"La gente no quiere trabajar". A diario escucho esta frase.
En parte comprendo a esa gente, pues imagino las ofertas de trabajo que tendrán: barrendero, lavaplatos, burócrata, ayudante de contador, asistente de gerente de ventas.
No es que sean trabajos indignos; simplemente nadie soñó con ser algo de eso.
La desesperación generada por necesidades no satisfechas convierte a cualquiera en esclavo con mentalidad de mercenario. Las personas creen que existen más necesidades de las necesarias, por eso tienen que aceptar trabajos que no les gustan y, aparte, agradecer por ello.
Dicen que el trabajo es alimento para el espíritu; sin embargo, muchas veces no es alimento suficiente ni para el estómago.
¿Qué grandeza espiritual puede adquirir un individuo que va de lunes a sábado -de 9 de la mañana a 9 de la noche- al mismo lugar a hacer lo que otros le dicen que haga durante 35 años de su vida?
¿Qué se podrá platicar con él? ¿Qué nos enseñará? ¿Podremos aprenderle algo?
Nada. Simplemente nada. ¿Cuál experiencia? La experiencia está en otra parte.
Por eso, me quedo con lo que me gusta hacer y con quien quiero estar, con las pláticas en la cocina, las de media noche en la cama, los pocos libros que he leído, los silencios y abrazos largos, una sonrisa que aún no olvido, un correo inesperado, la música de fondo, alguna foto, algún recuerdo de la playa, preparar cada día mejor un sándwich, los pájaros que hacen ruido por las mañanas en el árbol y las cenas con cerveza que se alargan hasta que amanece.
Eso me nutre el alma. Y estoy trabajando para tenerlo todos los días.
En parte comprendo a esa gente, pues imagino las ofertas de trabajo que tendrán: barrendero, lavaplatos, burócrata, ayudante de contador, asistente de gerente de ventas.
No es que sean trabajos indignos; simplemente nadie soñó con ser algo de eso.
La desesperación generada por necesidades no satisfechas convierte a cualquiera en esclavo con mentalidad de mercenario. Las personas creen que existen más necesidades de las necesarias, por eso tienen que aceptar trabajos que no les gustan y, aparte, agradecer por ello.
Dicen que el trabajo es alimento para el espíritu; sin embargo, muchas veces no es alimento suficiente ni para el estómago.
¿Qué grandeza espiritual puede adquirir un individuo que va de lunes a sábado -de 9 de la mañana a 9 de la noche- al mismo lugar a hacer lo que otros le dicen que haga durante 35 años de su vida?
¿Qué se podrá platicar con él? ¿Qué nos enseñará? ¿Podremos aprenderle algo?
Nada. Simplemente nada. ¿Cuál experiencia? La experiencia está en otra parte.
Por eso, me quedo con lo que me gusta hacer y con quien quiero estar, con las pláticas en la cocina, las de media noche en la cama, los pocos libros que he leído, los silencios y abrazos largos, una sonrisa que aún no olvido, un correo inesperado, la música de fondo, alguna foto, algún recuerdo de la playa, preparar cada día mejor un sándwich, los pájaros que hacen ruido por las mañanas en el árbol y las cenas con cerveza que se alargan hasta que amanece.
Eso me nutre el alma. Y estoy trabajando para tenerlo todos los días.