Al regio genérico le encanta que esas cuatro o cinco tonterías lo definan; ah, y cuidado a quien las quiera cambiar. Y me pregunto: ¿acaso no tenemos virtudes? ¡Una aunque sea! Pareciera que no nos concebimos ya de otra manera, y esa es nuestra gran derrota, pues cualquier intento de unión o cambio para bien, será fallido. Nos hemos ajustado tan bien a ese grotesco estereotipo que no conocemos otro destino más allá que el trazado por Tigres o Rayados, Televisa o Multimedios, carne de la San Juan o de la Ramos, Tecate Light o Indio, corridos o rock, Don Rober o Chavana, te chingo o me chingas, plata o plomo.

Podría ponerme fatalista y decir que la única esperanza que tenemos los regiomontanos para salvar esta ciudad es que se siga pudriendo hasta que no quede nada de ella, pues nada glorioso podría surgir de la mierda en la que se encuentra sumergida. Podría decir que nos merecemos todos y cada uno de los horrores diarios que padecemos en esta metrópoli por ser los ciudadanos conformistas y agachones que somos; que merecemos la humillación diaria de autoridades, empresarios y criminales, ante quienes hemos vivido arrodillados toda la vida. Podría decir que no merecemos más que la música y la televisión basura que nos ofrecen y el salario miserable que nos pagan. Podría decir que quienes aspiramos a un nuevo amanecer tenemos que irnos a otra parte y desear con todas nuestras fuerzas que se acelere la putrefacción de esta tierra hasta que no quede nada, para ver si de ahí renace algo nuevo y mejor. Pero no. El ingenuo de mí abriga aún la esperanza de que esta ciudad mejore gracias a una nueva especie de ciudadanos que, así como yo, aspira a que Monterrey sea como Vancouver o Sídney, no como McAllen o San Antonio.

Gracias por tu atención, ciudad de Monterrey. ¡Felicidades por tus 420 años! Con ciudadanos como los que has tenido -que te han saqueado, ensuciado, sangrado, pavimentado, secado y depredado-, es admirable que hayas sobrevivido tanto tiempo. 

viernes, septiembre 16, 2016

Viva México...

Me gusta el 16 de septiembre porque desde muy temprano cierran muchas calles del centro de la ciudad y se puede andar en bici, tomando fotos de ese sentimiento, orgullo colectivo o fenómeno cultural llamado "patriotismo".
Foto de Fabiola Garza
Foto de Fabiola Garza
Muy bonito, ¿no? Pero veamos qué opinaba Ricardo Flores Magón sobre el patriotismo.
¡Booofos! En la mera jeta.

martes, septiembre 06, 2016

Misión cumplida (a medias)

Ayer lunes por fin entregué la computadora e impresora que entre varios lectores de este espacio  y de mi cuenta de Twitter compraron con la intención de hacer un donativo.

Como ya sabrán, fue imposible entregarle las cosas a Ana, la niña que vende tostadas y en un principio inspiró esta historia. Varias inconsistencias en sus pláticas (primero me dijo una dirección donde supuestamente vivía, pero era sólo donde guardan los triciclos; luego resultó ser otro el domicilio) y una hermana mayor que la deja encerrada cuidando niños y se niega a recibir los regalos, complicaron la entrega.

