Cuando de vender libros se trata, siempre es el mismo problema con los familiares. Para que entiendan lo que intento decir, pondré un ejemplo.
Recibo una llamada al celular, contesto y es mi madre:
-Mijito, me dijo tu tía Eleazarita que te quiere comprar 50 libros de esos del fin del mundo que sacaste.
-¿Y pa´qué quiere tantos, má?
-Pues no sé, pero quiere comprarte 50 libros. Creo que se los va a regalar a sus comadres.
-Ah no: dile que le vendo nada más uno.
-P… pero te quiere comprar 50…
-Que no: dile que le vendo nomás uno. Es más: se lo regalo; pero nomás uno. Y si a sus comadres les interesa el libro, que me llamen o me manden un correo.
Sonará absurdo y mamón y tal vez ésa no sea la forma en que un hijo deba tratar a su madre y a sus tías con nombres feos, pero es que esas actitudes humanitarias y bonachonas por parte de nuestros familiares–que en el fondo se agradecen y se agradecerían mucho más si fueran compras en el negocio de cajas- ponen a uno en un dilema.
Sí, es cierto: uno como “autor” quisiera vender todos sus libros -o cualquier otro proyecto-, pero venderlos a gente “interesada” en el producto, no que los compre una tía o una abuelita para regalárselo a sus comadres que sólo leen misales y La Biblia. Con esto no quiero devaluar a la familia ni a los que leen la chingada Biblia, pero, honestamente, cuando un familiar hace este tipo de acciones, a uno le queda esa incertidumbre amarga de: “¿En verdad lo comprarán porque les interesa o nomás por ayudar… o por lastima?”.
La familia, en su eterna bondad, no ve lo humillante que puede resultar para uno -que se siente escritor, snif- que hagan eso. Porque, entonces, cuándo no esté la familia, ¿quién diablos nos va a comprar los libros?
Por eso hago un atento llamado a todos los lectores de este blog y de Recolectivo, para que hagan sus pedidos e impidan que mi malvada tía Eleazarita se quede con los últimos 50 ejemplares de Diarios del Fin del Mundo. El 1 de abril será el último día de ventas, porque ya necesitamos ponernos a planear el siguiente proyecto o pensar en una reedición. Saludos y gracias.
Recibo una llamada al celular, contesto y es mi madre:
-Mijito, me dijo tu tía Eleazarita que te quiere comprar 50 libros de esos del fin del mundo que sacaste.
-¿Y pa´qué quiere tantos, má?
-Pues no sé, pero quiere comprarte 50 libros. Creo que se los va a regalar a sus comadres.
-Ah no: dile que le vendo nada más uno.
-P… pero te quiere comprar 50…
-Que no: dile que le vendo nomás uno. Es más: se lo regalo; pero nomás uno. Y si a sus comadres les interesa el libro, que me llamen o me manden un correo.
Sonará absurdo y mamón y tal vez ésa no sea la forma en que un hijo deba tratar a su madre y a sus tías con nombres feos, pero es que esas actitudes humanitarias y bonachonas por parte de nuestros familiares–que en el fondo se agradecen y se agradecerían mucho más si fueran compras en el negocio de cajas- ponen a uno en un dilema.
Sí, es cierto: uno como “autor” quisiera vender todos sus libros -o cualquier otro proyecto-, pero venderlos a gente “interesada” en el producto, no que los compre una tía o una abuelita para regalárselo a sus comadres que sólo leen misales y La Biblia. Con esto no quiero devaluar a la familia ni a los que leen la chingada Biblia, pero, honestamente, cuando un familiar hace este tipo de acciones, a uno le queda esa incertidumbre amarga de: “¿En verdad lo comprarán porque les interesa o nomás por ayudar… o por lastima?”.
La familia, en su eterna bondad, no ve lo humillante que puede resultar para uno -que se siente escritor, snif- que hagan eso. Porque, entonces, cuándo no esté la familia, ¿quién diablos nos va a comprar los libros?
Por eso hago un atento llamado a todos los lectores de este blog y de Recolectivo, para que hagan sus pedidos e impidan que mi malvada tía Eleazarita se quede con los últimos 50 ejemplares de Diarios del Fin del Mundo. El 1 de abril será el último día de ventas, porque ya necesitamos ponernos a planear el siguiente proyecto o pensar en una reedición. Saludos y gracias.