miércoles, diciembre 05, 2012

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Jorge Monroy al escuchar su nombre en el noticiero de la mañana, pero la sangre se le congeló cuando dijeron que había muerto.

La postura rígida de su cuerpo endureció aún más con el sobresalto que le provocó el repentino timbre del teléfono sobre el buró al lado de su cama. Al mismo tiempo, su móvil comenzó a sonar y vibrar sobre la mesa de la cocina. Jorge miró desconcertado hacia ambos lados de la habitación. Lo primero que le vino a la mente fue que sería algún familiar o amigo quien llamaba para desmentir la noticia; lo segundo, que tampoco podría haber sido su padre el mencionado, pues trabajaba en otro país. Ese par de pensamientos lo tranquilizaron y redujeron el intenso hormigueo que sentía en el pecho. Respiró profundo y estiró el brazo para levantar el auricular antes de que sonara por tercera ocasión.

–Diga...

–Buenos días, Jorge. Habla tu vecina –dijo la señora Borja de Zulueta, esposa del dueño del edificio donde Jorge alquilaba un apartamento desde hacía dos años.

–Buenos días, señora Borja.

–Siempre qué pensaste: ¿me vas a poder hacer el favor?

–Claro que sí, señora –dijo, tratando de concentrarse a pesar del insistente golpeteo que producía el teléfono celular en la cocina–. Si todo sale como espero, hoy por la noche le tengo listo lo que me encargó. 

–Preferiría que nos viéramos mañana temprano –corrigió la mujer bajando el tono de voz–. Te marco cuando mi marido salga de casa.

Jorge aceptó el cambio de planes y se despidió amablemente de la mujer, quien de seguro no había escuchado las noticias. Colgó el auricular y observó el cable del aparato retorcerse como si tuviera vida propia. Intentó correr a la cocina para atender la otra llamada, pero cuando se incorporó, el móvil dejó de sonar y vibrar. Tuvo la esperanza de que alguno de los dos teléfonos volviera a timbrar, pero un silencio profundo inundó el apartamento. Prefirió pensar que nadie había escuchado la nota roja en la televisión mencionando su nombre, pues le pesaba la idea de que a nadie le importara su muerte.

Apagó el televisor manualmente, se montó el estuche de la computadora portátil al hombro, pateó un par de camisas hacia el rincón donde debería estar el cesto de la ropa sucia –que rodó por las escaleras y se rompió el último día que había lavado ropa– y salió del cuarto.

Abrió con prisa el refrigerador, sacó un contenedor de plástico con ensalada de pollo y bebió directamente de una jarra de agua helada hasta vaciarla. Metió la comida en su mochila y tomó el teléfono celular que de tanto vibrar había quedado al borde de la mesa, a punto de caer. La pantalla estaba iluminada. Tenía un mensaje de voz. Tecleó una contraseña –su fecha de nacimiento al revés– y se acercó el aparato al oído. Hubo una larga pausa antes de que pudiera escuchar algo del otro lado de la bocina. “Estás muerto…”, sentenció una voz distinta a todas las que había escuchado antes. Un murmullo mecánico que terminó diluyéndose en el áspero sonido de la interferencia. La sangre se le fue a los pies. 

Las manos comenzaron a temblarle. Limpió la pantalla del teléfono donde habían quedado gotas de sudor. Intentó oprimir el botón que le permitiría escuchar de nuevo el mensaje, pero a causa del nerviosismo oprimió la tecla equivocada, borrándolo accidentalmente. Optó por buscar el registro del número telefónico en el Menú de Llamadas Recibidas, pero aparecía como Sin Número. Por un instante Jorge meditó qué sería más seguro: salir del apartamento o quedarse en él todo el día. 

Continuará...

5 comentarios:

Fernando dijo...

Muy buen relato Guffo, tengo bastante tiempo ya leyéndote y no deja de gustarme la forma en que narras.

Espero la continuación.

Saludos
Fernando Cinco

Anónimo dijo...

esta chingon tu relato!!, esperare con ansia el desenlace... deberias redactar una novela, saludos desde Juarez!

Zeth dijo...

Muy buen relato, me recordó a uno que escribió Guillermo Berrones aunque en el de Berrones era más práctico. Aquí encuentro un poco más de suspenso. Saludos Guffo, hace rato de no saber de ti.

Zeth dijo...

Muy buen relato, me recordó a uno que escribió Guillermo Berrones aunque en el de Berrones era más práctico. Aquí encuentro un poco más de suspenso. Saludos Guffo, hace rato de no saber de ti.

Chemo dijo...

Jorge Monroy? el muralista mexicano?
es mi tio.
Saludos
Chemo