Es algo incómodo enterarte que tu familia lee tu blog. Es como si tu madre te sorprendiera jalándotela en el baño con su crema Nivea y sus revistas Vanidades.
Saber que tu familia lee tu blog es como si automáticamente se activara un candado en tu cabeza que te impide decir las cosas como quieres; es como si de pronto construyeran un dique en tu cerebro que no deja desbordarse a las aguas de la imaginación (y te hace que escribas metáforas mamonas como la del “dique en tu cerebro” y “las aguas de la imaginación”).
Pero a mí eso me vale pura masacuata (es que pensé que la palabra “verga” se leería muy feo, snif, por eso puse “masacuata”).
Hace poco, un familiar me confesó haber sentido preocupación por lo que escribo y lo que pienso. Me dijo que lo único que lograré con mi actitud, es quedarme solo.
Sabias palabras…
¿Cómo no quedarme solo?, si le he tirado mierda a los que les gusta el fútbol, a los que ven la televisión, a los que compran iPods, a los que se casan, a los que tienen hijos, a los que tienen trabajos de oficina, a los que creen en Dios, a los que tienen tarjetas de crédito, a los que ponen pinito de navidad, etcétera.
¿Cómo no voy a quedarme solo, si me he echando al mundo entero en mi contra?
La soledad es tan inevitable como la muerte.
Saber que tu familia lee tu blog es como si automáticamente se activara un candado en tu cabeza que te impide decir las cosas como quieres; es como si de pronto construyeran un dique en tu cerebro que no deja desbordarse a las aguas de la imaginación (y te hace que escribas metáforas mamonas como la del “dique en tu cerebro” y “las aguas de la imaginación”).
Pero a mí eso me vale pura masacuata (es que pensé que la palabra “verga” se leería muy feo, snif, por eso puse “masacuata”).
Hace poco, un familiar me confesó haber sentido preocupación por lo que escribo y lo que pienso. Me dijo que lo único que lograré con mi actitud, es quedarme solo.
Sabias palabras…
¿Cómo no quedarme solo?, si le he tirado mierda a los que les gusta el fútbol, a los que ven la televisión, a los que compran iPods, a los que se casan, a los que tienen hijos, a los que tienen trabajos de oficina, a los que creen en Dios, a los que tienen tarjetas de crédito, a los que ponen pinito de navidad, etcétera.
¿Cómo no voy a quedarme solo, si me he echando al mundo entero en mi contra?
La soledad es tan inevitable como la muerte.