Hernán se orinó cuando escuchó
que lo iban a desaparecer. Su mente imaginó mil formas de morir –quemado, ahogado, decapitado vivo–, pero nunca le pasó por la
mente lo que le harían.
Lo pusieron de rodillas y de un
manotazo le quitaron el costal de yute que le cubría la cabeza. La luz de la
mañana lo cegó. Una voz cavernosa le dijo que no
volteara hacia atrás, mientras el frío metálico de una pistola le
trepaba por la nuca.
La voz le dijo que contara hasta el
número cincuenta, y que después se pusiera de pie y
corriera hacia los columpios oxidados que estaban al fondo del parque.
Hernán empezó a contar. “¡Más fuerte!”, le ordenó la voz
cavernosa. “¡UNO! ¡DOS! ¡TRES!...”. Entre más se acercaba al número cincuenta,
más se le quebraba la voz. “¡T…treinnn…nnnta…ytttrrr…es…es…”.
En el número cuarenta y ocho, Hernán dijo: “¡Por favor no me maten!”, pero nadie respondió. “¡No me maten, por favor!”, suplicó.
Terminó de contar: “Cuarent…t…t…a y nu…nu…nnnueve… ¡Cincuen…nnn…nta!”.
Silencio...
Silencio...
De pronto sintió la grava calándole bajo las rodillas y percibió el penetrante olor a orina y sudor de varios días
mezclados con el aroma de la hierba mojada. El trino de los pájaros en las copas
de los árboles lo sacó de golpe del trance en el que se encontraba inmerso.
Se puso de pie y corrió lo más rápido que pudo hacia los columpios que le habían
indicado. Gritaba: “¡NO ME MATEN!”, mientras se cubría la nuca con las manos.
En el fondo esperaba que el balazo fuera certero y acabara con su vida de manera instantánea,
para evitar la agonía de desangrarse.
Hernán llegó a los columpios. Se sostuvo con las dos manos en uno de los postes descarapelados. Lloraba y se atragantaba con sus mocos y lágrimas cada que intentaba jalar aire. Y esperó lo peor.
Las autoridades estatales encontraron a Hernán al día
siguiente en casa de Doña Chabelita, una conocida mujer que vendía tortillas de
harina en un pequeño tejaban. Hernán había llegado ahí pidiendo auxilio y un teléfono. Uno de los vecinos de Doña Chabelita fue quien le proporcionó un viejo celular.
De regreso en casa de sus padres, Hernán se
enteró que no habían pagado rescate alguno por su liberación porque nadie había exigido un rescate. Se enteró también que lo habían soltado al
tercer día, que no tenían idea de quiénes habían sido los culpables ni el
motivo de su secuestro, como tampoco el motivo de que lo hubieran liberado así
porque sí.
Cuando se
sintió un poco mejor, Hernán decidió, por seguridad, cambiar las contraseñas y hacer privadas sus cuentas personales: Facebook,
Twitter, Instagram, Tinder, su cuenta secreta de Facebook y hasta su antigua
cuenta de Blogger. Para su sorpresa, ya ninguna de
ellas existía.
Hernán recordó cuando se orinó encima al escuchar que lo iban a desaparecer. Habían cumplido su amenaza.
11 comentarios:
Borrar las cuentas en redes sociales sería la versión moderna de aquel castigo de los antiguos romanos, la "damnatio memoriae": la destrucción de todas las cosas que recuerden a alguien.
Muy bueno Guffo, siempre me sorprendes y me dejas reflexionando.
Guauuuu , ahora si que me dejaste pensando , en lo mucho que le dan y le damos importancia a esas redes sociales , Excelente día !!!
A la vertebra, que buen relato para tan flojo y mamón final.
Gracias por compartir...
Saludos
Adán: Excelente analogía. Saludos.
Señorita: Gracias por tus palabras. Un abrazo.
Dalay: Igualmente para ti. Saludos y gracias por darte la vuelta.
Anónimo: Jajajaja. Saludos.
Me recordó aquella película de Sandra bullock, La Red
Hola, se que no tiene nada que ver aqui pero vi la imagen en tu tweet, en tabasco le decimos limon mandarina, es muy acido, pero es limon igual
Esta muy bueno compadre, yo siendo tan perspicaz no me esperaba ese final...
Qué ondas. Vi que tenias nuevo post, pero al entrar a querer leer y comentar no estaba ya.
Chido fin de semana para ud, mi estimado. Saludos.
No sé por que intuyo que en el fondo hiciste un ejercicio de matarte. Saludos Guffo
Tengo mucho tiempo leyendo tus historias, anecdotas o cuentos y fiel seguidor en twitter, felicidades por el premio, este cuento es muy bueno, casi tanto como donde comparas a la muerte con dormir -ese no era cuento- Saludos desde el df y felicidades.
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