Los empleados se fueron. Estoy a punto de cerrar el negocio. Falta hacer el corte de caja, cosa que nunca hubiera imaginado que alguna vez haría en mi vida.
De pronto llega un cliente y pregunta si ya cerramos, pues una de las cortinas metálicas está abajo y con candado. Le digo que no; que pase; que será un gusto atenderlo. El cliente compra como 600 pesos de cajas. Cuarenta de una misma medida. Me ofrezco ayudarle a subirlas a su coche. Me lo agradece. Mientras subo el pedido, veo que llega otro cliente. Una señora. Baja de su auto y se dirige al negocio. Antes de que abra la puerta, y aplicando las hermosas enseñanzas que adquirí de la capacitación y el curso de inducción para operar una exitosa franquicia y hacer sentir bien a los clientes, le digo:
-Buenas tardes, señora, en un momentito la atiendo.
Y que se prende la pinche araña.
-Achis, ¡pues ni que te fuera a robar algo, pendejo! ¿Qué te crees, eh?
Cargando 20 cajas apiladas entre mis brazos de He-Man, y algo sudoroso, no puedo evitar poner mi cara de pendejo, esa que sólo uso los domingos para que no se gaste. Estaba petrificado, al igual que el señor. “Entendió mal lo que dije”, razono para mis adentros, e intento decirle de nuevo mi frase ensayada:
-No señora, nada más le digo que en un…
-Ya no me digas nada, pendejo, ¿qué crees que soy?
Hasta el señor que me compró las cajas trató de calmarla, pero salió pedorreado el pobre.
-Permítame tantito, señor –le digo al cliente, mientras pongo sus cajas en el piso y me dirijo con la señora, que ya se estaba subiendo al coche.
Por la ventana del copiloto, trato de explicarle lo inexplicable, y le pido que me explique en dónde estuvo la ofensa.
-Qué buena política, eh, mijo; qué buena política de negocios traen… así sí van a vender mucho, eh –me dice de la manera más sarcástica que puede.
Me doy la media vuelta y pienso: “Una señora con pelo de
cachirulo hablándome de políticas empresariales. El mundo está muy mal”. Vuelvo con el señor. Le pido una disculpa por hacerlo esperar. Me dice que no me preocupe: pinche vieja loca. De la veterinaria de a lado sale la secretaria, un doctor y mi madre al escuchar el escándalo. Mi madre le dice a la señora que no sea grosera. La señora con pelo de cachirulo le grita furiosa:
-¡Tú cállate! ¡De seguro eres la amante de ese pendejo (o sea yo, snif)!
Lo único bueno, aparte de la venta, fue que esa señora (la de pelo de cachirulo) me recordó por qué no soporto esta ciudad ni a la mayoría de su gente. Un punto más para pensar en un retiro pronto y alejado –muy alejado- de aquí.
El señor trata de darme una propina jugosa porque, creo yo, siente que por su culpa perdí una venta, pero no se la acepto.
-Gracias por comprar en
EM-PACK. Vuelva pronto –le digo, como nos enseñaron en la capacitación del DF para tener una franquicia exitosa con clientes felices y satisfechos.