Hola, Monterrey. Quizás no me recuerdes. Soy uno de los tantos que nació y creció en tu suelo. No voy a decir que esto me enorgullece, pues me parece absurdo sentir orgullo por una casualidad, no por una virtud; y, como dicen por ahí: se enorgullece de circunstancias quien carece de virtudes.
No sé cómo dirigirme a ti: si en singular o en plural, pues eres una ciudad y me queda claro que a una ciudad la construyen sus habitantes, pero como en esta carta tengo algunos reproches, no me gustaría que al hablarte en plural sintieran que estoy generalizando; por lo tanto, si en alguna parte de este texto llego a referirme a ti en plural, que tus oriundos no se pongan el saco (a menos que les ajuste).
Confieso que siempre he tenido una relación de amor/odio contigo. A veces he querido irme para no volver jamás, pero siempre surge algo que me hace regresar o quedarme; porque, como lo dije antes: a la patria la forman sus habitantes, y considero que en ti viven algunos muy valiosos -muy pocos- que te hacen una metrópoli más llevadera. Y sí: digo "muy pocos" porque, si los regiomontanos ejemplares fueran la mayoría, esta capital sería otra; una mejor: más culta y menos violenta, por ejemplo. Por lo tanto te darás cuenta que tampoco creo en eso de que "somos más los buenos". No es cierto. Se vería reflejado. Matemáticas simples.
En años no he visto que hayas cambiado para mejorar. No he visto ni avances ni beneficios ni grandeza. Acepto que tienes más calles, más puentes, más carros, más fraccionamientos, más empresas extranjeras y más edificios; pero también tienes más deuda, más oxxos, más casinos, más expendios de cerveza, menos banquetas, menos árboles, menos plazas públicas, menos aire limpio, menos empleo, menos tranquilidad y menos igualdad. Supongo que "es el costo del progreso" y "la modernidad", pero yo más bien creo que traes un desequilibrio tremendo: que confundes lo grandioso con lo grandote; que vas de reversa, directito a un precipicio, y nadie quiere darse cuenta.
Te aclaro que digo esto porque los regios nos caracterizamos por "decir las cosas como son" -quesque ésa es una de nuestras "virtudes"-, aunque siempre me ha parecido que nos gusta decir las cosas pero que no nos las digan; ¡menos si es para criticar nuestros usos y costumbres! Somos convenencieros de piel muy delgada que no vemos más allá del Cerro de la Silla; y, si queremos ser mejores (no, no lo somos aunque así nos creamos), tenemos que empezar a cambiar esos detalles. Por lo tanto, seguiré diciéndote lo que siento.
Te confieso que nunca me ha gustado tu filosofía del trabajo. Me parece chantajista y esclavista. Yo creo que eso es lo que más gordo me cae de ti (y que estés dividida por dos equipos de futbol). Enalteces el trabajo como si no tuviéramos otra opción; como si nadie más en el mundo trabajara. Para ti, quien no trabaja es porque no quiere, no porque no tenga oportunidad. Claro, trabajo hay mucho; ¿de qué?, es el dilema. Esa mentalidad de "A jalar que no hay de otra" o "No hay crisis que aguante 15 horas de trabajo diario" me parece aberrante. Exiges mucho y no ofreces mucho. Aquí no hay gente trabajadora, aquí hay esclavos felices de serlo porque creen que no tienen opción (ah, y porque creen que mantienen al resto de México). Y te pregunto: ¿qué puedes esperar de individuos que viven sólo para trabajar? Lo más irónico del asunto es que tanto trabajo no se ve reflejado por ningún lado; pues sigo viendo hambrientos, personas durmiendo en las calles, matando por un teléfono celular o sumándose a las filas del crimen organizado. Te repito: si todo eso positivo que dicen de ti fuera cierto, otra ciudad serías: una mil veces mejor para todos, no para unos cuantos.
Como te lo señalé renglones atrás, tampoco creo que seas moderna ni cosmopolita ni progresista ni de vanguardia. No, que tengas unos cuantos edificios bonitos no te hacen moderna. Tu doble moral, tus golpes de pecho, tu clasismo, tu racismo y ese desprecio por todo lo que es ajeno "al norteño" nunca te permitirán ser de primer mundo. Las ciudades modernas tienen mentalidades abiertas, aceptan la diversidad en todas sus formas, se adaptan a los cambios, le dan vuelta a la página, no se estancan en moldes anacrónicos de pensamiento y conducta que son un lastre para su desarrollo intelectual y espiritual. Veo que el regio está conforme con lo que es porque no cree merecer más, pues se cree lo más chingón que hay, ya que confunde su miseria e ignorancia con sus virtudes, y se aferra a éstas y las presume y se le inflama el pecho y pobre de quien sea distinto a él.
Veo con tristeza que el regiomontano promedio se quedó estancado en esa caricatura del bebedor de cerveza que asa carne, se enajena con el futbol, trabaja todo el día, maneja una troca y habla golpeado. Al regio genérico le encanta que esas cuatro o cinco tonterías lo definan; ah, y cuidado a quien las quiera cambiar. Y me pregunto: ¿acaso no tenemos virtudes? ¡Una aunque sea! Pareciera que no nos concebimos ya de otra manera, y esa es nuestra gran derrota, pues cualquier intento de unión o cambio para bien, será fallido. Nos hemos ajustado tan bien a ese grotesco estereotipo que no conocemos otro destino más allá que el trazado por Tigres o Rayados, Televisa o Multimedios, carne de la San Juan o de la Ramos, Tecate Light o Indio, corridos o rock, Don Rober o Chavana, te chingo o me chingas, plata o plomo.
