Es medio día y las notas de lo que parece ser un sabroso huapango se mezclan con el sube y baja de la marea que resplandece con el sol. A estas horas, las tripas comienzan a rugir, la frente comienza a sudar, el canelo comienza a rozar entre ingle y huevo y el sol tuesta más la piel. La efervescencia de la espuma marina es el acompañamiento perfecto del fino chillido del violín y el ronco pom pom del bajo sexto. Huele a cilantro, ajo y ostiones frescos; aunque pudiera ser que huele a mojarra, cebolla y salsa habanera. Pero juro que el olor no proviene de mis bisagras. Una mujer gorda, con un lápiz en la oreja derecha, se pasea entre las mesas mientras va sirviendo enormes copas de mariscos a precios módicos. Las gotas de luz que se cuelan a través del techo de palma reposan sobre el rostro de una muchacha morena que atiende la antigua caja registradora; allá en Monterrey pudiera ser modelo, les gustan esos rasgos serranos y etnicos extravagantes. Esas mismas gotas de luz que golpean su rostro, forman escamas doradas que hacen destellar el vaso frío del que bebo un heladota Corona. Hay una niña que juega con un coatí bebé a lado de la muchacha morena; imagino que es su hija. De la improvisada cocina del lugar sale un hombre con un delantal blanco que dice “capitán” y, con una sonrisa bajo el bigote, va cargando platos llenos de peces fritos, camarones para pelar, verdura fresca y caldos rojizos; dejando una estela de fragancias tan poderosa que ni la brisa salada del océano se puede robar. En un lugar como este, la cerveza sabe mejor si se toma servida en un vaso y no directamente del envase. En un lugar como este, todo sabe mejor. El vaso continúa destellando cada que bebo de él. No hay paredes, no hay televisores, no hay aires acondicionados ni bocinas; los saleros están hechos con latas de refresco, las servilletas se aplastan con una piedra para que no se vuelen y la cuenta la apuntan en pedazos de cartón. Con la panza llena, aplaudo cuando finaliza la canción. Sereno, el más anciano del cuarteto se lleva el violín al hombro, y empieza a tocar con una pasión que lo rejuvenece. Pasión. Ahí está la clave para vivir bien y muchos años. Bueno, aunque un poquito de mar, cerveza, descanso, música y mariscos también ayudan.
Pero no crean que ando oootra vez de huevón de vacaciones; aquí ando en la pinche ciudad, nomás que este post lo tenía guardadillo desde hace rato. Saludos.