Al dar a conocer esta tragedia, snif, y no saber ya qué hacer con todo lo que había recibido en donativos para la niña, me llegaron propuestas de distintas personas e instituciones que atienden programas educativos interesantes; proyectos donde hacían falta muchas cosas, entre ellas: computadoras, impresoras y libros.
La propuesta de la licenciada Sylvia Ramírez Hernández (sylramirezh@gmail.com o @sylvanella), psicóloga de profesión con amplia experiencia en el ramo infantil, fue la que más me interesó. Aquí les pongo unos fragmentos de la plática que sostuve con ella sobre la labor que realiza en una escuela pública del municipio de Escobedo:
Y pues ayer lunes me lancé al municipio de Escobedo con los donativos para entregárselos a la licenciada. Creo que fue una buena elección, pues la laptop será aprovechada por más de un niño. También quedé en seguir en contacto con la Lic. Sylvia para donar más libros (muchos vienen aún en camino) y árboles frutales, para que los alumnos del plantel construyan un huerto; y pues ver en qué más se les puede apoyar dentro de nuestras posibilidades.
Caminito de la escuela...
Por la mañana, bomberito...
...por la tarde, manguerita :)
"¿Y Ana, la niña lectora?", se preguntarán... Pues ya no supe nada de ella desde la última vez que visitamos su casa. Como les comenté, le dejé a su cuñado mi cuenta de Twitter, mi blog, mi correo electrónico y mi teléfono apuntados en un cuaderno para que comprobara que lo que les había dicho ese día era cierto y se pusieran en contacto conmigo si así lo deseaban; pero hasta el día de hoy no lo han hecho. Me he dado mis vueltas al banco que está en contra esquina de donde se pone el triciclo de las tostadas, pero no he visto a Ana. Casi siempre está su otra hermana o el novio -o esposo- de ésta.
Digo que la misión "está a medias" porque seguiré al pendiente del caso de Ana, pues, como muchos de los que aportaron, también pienso que la ayuda desde un principio era para ella, pues fue su historia la que movió a mis lectores a ayudarla, y siguen habiendo muchas personas interesadas en mandarle apoyos; y, aunque sí alcancé a entregarle varios libros ahí en el triciclo, ya no pude darle todos. Por eso, estaré al pendiente y los mantendré al tanto si hay alguna novedad con la niña; mientras tanto: ¡muchas gracias a todos!

viernes, septiembre 02, 2016

La niña que vende tostadas y bla bla bla (tercera parte)

Pues con lo que se recaudó de donativos en PayPal le compramos su computadora a Ana, la niña lectora que vende tostadas frente a la Plaza de la Luz, ¡y hasta impresora de obsequio alcanzó!
Para el 23 de agosto llevábamos esta cantidad recaudada...
...y terminamos juntando esta cantidad
La abrí para probarla y que un amigo me le instalara varias cosas.
Con lo que depositaron directamente en mi cuenta de Banorte (casi $1500) y lo que yo me comprometí a donar a la causa, le íbamos a comprar un celular o un Kindle a Ana, pero por recomendaciones de personas que habían aportado billetes y otros bienintencionados que querían dar su opinión, decidimos mejor comprarle otras cosas y darle por semana -o quincena-, durante un par de meses, una cantidad razonable para lo que necesitara.

Por mi cuenta le compré en Sanborns el libro Todo Mafalda, el cual considero que puede serle de más utilidad que muchos libro de texto. También recibí donaciones de libros de algunos lectores de mi cuenta de Twitter y de este blog, libros que ya entregué personalmente, como les comenté en el post anterior. De hecho, muchos obsequios vienen aún en camino. También hubo personas que donaron bastantes libros digitales, a los que les creamos accesos directos. La verdad es que la gente se portó a toda madre; muy compasiva y generosa.
Y pues sí, queridos lectores, todo iba muy bien con esta bonita historia de generosidad y humanismo: hasta los pajarillos llegaban a cantar a la ventana de la cocina donde dejaba enfriando el pay de manzana que acababa de hornear, mientras silbaba El Himno a la Alegría acompañado de las tazas y teteras que bailaban y cantaban sobre los gabinetes. ¡Bien bonito!

Total que fui a buscar a Ana al triciclo frente a la plaza, pero estaba la hermana. Ésta me dijo que Ana ya había entrado a la escuela, por lo tanto, ya no iba a poder estar yendo a vender tostadas; pero que podía entregarle los donativos en su casa, y me pasó la dirección. No quiso que se los dejara a ella porque le daba miedo que les pasara algo o alguien se diera cuenta de las cajas y se las fueran a robar. También me comentó que varias personas habían ido a dejarle libros, y ella se los había entregado a su hermanita, cosa que me dio gusto, tanto por Ana como por las personas que tuvieron la iniciativa de hacerlo.