Podría ponerme fatalista y decir que la única esperanza que tenemos los regiomontanos para salvar esta ciudad es que se siga pudriendo hasta que no quede nada de ella, pues nada glorioso podría surgir de la mierda en la que se encuentra sumergida. Podría decir que nos merecemos todos y cada uno de los horrores diarios que padecemos en esta metrópoli por ser los ciudadanos conformistas y agachones que somos; que merecemos la humillación diaria de autoridades, empresarios y criminales, ante quienes hemos vivido arrodillados toda la vida. Podría decir que no merecemos más que la música y la televisión basura que nos ofrecen y el salario miserable que nos pagan. Podría decir que quienes aspiramos a un nuevo amanecer tenemos que irnos a otra parte y desear con todas nuestras fuerzas que se acelere la putrefacción de esta tierra hasta que no quede nada, para ver si de ahí renace algo nuevo y mejor. Pero no. El ingenuo de mí abriga aún la esperanza de que esta ciudad mejore gracias a una nueva especie de ciudadanos que, así como yo, aspira a que Monterrey sea como Vancouver o Sídney, no como McAllen o San Antonio.
Gracias por tu atención, ciudad de Monterrey. ¡Felicidades por tus 420 años! Con ciudadanos como los que has tenido -que te han saqueado, ensuciado, sangrado, pavimentado, secado y depredado-, es admirable que hayas sobrevivido tanto tiempo.
Veo con tristeza que el regiomontano promedio se quedó estancado en esa caricatura del bebedor de cerveza que asa carne, se enajena con el futbol, trabaja todo el día, maneja una troca y habla golpeado. Al regio genérico le encanta que esas cuatro o cinco tonterías lo definan; ah, y cuidado a quien las quiera cambiar. Y me pregunto: ¿acaso no tenemos virtudes? ¡Una aunque sea! Pareciera que no nos concebimos ya de otra manera, y esa es nuestra gran derrota, pues cualquier intento de unión o cambio para bien, será fallido. Nos hemos ajustado tan bien a ese grotesco estereotipo que no conocemos otro destino más allá que el trazado por Tigres o Rayados, Televisa o Multimedios, carne de la San Juan o de la Ramos, Tecate Light o Indio, corridos o rock, Don Rober o Chavana, te chingo o me chingas, plata o plomo.
Podría ponerme fatalista y decir que la única esperanza que tenemos los regiomontanos para salvar esta ciudad es que se siga pudriendo hasta que no quede nada de ella, pues nada glorioso podría surgir de la mierda en la que se encuentra sumergida. Podría decir que nos merecemos todos y cada uno de los horrores diarios que padecemos en esta metrópoli por ser los ciudadanos conformistas y agachones que somos; que merecemos la humillación diaria de autoridades, empresarios y criminales, ante quienes hemos vivido arrodillados toda la vida. Podría decir que no merecemos más que la música y la televisión basura que nos ofrecen y el salario miserable que nos pagan. Podría decir que quienes aspiramos a un nuevo amanecer tenemos que irnos a otra parte y desear con todas nuestras fuerzas que se acelere la putrefacción de esta tierra hasta que no quede nada, para ver si de ahí renace algo nuevo y mejor. Pero no. El ingenuo de mí abriga aún la esperanza de que esta ciudad mejore gracias a una nueva especie de ciudadanos que, así como yo, aspira a que Monterrey sea como Vancouver o Sídney, no como McAllen o San Antonio.
Gracias por tu atención, ciudad de Monterrey. ¡Felicidades por tus 420 años! Con ciudadanos como los que has tenido -que te han saqueado, ensuciado, sangrado, pavimentado, secado y depredado-, es admirable que hayas sobrevivido tanto tiempo.
10 comentarios:
Ah caray, tremendo texto mi Guffo... me impactó, la verdad, pero no solo por su crudeza ó su verdad, sino porque tristemente Monterrey no es la única ciudad con esas características ó donde se dan cosas como las que expresas.
Lo que me queda mas que claro es que como dicen, al final (ó de principio) el cambio está en nosotros, mientras sigamos en la misma actitud que estamos ahora, ni la mejor infraestructura del mundo ni el mejor gobierno del mundo, etc. nos sacaran de la situación en la que estamos... pero en fin, ya estoy de nuevo echando el choro, perdón.
Saludos...
Good, very good
Duele, pero cierto.
aplausos!!... y creo que podriamos cambiar la palabra monterrey por mexico, snif!
Mucha razón y de sobra. Saludos.
Excelente mi estimado Guffo, totalmente de acuerdo contigo. Saludos!
Igual que tu Guffo, amor/odio a ésta ciudad, amo la huasteca, ODIO que cada semana hay grafittis nuevos, amo Santiago y la sierra, ODIO los razors con sus hieleras y bocinotas que echan a perder sus paisajes.
Parece que nada de lo bueno se salva de lo malos que podemos ser.
Saludos!
Muy Fuerte , pero cierto, muchos se sentirán ofendidos pero es la realidad.
snif, snif....
Saludos Guffo!
Sin palabras
Bendita libertad de expresion
Publicar un comentario