martes, mayo 21, 2013

Con el cerro a un costado. Segunda parte.


Una camioneta vieja y destartalada se orilla en donde termina la avenida Paseo de los Leones, al poniente de la ciudad. En realidad ahí no termina la calle, pero enormes piedras –supongo que puestas con montacargas sobre el concreto -y una caseta con alambre de púas que parece abandonada, impiden el paso a los vehículos desde hace algunos años. Hasta este paraje campestre –de los pocos que quedan en Monterrey- han llegado los fraccionadores. Todavía no echan a andar todos los proyectos de vivienda anunciados, pero no tardan. El último atisbo de civilización que hay antes de que tope la avenida y todo lo que la rodee sea de nuevo monte, es un Seven Eleven y un OXXO: uno enfrente del otro, como delimitando dos mundos que nunca han podido llevarse bien.

La carrocería de la camioneta está manchada de pintura anaranjada en los costados y en el cofre, y en otras partes se deja ver oxido y golpes resanados con pasta gris. En la caja, dos jovencitas platican y ríen cada que se arrebatan lo que parece ser un teléfono celular. Las acompaña un niño moreno y regordete que, apenas y la camioneta detuvo su marcha, se puso de pie y apuntó la mirada en dirección al cerro de las Mitras. Adentro de la pickup, en el asiento del copiloto, hay una mujer. Supongo que es la madre de los tres. Con una mano se echa el cabello detrás de la oreja y con la otra baja el vidrio para gritarle algo a quien supongo es su pareja o el padre de los tres de atrás.

El hombre se interna algunos metros en el monte. Carga un palo largo con una especie de gancho amarrado en un extremo. Esquiva rocas y arbustos con destreza, hasta que se detiene frente a una yuca de gran tamaño. La mujer vuelve a gritar algo. Esta vez el hombre voltea, hace un ademán y sonríe, para después  volver la vista a la yuca y, con ayuda de la garrocha, cortar el racimo de flores amarillentas que cuelga de la parte más alta del árbol. El hombre se introduce un par de metros más entre los matorrales rastreros, se detiene frente a otra yuca de menor tamaño -pero con más ramificaciones- y arranca con el gancho el ramillete de flores. El niño grita “¡Apá!” mientras señala con una mano a una pareja de conejos que corren despavoridos entre los arbustos cuando el manojo golpea el suelo. El hombre los mira de reojo y hace un puchero de amargor: tal vez recordó que olvidó cargar con la resortera, el arma portátil casera que hubiera hecho la diferencia para la cena.

El hombre camina hacia otra yuca, conocidas también como árboles de Josué. Son de crecimiento lento -dos centímetros por año- y pueden vivir hasta 200 años; pero esto tal vez él no lo sabe. Las niñas no paran de reír ni de manotear en la caja de la camioneta. El niño no despega la mirada del hombre, quien ahora recoge los montones de flores y los va metiendo en un costal blanco y deshilachado que tenía metido -doblado- en el resorte del pantalón. Al terminar, se pone el costal sobre el hombro y sale de entre la maleza. El niño se acerca, presto para ayudarlo. Jala el costal del hombro y lo deja caer en la caja. El hombre sonríe mientras el pequeño se acomoda el costal entre las piernas, se sienta y pone los antebrazos sobre las rodillas. La camioneta arranca envuelta en una nube de humo. 

La escena fue como una imagen rupestre grabada en la cara del cerro. Una alegoría de una ciudad "moderna" donde no se ve gente arrancando comida de los árboles porque, para empezar, ni árboles hay.  Un suceso poco común, que tal vez no vuelva a repetirse porque no volverán a florecer las yucas. O quizás el próximo año me vuelva a topar a este hombre con el mismo palo largo, pero en vez de tener un gancho en la punta para cortar ramilletes de flores, tendrá un rodillo para pintar las paredes de las flamantes residencias.

9 comentarios:

Alexander Strauffon dijo...

Una de mis fantasías en cuanto a vivienda se refiere, ha sido siempre el mudarme a un sitio con espacios verdes, amplio bosque, con pocos vecinos y suficiente protección a esos elementos de la naturaleza tan únicos -y necesarios-.

Le hace falta mucho más verde a la ciudad, es cierto. Más verde, y menos rojo carmesí.

admin dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

La neta que chingona manera tienes de relatar men, ya tengo leyendote como unos 2 años y no me enfada, sigue asi, la neta leer estas publicaciones, tus amarguras, corajes, cartones, y demas cosas bajan un poco la tension del diario. Hay nos seguimos leyendo.
saludos Guffo!

Anónimo dijo...

Guauuu triste pero real !!!

Excelente lectura mi estimado Guffo

Que tengas excelente dia !!!

La Rosy dijo...

Me encantó el detalle de la escena. Yo no se qué es una yuca :( Saludos Guffo

Leo dijo...

Ayer que pasaba por ahí, como todos los días, me platicaba un señor que trabaja conmigo que esas flores se deben de comer antes de que abran, por que sí no amargan. Y que siempre que su esposa le hace eso de comer a él le da mucho sueño, como si fuera un relajaste natural. Y lo último de la civilización no son los oxxos o sevens, es una construcción que es un cubo enorme, rojo, que creó que es algo así como un Jungle Jims versión 2013, esa cosa le rompe la madre a el entorno verde bien gacho.

Hasta qué empece a trabajar por aquellos rumbos no me di cuenta de lo rápido que nos estamos acabando el cerro. Que triste ,ahora se lo que sienten mis tíos cuando me contaban que todo el poniente de Monterrey no existía hace unos años. Que era puro monte y había conejos y osos y lechuzas y la madre. Así les voy a decir a mis hijos, "nombre mijo antes tenías que agarrar una carretera para ir a las Grutas de García!" Que mugrero...

Guffo Caballero dijo...

Alexander: Y menos gris, también. A la ciudad y a la gente. Un abrazo.

Caníbal: Igual yo, carnal. Cosas sencillas: un árbol que dé sombra, una hamaca y un asador pequeño para preparar brochetas de camarón serían "mis lujos". Saludos.

Biggie: Muchas gracias. En verdad aprecio que te guste lo que escribo. Te mando un abrazo.

Rox: Búscate en Google "árbol de Josué", y ésas son las yucas que tenemos acá en Monterrey. Porque hay de diferentes tipos. Muchos saludos, Rox.

Leo: Sí, lo último que hay es un "Laberinto", un salón de fiestas infantiles. Pero me llama mucho la antención que antes de eso hay un OXXO y un Seven uno enfrente de otro; como si hubiera diferencia entre uno y otro. Como si con uno no bastara. me parece un exceso. Pero en fin. ¿Si o no la vista está bien chingona en ese tramo de la ciudad? Es una lástima que se lo vayan a joder, snif.

Sergio Trejo dijo...

Por las noches los del oxxo y los del seven libran sangrientas batallas, si observas con atencion veras un poco de sangre en el asfalto que no pudo ser limpiada( si, he pasado por ahi) , no es coincidencia que tengan locales en zonas tan remotas.
Saludos guffo.

MiMoSa* dijo...

Qué hermoso paisaje! Lo bueno de la nueva política de vivienda favorecerá la densificación, por tanto lo que será redituable son las viviendas dentro de la mancha urbana existente, una estrategia para disminuir la expansión territorial. Un abrazo, siempre un gusyo leerte.