Y pues bueno, resultó que Ana vive con oootra hermana mayor y con su cuñado; no con ésta que vende tostadas y también tiene un novio o esposo o pareja que, en un principio, pensé que eran sus tutores. "Ana va a la escuela en las mañana y en las tardes hace tarea y cuida a mis sobrinos en lo que mi hermana y mi cuñado trabajan. Vaya, ahí está todo el día", me dijo. Y pues yo obedecí.

Total que el lunes fui a hacer entrega del donativo al domicilio. Al llegar al edificio me saqué un chorro de onda porque era el edifico en donde han vivido varios amigos comiqueros y artistas. Pensé: "Pues en condición de calle o miserable no está la niña", cosa que me dio gusto; pero luego me saqué más de onda cuando vi que en el número en donde vive Ana, yo había estado varias veces en reuniones con otros colegas, cuando hacíamos la revista #$%& Cómics! La verdad nunca me aprendí la calle de ese edificio. Sabía llegar porque está muy céntrico: no tiene pierde si te explican con señas, pero no recordaba que esa fuera la dirección, y pues ya se imaginarán la impresión que me causó tan extraña coincidencia, onda Dimensión Desconocida.

Total que subí con las cajas -la de la impresora y la de la laptop- y una bolsa con libros, y toqué en la puerta. La cortina se corrió y se asomó la cabeza de Ana. Se sacó de onda al verme. Me preguntó que cómo había entrado. Le dije que la puerta de abajo estaba abierta, que le llevaba la computadora que había pedido. Se puso a brincar con las manos en la cabeza en lo que parecía ser una sala improvisada que alcanzaba a ver cada que el aire movía la cortina. Se acercó de nuevo a la ventana y me preguntó si tenía prisa, pues su hermana no estaba en el domicilio y no tenía llave para abrir la puerta. Le dije que no había problema; que yo esperaba. En eso se asomó un niño de unos ocho años y me sonrió y lo saludé y luego se escondió.

Esperé sentado en las escaleras. A los diez o quince minutos, llegó la hermana y el cuñado con un par de niños más pequeños que el que estaba con Ana. Me puse de pie, les di las buenas tardes, les pregunté si ellos eran los familiares de Ana, les dije la razón de mi visita y bla bla bla; pero se siguieron de largo. No me devolvieron el saludo ni me respondieron ni me preguntaron nada; me observaban por encima del hombro, de arriba a abajo, como con sospecha, como molestos, sin decir una palabra. Me sentí de la chingada. Casi casi los perseguí mientras les explicaba de nuevo la dinámica de lo que había sucedido. Frente a la puerta del apartamento, les repetí lo que les acababa de decir, y simplemente entraron y cerraron la puerta. Me quedé en shock. Digo, al menos sonríes o devuelves el "Buenas tardes" o te detienes y pides explicaciones; pero esta gente nada de eso: se siguió de largo observándome por encima del hombro mientra yo hablaba como imbécil. Toqué a la puerta y salió el cuñado:

-¿Sí me entendió lo que le acabo de platicar? -le dije.

-No pues la verdad no estamos enterados de esto... la verdad...

Saqué mi teléfono para mostrarle las capturas de pantalla con los comentarios de buena fe, los donativos, la historia del blog, los tweets, los correos, todo; pero en vez enfocarse en la pantalla, el hombre se me quedaba viendo, desconfiado.

-Vea la pantalla: aquí está lo que le estoy diciendo. Le digo que un grupo de personas decidió ayudar a Ana con una computadora cuando se enteraron de que, aparte de vender tostadas, le gusta leer y va a la escuela.

El güey no decía nada. Hacía como que veía la pantalla, asentía y me volteaba a ver de nuevo: "No, pos yo no sé nada de eso", me decía.

-Podría hablarle a su esposa, por favor... ¿Es la hermana de Ana, no? -le pedí.

-No, pues es que ella está muy ocupada... la verdad.

-Acaba de llegar con usted... Llámela por favor.

