Durante mi estancia en Canadá no he conocido otra provincia que no sea la de Ontario, por lo que hace una semana decidimos subirnos en el primer tren que saliera a Quebec y visitar un par de ciudades de esa provincia. Durante cinco horas atravesamos pequeños poblados, bosques profundos, puentes metálicos y lagos, sentados en el último vagón de un convoy. Llegamos a Montreal al medio día. Salimos de la estación de trenes con un mapa de papel en las manos y caminamos por las calles con nombres en francés. Arrastramos las maletas unos cuantos minutos hasta llegar al hostal donde habíamos reservado una habitación con litera: no había más.
Mientras esperábamos en la recepción a que nos dieran el cuarto, un hombre de lentes, de unos cuarenta años, se nos acercó sonriendo. Hagan de cuenta que era el pinche Kung Fu Panda en persona, nada más que en rubio; pero igual de panzón y chistoso físicamente.
El wey quiso romper el hielo con un chiste en francés -y digo que fue chiste porque el pendejo se rió solo al decir lo que dijo-, pero no contaba con que nosotros no entendemos un carajo de francés. Cuando le dijimos -en inglés- que no habíamos entendido lo que había dicho, el wey dijo lo mismo en el idioma de los gringos –el otro que no es la guerra-, pero no nos reímos porque en verdad su chiste era muy pinche malo: tan malo que ya ni me acuerdo de qué era. Total que el doble de Kung Fu Panda se empezó a poner nervioso y colorado de los cachetes al ver nuestros rostros de “no eres nada gracioso, extraño que vino a sacarnos plática”, y tal vez pensó que tampoco entendíamos el inglés, por lo que el pobre infeliz tradujo al español su chiste con los mismos resultados fatídicos: cero gracia y cero risa. Aunque su español era mocho, debo reconocer el esfuerzo que hizo en hablar en tres idiomas, y fue por eso que reímos. Kung Fu Panda se limpió el sudor, se hizo el pelo hacia atrás, se acomodó los lentes, nos dijo “Bienvenidos a Montreal” y agregó:
-Disculpen –dijo en ese español accidentado-, es que ya me he bebido dos Red Bulls –y se echó a reír como orate. Más que canadiense, el hombre parecía el típico gringo idiota, onda Robin Williams cuando le pega al comediante de noble corazón.
Y después de ahí, el cabrón éste no se calló el hocico. Habló y habló y habló y habló…. Nos contó que su ex esposa era mexicana y lo golpeaba –por pinche hocicón, me imagino-, que era electricista, que le gustaba México, que el gobierno era corrupto en nuestro país pero las playas muy lindas, bla bla bla. Cosas que uno ya sabe. Lo único chido de su plática –y hasta sentí aguda su observación- fue cuando supo que veníamos de Monterrey y dijo que en esa ciudad había puros contadores públicos, licenciados en administración de empresas y abogados, cosa que es verdad. Imagínense: pinche ciudad aburrida y culera. Pero bueno.
Total que este cabrón salido de algún sueño de opio de Walt Disney no paraba de hablar y sólo interrumpía su plática para preguntar: “¿Estoy hablando mucho?”, y la neta a mí las personas que hacen esto me caen en la puntita de la verga porque saben que están hablando mucho y que están incomodando a terceros y no tienen la sensibilidad ni el tacto para callarse amablemente el hocico y dejar en paz a los extraños que no quieren hablar con ellos. Entonces, cada que decía esto, le ponía una pinche cara de “Nooo, cómo crees que estás hablando muuucho… ¡Pendejo!”. Aparte el wey molestaba porque era de esos que se acercan mucho e invaden tu espacio personal y hablan todos alterados y haciendo aspavientos y sudando y… no, no, no, nooo. Horrible.
Por fin -después de cómo media hora de aguantarlo- el pinche Kung Fu Panda pudo descifrar mi cara de hartazgo y de “ya cállate a la verga”. Se despidió amablemente, disculpándose por su atrevimiento, y se fue a sentar a un banco, a un lado de los teléfonos de monedas. Veía de reojo que nos miraba de reojo y se reía y nos señalaba con el dedo y reía otra vez como idiota.
En eso se apareció la chica de la recepción y nos dijo que nuestro cuarto estaría listo en 15 minutos, que nos ofrecían una disculpa y bla bla bla. No hubo pedo y seguimos sentados en el cómodo sillón de la recepción. Pero en eso, que el pinche Kung Fu Panda se para de su asiento y se acerca otra vez a nosotros. Se detuvo unos cuantos pasos antes de invadir nuestro espacio vital, hizo como si tocara en una puerta: “knock, knock”, dijo, y se echó a reír otra vez como loco. Cuando paró de reír, nos extendió un papel doblado en cuatro partes.
-Tienen que visitar este lugar. Es un lugar que nunca olvidarán.
-Gracias -le dije indiferente, a ver si así regresaba a sentarse a su lugar. Como comentario adicional, aclaro que no soy mamón, neta que no. No tengo pedos con platicar con extraños, siempre y cuando te aborden como gente civilizada, no como pinches desaforados. Pero bueno. Prosigamos.
