Hace algunos días recibí el correo electrónico de una persona que dio con mi blog gracias a un par de imbéciles que se plagian íntegros mis escritos y los presumen como suyos.
El autor del correo me dijo que “no hiciera berrinches” cuando le pedí que me facilitara los datos de los culpables para irles a partir su madre. Me dijo que hacer corajes por eso era algo absurdo y se negó a darme la información, por lo que sospeché que él era uno de los rateros.
Total que me tranquilicé y reflexioné que, en un país como México, viviendo rodeado de gente con mierda en la cabeza, uno puede esperar eso y cosas peores. Tenía razón el morro: hacer corajes por un robo, viviendo entre ladrones, era algo absurdo.
Le mandé un email con esa profunda reflexión y me respondió que el problema de los “plagios autorales” no era exclusivo de este país. Ahondó en el tema y mencionó que muchos de los grandes escritores de todos los tiempos habían plagiado descaradamente ideas y textos de otros escritores no tan conocidos, siendo los primeros quienes alcanzaban la fama, la admiración y la fortuna, mientras que los autores originales morían miserables y en el anonimato. Uno de los escritores ladrones que mencionó, fue Shakespeare.
Al saber esto, me quité un peso de encima, pues ya estaba comenzando a pensar que estaba loco o era un ignorante, pues siempre he considerado una mierda los textos de Shakespeare.
Por otro lado, no digo que todos estemos obligados a generar ideas nuevas o –como dice la gente común y corriente que gusta de frases prefabricadas- “descubrir el hilo negro”. Hablo simplemente de decencia; de vergüenza; de honestidad. Personalmente, yo me sentiría de la verga haciendo eso. Me sentiría pésimo al saber que no puedo pensar o sacar conclusiones propias ni siquiera en base a pensamientos ya existentes. Me daría un tiro al comprobar que mi cabecita no da para más y me orilla a la penosa necesidad de adjudicarme algo que no es mío.
Por ejemplo: hace poco recibí por correo -correo del antiguo, con cartero que pide propina y toda la cosa- un libro donde viene una frase de mi autoría: algo que publiqué aquí hace tiempo. Fue una lectora de este blog quien se dio cuenta y me lo mandó. Confieso que fue muy gratificante saber que su autor bien pudo haberse fusilado mi ocurrencia, pues nada le garantizaba que fuera a darme cuenta (honestamente, no creo que hubiera comprado el libro); sin embargo, le sacó la lengua al Lado Oscuro de la Fuerza, fue justo y me dio mi crédito.
Lo más chingón de todo, es que mi pensamiento lo puso debajo de uno de John Lennon... Snif... Gracias.
El autor del correo me dijo que “no hiciera berrinches” cuando le pedí que me facilitara los datos de los culpables para irles a partir su madre. Me dijo que hacer corajes por eso era algo absurdo y se negó a darme la información, por lo que sospeché que él era uno de los rateros.
Total que me tranquilicé y reflexioné que, en un país como México, viviendo rodeado de gente con mierda en la cabeza, uno puede esperar eso y cosas peores. Tenía razón el morro: hacer corajes por un robo, viviendo entre ladrones, era algo absurdo.
Le mandé un email con esa profunda reflexión y me respondió que el problema de los “plagios autorales” no era exclusivo de este país. Ahondó en el tema y mencionó que muchos de los grandes escritores de todos los tiempos habían plagiado descaradamente ideas y textos de otros escritores no tan conocidos, siendo los primeros quienes alcanzaban la fama, la admiración y la fortuna, mientras que los autores originales morían miserables y en el anonimato. Uno de los escritores ladrones que mencionó, fue Shakespeare.
Al saber esto, me quité un peso de encima, pues ya estaba comenzando a pensar que estaba loco o era un ignorante, pues siempre he considerado una mierda los textos de Shakespeare.
Por otro lado, no digo que todos estemos obligados a generar ideas nuevas o –como dice la gente común y corriente que gusta de frases prefabricadas- “descubrir el hilo negro”. Hablo simplemente de decencia; de vergüenza; de honestidad. Personalmente, yo me sentiría de la verga haciendo eso. Me sentiría pésimo al saber que no puedo pensar o sacar conclusiones propias ni siquiera en base a pensamientos ya existentes. Me daría un tiro al comprobar que mi cabecita no da para más y me orilla a la penosa necesidad de adjudicarme algo que no es mío.
Por ejemplo: hace poco recibí por correo -correo del antiguo, con cartero que pide propina y toda la cosa- un libro donde viene una frase de mi autoría: algo que publiqué aquí hace tiempo. Fue una lectora de este blog quien se dio cuenta y me lo mandó. Confieso que fue muy gratificante saber que su autor bien pudo haberse fusilado mi ocurrencia, pues nada le garantizaba que fuera a darme cuenta (honestamente, no creo que hubiera comprado el libro); sin embargo, le sacó la lengua al Lado Oscuro de la Fuerza, fue justo y me dio mi crédito.
Lo más chingón de todo, es que mi pensamiento lo puso debajo de uno de John Lennon... Snif... Gracias.