-No, pues es que dígame a mí las cosas... la verdad...

-Ya le dije: esta computadora es de Ana. Se la regaló un grupo de personas que se dedica a ayudar niños con ganas de salir adelante -le eché crema a los tacos para ver si así me ganaba su confianza. El hombre entró a la casa, cerró la puerta, me asomé entre la cortina que papaloteaba con el viento, pero no vi nada. A los dos o tres minutos, el hombre salió con una libreta.

-No sabemos nada de eso, la verdad. Luego qué tal si nos lo cobran o algo. Apúnteme aquí todo lo que me está enseñando en su teléfono. Pero no sabemos nada... la verdad.

-¿Pero no saben nada de qué?

-De la computadora...

-Ya le dije que es de Ana. Se la estamos regalando. Es una donación. Le estoy tratando de mostrar las pruebas y no las ve.

-No pues no. Mejor apúnteme eso y váyase -y me extendió el cuaderno. Me sentí como cuando dicen que quedas con el chile adentro del coraje.

Apunté mi cuenta de Twitter y el link de mi blog. Y me fui medio encabronado.

La verdad sí me agüité gacho. También me sentí bien pendejo. Pero bieeen pendejo. Retumbaba en mi cabeza la frase esa de: "El acomedido siempre queda mal". Me puse a pensar en muchas cosas: que tal vez había errado en la forma de entregar el donativo; que me había faltado diplomacia; que debí ir acompañado; que si debió ser con bombo y platillo y cámaras y entrevistadores y toda esa faramalla de la televisión, para hacerlo creíble; que si de tan buena que era la intención, se veía sospechosa; que tal vez pensaron que yo era un empleado del DIF y les iba a quitar a los niños por tenerlos encerrados y trabajando; que tal vez pensaron que era un viejo degenerado; que si... un chingo de cosas en las que pensé y me atormenté por un rato. Pero pues eso lo hubiera pensado antes, ¿no? La verdad no hubo logística de entrega ni anduve pensando en lo que pudieran pensar o sospechar los familiares o la gente, pues me ofuscó la emoción de la buena acción y de la respuesta de la gente que había colaborado, que estaba tan entusiasmada como yo. Pero pues bueno, para la otra ya sé.

Después de otro intento en el que no había nadie en el departamento, decidí mejor entregar el donativo a otro niño que también lo necesitara, para no andar batallando con sospechosismos ni gente grosera ni darle largas que se pudieran interpretar como jineteo de lana. En resumen: Anita se chingó, y pues qué lástima. Total que puse la mala experiencia en Twitter y de volada salieron varios candidatos. El más interesante me resultó éste, que, aparte, comprobé que varias personas sabían del proyecto y conocían a quien me lo estaba planteando, cosa que me dio confianza para ya no salir con otra sorpresa o mal sabor de boca:
Y pues bueno. Al parecer ya se resuelve esto pronto. El lunes voy a ir a una escuela del municipio de Escobedo a hacer entrega del donativo. Comoquiera la computadora caerá en buenas manos y será aprovechada, ténganlo por seguro. El dinero que falta de usar, veré en qué se puede invertir, pero tengan la tranquilidad de que lo usaré sabiamente.

La neta que me estresa mucho tener dinero que no es mío. Yo creo que esa fue la parte más difícil de esta actividad: que la gente que me lee confiara su dinero para una buena causa y que, en el momento en que no se pudo concretar con la persona a la que iba dirigida -persona que provocó ese sentimiento de ayuda en mis lectores-, me tensioné por todo lo que implica manejar dinero que le entregan a uno así nomás, de buena voluntad y fe ciega. Pero bueno, sé que si depositaron vía PayPal -a veces sin avisarme- o directamente en mi cuenta bancaria, fue porque confían en mi palabra, cosa que agradezco infinitamente, snif, pues sé que para muchos es aún difícil ganarse la confianza de personas a las que se conocen sólo por sus redes sociales. Por eso les repito: muchas gracias, de corazón se los digo; gracias por haberme permitido lograr eso.

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