-Es un lugar mixto –me dijo Kung Fu Panda haciendo énfasis en “mixto”. Algo me olió mal desde ahí. Algo me olió a “escabroso”. ¿Por qué tenía que hacer énfasis en la palabra “mixto”?
-¿A qué se refiere con que es un lugar “mixto”? –pregunté ingenuo. -¿Acaso no todos los lugares son mixtos: bares, restaurantes…?
-Eeeh… sí: de hecho hay un bar… y también se puede ordenar comida. Pero lo interesante son los saunas y los jacuzzis… que son mixtos. Yo siempre voy ahí. Casi a diario.
Todavía quería pensar que el hombre, en su locura o retraso mental, era una persona inocente, y que me estaba ofreciendo ir a algún club deportivo o centro recreativo, como los de México, donde hay canchas para jugar tennis, albercas, saunas y jacuzzis.
-Pero lo mejor de lo mejor, es el “Fantasy Room” -dijo con un brillo distinto en la mirada. Bastaron esas dos palabras tan inocentes: “fantasy” y “room”, para imaginarme por dónde iba la invitación. Kung Fu Panda se puso todo colorado y se echó el pelo para un lado y se acomodó los lentes.
-Es un lugar para swingers, me imagino –le dije.
-Sí, pero pueden ir sólo a ver, no tienen por qué intercambiar parejas –respondió Kung Fu Panda barriéndose el sudor de la frente con una mano, con ese destello en la mirada que sólo tienen los ex presidiarios recién salidos del reclusorio al ver a una mujer.
-Sí, lo sé, pero a nosotros no nos gusta ese rollo –le dije cortante. Se disculpó, y se fue haciendo un ademán como si cerrara una puerta, y rió de nuevo.
¿Quién putas llega de buenas a primeras con dos extraños a recomendarles un antro de intercambio de parejas? Neta que no soy mocho ni asustadizo ni tengo prejuicios en contra de las personas que les gusta esa onda, pero: ¿quién putas llega de buenas a primeras con dos extraños y les recomienda un antro swinger? Johnny, la gente está muy loca.
Mientras esperábamos en la recepción a que nos dieran el cuarto, un hombre de lentes, de unos cuarenta años, se nos acercó sonriendo. Hagan de cuenta que era el pinche Kung Fu Panda en persona, nada más que en rubio; pero igual de panzón y chistoso físicamente.
El wey quiso romper el hielo con un chiste en francés -y digo que fue chiste porque el pendejo se rió solo al decir lo que dijo-, pero no contaba con que nosotros no entendemos un carajo de francés. Cuando le dijimos -en inglés- que no habíamos entendido lo que había dicho, el wey dijo lo mismo en el idioma de los gringos –el otro que no es la guerra-, pero no nos reímos porque en verdad su chiste era muy pinche malo: tan malo que ya ni me acuerdo de qué era. Total que el doble de Kung Fu Panda se empezó a poner nervioso y colorado de los cachetes al ver nuestros rostros de “no eres nada gracioso, extraño que vino a sacarnos plática”, y tal vez pensó que tampoco entendíamos el inglés, por lo que el pobre infeliz tradujo al español su chiste con los mismos resultados fatídicos: cero gracia y cero risa. Aunque su español era mocho, debo reconocer el esfuerzo que hizo en hablar en tres idiomas, y fue por eso que reímos. Kung Fu Panda se limpió el sudor, se hizo el pelo hacia atrás, se acomodó los lentes, nos dijo “Bienvenidos a Montreal” y agregó:
-Disculpen –dijo en ese español accidentado-, es que ya me he bebido dos Red Bulls –y se echó a reír como orate. Más que canadiense, el hombre parecía el típico gringo idiota, onda Robin Williams cuando le pega al comediante de noble corazón.
Y después de ahí, el cabrón éste no se calló el hocico. Habló y habló y habló y habló…. Nos contó que su ex esposa era mexicana y lo golpeaba –por pinche hocicón, me imagino-, que era electricista, que le gustaba México, que el gobierno era corrupto en nuestro país pero las playas muy lindas, bla bla bla. Cosas que uno ya sabe. Lo único chido de su plática –y hasta sentí aguda su observación- fue cuando supo que veníamos de Monterrey y dijo que en esa ciudad había puros contadores públicos, licenciados en administración de empresas y abogados, cosa que es verdad. Imagínense: pinche ciudad aburrida y culera. Pero bueno.
Total que este cabrón salido de algún sueño de opio de Walt Disney no paraba de hablar y sólo interrumpía su plática para preguntar: “¿Estoy hablando mucho?”, y la neta a mí las personas que hacen esto me caen en la puntita de la verga porque saben que están hablando mucho y que están incomodando a terceros y no tienen la sensibilidad ni el tacto para callarse amablemente el hocico y dejar en paz a los extraños que no quieren hablar con ellos. Entonces, cada que decía esto, le ponía una pinche cara de “Nooo, cómo crees que estás hablando muuucho… ¡Pendejo!”. Aparte el wey molestaba porque era de esos que se acercan mucho e invaden tu espacio personal y hablan todos alterados y haciendo aspavientos y sudando y… no, no, no, nooo. Horrible.
Por fin -después de cómo media hora de aguantarlo- el pinche Kung Fu Panda pudo descifrar mi cara de hartazgo y de “ya cállate a la verga”. Se despidió amablemente, disculpándose por su atrevimiento, y se fue a sentar a un banco, a un lado de los teléfonos de monedas. Veía de reojo que nos miraba de reojo y se reía y nos señalaba con el dedo y reía otra vez como idiota.
En eso se apareció la chica de la recepción y nos dijo que nuestro cuarto estaría listo en 15 minutos, que nos ofrecían una disculpa y bla bla bla. No hubo pedo y seguimos sentados en el cómodo sillón de la recepción. Pero en eso, que el pinche Kung Fu Panda se para de su asiento y se acerca otra vez a nosotros. Se detuvo unos cuantos pasos antes de invadir nuestro espacio vital, hizo como si tocara en una puerta: “knock, knock”, dijo, y se echó a reír otra vez como loco. Cuando paró de reír, nos extendió un papel doblado en cuatro partes.
-Tienen que visitar este lugar. Es un lugar que nunca olvidarán.
-Gracias -le dije indiferente, a ver si así regresaba a sentarse a su lugar. Como comentario adicional, aclaro que no soy mamón, neta que no. No tengo pedos con platicar con extraños, siempre y cuando te aborden como gente civilizada, no como pinches desaforados. Pero bueno. Prosigamos.
-Es un lugar mixto –me dijo Kung Fu Panda haciendo énfasis en “mixto”. Algo me olió mal desde ahí. Algo me olió a “escabroso”. ¿Por qué tenía que hacer énfasis en la palabra “mixto”?
-¿A qué se refiere con que es un lugar “mixto”? –pregunté ingenuo. -¿Acaso no todos los lugares son mixtos: bares, restaurantes…?
-Eeeh… sí: de hecho hay un bar… y también se puede ordenar comida. Pero lo interesante son los saunas y los jacuzzis… que son mixtos. Yo siempre voy ahí. Casi a diario.
Todavía quería pensar que el hombre, en su locura o retraso mental, era una persona inocente, y que me estaba ofreciendo ir a algún club deportivo o centro recreativo, como los de México, donde hay canchas para jugar tennis, albercas, saunas y jacuzzis.
-Pero lo mejor de lo mejor, es el “Fantasy Room” -dijo con un brillo distinto en la mirada. Bastaron esas dos palabras tan inocentes: “fantasy” y “room”, para imaginarme por dónde iba la invitación. Kung Fu Panda se puso todo colorado y se echó el pelo para un lado y se acomodó los lentes.
-Es un lugar para swingers, me imagino –le dije.
-Sí, pero pueden ir sólo a ver, no tienen por qué intercambiar parejas –respondió Kung Fu Panda barriéndose el sudor de la frente con una mano, con ese destello en la mirada que sólo tienen los ex presidiarios recién salidos del reclusorio al ver a una mujer.
-Sí, lo sé, pero a nosotros no nos gusta ese rollo –le dije cortante. Se disculpó, y se fue haciendo un ademán como si cerrara una puerta, y rió de nuevo.
¿Quién putas llega de buenas a primeras con dos extraños a recomendarles un antro de intercambio de parejas? Neta que no soy mocho ni asustadizo ni tengo prejuicios en contra de las personas que les gusta esa onda, pero: ¿quién putas llega de buenas a primeras con dos extraños y les recomienda un antro swinger? Johnny, la gente está muy loca.
8 comentarios:
por que el guffo nunca habla de su vieja ?????
Yo no tengo prejuicios de ningún tipo.
Pero tu post solo me demuestra una cosa cada persona vive en su mundo.
Me parece una faltade respeto hacer proselitismo sobre esa mierda del swinger a mi me paso una vez y no me gusta.
Lo que si me gusto y mucho es tu relato bien escrito donde uno se adentra en la historia como si la viviera in situ.
Felicidades
Guffo nunca habla de su vieja porque Guffo no tiene vieja, es viejo. Se llama Cucamonga.Los vi paseando de la mano en Veracruz.
jajajajaja, chale compa, ya te descubrio el anonimo 8:33, jajajajajaja.
por cierto ayer nos estabamos acordadndo de ti, el botxer se pago una carne asada por mi cumpleaños y el paztor lloro mucho porque te extraña, jajajajajajaja....
mmm Lo que guffo necesita urgentemente es coger.
Hubiera estado chingón algo con una onda similar al Lobo estepario.
Yo una vez fui a una fiesta swinger, pero se asustaron conmigo.
No pretendo pasar por prejuicioso, pero estoy casi seguro que ese swinger le gusta jugar en ambos equipos... si saben a lo que me refiero...
Lo bueno es que ante esas situaciones que en una rutina normal a uno lo sacarían de sus casillas, tu le ves el lado chusco a todo...
Saludos Guffo :D
Publicar un comentario